Diversión asegurada - Privado

Mis planes salían rodados en una ciudad cubierta de caos, oscuridad y mediocres estúpidos engreídos. Los Ángeles, un nombre encantador y completamente diferente a lo que se cocía en ellos. Bajo sus piedras, luces de neón atrayentes, altos rascacielos, coches de lujo, mansiones e inútiles que sobrevivían como podían en los clubs o trabajos mediocres, existía un infierno superior al de cualquier ciudad. Quien conocía Los Ángeles sabía que muchos vendían sus almas por un trozo de cielo en la Tierra, y yo era capaz de conocer como era ese cielo para ellos.

Algunos tenían como cielo el abuso de drogas sin límite, el sexo sin cuidado y la destrucción de sus vidas con cada fiesta desinhibida. Yo les proporcionaba todo aquello absorbiendo su energía negativa, saboreando el momento en el cual caían muertos a mis pies y sus almas me pertenecían. Era mi modo de vida, así como el de cientos de hermanos de las tinieblas y el despropósito.

Cientos creían que el cielo era llegar a lo más alto en los negocios, no les importaban pisotear las cabezas de aquellos que tenían como mano derecha y de envenenar a los políticos con actuaciones dignas de Lucifer. Sin embargo, cuando llegaban a lo más alto terminaban cayendo en desgracias. El contrato era llegar a lo más alto, no mantenerlo o tener vida suficiente como para disfrutarlo.

Las cosas malas les suceden a las malas personas, pero yo no era una persona sino un ente que llevaba en el universo desde antes de la formación de este. Dios tenía más en común con nosotros que Lucifer. Si bien, la ideología del Príncipe de los Infiernos era muy parecida a la nuestra, por ello le servíamos dado que su poder era equitativo al “Supremo”.

Viajaba aquella noche en una limusina paladeando una copa de champaña mientras el sonido de un viejo clásico de rock sonaba en la radio, me sentía feliz pero mi rostro era serio y no de estúpido despreocupado. Jugaba con el preciado majar observando sus burbujas, saboreándolo aún en la punta de mi lengua y dejando que el vehículo siguiera moviéndose por los barrios más lujosos. El traje hecho a medida por uno de los mejores sastres de Milan me sentaba a la perfección, a pesar de ello algo en mí pedía que sacara mi lado más siniestro esa noche.

-Debería buscar algo de diversión, la vida de un empresario a veces se vuelve muy aburrida.

Susurré aquello contemplando el dorado burbujeante de mi copa, justo cuando decidí hacer un gesto para que parara mi chofer. Cerca estaba uno de los clubs de mi competencia, vería como adquirirlo de alguna forma poco elegante pero sin dejar de ser sofisticado en mis maneras. Haría un buen trato, si no lo aceptaban no tendría más remedio que hacer que ardiera. Las almas de esos condenados debían ser mías.

Mis lujosos zapatos tomaron finalmente la fría y gris acera, mientras mi enorme cuerpo surgía de entre las sombras de mi vehículo de lujo. La limusina había llamado la atención incluso al portero de aquel antro, era un antro comparado con mis clubs más soberbios donde todos hallaban el paraíso, el momento más delicioso de un edén salvaje y lleno de sexo, drogas y diversión asegurada. Salí acomodando mi chaqueta y notando como mi chofer cerraba la puerta, para luego regresar a su trabajo, marchándose para dar vueltas por la ciudad hasta que yo le necesitara.

Mis pasos eran lentos, algo torpes quizás en apariencia pero elegantes. Era un ser adicto a los negocios, como a la diversión más carnal y vanidosa. Aquel lugar sería reformado, sobretodo la fachada simple de ladrillos vistos y arbustos mal cortados. Deseaba gárgolas, pintura negra para esos ladrillos, como si se hubiera incendiado y fuera la boca a los infiernos. Una larga alfombra cubriría la acera hasta el final del local, pondría pasadores de seda roja por supuesto, donde se agolparían lo mejor de lo peor y lo peor de lo mejor. Ya imaginaba el interior con unas luces más oscuras donde se pudiera dar rienda suelta al sexo más desenfrenado, obsceno y suculento. La planta de arriba tendría lugares de lujo y perdición, donde la droga de cualquier tipo correría por las venas de los estúpidos clientes o empresarios que me vendieran algo más que su alma.

Nada más entrar fui directo a la barra, la conservaría puesto que la madera era buena y la distribución de las bebidas quedaba a la altura de los ojos. Se veía tentadora, inclusive el espejo que mostraban a todas las almas decadentes moviéndose con frenesí y deseo. Sin embargo, cambiaría los taburetes, eran algo incómodos y dispondría otros más elegantes acordes con el local.

-¿Y tú jefe?

Pregunté al camarero mientras se aproximaba a mí para preguntarme qué deseaba, pero no dejé que hiciera esa estúpida frase con sonrisa de trasnochado. Mis ojos conectaron con los suyos, doblegando su alma y sus acciones.

-En el despacho.

Fue lo único que dijo aquel imbécil, pues no me quedé a preguntar si estaba o no reunido. Fui directo a la zona de despachos, la cual estaba marcada con “Sólo personal autorizado”. Entré sin llamar, puesto que yo no tenía que hacer ese tipo de entradas en un lugar que ya tenía como mío.

-¡Pero! ¿¡Qué demonios!?

Exclamó aquel baboso gordinflón en su asiento de cuero mientras una prostituta daba rienda suelta a sus encantos bajo la mesa, disfrutaba de un oral mientras fumaba un abano sintiéndose quizás el rey del mundo. Pero el rey del mundo era Lucifer y yo uno de sus allegados. Mi líder, así como los demonios más antiguos, dominábamos las sombras y no patéticos alfeñiques que creían tenerlo todo.

-Compro tu local, lo haré por cinco mil dólares.

-No me hagas reír, este local vale casi cinco veces más. Sólo hay que ver la clientela que tenemos, así como todo lo que ves en él. Este local es el mejor de Los Ángeles.

Casi se atragantaba con sus carcajadas, pero más se atragantó cuando lo agarré del cuello levantándolo de su pútrido asiento. Sus piernas colgaron y sus ojos se desorbitaron, mientras aquella zorra salia corriendo y yo simplemente sonreía de lado.

-Acepta mi propuesta o concédeme el honor de enviarte al infierno.

Aquel sudoroso imbécil sintió como su miembro se deshinchaba, ya no sentía placer sino pavor. Una lástima que con mi mano apretando su garganta no pudiera hablar, convirtiéndose en un balón azul con los ojos fuera de sus cuencas. Lo lancé contra la planta de plástico que tenía en un rincón, provocando que una estantería de libros cercanas cayera sobre él. Era la contabilidad del local, llena de deudas por culpa de la adicción al juego y a las putas de aquel tipejo.

-Espero que te guste el lugar donde irás.

Susurré mientras me remangaba la camisa, mientras él estaba ahí tirado me había sacado la chaqueta y dispuesto a terminar con los pocos latidos de su corazón. Mi mano entró como una cuchilla dentro de su pecho, sacándoselo para sentir su bombeo entre mis dientes. Lo mordí saboreando su carne, paladeando su oscura alma la cual se consumía directa a engrosar y tomar partido de la lista de los infiernos.

-Saludos a mi jefe, foca.

Fue lo último que dije en aquella sala, arrojando su corazón mordido a sus pies para después tomar el bidón de agua y lavar mis manos allí mismo. Me coloqué bien la ropa y salí con un falso documento de compra, el cual creé de la nada gracias a mis poderes. La compra de un local siempre lo hacía de manera formal, pero a veces tenía que usar mis viejos métodos.

De camino a la barra deseé un whisky para sacarme el sabor de aquella sangre podrida. Me asqueaban los simples humanos, eran títeres insignificantes. Me senté junto a un joven de aspecto extraño, apestaba a sexo y sangre algo muy llamativo para mí y para cualquier demonio.

-Pon el mejor whisky, celebro la compra de este local.

Reí ante la expresión atónita del camarero, antes de mirar al chico con descaro. Saboreaba su aura negra, perturbada y sádica. Sabía que me serviría de diversión, al menos esa noche, y quizás las próximas trabajando para mí atrayendo quizás a más como él a mi recién adquirido local.

-Pide lo que quieras, te invito.

Comenté antes de sacar uno de mis cigarrillos, para prenderle fuego con mi zippo de oro blanco. No necesitaba de esas vulgaridades, pero el lujo siempre fue para mí una soberbia tentación.

Podía notar su fascinación hacia mi persona, o más bien hacia el mal que encarnaba cada célula de mi cuerpo. Él parecía deseoso y excitado con cada macabro hallazgo de este mundo, al menos eso me decían sus modales y su forma perversa de contemplarme incluso a mí. Había dado con una buena pieza, con la cual quizás me divertiría y celebraría la compra del local. Siempre era bueno congraciarse con personas podridas, porque las manzanas podridas podían terminar por pudrir al resto.

-Las alfombras rojas son mi firma en los locales que adquiero, me recuerda al fuego purificador de los infiernos y a la sangre inocente de mis víctimas.

El camarero tragó saliva intentando no desplomarse frente a su nuevo jefe. Era un humano que había reconocido el mal en mis modales. Todos sabíamos que los altos cargos, los grandes líderes, eran parte de las hordas de los infiernos. Nosotros manejábamos el mundo en las sombras, el ser humano no era más que una marioneta. Pronto no tendríamos que hacerlo a oscuras porque la luz no existiría, todos se sumarían a una pesada brea que les cubriría de pies a cabeza.

-¿Quieres diseccionar al camarero como si fuera una rana y tú un estudiante de biología?

Era una pregunta con una respuesta fácil, deseaba hundir en más de uno aquella daga que parecía su mejor amiga, o más bien su amante, por como la trataba. Sonreí como lo haría un viejo canalla de película en blanco y negro, era un desheredado y un proscrito desde mucho antes que Dios creara el mundo, y con ello los humanos y toda la patética vida que respiraba en su dulce planeta Tierra.

-Adelante, te doy permiso para ello. Sin embargo, podría ofrecerte mayores diversiones y lujo sin fin en alguno de los bares, casinos y antros de moda que poseo. Tal vez, en ellos, encuentres mejores víctimas que furcias o patéticos con pajarita.

Le tendría la oportunidad de conocer mi mundo, el mundo del ocio nocturno más magnífico y apabullante, y tal vez podría divertirme con su cuerpo o quizás acompañándolo a sus sanguinarios juegos. Todo era posible en la noche, más aún si eras un demonio tan antiguo y cruel como lo era yo.

La música que sonaba me asqueaba, eso sería lo primero que cambiaría. No sólo las alfombras rojas, gárgolas o ángeles caídos, eran parte de mi sello de calidad sino también la música atrayente que solía sonar. El rock y el metal más clásicos sonaba en los altavoces de las fiestas que yo ofrecía como quien ofrece una golosina a un niño, pero esta envenenada y tan corrupta que sólo con tocarla te hacía descender al purgatorio. Odiaba la música generada por ordenador, si bien lastimosamente desde que se había puesto de moda por allá en el 1990 era cada vez más escuchada y considerada de culto, cuando poseía la misma belleza que un excremento de perro.

-Pero como he dicho, adelante. Diviértete muchacho, se feliz y genera un poco de odio para que pueda recordar qué es ser joven.

Mientras discutíamos sobre su sana diversión el caramero cada vez estaba más pálido, lo cual lo hacía aún más divertido. Su alma no valía ni un céntimo de dolar, era tan barata como el papel que se usaba para fumar. Basura, escoria humana, nada más. Tal vez llorarían su muerte, pero pronto lo olvidarían y sólo la casera de su patético cuchitril lamentaría no haberle cobrado el alquiler por adelantado.

No moví ni uno de mis músculos, prácticamente parecía un muro de piedra que no se desgastaba ni siquiera con el paso del tiempo. Había conocido a cientos de tipos como él, chicos que se creían con la voz de mando y las manos muy largas. Mis ojos verdes contemplaron los suyos a corta distancia mientras su mano jugaba a rozar mi tela, si buscaba excitarme sólo estaba consiguiendo molestarme con sus malas artes. Detestaba que me tocaran, incluso de esa forma, si yo no había concedido permiso. Pero por supuesto dejé que jugara a ser el chico malo frente a todos, creando para ellos la función de turno.

No me inmuté siquiera por su alarde soez ante las concurridas almas del local, el cual parecía dispuesto a seguir su diversión corrompiendo sus almas y bebiendo del whisky a mi salud. La multitud simplemente se dejaba influir por su necesidad, la de diversión a bajo coste y con buena música de fondo. Todos se burlaron de sus palabras, excepto yo. Estaba impaciente por ver su forma de proceder, me gustaba actuar en silencio ver los resultados más que agitar a las masas.

-Rojo pasión.

Susurré al ver como la sangre brotaba de los labios de aquel camarero, olía a muerte el ambiente y me agradaba. Finalmente había degollado como un pollo al idiota de la barra, un tipo que rozaba los treinta años y no había conseguido ser nada más que camarero. Un pobre diablo que ni siquiera tenía estudios, novia o familia. Un ser descreído de todo que comenzó a ver los infiernos antes de caer muerto, ya que mis ojos eran llamaradas verdes que le contemplaban con parsimonia.

Los gritos comenzaron a sonar, todos corrieron hacia las puertas como una estampida. Algunos murieron bajo los altos tacones de aguja de aquellas con las que bailaban momentos atrás, varias chicas quedaron aplastadas contra las mesas y otros muchachos simplemente fueron golpeados en el tumulto, un golpe seco que los dejaron muertos sobre las mesas o en varios rincones. Fuera como fuese el local quedó vacío en pocos minutos.

-Gracias por vaciar mi local, soy algo más snob.

Me levanté del taburete apurando mi whisky dejando propina junto al cadáver maltrecho de aquel tipo, sonriendo con malicia. Susurré entonces en el oído frío del cadáver.

-De parte de Caim, el presidente de los infiernos, para mi amigo Lucifer.

Acomodé mi traje e hice un leve gesto con mi cabeza al podrido de alma, corrupto hasta la médula, que había hallado en el local. Me resultaba interesante, tal vez podía sacar partido de su insistente violencia. Si bien, debía cambiar sus modales pues me resultaban divertidos pero en mi mundo se estilaba algo distinto. Los demonios eramos los altos ejecutivos, los líderes indiscutibles del mundo, y nuestras malas artes eran algo más que malas palabras y gestos toscos.

-Si te educaras bien serías un perfecto hijo de los infiernos.

Comenté llegando a la puerta de salida, para luego ofrecerle salir primero. Con una sonrisa cruel y divertida le miré fijamente, era algo femenino en rasgos y eso tentaba en cierta forma.

-Las damas primero.

Fue delicioso, sin duda, el contemplar su cuerpo contoneándose como una serpiente olfateando y saboreando la muerte. La sangre tenía una fragancia especial cuando se esparcía entre los orines, y la sudoración excesiva, a causa del pánico. Se aproximó al joven que estaba maltrecho en el suelo, lo hizo con cierta elegancia que me recordó a muchos de mis hermanos. No había que olvidar la elegancia de la muerte, aunque fuéramos máquinas perfectas para destruir el mundo.

Sus dedos se hundieron en las orbes azules que le suplicaban ayuda, clemencia y necesidad. No se podía describir el pánico del sujeto cuando notó que iba a morir, que lo haría de una forma desagradable y cruel. El último aliento se lo llevó un gemido de dolor envuelto en alivio, finalmente moría esperando que lo aceptaran en el cielo. Sin embargo, un camello que no tenía ni siquiera la inteligencia suficiente para un empleo “digno” no sólo iría al infierno, sino que allí se encontraría con cientos de víctimas muy agradecidas por haberlos arrojado a las llamas de la perdición.

-Hablo de tu lenguaje, pequeña serpiente.

Comenté ante sus arrojadizas palabras, todas ellas llenas de cierta libertad y deseos de seguir con ella. Estaba seguro que se había visto con un hermoso collar de cuero y una placa esperando que alguien le tocara la cabeza, le mirara con cierto aire dominante, y le dijera “buen chico”. Sin embargo, me refería a su lenguaje y a canalizar su ira.

-Puedo hacerlo mucho mejor, pero lo cierto es que así es divertido estando a tu altura.

Quería provocarlo, ver hasta que punto podía explotar como una pompa de jabón. Sonreí contemplándolo unos segundos, como pasaba frente a mí y seguía su camino dejando que la destrucción quedara atrás. La sala de fiestas estaba bañada en sangre, vísceras, residuos fecales y copas derramadas. Debería mandar a limpiar todo aquel estropicio para que mis chicas hicieran el resto, llenarían el local junto a varios de mis hombres. Un club especial para gente especial, no para mediocres que es lo que allí quedaban.

-Pronto llegará la policía, cuando ya no se les necesita.

Comenté sacando mi pequeño móvil de mi chaqueta. Era una máquina interesante, útil cuando trabajabas con humanos. No tuve ni que pronunciar una palabra, simplemente con una pequeña llamada perdida sabía que debía venir a por mí. La limusina daba vueltas por el barrio esperando que yo decidiera poner fin a mi diversión. El conductor había vendido su alma a cambio de ciertos beneficios, yo lo usaba como perro faldero y chico para todo.

El vehículo entró en la calle aparcando frente a nosotros. Abrí la puerta y le ofrecí que pasara. En el interior nos esperaban bebidas de lujo, calefacción elevada y un hermoso espacio de cuerno negro bastante cómodo. Podríamos dar algunas vueltas buscando uno de mis locales, aquel que más le agradara, para que conociera cual era mi forma de diversión favorita.

Spoiler:

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Pude comprobar como no dudó ni una fracción de segundo en acomodarse en mi vehículo. Parecía fascinado por el lujo y confort al cual yo estaba más que acostumbrado. El mundo era un completo torbellino de decadencia, sin embargo aún había placeres delicados y excitantes en los cuales caer una y otra vez. Entré tras él notando como la calefacción le hacía sacarse parte de la ropa, aquel abrigo que llevaba y que parecía minutos atrás no acobijar demasiado del tempestivo frío taciturno.

Mis ojos se deslizaban por su cuerpo contemplando cada gesto y movimiento, así como el movimiento de sus labios sobre mi lujoso cristal de bohemia. Pronto había dado con el asombroso y compacto bar que poseía en aquel vehículo. Me ofreció un trago como si se tratara de su limusina, y no de la mía, con un gesto altanero y frívolo. Saboreaba el caro y viejo whisky que había sido fabricado por una de mis empresas. Llevaba siglos en el mundo dominándolo, tentándolo y extasiando a todos con los manjares más increíbles y satisfactorios.

-Para hacer buenos negocios hay que saber pulir los detalles.

Era un ser sádico, despreciable y mezquino tan soberbio como Dios mismo; sin embargo, también era un buen negociador de palabras escuetas y actos elegantes tan sofisticados que podían hacer caer a cualquiera. Me interesaban personas de alta alcurnia, hombres de negocio con un prestigio que salvar y artistas de éxito. Para poder contactar con ellos debía ser seductor mostrando mi mejor léxico, así como las mejores formas. Si bien, también socializaba con cucarachas a las cuales prácticamente aplastaba con palabras tan soeces como las suyas.

-Schneider mi cometido en este mundo es disfrutar mientras otros caen. Poseo en secreto al mundo en mis manos, juego con él y me divierto moviendo fichas. El ser humano es mi marioneta y jugaré con él hasta que inevitablemente se rompa, o me aburra.

Miré mi copa de whisky antes de llevarla a mis labios, lo hice saboreando su sabor algo fuerte y el calor que recorrió mi garganta recordándome al lugar de donde provenía. Mis ojos verdes tuvieron contacto con los suyos unos instantes, comprobaba que su alma era tan oscura como el carbón y eso era atractivo en un ser despiadado.

La limusina se movía rauda por las calles, fueran cuales fuesen, mientras yo meditaba qué rumbo tomar finalmente. Estaba indeciso entre varios clubs, quería mostrarle con detalle lo delicioso que era sentir como se caía en pecado con estilo. Era un snop amante de la crueldad y la lujuria. Pulsé el interfono cuando lo hube decidido.

-Señor ¿puedo ayudarle en algo?

-Llévenos hacia el Atlantis.

El Atlantis era uno de los hoteles más prestigiosos de la ciudad, poseía frescos de estilo renacentistas de viejos dioses griegos junto a hermosas alfombras cubiertas por las mujeres más lujuriosas. Todo el hotel era un club social donde se podía mantener relaciones sociales, encuentros fuera del matrimonio y negocios así como consumo de cualquier droga. Cada acto en aquel lugar era un paso más hacia los infiernos cubierto de cierta, por no decir extrema, privacidad. Podías incluso cometer asesinatos, ya que para ello recogíamos a pobres diablos sin futuro en las heladas calles o a tu peor enemigo. Todo se hacía mediante pactos que en ocasiones iban más allá del dinero, ofreciendo lo más preciado que es el alma.

La limusina continuó rodando mientras yo continuaba saboreando mi whisky, su compañía y el confort de aquellos asientos. Mis dedos recorrían las costuras que estos poseían observándolo. Era una criatura extraña, tal vez un enigma que me provocaba querer conocer más a fondo hasta ver de qué era capaz aquel engendro. Si me aburría al menos me habría divertido un rato a su lado, si me entretenía quizás pactaba con él.

-Verás muchacho, el placer es algo más sofisticado y exclusivo que eso que tú llamas satisfacción.

Comenté justo cuando contemplé las llamativas luces de mi lujosa torre de pecado. Mi chofer me abrió la puerta, yo salí acomodando los botones de mi chaqueta. Mis pasos eran calmados, no tenía impaciencia alguna pues sabía que escondía tras aquellas puertas que sólo se abrían a los personajes más afamados, adinerados o simplemente poderosos.

-Buenas noches señor.

Escuché a uno de los botones abriéndome aquellas enormes puertas de madera negra, madera quemada como si hubiera estado en los infiernos, la cual tenía a su alrededor diminutas afroditas que invitaban a pecar con sólo contemplarlas.

-Viene conmigo.

Fue lo único que dije a los dos monigotes que estaban evitando que pasara mi compañía, tal vez porque no vestía de forma refinada y estaban seguro que no se encontraba en la lista. Pero la lista la podía modificar el dueño como más le conviniera.

-No puedo aburrirme, ¿no lo ves?

Fueron mis escuetas palabras como respuesta a sus anteriores preguntas. Aquel mundo era tan embriagador y exhuberante como las flores de un manglar. Se podía encontrar peligrosos y salvajes animales domados por la lujuria, la pasión más extrema hacia las drogas más sintéticas y letales, así como hacia la muerte. La decadencia se vería atractiva si llevaba bonitos tacones y un escote pronunciado.

Las mujeres más deslumbrantes coqueteaban con altos ejecutivos, los cuales dejaban la seriedad para su esposa y para aquellas lindas jovencitas tenían la sonrisa más seductora. Las mujeres que pasaban los cuarenta jugueteaban con la droga y unos chicos de aspecto agresivo, pero domados como ellas por culpa de la necesidad de ciertas sustancias. Todos bailaban como en el cuento de Edgar Allan Poe, la máscara de la muerte roja, mientras el reloj no se pronunciaba.

Los elegantes frescos estaban hechos con maestría, algunos los había elaborado yo mismo con mi poder. Eran reproducciones que ya no se encontraban, vestigios de un mundo que quedó sumergido gracias a la estupidez humana y la mediocridad que siempre les rodeaba. Nosotros podíamos recrearlo para ellos una vez más, pero no con buenos fines sino con los peores. Aquello no era el Olimpo, era el Hades y en el Hades reinábamos los demonios más crueles los cuales los transportábamos por la Laguna Estigia.

-Arte, decadencia y azufre.

Susurré quedando a su altura mientras notaba como un joven y escuálido camarero se aproximaba a nosotros. Era un hombre de aspecto común, de rasgos normales y apariencia algo seca. En su mano derecha llevaba una charola con whisky, dos copas. Era el mismo whisky de mi limusina, y lo traía porque todos sabían que llegado al local siempre deseaba tener en mi mano una copa de lo más lujoso y exquisito. Sus pasos eran rápidos y precisos, sabía hacer su trabajo y por ello estaba aquí contratado. El lujo no debía ser desperdiciado en malas manos.

Tomé uno de aquellos vasos y le pasé el otro a él. Bebía calmado observándolo todo como un león a sus futuras presas. Algunos caballeros se propasaban con las jovencitas, otros aún intentaban cazarlas a la vieja usanza y arriba se escuchaban los gemidos de las mujeres que disfrutaban con hombres jóvenes. También había olor a pólvora y muerte, en algunas habitaciones se aniquilaba como si estuvieran en un coto de caza disparando al plato.

-¿Quieres conocer mi negocio? ¿O piensas que es demasiado ostentoso para ti?

Escuchaba sus palabras con atención a pesar que mis ojos viajaban hacia las numerosas mujeres de la sala, cumplían su cometido calentando a todos aquellos seres decrépitos que no eran más que mis marionetas. Disfrutaban de noches llenas de placer pegados a las bocas de las muchachas que me conseguían mis contactos, una de ellas la hermosa Lujuria la cual había hechos tratos recientes conmigo, así como también se internaban en sus vaginas sedientas de sexo y emociones fuertes. La droga corría de mano en mano, como si fueran golosinas, y el champaña recorría sus gargantas provocándoles cierta sensación de clase.

-Al lujo todos se acostumbran, incluso aquellos que vienen de las alcantarillas. Así que no dudo que tú lo disfrutes, pues vienes de lugares poco agraciados que te han hecho ser tóxico y cruel como uno de los míos.

Mis palabras viajaban con cierta dificultad entre la música que comenzaba a desatarse con oleadas de perversión, furia y deseo. El encanto de mis locales era la selección de las manzanas más podridas en un ambiente elegante, casi paradisiaco, mientras la música los incitaba a copular como auténticos animales. Miraba a mi alrededor y sólo veía a salvajes hombres de negocios olvidando sus modales tan pretenciosos.

Sus siguientes palabras me regalaron el oído provocando que riera. Realmente estaba siendo bastante curiosa aquella criatura. Se contoneaba como una serpiente en un infierno lleno de cientos como él, aunque con otros colores pero no tan llamativo. Sabría aprovechar la oportunidad de corromper aún más a un ser de su especie, casi un demonio buscando hueco entre los que eran como yo y jamás serían como él.

-Yo no tengo reinas, tengo furcias. Principalmente mujeres que se encargan de limpiar mi sable cada noche, y que por supuesto desean que siga entre sus piernas como si me gustara repetir platillo. ¿A ti te gusta comer todos los días lo mismo? A mí no.

Disfrutaba de jornadas intensas de sexo sádico en lechos de satén. Rompía las caderas a muchas de ellas, destrozaba sus frágiles cuerpos con mis garras y las preñaba sin importarme siquiera que nombre le pusieran al vástago que iba a nacer. Yo sólo me encargaba de reclutar a los mocosos cuando tenían una edad apetecible, sobre todo si eran mujeres, para que hicieran caer al más puro entre los puros. Tenía el honor de ver como los ángeles caían seducidos, e incluso enamorados, de mis hijas mientras yo susurraba en sus oídos todo lo maravilloso que era mi mundo. Ese era mi juego, mi ajedrez. Mis peones eran mis hijos, mis guerreros mis hermanos infernales, mi castillo los antros y clubs que poseía como territorio en la Tierra y las reinas eran sólo putas que me provocaban la misma ternura que un trozo de mierda pegado en el asfalto.

-¿Quieres ser mi furcia esta noche?

Murmuré quedando tras él dejando su espalda pegada a mi ancho torso. Se veía minúsculo junto a mí, me preguntaba cuánto tardaría en romper el juguete que poseía esta noche. Coloqué una de mis manos en su vientre mientras sonreía de forma fría deseando escuchar su respuesta.

-Claro que si no lo deseas no me importará cambiarte por otra que me complazca, aunque viendo tu deseo de conocer los lujos que puedo brindarte tal vez quieras sentirlos más de cerca. Sábanas de seda, drogas que te aturden todos los sentidos y te transporta a un frenético vergel o sutiles bebidas que jamás volverás a probar.

Mis labios rozaban su oreja derecha esperando tentarle aún más, hundirlo en la curiosidad que parecía hacerle desear conocerme aún más. Reí bajo aproximando mi copa a los labios, alejándome de él mientras notaba las miradas de algunas mujeres hacia mí. Sabía qué deseaban y si él no estaba dispuesto se lo concedería.

-Por supuesto, una noche de placer junto a mí sintiéndome entre tus piernas sería suficiente para conocer realmente el infierno, así como para desear volver a tenerlo. Aunque no te confundas, no buscaré complacerte en ningún momento y no me preocupo si te sientes satisfecho, o miserable.

Había hecho llorar a cientos después del sexo, haciéndoles sentir confusos y con un cierto regusto a odio.

-Tu mismo, pequeña serpiente.

Spoiler:

Su lengua de serpiente no podía quedarse enjaulada en su boca, siseó cuanta palabra quiso y armó un barullo en una de las escaleras. Primero me retó con cierto cinismo, el mismo que usó para contonearse hasta los primeros peldaños que conducían a las plantas superiores, la primera zona de una enorme torre de Babel donde el caos imperaba y el lujo lo cubría todo como si fuera pan de oro. De mis ojos brotaron chispas al ver como montaba su show particular, le agradaba llamar la atención y provocar que todos le detestaran, de una u otra forma.

Yo no me moví ni un ápice durante varios segundos, permanecí allí saboreando mi copa mientras sentía como sus pasos de movían por el piso superior. Podía percatarme incluso del perfume que emitía su alma, una esencia oscura vinculada a su retorcido pasado y futuro insatisfactorio. Un joven sin escrúpulos, un maldito estúpido que me tentaba sólo para ver hasta que límites podía llegar. Sería un juego interesante, igual que un experimento.

Mis pasos se volvieron sigilosos, aunque tenía cierta tosquedad a causa de mis gran tamaño. Mis pies se posaron en cada uno de los peldaños que él había pisado, la cocaína estaba esparcida por el suelo y aún así la esnifaban desesperado por su gran pureza. Se colocarían como nunca, viajarían a los infiernos y de ahí no saldrían. Acaricié el papel pintado de la pared mientras subía a la primera planta, donde se había detenido a investigar.

Entró en la primera puerta que halló, tal vez porque del resto sólo se escuchaban gemidos de mis clientes y colaboradores. Yo, sin embargo, no entré en la sala quedando en el marco de la puerta. Mis ojos escrutaron aquel lugar, un mundo sádico para aquel que deseaba emociones más salvajes. No sólo se podía disfrutar del sexo convencional, sino también de todo tipo de parafilias.

Abrí mis brazos colocando mis manos sobre el marco de la puerta, mis cabellos caían a ambos lados de mi rostro y este estaba girado en dirección a mi presa. Contemplaba todo en silencio, como si intentara averiguar para qué servía cada objeto. Tomé aire dejándolo salir cansado, ya estaba harto de su altanería y palabras llenas de desprecio. Aún así me seguía divirtiendo el tan sólo imaginar lo que su retorcida cabeza se cuestionaba.

-Dices que odias la palabrería, yo también.

No solía abrir la boca demasiado, tan sólo en momentos precisos. Mis ojos brillaron con una luz distinta, un verdor parecido al de unos residuos nucleares. Mis pisadas eran firmes, algo lentas pero era porque iba a disfrutar de su siguiente reacción, fuera beneficiosa para mí o no.

Con un rápido movimiento lo arrinconé contra una de las esquinas libres. Agarré su cuello con mi mano derecha provocando cierta presión en su garganta, tal vez alguna molestia pero sin llegar a ser asfixiante. No quería matar rápido a alguien que podía divertirme un rato. Mis ojos brillaron de nuevo en un destello más verdoso dándole una apariencia de magma verde, casi fluorescente.

Acerqué mi rostro a él besándolo, o más bien hundiendo de forma salvaje mi lengua mientras presionaba aún más con mis dedos. Con mi mente creé unas esposas bastante resistentes, las cuales surgieron alrededor de sus muñecas impidiendo cualquier movimiento con sus manos. Los dedos de mi mano izquierda se enredaron en sus cabellos tirando de estos.

-Como ves, no eres el único que puede hacer lo que le viene en gana. Sobre todo con furcias deslenguadas como tú.

Destrozó aquellas cadenas porque no añadí hechizo alguno de poder, tan sólo eran gruesas y pesadas, me gustaba saber cuán escurridizo podía ser un deslenguado, cínico y viperino como él. Los juegos que podía disfrutar en su compañía no era más que el inicio de mi noche, tal vez podía dedicarme a probar su resistencia y su dolor. Mis ojos se quedaron fijos en su contoneo, mientras leía las palabras de su mente llenas de ego y sutil veneno.

-Nada puede matarme, mucho menos tú, aunque podrías satisfacerme con se debe. Los malparidos como tú son mis mejores furcias.

Mis pasos hacia él fueron toscos, pero sin dejar de carecer de la elegancia que estaba implícita en todo, incluso en mis malas formas. Era uno de los presidentes infernales con mayor rango, así como prestigio, a pesar de ser un desgraciado como muchos otros demonios, tenía clase y poder suficiente como para aplastar a gran parte de la humanidad con sólo un chasquido de dedos.

Me acerqué a él agarrándolo por el cuello, pegándolo a mi boca nuevamente y ofreciéndole parte de mi lengua para que la masticara. Sabía que la carne le atraía en todos los sentidos, y yo tenía un ritmo elevado para sanar mis heridas. En un pestañeo, lo que dura un suspiro, mi lengua estaba perfecta empujando aquel trozo de carne dentro de su boca. La sangre que había emanado caía por la comisura de sus labios dándole un aspecto aún más motivador a su cara de lagartija cruel.

-¿Tienes hambre?

Reí a carcajadas apartándome de él, conociendo que la sangre de demonio y su carne eran demasiado fascinantes para seres de su especie. Me recordaba a Leviathan, un rostro bonito pero tan retorcido y alucinado por los experimentos como cualquier cruel demonio. Mi boca se arqueó en una sonrisa fría

-Podría ofrecerte cualquier furcia para que te alimentaras de ella, pero estoy seguro que ese trozo de carne te ha llamado más la atención.

Sabía tentar incluso a seres como él, pues si había logrado pactos con mis hermanos era porque conocía las debilidades de cada uno de ellos. Me saqué la ropa sin pudor alguno, dejándola tirada en un rincón mientras le miraba fijamente como si fuera un cuadro aburrido de una galería de arte, examinándolo hasta quedarme inclusive con el número de pestañas que tenía en cada ojo.

-No quiero mancharme, aunque no suelo desnudarme para sabandijas como tú.

Volví a acercarme besándolo de nuevo, ofreciéndole de nuevo un trozo de mi lengua para sentir como se cicatrizaba nuevamente. Mis manos se habían pegado a sus caderas aplastándolas con mis dedos, haciéndolas crujir. Sabía que el dolor, aunque no hasta que punto el suyo propio, le satisfacía.

Cada movimiento era más salvaje que el anterior, su voracidad parecía no tener límites y su lívido corría por todo su cuerpo como si le electrocutaran con una enorme descarga eléctrica. Parecía haber abierto la caja de Pandora, por ello reí rasgando el aire cuando apartó su sucia boca de la mía. La carne de mi lengua era suficiente para que él comprendiera que a mi lado no sólo se disfrutaba de lujos, también de sensaciones más allá de algo caro y bonito.

Sus uñas arañaron mi cuerpo dejando surcos profundos que se cicatrizaron rápidamente. Los mismos surcos que tenía en su cadera producto de mis manos, sin embargo estos quedaron en su piel tatuando su carne blanda, mucho más blanda que la mía. Mis ojos se fijaron en los suyos mientras comenzaba a deslizar su lengua por mi miembro, endureciéndolo poco a poco por esas caricias tan demandantes de saborear parte de mi falo.

-Sabía que te agradaría mi lengua, pero no es lo único que puedo ofrecerte.

Agarré su cabeza con ambas manos, enredando mis dedos en sus largos cabellos para tirar de estos. Tomaba su cabeza como si fuera la de un muñeco, mientras mis caderas empezaron a moverse de forma contraria al movimiento de su cuello. Parecía un muñequito que había sido bendecido con la crueldad más pétrea, como si esta anidara en cada célula de su frágil físico y le diera la fortaleza de un demonio. Al menos, poseía su mismo carisma cruel y eso era sin duda un hecho para ser observado y experimentado.

Mi falo se endureció de forma notable con la calidez viperina de su boca complaciente. El tamaño de mi miembro era acorde al de mi cuerpo, así como su grosor. No comprendía porque Dios dotaba de tamaños instrumentos a sus criaturas si luego les obligaba a ser castos, aquel cuerpo había sido el idóneo para mí pues su aspecto era imponente en todos los sentidos.

Hundí mi polla hasta los testículos en su boca, tocando la campanilla con el glande, mientras reía bajo mirándole a los ojos como si deseara arrancárselos. Mis dedos estaban colocados sobre su cráneo creando la presión precisa para no rompérselo y por supuesto para que no se apartara ni un milímetro.

Aparté su boca de mi, lo dejé arrojado en el suelo y destrocé lo poco que quedaba de su ropa. Su cuerpo adornó el suelo frío de aquella habitación. Mis manos se vieron peor que garras cuando lo giré colocándole de espaldas a mí, abriendo sus piernas y dejando mi miembro entre sus nalgas, sin hundirlo en su agujero.

-¿No la has saboreado bastante? ¿Quieres probar como te alimento de otra forma pequeña furcia?

Deseaba jugar conmigo, o más bien con mi paciencia. Se mostraba más que apetecible, parecía desear que se lo hiciera de la forma más brusca y cruel posible. Era sin duda un amante del dolor, se recreaba con él ya fuera propio o de un tercero. Mis manos acariciaban su espalda lentamente como si no me importaran sus palabras, sin embargo cuando menos lo esperaba mis filosas uñas se clavaron en esta. Jalé con firmeza de mis garras, enganchando su carne desde los omóplatos hasta sus nalgas. Justo en ese momento de dolor introduje mi miembro entre sus nalgas.

-No juegues con mi paciencia.

El tono de mi voz era tosco y algo rasposo por culpa del placer que había sentido, atravesar su cuerpo. Mi figura se veía inmensa comparada con la suya, más frágil y sutilmente femenina. No era demasiado masculino en sus rasgos, su cuerpo era fino y por ello me ofrecía una imagen atrayente. Por supuesto, conocía a cientos como él que habían quedado destrozados tras una de mis sesiones de sexo.

Mis movimientos comenzaron a ser violentos, por lo rápidos y profundos que llegaban a ser. Las uñas seguían destrozando su piel, pese que a esta vez era la de sus costados. Pronto dejé mis manos quietas sobre sus hombros atraiéndolo mejor hacia mi, para que de esa forma pudiera ahondar mejor dentro de él. Mis ojos se cerraron mientras gruñía complacido por el calor de sus entrañas.

El sonido de mis testículos golpeando su trasero era parte del encanto de aquella violencia, se escuchaba acompañados por la violencia que ejercía. Sin embargo, él parecía estar hecho de otra pasta y quizás podía divertirme durante varias horas. Su aspecto cercano a un reptil no era sólo por su lengua, sino por su formación ósea. Era agradable saber que podía tener un juguete que por mucho que forzara no se rompería.

-Dime, ¿qué se siente siendo la puta de un demonio?
Interrogué aquello mientras reía bajo concentrándome en satisfacerme. Si él no sentía placer era su problema, no el mío. Jamás buscaba sexo para escuchar gemir a estúpidos como él, si lo hacía me complacería y si no también.

La criatura que poseía entre mis garras, hundiéndolas hasta destrozar cada trozo de su piel, rezumaba sangre envenenada así como palabras aún más venenosas llenas de placer. Podía notar como su miembro estaba endurecido, pese al dolor que podía llegar a experimentar. Su regeneración era prácticamente instantánea, ofreciéndome de esa forma una deliciosa sensación de introducirme en un recto aún con el precinto. Mi miembro ensanchaba las paredes de su esfinter destrozándolo, abriéndose camino mientras rasgaba cada músculo. Disfrutaba de la tensión que parecía producirse en sus piernas, como si estas crujieran por el dolor y a la vez temblaran por el placer.

-Furcia, muévete mejor.

Escupí aquellas palabras en un gruñido que parecía desgarrar las paredes de la habitación, era una vez más gruesa y con un tono sofocado debido al placer. Paré mis movimientos acariciando su espalda antes de agarrar sus cabellos, aplastando su cabeza contra el suelo, mientras alzaba sus caderas. Comencé a moverme en ese mismo instante, sin darle la oportunidad que su afilada, como bípeda, lengua, pudiera quejarse, o alertarme.

El ritmo que marcaba era violento, aún más que el anterior, y tan salvaje que sólo podía llevarlo un demonio de mi estatus. La brutalidad que aplicaba a mis víctimas en la cama era inhumana, podía sentir como desfallecían. Pero sabía que él no caería, seguiría pidiendo más mientras a pesar del dolor infligido.

Notaba como mi cuerpo entraba en calor, mi voz se agrietaba en cada gruñido y mis ojos fulguraban mientras oprimía más su cráneo contra el suelo de mi local. Con él no había pacto alguno, tan sólo pura necesidad de experimentar en una raza que parecía soportar bien el dolor. Me preguntaba hasta que punto estaría dispuesto a sufrir por un poco de placer.