In my heaven, your heaven...

-Me quedaré aquí dentro -susurré colocando mi mano sobre su corazón, sonriendo al ver cómo dormía y aquella expresión calmada en su rostro. Besé su frente y me levanté de la cama, deslizándome como una sombra hasta el cuarto del piano.

Me senté con cuidado, pasando suavemente mi blanco dedo sobre las teclas llenas de polvo. Veía el piano como un instrumento viejo, pero cuando toqué la primera tecla, mi sonrisa iluminó mi rostro infantil al ver cómo el color regresaba al instrumento y el polvo se esfumaba.

Toqué una segunda nota, y entonces cerré mis ojos deslizando mis dedos con maestría sobre el piano, tocando canciones compuestas hacía siglos, melodías que una vez en vida toqué para alguien que no recordaba. Pero ahora no eran como antes, sentía colarse entre las notas tonos más oscuros y tétricos, melodías que correspondían a fantasmas de niñas y espíritus errantes, notas que incitaban al sueño y al mismo tiempo harían estremecer a quien escuchara.

Porque tocaba con mi alma y corazón, era yo convertida en música y no una reproducción mecánica del sonido. Cuando acabé la primera melodía, empecé inmediatamente la segunda, como si estuvieran ligadas, como si fueran sentimientos que solos se entrelazaban entre ellos.

https://www.youtube.com/watch?v=E0LDtwAaJBo 1ª canción

https://www.youtube.com/watch?v=0OS92VAIIvs 2ª canción

Recordé un viejo poema que había escrito una noche fría de invierno. Los niños huérfanos de afecto de una institución mental caminaban perdidos, muchos de ellos hubieran preferido la muerte a seguir defecando encima de sus camas hediondas. Sus cabellos estaban sucios, su frente sudorosa, y todos parecían atacados por la crueldad de un olvido desgarrador.

Entré allí para ofrecerles descanso en sus almas. Los niños me recordaban a mi calvario. Yo debí ver crecer al mío, pero otros no querían ver a los suyos. Era un guerrero cruel que enmudecía sus lágrimas y curaba sus heridas con los ojos de ángel de una de las niñas. A ella visitaba todas las noches.

Me sentaba al borde de su cama con una de mis largas capas negras. Mis manos blancas acariciaban las suyas algo morenas. Sus ojos eran los de un ángel, aunque eran castaños, y sus mejillas estaban ruborizadas por la fiebre. Solía susurrar cuentos de princesas mientras escogía entre sus compañeros otra víctima.

Esa noche ella murió y yo no la salvé. No hice nada por impedir que la fiebre la matara. Nadie la quería, yo no podía cuidar de ella y su mente era imposible de sanar aunque le diera el don eterno. Cubrí su cuerpo susurrando aquel poema... así como lo hice cuando terminó de consumir el fuego de aquel lugar, justo después de beber de cada niño. En total eran unas diez criaturas.

Buenas noches mariposa, dile buenos días a la luciérnaga.
La sangre derramada en tus lindas blancos son amapolas,
puedes llevarla a jugar al campo imaginando que eres hada.
Buenas noches, buenos días para ti.

El enigma del tiempo lo conserva el reloj de cuco,
ese que tú diste alma con un silbido alegre
y cientos de melodías tristes para sus plumaje maltrecho.
Buenas noches, buenos días para ti.

En las noches yo salgo a pasear por los senderos,
soy la sombra que asusta a los sueños huérfanos
y el enemigo del sol disfrazado de dulce palpito.
Buenas noches, buenos días para ti.

Lloré dormido recordando los gritos de las cuidadoras, las cuales sólo los acogían en el centro para robar a sus padres, los cuales los tenían alejados como apestados. Recordé su muñeca en mis manos, la cual yo mismo le compré esperando que al fin hablara. Aquella noche lo hizo después de cuatro largos años, me llamó padre y yo la abracé justo antes de notar como moría en mis brazos.

Fue un recuerdo duro, pero a la vez me demostró que alguien me quiso como era. Yo era un vampiro indeseable, una cruel criatura. Deseaba esta vez que Louise fuera mi dulce niña, que se quedara a mi lado y me diera luz. En ese momento entré en un sueño profundo con otra melodía y eso me hizo verme a mí mismo escribiendo en folios arrugados.


“Cuenta la leyenda que un hada se enamoró de un vampiro, esta era en realidad luciérnaga y él un rey cruel que bebía sangre en copas de bohemia. La pequeña luciérnaga iluminaba sus pies para que pudiera seguir caminando. Sus dedos estaban cubiertos de yagas, su ansiado néctar en el cuello de jóvenes doncellas y su alma meciéndose como niño iluso junto a la de su reina de las margaritas.

Cuenta la leyenda que el vampiro encontró la paz en la luz, la noche ya no fue oscura pero el río carmesí seguía brotando como fuente de los deseos. Los sueños siguieron viajando junto a las notas de un piano roto. Las olas de la playa se han convertido en campos silvestres y estos en hebras de tu pelo...

Esa leyenda es cierta, tan cierta como que somos los dos... almas gemelas arrastradas a la mentira de una caja musical.”

Las horas pasaron, y mis dedos continuaron creando melodías tétricas e infantiles en el piano. Cuando el sol estuvo en su punto máximo y la luz se volvió demasiado intensa, terminé de tocar y me levanté con paso inseguro, recorriendo la casa con ojos dormilones.

Sin embargo, me detuve en seco en medio de la estancia, recordando qué era lo que mis manos anhelaban tanto: mi violín. Debía ir por él, buscarle y tocar como antes, fundirme con la música una vez más. Mis pies me dirigieron a la salida, y ya cuando estuve en el portal, miré hacia atrás sonriendo suavemente.

-Espérame, Atsushi Sakura... Regresaré... -susurré, casi en un trance. Tras decir aquello, mi cuerpo se evaporó y se fue con el viento, mientras yo me sentía desaparecer y viajar a través de los árboles, buscando el sonido de mi instrumento, intentando localizarlo entre las sombras de luz y las presencias de los humanos.

Terminé por desaparecer yo misma, fusionándome con la luz, alejándome al mundo de lo espíritus y almas errantes que como yo, buscaban lo que pudiera retenerles en la Tierra... anhelando el sonido que me traería nuevamente a la vida.