Hoy por mi y mañana por ti (Privado con San Gabriel)

Mi piel rezumaba un hedor que sólo podía provenir de las alcantarillas del puto y jodido infierno. Caminaba escupiendo algunos trozos de carne de demonio y algunos vampiros que habían tenido la desgracia de cruzarse en mi camino. Mi camisa de los Rolling estaba empapada en sangre, todo mi rostro estaba salpicado también con esa sangre viscosa y demoníaca, junto a mis pantalones destrozados de tela vaquera oscura. Mis pies estaban descalzos y dejaba huellas sobre el asfalto, ya que lo quebraba por la fuerza de la pisada. Me habían cabreado más de lo necesario.

-Hijos de puta, me cago en sus putos padres si es que los tienen.-dije gruñendo mientras intentaba hacer caso omiso a las heridas de mi espalda, escocían demasiado.-¡Puta madre!-rugí golpeando con la espada en el asfalto como si fuera un troglodita intentando machacar a su presa.-¡Cabrones!

Me habían asaltado nada más salir de vigilancia con un par de hombres, eran todos krusnik menos un licántropo que quería aprender como era el callejero. Había entrado en el grupo ese lobo hacía menos de dos semanas, el entrenamiento lo puso en un nivel óptimo y decidimos demostrarle como se llevaban a cabo los planes. Atsushi me había pasado parte de su regimiento, eran cinco hombres los que nos acompañaban. Pero el infierno se desató.

Tres demonios de rangos diversos y un hechicero afín a ellos se acercaron hasta nosotros. Comprendí sus intenciones nada más ver como sonreía aquel payaso tuerto, ese maldito embustero que olía a Caim por más que lo negara. Se veía en sus ropas la insignia de aquellos que estaban a su favor, era como una medalla a la corrupción. Miguel había dicho que esa noche atacaría al hijo que tenía ese demonio con el general infernal Leviathan, y al parecer empezó a cobrar venganza.

Caí de rodillas en medio de la calle silenciando mi dolor, apretando los dientes y cerrando los ojos como si intentaran sacármelos con un cucharón. Apoyé mi espada en el oscuro asfalto y alcé mi rostro hacia las estrellas, aunque ni se veían por culpa de la capa de suciedad y crueldad que nos cubría.

-¿Dónde coño está Rafael?-dije apoyado en mi espada, recordando las palabras de Killian cuando salíamos en la misión: “Cuídate Ama, yo te espero aquí. Por favor regresa bien.” Tendría suerte de regresar intacto. El resto de mi contingente estaba masacrado, aunque los Krusnik aún se movían cuando los dejé para buscar algún tropel que vigilara las calles aledañas a donde habíamos tenido el ataque.

La noche estaba siendo intensa y únicamente acababa de empezar. La luna llena se alzaba en lo alto de aquella negrura espesa que parecía ser el nuevo cielo, este lleno de pesadumbre y escasa libertad. La oscuridad me albergaba buenas noticias, aunque estas me hacían sentir completamente abrumado. Durante las primeras horas tres mujeres pasaron al paritorio. Ayudé al alumbramiento de cuatro bebés sanos y fuertes. Los atemorizados padres iban y venían por el pasillo, recorriendo aquellos estrechos metros como si fueran tigres en una jaula circense, mientras sus mujeres gritaban desesperadas. Mi trabajo era alivianar su dolor, intentaba calmar sus preocupaciones y traer sus hijos sanos a este mundo. Ellos preferían alejarse de ese momento por miedo a terminar desplomados en el piso, eran fuertes y valientes guerreros que se desesperaban por ese milagro que era la vida. Algunos decidieron entrar en la sala de partos cuando comenzaron a escuchar los llantos de los niños, sólo uno se quedó pálido e inmóvil en el pasillo.

Estaba desinfectando la camilla de partos, probablemente en unas horas debería usarla otra vez. El líquido amarillento de aroma a camomila invadía la estancia, aunque aún podía apreciarse el de la sangre y la placenta. El sudor de aquellas mujeres habían empapado las ropas de cama desechables, la basura se acumulaba en un rincón esperando ser sacada y mis ánimos estaban altos. Pronto quizás asistía al parto de mi propia mujer, un motivo que me hacía sentir dichoso pese a estar alejado de Padre. Sin embargo, mi minucioso trabajo se detuvo al escuchar el ajetreo en el pasillo y la presencia indiscutible de Amaury.

-Gabriel.

Susurré su nombre quedándome atónito ante la visión de mi hermano junto a los guerreros que ahora eran mi familia, los cuales parecían maltrechos y con la moral baja. Me aproximé a mi buen amigo y tomé al guerrero que se hallaba apoyado en sus hombros.

-Llevaremos a la sala de cuidados intensivos de final del pasillo al herido, Oscar tú ven conmigo.

Senté al krusnik en una enorme silla de aquel dispensario, era una sala de partos pero podía tener ciertas comodidades donde descansar mientras no acudían nuevas emergencias, parturientas o heridas leves por arduos entrenamientos. Tomé una bolsa de toallas desinfectantes y se las pasé a Amaury.

-Necesito que estén limpias para cuando llegue, pediré a otros enfermeros que te ayuden.

Pasé junto a la figura de Gabriel y miré al herido como si él no existiera, no sabía si me odiaba o simplemente haría como muchos otros, evitarme. Yo seguía amando a mis hermanos, no era desconfiado como Miguel, pero sin embargo temía sus duras palabras y sus reproches.

-Vamos, no hay tiempo que perder.

Mi bata blanca eran mis nuevas alas, mis cabellos rubios brillaban bajo los focos ténues de aquel pulcro lugar donde me comportaba como un médico y no un guerrero ansiado luchar. De momento prefería ayudar a los enfermos y ser una de las armas secretas de los Thorns, si me necesitaban para defender aquel lugar me impondría sobre cualquier demonio.

Los guié por el pasillo hacia una sala espaciosa, con tonos azulados y blancos, el suelo era de mármol negro y la camilla parecía excesivamente cómoda. Los aparatos que allí se hallaban eran fruto de la avanzada tecnología médica, me permitirían controlar su evolución.

-Oscar podrá regenerarse solo, tú no amigo mío.

Mis manos brillaban con una luminosidad verdacea mezclada con algunos rayos azulados. Precisaba que lo tumbaran en aquella camilla. Necesitaba mayor comodidad para ejercer mi don. Tomé al herido entre mis brazos, él me ayudó a tumbarse y comenzó a relajarse nada más notar como cicatrizaban las heridas más superficiales. La habitación comenzó a iluminarse por si sola gracias a mi poder, mis alas negras de aspecto temible aparecieron mientras mis cabellos se mecían a causa de las corrientes de aire de los rayos que emanaba. Varias plumas cayeron de mis alas hacia el suelo, un par de ellas ocres que una vez fueron color oro.

Los dientes del guerrero que trataba de sanar castañeaban por el dolor que sentía, mi poder recorría su interior reestructurándolo y dándole mayor fortaleza. La cicatrización escocería de forma terrible y los huesos crujían intentando recuperar su estado original.

Tan sólo necesitaba que mi energía sanadora entrara en su cuerpo y que su alma no opusiera resistencia. Mis dedos se hundían en su pecho y se deslizaban hacia sus brazos. Algunos hechiceros se concentraron a mi alrededor tomando las gasas de mi hermano, era primordial que la sangre infectada con veneno se deslizara de su piel. Aquella sangre demoníaca estaba limpia, pero alguien había vertido esporas sobre ellos. Era magia oscura proveniente del infierno. Mi pecho comenzó a doler y la marca supuraba sangre. Mi bata quedó manchada por mi propio estigma mientras mis alas negras se extendían como un manto cruel. Mis lágrimas cristalinas surgieron cayendo sobre las del guerrero, sus ojos dorados impactaron en los míos mientras mis labios esbozaban una sonrisa. Sus manos fueron a mis brazos en gesto solemne de gratitud, me incliné y besé su frente dejando que mis labios brillaran y sosegaran sus miedos. Mi forma de sanar era distinta a la de cualquier hechicero o ángel, mi amor se veía envuelto con un don de color verde como la naturaleza y con ciertos destellos azules.

-Reposa esta noche, pide algo de sangre embotellada ofrecida por algunos vampiros de la organización.

Mis palabras sosegadas no temblaron, aunque sí mi brazo izquierdo. La señal se extendía cerca del lado izquierdo de mi cuerpo, lo hacía como una mancha de aceite que se agrandaba cuando usaba con intensidad mis dones. Eché hacia atrás mis cabellos y miré a mi hermano. Algunos de mis mechones estaban rojizos con aquella sangre viscosa tóxica para los vampiros y kursnik que tanto admiraban por luchar contra la oscuridad, aún a riesgo de ellos morir junto a la lacra del mal.

Llevé a la sala contigua al final del pasillo, donde se encontraba Amaury terminando de sanarse. Vociferaba maldiciones tras el biombo mientras el otro guerrero lloraba mordiendo un trozo de madera, el cual terminó destrozado. Eran ungüentos preparados por mí junto a varios hechiceros, el líder de todos ellos no era yo sino Killian.

-Tu pareja se encuentra atendiendo a los niños enfermos en la sexta planta, no te preocupes.

Sabía que Amaury me escucharía, así como también escuchó las palabras de mi hermano. Me giré hacia él quedando de pie frente a frente. Mis ojos azules se fundieron en los suyos intentando ver en él más allá de sus canciones y plegarias, descubriendo al guerrero que seguía siendo.

-Miguel no está aquí, si te viera quizás se alteraría. Piensa que Dios desea aplastarlo, pero creo que hay asuntos más apremiantes como finalizar esta guerra. La guerra entre Miguel y Padre es personal y creo que unilateral.

Sonreí antes de abrazarlo, estrechándolo contra mi dejando que las lágrimas surgieran nuevamente. Esta vez no era por dolor, sino por comprobar que no había recelo u odio hacia mi persona. Sabía que Uriel de haber podido me hubiera ensartado en su espada, pero él era distinto. Mi amor hacia mi hermano seguía intacto y esperaba que el suyo también lo fuera.

La verdad es que no podía creer que él me perdonara, muchos de nuestros hermanos se sentían decepcionados, incluso los caídos de otras épocas, pues tenían la esperanza que nosotros les ayudáramos a regresar junto a Padre. Abracé a Gabriel con fuerza y con una sonrisa esperanzada. Cuando me giré escuchando a Amaury recordé que no le había dicho aquella buena noticia, pues con las prisas de la noche no había sido capaz de buscarlo para contarle la felicidad que ahora caía en mi pequeño hogar.

-Estoy feliz que estés aquí hermano, así tú también conoces mi dicha.

Dije antes de tomar por los hombros a mi líder, el cual siempre protegía su imagen y solía decir que únicamente era uno más de nosotros, nunca demostraba quién era realmente. Mis manos apretaron sus fuertes y anchos hombros, mi sonrisa se ensanchó y juraría que mis ojos azules se iluminaron.

-Voy a ser padre, Olivia está gestando.

Sonreí antes de girarme hacia Gabriel, esperando que él no tomara aquella noticia como una desgracia. Yo había caído intentando que unos niños no murieran, ella sin embargo cayó por mi culpa. Hice que la naturaleza de un frondoso y fresco paraje fuera testigo silencioso de mi egoísmo. Besé los labios de Olivia y la hice caer en medio de un lago. Ella cayó por amor, aunque Dios sólo vio pecado en nuestro acto. Desde entonces no había dejado a Olivia, siempre había estado a su lado y desde hacía algo más de un mes rogaba ser padre con ella. Ambos queríamos tener una familia.

-¿Podrías comunicarle a Miguel que deseo que sus entrenamientos terminen? No soy capaz de hacerle comprender hasta que punto estoy preocupado por el bienestar de mi futuro hijo, prefiero que tú hables con él porque ambos os comprendéis mejor.

Héctor y Miguel siempre fueron grandes amigos, personas muy allegadas que se compenetraban. Amaury no dejaba de ser la viva imagen de su madre, de Héctor, el cual fue horriblemente violado por la descendencia de Samael. Miguel tenía hacia Amaury un gran aprecio y estaba seguro que lo contemplaba con cierto orgullo. Yo sin embargo jamás podía lograr tal vínculo hacia mi hermano, siempre existió un muro en el cual mis palabras morían.

Gabriel siempre había poseído un espíritu jovial, igual que Shamuel. Ambos parecían ser la representación más digna de la bondad divina. Miguel jamás supo entender sus bromas, un hombre tan recto y apegado a su espada que se perdía en las trivialidades que en ocasiones nos llamaba sumamente la atención. Uriel había cambiado desde la última vez que lo había visto, solían narrarme su desprecio por los sentimientos y su frialdad ante otros. No sabía qué había podido ocurrir con nuestro hermano. Esperaba la venida de Jofiel, muchos ángeles habían susurrado unos a otros su llegada a la Tierra para reforzar la gloria de Dios. Esperaba volver a encontrarme con ellos y poder explicarles que aún seguían siendo mis hermanos, aquellos que jamás dejaría de amar.

Reí aún con las lágrimas bañando mis mejillas, podía sentir su amor junto al mío fundiendo a ambos en una paz agradable. Deseaba poder hablar pausadamente con él, sobre mi caída y sobre su sentir al contemplar la desolación que se vivía en la Tierra. El jardín divino se estaba destrozando hasta quedarse consumido por las ascuas y las cenizas bañadas por las lágrimas. La esperanza no había desaparecido de mi espíritu, seguía iluminando en mi interior la llama del amor y el tesón. Luchaba con la espada y mis dones, repartía entre los hombres amor y confianza para seguir alzándose contra los demonios. En las últimas horas tan sólo había llevado la función de médico principal de la zona de partos y cirugía. Sin embargo, no sólo sanaba el cuerpo también las almas y desgarraba el daño con mi espada. La oscuridad no vencería, ni siquiera me tocaría pese a mi caída.

-Debo continuar mi ronda, esta vez lejos del hospital. Iré a conversar con los mendigos.

Conversaba con aquellos que carecían de techo para resguardarse. Una vieja iglesia hacía de improvisado refugio, el cual estaba mejorando paso a paso con las ideas y opciones que podíamos encontrar. Varios hechiceros habían echado sus sortilegios para que fuera un lugar seguro a salvo de demonios. Iría a repartir nuevas mantas, paquetes de higiene y latas de conservas. Noches atrás había vacunado a varios niños de tifus, así como a varios adultos de tétanos.

-Buenas noches.

Susurré girándome para caminar hasta la salida sacándome la bata. Me daría una ducha antes de salir a buscar a los hechiceros que me ayudaban en mis buenas obras. Ellos iban seguros en mi compañía, nada ni nadie les dañaría pues mi espada se encargaría de eliminar y sellar a los demonios que se interpusieran en nuestro camino.