Porque las cosas cambian - privado

Mi mente aun no comprendía bien aquello todo era un torbellino pero sabia que el me ayudaría a esclarecerlo y comprenderlo mejor , me acomode sobre sus piernas y puse mis manos en su pecho aun sin verlo a los ojos cuando escuche sus palabras que definían mejor aquello, me quede un momento callada antes de asentir con la cabeza, aun que tenia un poco de temor ya que no sabia nada de eso no tenia idea pero sobre todo no sabia como lo vería padre eso, yo había caído por amar a Rafael, y sabia que me había dado la espalda, no quería que un inocente fuera mal visto por mi culpa.

Inconscientemente mis manos acariciaban su pecho mientras pensaba todo eso cuando escuche que seria una bendición, levante mi cabeza y lo vi a los ojos, una bendición, sonreí escuchándolo -Si quiero que pase eso- le dije imaginándonos con un pequeño en los brazos, tal vez anhelaba demasiado pero era algo que sentía en mi interior muy fuerte tanto que quemaba, un sentimiento que solo competía con el amor que sentía por el

La rodeé con mis brazos mientras deslizaba mis dedos sobre su figura. Mis labios se posaron en su frente percibiendo sus sueños, su alma parecía brillar en medio de la densa oscuridad. Hasta ese momento no había caído en la cuenta que podíamos ser padres, pues era algo por lo cual ya me había dado por vencido. En esos momentos no importaba si Dios nos amaba, pues nuestro amor daría un fruto provocando la pureza de los sentimientos de un padre a sus hijos y de sus hijos a su padre. Sabía que nacería indefenso, pero nosotros estaríamos ahí para cuidarlo.

-Bautizaremos a nuestro hijo, Dios no puede estar en desacuerdo.

Haría que él fuera un buen hombre, una persona con buen corazón. Si era una niña la cuidaría para ofrecerle mi cariño, mi apoyo y sobre todo hacer ver que era parte de la belleza más pura de este mundo. Si era un chico sería amado, respetado y le apoyaría para hacer que comprendiera que las mujeres son iguales a él. Las mujeres no eran frágiles, aunque siempre tendía a sobreproteger a Olivia. Aún no estaba adiestrada del todo en las batallas, debía buscar el modo. Deseaba ser madre, debido a ese motivo debía aprender más que nunca el uso de la espada.

-Buscaré el modo en el cual aprendas el uso de la espada, así como una defensa eficaz. Te mostraré alguna de mis técnicas y nos entrenaremos en cada atardecer. Necesito que sepas usar bien el talento natural que todos los ángeles poseemos, la lucha es parte de nosotros.

Dios nos había hecho para cuidar, proteger y luchar por la humanidad. Nosotros éramos sus armas, sus manos tendidas hacia la luz. No importaba si habíamos caído, seguíamos siendo guerreros en busca de la paz y libertad de este mundo lejos de las tropas de Lucifer.

-Mañana comenzaremos.

Deseaba entrenarla antes de su gestación. Debía aprender cuan ruda podía ser la vida en la Tierra. Hasta ahora había sido bendecida por padre y cuidada de todo por mi parte. Quería que aprendiera a llevar con honor la espada. No debía cansarse ni sentirse derrotada. Cuanto más duro fuera con ella en el campo de entrenamiento mejor sería para ella en un futuro, sin embargo me veía imposibilitado para algunas tácticas de cuerpo a cuerpo. Tenía que encontrar un maestro para ella.

En ese momento me percaté de algo más. Deseaba ser madre pero dudaba que ella supiera como se engendraba. Quedé pensativo unos segundos averiguando como formular la pregunta, era algo difícil de realizar. Mis ojos se quedaron perdidos en los suyos contemplándola como si fuera la primera vez. Noté como mis mejillas se sonrojaban y mis labios se resecaban. No encontraba las palabras adecuadas, aunque lo intentaría.

-¿Sabes cómo podemos tener hijos? El amor los engendra. Los actos que hemos realizado forman la vida y crean la supervivencia de las especies. Tú y yo hemos estado unidos, de nuestra unión surgirá un nuevo fruto. Lo sabrás cuando comiences a sentir náuseas, mareos, cambios de temperatura, irritación, cambio en tus caderas desplazándose y agarrarás peso.

Puse mis manos en su vientre rodeándola, dejando su espalda contra mi torso. Sus cabellos rozaron la punta de mi nariz, provocando que el aroma de sus cabellos me hiciera sentirme reconfortado. Aquel aroma a dulces recién horneados me hacía sonreír de forma instantánea.

Aquel encuentro con esos demonios vino a mi mente y luego pensé como seria la forma en que me enseñaría, pensé que el me enseñaría todo eso, seria algo distino a lo que habíamos vivido juntos hasta ahora pero también era algo que siempre había llamado mi atención ya que estaba en todos los ángeles esa forma, todos erramos guerreros por naturaleza aun que no todos lo desarrollábamos

Luego escuche aquellas palabras y mis mejillas se colorearon y en mis labios se dibujo una sonrisa que no puede evitar, y preste atención a cada una de las cosas que me dijo para que reconociera cuando supiera que nuestro deseo se estaba volviendo realidad, me recargue en su pecho acariciando sus mansos que me recorrían -Espero que eso pase pronto- dije aun que sabia que tenia que aprender cosas antes de que eso pasara, nos sabia que tan arduo seria el entrenamiento

Pude sentir el aire recorriendo las ramas de los frondosos árboles cargados de flores, algunos ya contenían pequeños frutos para nada maduros. El perfume que poseían era un aroma único lleno de vida. Ella daría frutos, sería madre si nos disponíamos a ello. Si bien, primero deseaba que fortaleciera su espíritu guerrero. Mis manos se deshacían en caricias sobre su cuerpo, el cual ya conocía como si fueran mis propias manos y las piedras de los caminos que tanto había cruzado como guardián de los peregrinos. Podía dibujar su silueta con los ojos vendados. Una leve sonrisa se formó en mis labios mientras aspiraba el aroma a primavera que brotaba incluso de ella.

-Florecerás, el fruto de tu vientre será propagador de alegría para ambos.

Dios no había dado la espalda, nuestros hermanos podían inclusive detestarnos, pero eso no impedía que fuéramos bendecidos por la felicidad. El amor más puro lo experimentaría, yo haría que conociera ese deseo bondadoso y la preocupación que únicamente germina en el pecho de una madre. La belleza del amor florecería en ella como lo había hecho la primavera en el mundo, pese al dolor y los estragos de los conflictos que surgían en cada pedazo de este.

-¿Conoces bien el significado de este anillo que te di?

No había sido capaz de ser sincero aquella vez, sabía que ella desconocería el significado real de aquel anillo. Si deseaba darme hijos primero deseaba que fuera mi mujer. No quería deshonrar más a Dios, aunque él jamás nos volviera a mirar de una forma amorosa. Nosotros estábamos fuera de la ley, de su vista y de su amor. Padre nos había repudiado, sin embargo yo sería feliz siendo su esposo y el padre de sus hijos.

Observé su rostro cubierto por el rubor de sus mejillas, así como sus labios rojos y carnosos que parecían dudar de mi pregunta. Sonreí esperando su respuesta, sabía que desconocería su significado real y estaba dispuesto a explicárselo de igual modo que había hecho con sus deseos. Ella sería feliz a mi lado, protegida por mí y protegiendo aquello que amábamos.

Desconocía el maravilloso simbolismo que podía tener una sortija como aquella. No había averiguado aún si padre permitiría mi osadía de casarme con ella en una iglesia, si bien imaginarla vestida de blanco resplandeciente como si fuera una rosa blanca, rodeada de luz celestial y pétalos de flores silvestres, era una visión que estremecería a cualquier hombre sumergiéndolo en una felicidad parecida a la mía. La música sonaría en nuestra boda, una unión de almas, pero aún no había tenido de ella respuesta afirmativa pues no comprendía hasta que punto deseaba unirme a su alma.

-¿Sabes que es el matrimonio? Es una ceremonia por la cual dos amantes se comprometen a vivir unidos hasta la muerte, para una vez allí volverse a encontrar en el paraíso.

El paraíso no nos esperaría, tan sólo el infierno donde las llamas danzarían a nuestro alrededor de forma macabra. Sin embargo, siempre tendría esperanzas en Padre. Deseaba cuidarla hasta el día en el cual mis fuerzas se agotaran y mi alma se extinguiera. Protegerla de todo mal acechante, hacerla fuerte junto a mí para que pudiera acompañarme y brindarme frutos de nuestro amor.

-Quiero que las campanas repiquen por nosotros, contemplar a nuestros amigos con rostros felices en medio de una ceremonia deslumbrante y finalmente intentar hacerte feliz cada día. Si deseas formar conmigo una familia deberíamos unirnos, creo que es el paso más lógico y adecuado debido a nuestras creencias. Padre puede darnos la espalda, si bien nosotros no tenemos porque hacerlo con él. Pretendo educar a nuestros hijos en buenos valores, y si deseo hacerlo deberé demostrárselo desde mucho antes de su nacimiento.

Atrapé sus labios antes de escuchar su respuesta. Sabía que Dios nos detestaba, sin embargo en mí no anidaba el odio. Desconocía ese sentimiento y deseaba que así fuera hasta el resto de mis días. No podía ser como otros hermanos, los cuales cayeron antes que yo, cubiertos por un odio irracional hacia nuestro creador.

Sus palabras me hicieron sentir en paz, como si la guerra no existiera y pudiera volver a ver ante mí en paraíso. La emoción que latía en mi pecho parecía desbordar mi corazón y todas sus arterias. Mi sonrisa parecía quizás la de un niño, tenía la apariencia de un loco que vuelve a imaginar senderos llenos de gloria y felicidad. Ella me hacía feliz con sus escuetas palabras y sus caricias llenas de ternura. Su belleza no era sólo física, padre había creado a una mujer maravillosa que yo disfrutaba tras alejarla del buen camino. Deseaba tener aquella experiencia única en la cual el amor se demostraba con firmeza y sensatez. Nos casaríamos, buscaría quien deseara llevar a cabo el enlace y viviríamos acorde a nuestros pensamientos.

-Me haces feliz, muy dichoso, al ser aceptado como tu futuro esposo.

Mi boca se apoderó de la suya fundiéndose mis labios con los suyos. Mi aliento se perdió ante el nerviosismo y el deseo de ver cumplida la promesa. Me sentía eufórico. Aunque cierto temor cayó sobre mi. Temía que Miguel me reprendiera por osar que padre viera bien nuestra unión cuando nos había expulsado de su lado por desobediencia y lujuria. Aunque para mí fue coherencia y amor. Fui coherente a mis sentimientos, ella lo fue a los suyos. El amor nos hizo caer y no el pecado.

-Deberíamos marchar a casa, descansar por hoy.

En la mañana había curado a varios hombres que habían sido atacados por demonios, tan sólo habían usado a los pobres infelices como juguetes de forma macabra. También ofrecí mantas, alimentos y algo de dinero a los mendigos que afrontaban aún las largas noches húmedas de primavera. Aquel parque era un jardín prohibido, un mundo lleno de sombras y de cientos de ojos que nos vigilaban al estar en su territorio. Pronto seríamos parte de las tropas que vigilaban el pequeño paraíso que deseaba crear en la tierra el hijo de quien fue un buen amigo, alguien estimado y respetado.

Ciertamente conoceríamos la organización de primera mano, pronto se pondrían en contacto con nosotros ofreciéndonos un lugar en ella. Debíamos formar un hogar y seguir luchando por el bien del mundo, el cual heredarían nuestros hijos. Deseaba un lugar más taimado, como aquel enorme jardín lleno de belleza con riachuelos y animales que creí desterrados de la faz de la Tierra. El aroma de las flores del parque ayudaban a ensoñar nuevamente con aquel lugar tan apetecible, próspero y cálido. Ella me hacía desear cosas inalcanzables, aunque sabía que si todos uníamos fuerzas sería mucho más fácil lograrlo.

-Volvamos.

Con cuidado la ayudé a levantarse de mis piernas quedando frente a ella. Mis labios se posaron sobre los suyos con un leve roce. Tomé sus manos entre las mías para tirar de ella para caminar hacia el sendero. Deseaba regresar a nuestro pequeño apartamento, allí podía sentir que estábamos a salvo. Era una falsa sensación de seguridad. Sin embargo, sabía que llegaría el momento en el cual todos estaríamos seguros y podríamos vivir un momento de paz. En compañía de los Thorns podíamos lograr esa libertad perdida, esa paz que parecía no querer lucir como el sol en verano.

Las calles estaban algo más desiertas, pues algunos negocios comenzaron a echar el cierre, sin embargo las iglesias seguían abiertas aceptando la multiculturalidad que en el lugar se vivía. Algunos gatos merodeaban sobre el tejado buscando alguna rata que cazar, mientras que varios lobos corrían cerca de nosotros buscando refugio para pasar la noche y a lo lejos se podía ver una pareja de vampiros buscando algo de calor en un bidón encendido mientras esperaban a un tercero. El mundo se volvía oscuro, y solitario, incluso en los barrios bajos, que parecían lucir de una forma más llamativa gracias al esfuerzo de toda aquella organización.

-Un día el mundo volverá a brillar como en los tiempos en los cuales Dios creó este paraíso. Pronto podremos verlo Olivia, tengo una corazonada y espero que así sea. Tengo grandes esperanzas y cierta confianza en las posibilidades de todos aquellos que desean seguir amando, compartiendo y creyendo.

Caminamos varios minutos hasta llegar nuevamente a la frontera de ambos barrios, quizás cuando entráramos en los Thorns dejaríamos aquel apartamento por estar en otro más cercano al centro de mando. El hijo de Héctor era el líder de aquella organización. Había escuchado hablar duramente sobre su pasado, inclusive pude ver parte de las consecuencias del dolor infligido. Era un monstruo sediento de sangre, un ser que podía aplastar a un ejército entero mientras la ira le dominaba. Hoy era distinto. Podía sentir el sosiego de su alma cuando lo notaba cerca en los barrios que dominaba, o más bien custodiaba con la ferocidad de un león. Todos ellos se basaban en leyes de las cuales aún no estaba del todo informado, pero aquellas que iba conociendo me agradaban.

Al entrar en nuestro pequeño apartamento me deshice de la gabardina, dejando esta en su lugar mientras meditaba como seguir la conversación que habíamos iniciado. No sabía como explicarle el deseo que tenía de ser padre, había controlado mis impulsos por seguir a Dios y dejado que me arrancara lo más preciado. Quería que supiera que esta vez nada ni nadie me impediría ser padre a su lado. Ella era la mujer que había elegido para formar una familia, aunque había hecho que cayera en pecado y por consiguiente el dolor se había forjado en su alma. Todos nos sentíamos huérfanos cuando padre dejaba de amarnos, en mayor o menor medida, y yo me sentía terriblemente culpable incluso en esos momentos en los cuales pensaba que la hacía feliz.

-Me gustaría tener más de un hijo, creo que es algo que siempre he deseado. Desde que asistí a mi primer parto y vi el orgullo del padre reflejado en sus ojos. Pude sentir que la vida surgía entre mis dedos, sus pequeños pulmones se ensancharon y aquel grito de libertad fue mágico. Su llanto era un canto a la vida, la música más hermosa que podía escucharse en los primeros días.

El llanto de un bebé cuando iniciaba su camino en el mundo era hermoso, pues significaba que la vida continuaba. Sus sonrisas, la forma expresiva de sus ojos y la tranquilidad de sus sueños eran también un conjunto de canciones que acariciaban el mundo con esperanza y belleza. En un mundo tan gris se necesitaba comprender la vida, sentirla cerca, para apreciarla y defenderla.

Me senté en el borde de la cama observándola. No sabía cual sería su reacción. Quizás podrían pasar años hasta que pudiéramos sentir la bendición de ser padres, pero estaba seguro que en una vida tan larga podríamos tener varios hijos. No podría medios para evitarlo. Nuestra unión se llenaría de la esperanza y belleza necesarias en dos almas que hasta ese instante habían caminado en soledad.

Sentí sus brazos rodeándome haciéndome sentir su calor emanando de su cuerpo, tan cálida como el primer día en el cual fue parte de mi vida. Deseaba expresarle con acciones en completo silencio mi amor, mis mayores deseos y la sensación cálida que me hacía sentir desde que comenzamos a caminar juntos. Sin embargo, sabía que ella podía sentirlo sin demasiado esfuerzo. Podía ver en mis ojos la luz que me ofrecía y la felicidad que me transmitía cada uno de sus gestos.

-Eres una flor cálida en plena oscuridad. Tan hermosa como eterna, Olivia.

Era la luz del candil que parecía iluminar toda la habitación en la cual me encontraba, esa esperanza que me hacía continuar pese a los inconvenientes. En ella había encontrado la fuerza que Dios me había retirado. No importaba estar maldito si la maldición debía cumplirla a su lado, pues sus brazos eran el paraíso y sus manos el templado viento que transmitía la belleza del océano.

-Descansemos.

Murmuré recostándola en la cama mientras apartaba la cobertera, echaba a un lado el edredón de plumas y las sábanas de color blanco. Era un colchón mullido aunque firme. En ello no había escatimado gastos, deseaba que se sintiera en una nube junto a mí. Habíamos dormido en lechos llenos de alambre, en medio de alcobas poco higiénicas y frías habitaciones de hotel. Yo deseaba que nuestra vida juntos fuera tan cómoda y cálida como nuestro lecho.

Abrigué su cuerpo junto al mío, pues pese a ser primavera el frío nocturno parecía colarse por cualquier rendija. Mi boca se posó sobre su frente dejando un cálido recorrido por su rostro. No podía dejar de besarla, me había hecho feliz aceptando el ser la madre de mis hijos. Aunque no lo hacía evidente deseaba ser padre y nada más verla junto a mí los primeros días deseaba serlo, pero había reprimido mi deseo puesto que ella aún desconocía tanto y la veía tan frágil que me asustaba perderla.

-Te amo.

Dije apagando la luz de la mesilla, la última luz que quedaba en nuestra habitación. Mis brazos rodearon su cuerpo pegándola hacia mi, manteniendo su figura junto a la mía. Comencé a besarla de forma lenta aunque entregada, dejándome llevar por la felicidad que fluía por todo mi cuerpo. Todo era gracias a ella, sólo a ella.

Mis manos seguían por su rostro recorriéndolo y cuando dijo que descansáramos asentí dejando que me acostara en la cama, cuando me pego a su cuerpo sonreí aquel lugar era nuestro refugio un lugar que solo compartía con el, era como estar en nuestra propia nube el y yo juntos en esos momentos no importaba nadie ni nada solo el y yo

Sus besos recorrían mi rostro y una sonrisa se dibujaba en mis labios que buscaban los suyos rozándolos apenas -Te amo Rafael - dije para después responder su beso de una forma lenta entregando cada parte de mi ser en aquel beso mientras sentía su cuerpo junto al mio, mis manos iban a su cabello enredándose en el sintiendo aquella sedocidad que había en esos rayos de sol que tenia por cabello, no había nada que me pudiera perder mas que sentirlo de aquella forma

Indudablemente la amaba. No había atisbo de duda sobre mis sentimientos, los cuales iban creciendo como si fuera la hierba en medio de un paraje que jamás hubiera sido pisado y maltratado por el hombre. Era la luz del sol en medio de la oscuridad a la cual habíamos sido arrojados. Dentro de aquella fría soledad estaba su calor que me conmovía, alentaba y fortalecía. Recordé los primeros días tras mi fatal caída, mis músculos tensos y las lágrimas que no dejaban de surcar mis pómulos. El dolor de sentirme abandonado por mi Padre, al cual incluso aún amaba, me hacía temblar lleno de amargura. Sin embargo, ella fue la mariposa que trajo la primavera mientras dejaba que la rodeara entre mis brazos. El lago se hacía un referente intenso en nuestros recuerdos, un punto de partida para el camino que íbamos a iniciar.

-Deseo que nos casemos en el lago.

Aquel lugar era el apropiado para nosotros. No deseaba una iglesia llena de bienes materiales, oro que debía venderse para alimentar a los pobres y toda la ostentación cínica que algunos demonios inculcaban en los pobres párrocos cegados por sus palabras. Deseaba un lugar donde la belleza de Dios aún existiera, pues aunque él ya no nos amara no significaba que nos opusiéramos a él. Yo jamás le odiaría, nunca le reprocharía el dolor que sentía y ni mucho menos le señalaría por la marca en el lado derecho de mi torso.

-Quiero contemplarte vestida con un traje sencillo y blanco, con tus cabellos decorados con flores frescas y radiante. Deseo hacerte feliz dentro de lo sencillo, frente a la belleza de la vida y la paz de la naturaleza.

Mis manos recorrían su rostro lentamente, mis dedos surcaban su frente y sus carnosos labios mientras la contemplaba como si fuera la primera vez. El día que la hallé en medio de las heladas calles del Vaticano supe que sería importante en mi vida, tuve cierto sentimiento que se fue alentando con el tiempo. Pensé que sería un gran apoyo, pero jamás hubiera creído que ella sería la mujer que me rescataría del desánimo y me daría el amor entregándose a mí en cada mirada.

Sus caricias me atrapaban en un deseo profundo de sentirlas hasta la mañana. Mis labios acariciaban los suyos con cortos besos que se fueron intensificando. Mis manos se deslizaban por sus mejillas hasta su cuello y sus hombros. Sin embargo, el deseo de tenerla junto a mí provocaba que quisiera sentirla como mujer entre mis brazos.

-Te amo.

Dije acomodándola contra el colchón mientras mi cuerpo caía sobre ella. Sus largas piernas parecían las de una sirena que comenzaba a caminar por el mundo, como si una poderosa magia la hiciera ser un perfecto pez para un baile en la superficie. Me juré que jamás me separaría de ella, pero no sólo era un juramento sino una necesidad y una realidad latente. Mi boca se posó en su cuello besando cada trozo de este, percibiendo su aroma y su calor, mientras nuestras piernas se redaban y mis manos se deslizaban sobre sus pechos y caderas.

Mordí suavemente su lóbulo derecho mientras los dedos de mi mano izquierda jugaban sobre su vientre, justo bajo su ombligo. Mis besos se volvieron cada vez más intensos sin pretenderlo. El deseo me hacían desearla aún más que antes, necesitarla y extrañarla cuando algo así no ocurría. Me dolía no poder controlar esos instintos y mancillarla de esa forma con mis caricias indecentes, pero era incapaz de evitarlo.

Su cuerpo ya lo conocía, sabía como era la textura de su piel y el aroma de sus cabellos. Cada partícula de su ser lo reconocía como parte de mi vida, pues ella era para mí la mujer que reinaría en ella por siempre.

Mis manos parecían que eran un imán que estaba por completo pegado a su piel, sonreí cuando lo escuche cada que me decía que me amaba era como ver de nuevo el cielo aquel al que ya no volvería pero que estaba en su mirada cada que me veía, sentí el colchón contra mi espalda y su cuerpo sobre el mío, mis manos bajaron por su espalda lentamente dibujando cada musculo de ella, siguiendo unos trazos que ya sabía de memoria.

Sus besos hacían que mi piel se erizara mientras mis ojos se cerraban involuntariamente, cuando mordió mi lóbulo un jadeo involuntario salió de mi garganta mientras mi cuerpo se empezaba a retorcer un poco bajo el suyo con una necesidad que solo él me provocaba, mis labios buscaron los suyos con sed, lo bese lenta pero profundamente sin que mis manos dejaran de sentir su piel mientras me dejaba envolver por aquel aroma a incienso que despedía su piel uno que hacía que mis sentidos se nublaran cuando estábamos así de cerca

Su cuerpo era un hermoso prado del cual ya conocía cada recodo de su camino, las piedras y los arbustos que daban la agradable sombra y el perfume de sus maravillosas flores. Ella era mi paraíso, el edén o el vergel que Dios había despreciado por ser mancillado por mis manos. Sería yo quien hiciera germinar en su interior la semilla del amor, aunque él únicamente viera pecado. No importaba si otros vieran pecado, yo veía el amor que únicamente un hombre puede conceder a su pareja.

Sus sentimientos eran míos como los míos eran suyos, nuestras almas se mezclaban en un cálido abrazo mientras mis labios recorrían su cuello, clavículas y pechos. Sus senos estaban cubiertos por la textura de los pétalos de una flor recién florecida. Sus ojos eran los de un hermoso felino que buscaba con curiosidad en el mundo un momento de calma y otro de agitación. La mujer que amaba no era sólo una mujer, era la mujer por la cual daría todo lo bueno y lo malo que podía habitar en mi.

Pasé mi lengua por sus pezones, primero el derecho y después el izquierdo, para dejarla sobre el canalillo y bajar lentamente por su vientre hasta su monte de venus. Mi dedos recorrían su figura, primeramente sus mejillas y más tarde sus caderas. Deseaba que todo su cuerpo entrara en contacto con el placer del amor, la dicha y la desesperación mezcladas en aquel acto tan impuro en un principio pero tan lleno de cariño y confianza.

Acomodé sus piernas con cuidado dejándolas abiertas, de esa forma podía acceder a su sexo. Quería ofrecerle el amor más puro. Mi lengua se introdujo en ella acariciando su clítoris mientras mis manos agarraban sus muslos para que no cerrara sus piernas, pues sabía que podía tener el instinto de hacerlo y de esa forma evitaba poder darle el mejor placer.

Continué con mis caricias en su sexo a pesar de su instinto de cerrarlas, pero aquel deseo de hacer le experimentar el placer otorgándole nuevas sensaciones, era aún mayor que cualquier instinto que ella pudiera poseer. Mis manos se aferraron a sus muslos marcando mis dedos en su suave piel, aunque esperaba que la presión no fuera excesiva ni la dañara. Era delicado en todas mis acciones. Ella aún era una niña con respecto a todo lo que yo era con respecto al sexo, aunque habían pasado tantos siglos que creí que lo había olvidado.

Aparté mi boca de aquella zona mordiendo su vientre mientras hundía uno de mis dedos en su interior, buscaba dilatarla para que no le doliera mi entrada en ella. Sabía que ella era delicada en ese aspecto, aunque fuera una guerrera no dejaba de ser una mujer. Quería satisfacerla y hacerla mía de una forma dulce y entregada. Mis dientes acariciaban el delicado envoltorio de su vientre, caderas y pechos. Recorría su figura con besos y mordidas mientras hundía un segundo dedo, moviéndolos lentamente buscando el provocar en ella cierto calor y deseo.

Dejé sendos besos en su cuello mientras mis manos iban a sus caderas, ambas manos acariciaban su cintura. Meditaba como introducirme en ella con cuidado, siempre tenía miedo de darla. Abrí sus piernas con mis manos y me dejé llevar por la necesidad de sentirme dentro de ella. Me introduje entre en su sexo con cuidado y acabé jadeando por la sensación agradable que envolvió mi miembro.

-Olivia.

Susurré su nombre besando sus mejillas para acabar mirándola a los ojos, concentrándome en ofrecerle un amor entregado. Quería que fuera la mujer más dichosa dentro y fuera de la cama.