Una vida por otra -priv +18 Cat-

Yo era un gato de lujos, caprichos, sexo, alcohol en copas de colorines, diseño y sangre. Pero era un gato también curioso, con muchas ganas de misterio. Desde que Lestat, mi estúpido antepasado rubio, me convirtió en vampiro me pasaba la vida transformado en gato. Era un animal hermoso de color negro y ojos verdes muy llamativos. Me paseaba por la ciudad contoneando mi cola y ronroneando a todos. Los gatos somos el misterio, la puerta al más allá, los seres más elegantes, la vida y la muerte unidas en un zarpazo. Pero ni esa noche me fui a curiosear casas, ni me convertí, ni nada de eso. Esa noche me vestí con unos jeans ajustados entubados, una camiseta ajustada negra y una chaqueta de cuero entallada. Me coloqué un sombrero vaquero negro con un corazón rosado en uno de los lados. Iba muy glam por mi maquillaje y porque yo lo era. Era un gato glamero y glamuroso. Era un gato salvaje.

Mis botas dieron pasos de ciego por toda la ciudad hasta toparme con la verja del cementerio. Ni corto ni perezoso entré dentro contoneando mis caderas como si estuviera por las mejores calles de la ciudad. Mi aspecto era raro, parecía que iba de fiesta pero estaba en medio de la muerte. Me preguntaba como estaría mi niño, mis sobrinos y mi padre. Pero después pensé que cada uno hacía su vida, una vida eterna. Alex me había dejado, por mi bien. Era un puto embustero que no quería ser fiel a mi lado, por mi se podía pegar un tiro.

-Quiero ser canonizada, azotada y flageladaaaaa... levitar por las mañanas... y en el cuerpooooo tener yagas. Quiero estar acongojada, alucinada y extasiada. Tener estigmas en las manos, en los pies y los costados. ¡Quiero ser saaaaaaaaaanta! ¡Quiero ser beataaaaaaaaaaaaaaaaa!-dije moviéndome mientras reía a carcajadas.-Quiero estar martirizada y vivir enclaustrada. Quiero ser santificada viajar a Roma y ver al Papa.-grité a pleno pulmón subiéndome sobre un panteón cotoneándome.-Quiero que cuando me muera mi cuerpo quede incorrupto. Que todos los que me vean queden ¡muertos del susto!-alcé mis garritas moviendo mis caderas dejando mi ombligo fuera por culpa de la poca tela.-¡Gracias a todos por escuchar mi hermosa voz! ¡Os firmaré autógrafos luego!

-Firmarme el culo, rey.-dije sentándome bien en el panteón.-No veo que sea tu campo santo, es de todos. Bueno, es de los que mueren y se dejan comer por los gusanos.-me tumbé sobre el techo agarrando a la gárgola que tenía el frontal de la estructura.-Yo sólo soy un lindo gatito jugueteando entre tumbas.-me senté en el borde contoneándome hasta quedarme mirándolo.

Bueno, no era feo y parecía del tipo que sabía apreciar las distintas bellezas masculinas. Mis ojos se quedaron fijos en sus guantes. Me gustaban los guantes negros de cuero, me recordaban a los moteros y los moteros a las motos. Las motos me ponían a cien, me hacían gritar peor que si estuviera en una orgía. Sonreí deslizándome hasta el suelo levitando.

-¿Tienes moto?-pregunté por preguntar.-Si tienes moto te firmo el rabo.-dije mostrando mis dientes.

Noté que no era humano, ni vampiro, ni demonio, ni ángel, ni hechicero, ni lycan, ni nada de nada. Lo que noté era una mezcla extraña que me recordó a Darius y a otros híbridos. Supe entonces que era uno y debía ser con ángel por como olía. Había visto muchos como él. Mi hijo olía a perro mojado y sangre, él era distinto.

-Miau.-reí a carcajadas cuando hice eso.

Bueno, un coche de ese estilo estaba muy bien. Pero a mi me gustaba el sentir la moto entre mis piernas ronroneando. Saqué cadera apoyándome en mi lado derecho mirando las uñas de mi mano izquierda. Escuchaba todas sus palabras pretenciosas que parecían querer abrirme de piernas. Yo la verdad es que necesitaba sexo. Alex me dejó con tantas ganas, sueños, esperanzas y sobre todo mal sabor.

Así que era la “Muerte”. Según sabía al jinete de la Muerte no había nada ni nadie que no pudiera parar. Solía ir con el hambre, la enfermedad y la guerra. Aunque él decía que tenía coche, un coche bonito y seguro que negro deslumbrante.

-Lucas.-dije repitiendo su nombre.-Louis Eric Lioncourt, grábate ese nombre para cuando no puedas dejar de pensar en mi.-pestañeé antes de pegarme a él ronroneando. Pasé mis brazos por encima de sus hombros pegándome bien a él.-¿Quieres que te mueva el rabo? Prefiero mover las nalgas y apretarlas dejando tu rabo duro entre mis piernas. Quiero que me folles y dejes de decir tonterías, un hombre de verdad me habría arrancado la ropa y tirado sobre una lápida.-lamí sus labios antes de mordisquearlos.-Lucas, se mi apóstol.

Vale, el nene aprendió rápido. No quería que me hicieran sentir un señorito en la cama, porque eso había hecho Alex. Había estado haciéndome sentir que era amado, querido, respetado, que cualquier mal sentimiento él lo alejaría y me haría eternamente feliz. Me sentía un idiota al creer todos esos te amo, esos poemas y sus canciones mientras me dormía. Creerme todo eso me hizo daño. Porque cuando pudo y quiso me dejó por una fulana, luego por otra y otra. Me engañaba. Cuando se iba me ponía los cuernos y yo no era de esos que lloraban, yo era de los que pateaban.

Así que cuando lo sentí tan posesivo y cruel me dejé hacer. Estaba excitado esperando que me hiciera suyo, tenía mis nalgas dispuestas a sentirle mientras las contoneaba. Mi torso había caído sobre la tierra húmeda del camposanto, mis rodillas se clavaban también en el suelo mientras mis ojos lo buscaban.

-Vamos, Lucas.-susurré abriendo bien mis piernas.-¿A caso no te apetece ya?

-Me han follado muy mal.-dije en un bufido antes de sentir esa lengua, esa lengua que me hizo estar atravesado por el placer.

Alex me trataba casi como una niñita, yo quería a un hombre que me rompiera. La única persona que deseaba tener como mío, de vuelta siendo su todo, era a Dio. Los muertos no pueden volver. Dio era el hombre de mi vida, no quería a otro. De momento me conformaría con un sexo esporádico y malas maneras. No quería que nadie me dijera que me adoraba para luego dejarme tirado. Prefería que fueran crueles para no encapricharme.

Ese movimiento de caderas que pronto sentí, esa forma de hacerme suyo tan brusca, me hizo enterrar mis garras en la tierra mientras la removía como si fuera un rastrillo. Gritaba despertando a las pobres almas que allí se encontraban, aunque yo siempre había pensado que la mayoría de los allí presentes no se paseaban por el cementerio, ellos aún estaban donde murieron.

Odiaba que me trataran en femenino, pero mi mente no estaba para replicar con un buen arañazo. Mis dedos estaban hundidos en la tierra de ese cementerio mientras que el eco de mi voz vibraba por cada calle, panteón y lápida. Los ángeles parecían avergonzados por escucharnos mientras oraban por los muertos, sus brazos de mármol parecían pedir clemencia y sus ojos tenían cierto reflejo de dolor inmenso. Gritaba desgarrando mi garganta, sintiéndome lleno de placer y lo codiciaba. Nunca me habían hecho algo así desde que Dio tomaba el control de la situación completamente molesto, era su forma de gruñirme por sus celos. Yo era suyo, era de Dio, y me empecinaba en molestarlo.

-No soy de nadie.-dije gruñendo mostrando mis gemidos mientras notaba su mano en mi miembro, parecía que quería ordeñarme y destrozarme.

Estaba seguro que para él sólo era un juguete divertido, como lo era para todos, pero yo sólo quería sexo y me lo estaba dando. El amor no existía ya. Mi corazón estaba negro y no iba a permitir que cualquiera me hiciera cambiar de opinión. Alex había destrozado mi esperanza. Me sentía vacío y quería que rellenaran ese vacío con duras embestidas.

-Más, quiero más.-tenía los ojos cubiertos de lágrimas mientras un hilo de saliva sanguinolenta, como las gotas que corrían por mis mejillas, aparecía en la comisura de mi boca producto de una mordida con aquellos enormes colmillos.-Más, quiero más... dame más, quiero más.

Si Dio me hubiera visto así con alguien, tan sumiso, se hubiera asombrado y decepcionado. Pero ya nada tenía. Lo único bonito en mi vida era mi hijo y él parecía desenvolverse bien sin mi, incluso después de perder su pareja. No había venido a por su padre, y su padre ahora gritaba como puta mientras le trataban como a una.

Abrí mis piernas aún más, alzando mis caderas y dejando que mis muñecas estuvieran atadas. Mis ojos se clavaron en el rostro de aquel sádico, fijándome bien en sus rasgos. Odié que fuera así, que me tratara tan mal pero era lo que necesitaba. Alex me había tratado como muñequita y odiaba sentirme tan delicado, sobre todo cuando sólo se burló de mi.

-Más.-gemí sintiendo que pronto me vendría y todo acabaría.

-¡Ah!-es lo único que pude decir que no fuera en un francés incoherente, un inglés poco práctico y balbuceos en español.

Mis ojos se quedaron cerrados mientras me venía. Disfruté como nunca de ese sexo sádico, liberando mis muñecas por culpa de la excitación. Rompí esa correa, si se molestaba por ello que se lo hubiera pensado antes. Me quedé sin aliento con el pecho moviéndose de forma intranquila.

Estaba perlado de sudor, con arañazos que tardarían días en desaparecer y un cansancio como si me hubieran sacado la vida. Me temblaban las piernas y mis manos no sabían donde colocarse. Sin duda hacía años que no me sentía así.

Como pude me empecé a vestir lo que quedaba de mi ropa. Me sentía sucio por haberme puesto así, pero era lo que necesitaba. Un sexo rápido, duro, sin contemplaciones y si te he visto no me acuerdo. Ultimamente estaba tomándome así la vida, nadie me tomaba en serio y por ello yo no tomaba en serio a los demás.

-Un placer.-dije antes de comenzar a levantarme para terminar de colocar mis pantalones, me dolía el trasero pero se me pasaría.

Nada más acabar de colocarme incluso los cabellos, me giré y eché a caminar. No podía levitar ni volar, estaba agotado a cuenta del sexo. Tendría que comerme una buena caminata hasta mi hogar.

¿Caridad? ¿Bondad? No iba conmigo y sabía que con él menos. Todos los que se habían mostrado como un puto caballero me habían tratado luego peor que a una puta. Apoyé mi frente en su hombro derecho, intentando no llorar por la rabia que sentía de no haber podido apartarlo.

-Déjame en los barrios bajos, las calles que colindan con sunset... y ya me las apaño solo.-no quería que él viniera a mi apartamento, no deseaba que nadie entrara de nuevo en mi casa y dejara su presencia allí.

En ese momento arañaba por quedar libre. Todo por culpa de Alex, todo por su puta culpa, y por la mía al creer que alguien me iba a querer. Yo prefería salir de fiesta, montar mis desmadres y volver a casa para seguir con mi moda, atender mi tienda y seguir siendo el padre modélico que creía Román.

-No, gracias.-dije una vez en el suelo, alejándome de él como pude.-No necesito la caridad de nadie, no tengo caprichos ni ganas de tenerlos.

El único capricho que no me habían cumplido fue el de una boda, casarme con Dio era lo que más ansiaba hace tres siglos. Me veía casado, con mis hijos, calmado en alguna cabaña fuera de todo lo que amaba antes. Pero ahora volvía a ser una estrella en las pasarelas de aquel mugriento mundo, volvía a tener clientes de todo tipo en mi tienda e incluso algún reportaje en televisión. Podía cumplirme yo solo con los caprichos.

-Si me dieras caprichos sería como si fuera tu puta, no soy la puta de nadie.-dije girándome.-¿Te quedó claro? Soy Cat Lioncourt, soy el mejor diseñador de esta mierda de ciudad.

Comencé a llorar cuando pronunció su nombre. No había encontrado un hombre igual a él, uno que me diera mis caprichos sin siquiera decirselo. Él me conocía bien, sabía que podía querer con sólo mirarme. Sus ojos claros y sus cabellos blancos seguían persiguiéndome. El grito final cuando murió explotando mientras intentaba proteger a nuestros hijos, el llanto de los niños, el olor a polvora y sangre... todo eso me perseguía.

Perdóname, no sé que pudo pasar. Sabes que te amo a ti, sólo a ti gatito. Ha sido un desliz, pero ya sabes que no va a pasar de nuevo. Tenemos unos bebés que cuidar, cosas preparadas para el futuro. Cat, yo te quiero, te amo y te adoro tanto... tanto... gatito.

-¡Qué te jodan! ¡Qué te jodan hijo de puta!-grité a pleno pulmón llorando.

Corrí como pude a casa y me di una ducha sacándome toda su peste, sus caricias, todo. No podía hacer nada con las marcas de uñas, pero en unos días desaparecerían. Me tumbé en la cama aferrado a un peluche que él me regaló, que Dio me dio nada más conocernos, era un lobo blanco como él y lo conservaba con cuidado. No sabía cuantas veces había tenido que reconstruírlo, lavarlo y acomodarlo bien entre mis brazos. Perdí la cuenta. Pero yo jamás dejaría ese peluche, siempre estaría conmigo.