Porque las cosas cambian - privado

Besaba su rostro manchado por el sudor por culpa de la excitación. Su piel ardía comparada con la mía tibia. Mis manos acariciaban sus caderas mientras mis movimientos no se iniciaban, pero pronto me apoyé en ambos lados de la cama aferrándome al colchón. Mis caderas comenzaron a moverse lentamente como si deseara saborear ese momento durante toda la vida. Sabía que aquella noche sería el inicio real de nuestra nueva vida, habíamos dejado con claridad todo lo que deseábamos. Queríamos ser padres y ese deseo me hacía tener más empeño en el sexo.

Mis labios se fundieron con los suyos igual que mi alma lo hacía con la de ella. Sentía su cuerpo moviéndose lentamente junto al mío, entregándonos ambos al placer. Mi mano derecha dejó de estar sobre el colchón apoyada para acariciar sus muslos, acomodé sus piernas entorno a mis caderas y me impulsé. El ritmo cambió a uno más intenso. Mis ojos la observaban de cerca cuando paraba los besos para recuperar un poco de aire.

Jamás había amado de aquella forma, ni siquiera a Marta. Marta había sido mi primer amor, pero no el mayor de todos. Ella era realmente mi gran amor. No podía pensar la vida sin ella, mi mundo sin sus caricias o su aroma pegado a mi ropa. Necesitaba a Olivia más que ella a mí, por eso me entregaba de esa forma al acto. La pasión de nuestras almas se derramaba y desplegaba como si tuvieran alas.

-Te amo

Sus jadeos y gemidos llenaban la habitación como si fuera una música agradable, una llena de pasión y era como si bailáramos un tango lleno de amor. Porque por mucho que me dijeran que aquello era lujuria para mí no era más que amor. Yo no deseaba tener a otra mujer en mi lecho, sólo deseaba que ella lo ocupara y me hiciera libre entre sus brazos. Era libre de amarla, libre de poseerla, y aunque eso nos costara el rechazo de todos no me importaba. Mi amor era puro e intenso como el suyo, era la pequeña luz en la terrible oscuridad y soledad que nos había dejado nuestro Padre.

-Te amo, Olivia.

Repetí una vez más aquella noche entre jadeos y pequeños sonidos roncos. No podía pensar coherente, tan sólo deseaba sentir. Mis movimientos de pelvis cada vez eran más rápidos y pronto comencé a sentir como una extraña oleada de sensaciones me recorrían. Aunque para mí no era tan extraña desde que la tuve entre mis brazos. Era el momento, estaba a punto de llegar aferrado a su cuerpo.

Acabé hundiéndome en ella sintiendo su humedad y presión. Mis labios recorrieron su frente y sus mejillas aún moviéndome lentamente. Había acabado aquel acto lleno de amor, pasión y belleza. Porque ella era la flor más hermosa del jardín, mi pequeño paraíso particular, y daría frutos para que nuestro mundo fuera perfecto a pesar de la crueldad que nos asechaba.

Mis manos corrían una y otra vez su espalda sintiendo la tibieza de su piel, mi cuerpo se estremecía y temblaba bajo el de el sus palabras estaban presentes todo el tiempo el mismo que yo estaba perdida en sus brazos, todo se hacia humo cuando estaba con el unidos de esa forma no podía pensar mas que en su aroma, su tibia piel, sus ojos de cielo, en cuanto lo amaba, el era mi luz, en esos momento no existía nadie mas que el y yo

Cada uno de sus movimientos era mas rápido lo cual hacia que me aferrara a el cuando aquella ola de electricidad recorrió mi piel y todo mi cuerpo mi vientre se sentía cálido y pronto una explosión se hizo presente en mi centro haciendo que me arqueara y me aferrara a el disfrutando aquella oleada que era como una liberación a algo mágico, sentí sus besos en mi rostro y cuando me hube calmado un poco lo vi sonriendo y recorrí su rosto perlado de sudor, acaricie sus cabellos que caían en mechones colocando uno tras su oreja

-Te amo - dije con voz suave y un poco entrecortada para después darle un beso un poco lento mientras una de mis manos aun acariciaba su espalda manteniéndolo pegado a mi, era como una necesidad poder estar con el una que disfrutaba mucho tanto o mas que comer algo dulce

Sus caricias y sus palabras eran mi paraíso, un vergel lleno de flores aromáticas que me hacían soñar con un mundo dulce y aún virgen. Recordaba las maravillosas cascadas cristalinas, el frescor de la hierba acariciando mis tobillos y el agradable viento agitando mis cabellos mientras el silencio de la naturaleza se abría paso hasta mi. Ella me atrapaba en una sensación parecida, una paz que jamás había vuelto a sentir desde la creación del mundo. Me maravillaba y me anclaba a sus deseos de niña. Su dulzura era sólo comparable a su fortaleza, y aún así la trataba con fragilidad.

-Me haces dichoso trayéndome una paz que creí no poder sentir jamás.

Dije aquello apartándome de ella, recostándome a su lado. No deseaba aprisionarla con mi cuerpo, sin embargo no tardé demasiado en rodearla con mis brazos acariciando sus cabellos. El aroma que desprendía su cuerpo, aún tras el sexo, era lo único que necesitaba para sentirme cómodo y amado. Cerré mis ojos disfrutando de aquella sensación que ofrecía el sexo y su compañía, el amor que nos teníamos iba más de revolver la cama y dejarnos llevar por la lujuria.

-Espero poder ser padre pronto contigo.

Besé su frente antes de apartarme para apagar la luz de la mesilla, deseaba dormir pues las últimas acciones me habían dejado agotado. Un día largo y duro lleno de emociones y sensaciones. La mezcla de la vida y la muerte, la obra de Dios y el destino, se fundían en las calles de Los Ángeles y en nuestro pequeño apartamento.

-Te amo