In my heaven, your heaven...

La organización estaba teniendo pocos problemas, por ello yo, uno de los más expertos y fuertes, no tenía porque entrar en batalla. Me desgastaba que las pequeñas riñas fueran cosa de pequeños estúpidos, a cual más engreído y más idiota. Mis pasos eran calmos, sosegados hasta el extremo que parecía no moverme. Era una estatua dura, fría con ojos de demonio que se desplazaba por el paseo marítimo envuelto en túnicas oscuras como sus cabellos largos, hasta más allá de la cintura, mientras ponía en orden mis pensamientos.

Durante noches había tenido una sensación de desasosiego, los sueños en los cuales me había involucrado sólo habían aumentado ese extraño dolor y hueco en mi pecho. Mis ojos se clavaban en las olas que rompían contra las rocas no muy lejos, en la arena dorada sin brillo y en la luna llena alzada a lo lejos como el único faro natural que posee un navegante. No muy lejos había un faro, uno hecho por el hombre, girando una y otra vez para que los barcos no se perdieran... aunque ahora había otras formas más exactas para moverse en el mar.

Bajé a la playa, sintiendo la arena bajo mis pies, mientras mis brazos se expandían y terminaban rodeándome. La brisa era agradable, aunque el frío del invierno cortaba como cuchillo. Aquel lugar era calmado, como si no existiera el infierno y sólo el paraíso.

Era de noche, el viento soplaba frío y las olas rompían con tranquilidad contra las rocas, a escasos metros de la playa. El invierno se hacía notar en la ciudad, y su frío casi quemaba como el mismísimo fuego.

Sin embargo, casi no podía sentir ese frío en mi piel. No lo sabía, pero veía que todos temblaban de frío menos yo. Seguramente me había acostumbrado después de tanto tiempo viviendo en un bosque nuboso, jugando entre la nieve.

Ahora, saltaba despacio, de roca en roca, sin miedo de caer al agua. Tenía un equilibrio muy bueno, y mis pies descalzos no resbalaban sobre la fría superficie de las rocas. Jugaba con las olas, saltando ligera cada que una rompía en donde segundos atrás me había encontrado.

Cuando me salpicaba, reía ligeramente, divertida con aquel juego. Estaba cubierta por un vestido blanco muy ligero, y mis cabellos húmedos caían en cascada por mi espalda, dándome un aspecto bastante salvaje y extraño. Escuchaba que algunos niños decían que había un hada saltando en las rocas, tal vez se referían a mí, pero a nadie más parecía llamarle la atención.

Era un poco extraño, yo de seguro me preocuparía si viera a alguien haciendo lo que yo... o tal vez iría a jugar con esa persona. Sonreí con aquel pensamiento, continuando con mis saltos, casi bailando con las olas y el mar cual bailarina de ballet.

Desnudé mis pies dejándolos descalzos sobre la arena, no quemaba sino que tenía una sensación agradable. Abandoné mis botas en un lugar oculto entre las piedras cercanas a la escalinata, para comenzar a caminar por la orilla contemplando como la espuma dejaba figuras en el aire. Y esa sensación otra vez, de no estar completamente solo. Me giré hacia la presencia y vi que esta vez se trataba de una mujer, prácticamente una niña, que con su vestido del mismo color que la espuma del mar jugaba entre las piedras.

Me acerqué para contemplarla, su baile era como el de las mariposas cuando llega la primavera. Una mariposa que no rondaba flores, sino espuma y rocas. Me senté cerca de ella, contemplándola con atención. Mis ojos café se deslizaban hacia sus pies desnudos y claros, los cuales parecían reales y perfectos.

-Luciérnaga marina.-susurré riendo por esa semejanza tan extraña.-¿Dónde vas pequeña?-pregunté acomodándome entre mis ropas oscuras, amplias y extrañas como mi presencia allí.-¿Bailas para el mar?

Me detuve en seco al darme cuenta de que era a mí a quien le hablaban. Me giré lentamente hacia aquella figura masculina, sintiéndome un poco perturbada frente a su presencia, aunque no sabía muy bien a qué se debía esto. Me causó cierto recelo, como si su aura sugiriera peligro.

-No voy a ninguna parte, sólo juego con las olas -contesté, sintiendo que una ola rompía justo en donde yo me encontraba. Sin embargo, cerré los ojos y al abrirlos seguía en el mismo lugar, empapada completamente pero como si nada me hubiera ocurrido. Un poco sorprendida por esto, regresé a la orilla de brinco en brinco, hasta quedar de pie frente a él a una rapidez sorprendente, casi me pareció que me había aparecido frente a él de la nada.

- ¿Y usted, señor demonio, a dónde va? -le pregunté, sonriéndole de forma amable y a la vez curiosa, mientras me sentaba a su lado y miraba el mar desde su posición- Soy Louise, encantada de conocerle.

Hice una pequeña reverencia cuando se presentó, parecía más agradable que las habituales presencias. Algunas eran tan pesadas que me asfixiaban. Yo simplemente sonreí como haría cualquier hombre frente a una joven educada, pude entonces ver bien sus rasgos y mi sonrisa se amplió. Había sido una chica hermosa cuando vivía.

-No soy demonio, soy vampiro.-respondí con una sonrisa afable.-Mi nombre es Atsushi Sakura, Sakura significa cerezo y Atsushi significa maestro...-comenté antes de contemplar sus pies desnudos, piernas de bailarina sin duda, hasta quedar exhausto en sus ojos perdidos, una niña perdida quizás... una muchacha que se quedó en el limbo tal vez.-Jugar con las olas parece divertido, yo lo hacía cuando niño.-dije viendo como estas se movían acariciando la orilla y golpeando las rocas.

- ¿Un vampiro? -pregunté, observándole fijamente y viendo a través de sus ojos, descubriendo la sed guardada en ellos. No era un demonio como había deducido en un principio, aunque hubiera estado casi segura de ello por su aura, por su nivel espiritual.

-Es lindo jugar con las olas, me gustan sus caricias -comenté, moviendo mis pies, los cuales colgaban como los de una niña pequeña. Los contemplé unos momentos, mi piel casi blanca y húmeda a causa del agua. Luego volví a sonreír, y a mirar a mi nuevo acompañante.

-Hace mucho tiempo, cuando era pequeña, recuerdo que conocí a un vampiro que me llevó lejos, y me convirtió en una princesa... Era un hombre parecido a usted en edad -le conté, me recordaba a aquel hombre de mis sueños y pesadillas, aquel con el cual viviera por tanto tiempo...- Pero no recuerdo muy bien qué sucedió con él.

Sentí que en esos momentos, al sentir aquellos recuerdos, mi mirada se ensombreció. De hecho, casi sentí como si desapareciera, noté mi piel casi transparente a causa de la pena que me causaba... rabia y angustia, pero no recordaba la causa de esos sentimientos. Una lágrima se deslizó por mi mejilla, ante lo cual cerré los ojos con fuerza. No quería desaparecer. No de nuevo, no me gustaba perderme en los bosques llenos de neblina.

-Oh, se confunde.-dije serio al ver su lágrima, esa persona parecía haber causado quizás su muerte.-Se confunde mucho ¿Sabe? está confundida, no todos los vampiros somos así.-reí con fuerza intentando recordar un viejo cuento.-Te contaré una historia sobre la luna, quizás aleje tu pena... es de mi país.

Me quedé contemplando la luna fijamente, y la señalé. Estaba llena, muy llena, y perfecta. Las olas iban y venían de fondo, la luna provocaba que hubiera marea alta y la playa era escasa por culpa de ello.

-Allí arriba vive un conejo.-comenté mirando la inmensidad de la noche.-Un día un anciano caminaba por el bosque y se encontró a un mono, un zorro y un conejo. Pidió que le consiguiera algo de comer, ya que el pobre estaba muy enfermo y carente de fuerzas. El mono consiguió fruta, el zorro con su astucia logró un gran pez... y el conejo el pobre no logró nada. Muerto de pena por no tener nada que ofrecerle, absolutamente nada al pobre anciano, se tiró a la olla que se había preparado para la comida.-susurré con cierta melancolía.-El anciano era un guardián de los bosques, una deidad, que al ver el buen corazón del conejo que se sacrificó por él tomó sus restos y los envió en forma de polvo a la luna. Allí, en la luna está el conejo... en forma de espíritu y es quien cuida la luna.-me giré y la contemplé una vez más.

Tomé mi mano sobre la suya, era tan real pero a la vez tan imaginaria. Me preguntaba si era así físicamente o quizás yo la idealizaba. Mis manos rozaron sus dedos y comencé a conversar sobre otros asuntos que nada tenían que ver con ser un vampiro.

-Todos deberíamos ser como el conejo, darlo todo para una causa... para hacer felices a otros. Y tú me has hecho algo feliz al verte bailar.-dije mirándola fijamente.-Deberías seguir bailando, quizás el conejo esta noche te contempla desde la luna.

Yo era un hombre culto que era capaz de crear fantasía, cada línea que yo escribía podía ser una historia real en la mente de otra persona. Vivía para leer, para deslizar mis ojos por los libros y tomar cualquier sabiduría impresa en estos. También vivía para matar, bajo mis dientes habían muerto muchos imbéciles que pensaron que podrían dañarme... pero sólo lograron ser mi presa.

Sentí su mano sobre la mía, y cómo la calidez manaba de ella. Era extraño, pensaba que los vampiros tendrían la piel fría... Pero él tenía las manos calientes, ardientes en comparación con mi piel. Escuché su historia con atención, olvidando aquel sentimiento de angustia que me invadió en aquel momento, y luego contemplé la luna con la ilusión brillando en los ojos.

- ¿Entonces hay un conejo saltando en la luna? -pregunté, mirando el cielo con una sonrisa enorme, levantando mi mano como si intentara tocar aquel blanco círculo perfecto que brillaba en el cielo. Dibujé un círculo imaginario con mi mano, para luego cerrar mi puño y volver a contemplar a mi interlocutor.

- ¿Te hizo feliz verme bailar? -le pregunté sonriendo suavemente, para luego volver a ponerme de pie de un suave salto, cayendo lentamente y sobre la punta de mis pies, cual bailarina, sobre la arena- Pero yo no bailaba, sino que jugaba. ¿Quieres jugar conmigo? Tal vez así el conejo sea más feliz, si ve a dos amigos jugando en vez de a una joven saltando sola...

Extendí mi mano blanca y fría hacia él, en gesto de invitación.

Reí ante su invitación, fue una risa sincera. Realmente era una chica extraña. Aquella aparición no traía rasgos violentos, al menos no para mí. Miraba su vestido moverse como la espuma del mar, una elegante luciérnaga.

-Los demás conejos saltan para poder llegar a donde está su gran héroe.-dije antes de ponerme de pie.-Te invitaría a dulces, pero no llevo nada encima.-podía comprarle cientos de dulces con los billetes que cargaba en mi billetera, pero eso haría que se entristeciera al no poder tomarlos.-Tenía pensado caminar por la playa, recordar poemas y canciones, luego quizás hacer una fogata y calentarme hasta casi la salida del sol.

No sabía si ella querría seguirme, pero estaba seguro que algunos niños y personas de avanzada edad podían verla, así como muchos humanos con poderes. No quería que la vieran como un espectro, no quería eso. Ella parecía tener vida y yo quería pensar que así era. No me provocaba instintos de caza, porque no había sangre bajo la apariencia de su clara piel, y ello hacía que estuviera sosegado.

Tomé una de sus manos haciéndola girar sobre sí misma, para luego hacer una reverencia. En ese instante susurré un poema que conocía bien, lo había escrito hacía años tras un pesado sueño.


"Contemplo la inmensidad de las mentiras,
que como un mar agitado cobra vida
y me llama con sus cantos de sirena
mientras el faro de la verdad intenta iluminarme.

Antifaces de plumas de pavo real y escamas de camaleón,
bosques de fantasía para ocultar los sentimientos más puros.

Miles de luciérnagas en el cielo están crucificada,
lloran padeciendo la miseria de las libélulas y mariposas
que yacen en los campos del hambre y el frío.
Contemplo todo como una fotografía triste y sin sentido.

Abanico de tormentas que son lágrimas de un ángel,
el cual toca el arpa para cuidar las heridas de tus pies.

Mis manos dibujan en el aire palabras que no te dije,
en mis ojos puedes hallar las sombras de la codicia
y en mis labios el sabor de un café amargo
que probé de ti cuando me abrazaste suplicando.

Luces de colores con aroma a óleo y miel,
puestos todos sobre tu piel de sirena.

En las mariposas podemos hallar poesía,
palabras que un mago ocultó y que un dragón custodia.
La espuma la tomaré para crear vestidos de nieve
y cuando llegue el verano saldremos a caminar.

Ropas negras, como la misma noche, y manos blancas como la luna,
en el tiempo que hemos perdido hallaremos la respuesta.

Puedo percibir como los campos y las montañas rugen,
como las olas golpean con violencia las costas
y terminan besando mis pies con caricias mediocres.
Contemplo las caracolas que comunican con tesoros ocultos. "

Giré sobre mí misma sujetando su mano, para luego jalarle con suavidad y llevarle conmigo hasta las rocas en las cuales había estado jugando. En ningún momento solté su mano, me gustaba esa calidez y energía que de ella manaba, me hacía sentir tan viva que me provocaba sonreír feliz mientras saltaba de roca en roca.

Escuchaba su poema, imaginando las escenas que él relataba, con mis ojos cerrados. No caía al suelo, prácticamente sentía como si flotara sobre el agua y las rocas, como si el agua del mar y las olas no pudieran tocarme.

-Es un poema tan bello, que casi puede ser canción... -comenté, girándome y viéndole a los ojos con perturbadora calma, fijamente, profundamente- De seguro el Conejo Lunar debe de estar sonriendo ahora mismo, escuchando tus palabras mientras jugamos con las olas...

Susurré soltando su mano, alejándome hacia las rocas que estaban más dentro del mar. La playa se veía lejana, así como las luces de la ciudad, que parecían llamar a las criaturas del mar a acercarse.

-¿Sabes? Recuerdo muchas canciones de cuando era pequeña, y mis manos eran tan tibias como las tuyas... Si quieres puedo recitar algunos que recuerdo, que son parte de mis canciones cuando toco el violín o el piano en mi hogar...

Habló finalmente de su vida, me hizo entender entonces todo lo pasado y vivido por ella. Sin duda era una niña que había vivido bien, había tenido una infancia amable, y parecía que todo se había truncado años antes con ese hombre que denominó "vampiro". No podía leer su mente, pero sí los sentimientos de su voz.

-¿Podrías enseñarme una? me gusta cantar.-dije sentándome en una de las rocas, dejando que mis ropas se empaparan y que mis pies desnudos se helaran. Mis manos se estiraron hacia ella, pedía que tomara bien mis manos mientras cantaba... temía que se esfumara demasiado rápido. La curiosidad me impedía irme, me hacía desear estar con ella.

-Por supuesto, si eso es lo que quieres -susurré, viendo sus manos estiradas hacia mí. Me deslicé hasta donde se encontraba, con rapidez, casi como si hubiera aparecido frente a él. Tomé sus manos cálidas con delicadeza y me acerqué aún más a su cuerpo, sentándome sobre sus piernas dejando las mías colgando.

El viento soplaba con más fuerza, lo sentía al ver mis cabellos moverse con él así como los pliegues de mi ligero vestido blanco. Miré hacia el mar, la línea en donde se juntaba con el cielo, y apoyé mi cabeza en su hombro. De todo su cuerpo manaba calor y energía, me hacía sentir tan real, como hacía mucho tiempo no me sentía.

-"Enamorada de la noche, amante del mar,
Un hada de negros cabellos juega y salta,
Ríe y llora porque nadie la puede escuchar.

Volando por sus sueños de mariposa,
Fingiendo que es luciérnaga y princesa oculta,
Enseña su alma luminosa a los viajeros
Y se convierte en el guía de los amantes prohibidos.

Un hada de vestido blanco y cabellos negros,
El espíritu de las rosas que juega a besar las margaritas,
Así soy yo, pequeña y dulce niña, suave muñeca.

El mar es su amante y canta nanas para ella,
Los copos de nieve quieren decorar así sus mejillas,
Cupido con aspecto de doncella sin tiara,
Mariposa que en algún lugar olvidaste tus alas..."

Terminé de tararear con los ojos cerrados, sintiendo que el viento se hacía más fuerte y me llevaba con él... Mi cuerpo se volvió más ligero y liviano, casi como si se deshiciera y sólo quedara mi alma oculta a la vista de todos, incluso de él. Pero pese a que yo había desaparecido, mi voz siguió tarareando aquella canción, en la que yo me volvía mariposa y hada.

-Mi madre la compuso para mí, hace ya más de dos siglos... Me hace muy feliz recordarla -susurré en su oído, para luego deslizarme hasta la playa otra vez y aparecer de pie, completa, varios metros más lejos de donde habíamos estado. A mis pies, estaban sus zapatos.

Una canción que ella repetía, no sólo cantaba sino que la hacía real. Se dedicaba a jugar con la espuma del mar y las piedras, intentando quizás tener alas y desaparecer donde realmente fuera real. Un alma perdida, una niña que buscaba terminar de ser mujer. Era una joven perdida y yo uno de esos viajeros que buscaban guía.

La sangre era mi guía hasta ese momento, un monstruo cruel que mataba a otros. Un engendro que vivía por y para el recuerdo, para adquirir conocimientos y librar batallas. Era uno de los más fuertes aliados del "Dios Oscuro" el cual me tenía cercano, dándome órdenes rápidas y certeras... pero nada más. Ella me estaba guiando hacia un mundo parecido al de las hadas.

Me desplacé por los aires, levitando, para quedar junto a ella y mis zapatos. Sonreí acariciando sus cabellos, sintiéndolos sedosos aunque sólo fuera una aparición.

-Hermosa, muy hermosa... como tú.-dije sobre la canción.-¿Quieres escuchar otro poema?

-Hermosa fui hace ya mucho, pero no recuerdo la razón por la que dejé de serlo -comenté, tomando la mano con la cual acariciaba mis cabellos y llevándomela al pecho, al lugar en donde estaba mi corazón- Dime, ¿puedes sentirlo? Yo ya olvidé cómo debería sonar...

Dejé escapar un suspiro breve, para luego soltar su mano y dar un paso hacia atrás. Asentí lentamente a su ofrecimiento, con una tímida sonrisa mientras sentía mis cabellos semi levitar, así como los pliegues escasos de mi vestido.

-Me gustan los poemas, y más aún que me los reciten... Por favor -le pedí, con una amable sonrisa.

-Ni yo recuerdo como debería latir el mío, yo no tengo.-susurré comprendiendo la pesada carga que a veces me atormentaba, yo era el señor de los sueños pero no podría obrar en mí alguno agradable.

"Sueña, sueña en la luna hay amapolas blancas,
todas son hijas de las mariposas de nieve.
Sueña, sueña y podrás tocar las estrellas
son monedas arrojados al pozo de los deseos.

En las nubes de verano hay algodón de azúcar
y en las de invierno suaves mantas que rodearán tu cuerpo.
En las praderas azules encontrarás azucenas
y en las nevadas huellas de lobos de escaso tiempo.

Sueña, sueña con mundos eternos
y que caben en la palma de tu mano.
Sueña, sueña con soldados de plomo
y con un hermoso lazo rojo en tus manos.

El amor está hecho para no ser comprendido,
el odio es sólo una sombra que asfixia.
Olvida todo en las notas de un violín
y sella todo con una poesía que parezca canción.

Sueña, sueña con la luna otra vez
y que en ella puedes bailar como sirena en el mar.
Sueña, sueña con montañas pequeñas
donde el sabio hace camino por la frondosa vereda.

El mundo es pequeño y grande a la vez,
el mundo es pequeño y grande a la vez...
sueña, sueña... porque en los sueños tal vez
tú puedas verme y yo pueda besarte una vez.
Sueña, sueña... con melodías...
sueña sueña... con melodías..."

Escuché su poema con atención, imaginando en mi mente la melodía que le haría compañía. Por inercia me puse de puntillas cual bailarina de ballet y empecé a girar a su alrededor, sintiendo cómo mi violín aparecía en mis manos y se materializaba despacio, casi haciéndome desaparecer a mí por la energía utilizada. Pero no importaba, porque en esos momentos podía tocar al ritmo de mi baile...

Giré a su alrededor, tocando una melodía suave al ritmo de su voz y palabras, creando del poema una canción de cuna que sólo los poderosos podían escuchar. Como él, por ejemplo, como la mujer gitana que me observaba unos metros a lo lejos y como algunos niños que me señalaban con el dedo, sonrientes por ver a un ángel y no a un fantasma.

-Sueña, sueña con melodías... sueña, sueña con sinfonías... -empecé a repetir, con mis ojos cerrados mientras él terminaba de recitar. Yo seguí unos minutos más, sintiéndome tan ligera mientras recuperaba mi forma original, la energía que me hacía ser visible a la mayoría se esfumaba cada que tocaba.

Cuando acabé de tocar, me vi reflejada en sus ojos. El vestido blanco manchado con sangre, mi rostro pálido con la muerte, mis ojos húmedos por el llanto y morados por los golpes... moretones que se deslizaban por mis brazos y piernas, por mi pecho hasta mi cuello... en donde las marcas moradas de dos manos le rodeaban.

-Todos tenemos un corazón, aunque no lo podamos escuchar, está ahí, esperando latir para alguien o por algún motivo especial... Veo tu corazón, aunque digas que lo has perdido... Por favor, no te asustes, no te haré daño -susurré, sin moverme de mi lugar. No quería que ante mi aspecto real saliera corriendo como muchos otros.

Había visto monstruos con aspecto de ángel, pero jamás a fantasmas con aspecto de alma rota. Porque eso era ella, un alma rota en mil pedazos. Los fantasmas eran simplemente el reflejo de las almas que una vez ocuparon lugar en el mundo, pero ella parecía un alma viva.

Me aferré a ella en un abrazo tierno, cubriéndola con mi cama para ocultarla de la visión del resto. Mi mejilla rozó la suya, aunque era energía y no un cuerpo real... una energía que la hacía visible y de aspecto tan humano como doloroso.

-Soy un vampiro que caza a otros como yo, que ha matado a cientos de humanos y que ha bebido de la sangre de ángeles. No tengo escrúpulos a la hora de la caza, aunque normalmente busco a personas que nunca serán recordadas. En ocasiones.-hice un inciso.-me encuentro con aquellos que un día maté, presencias que me atormentan y me recuerdan el pecado cometido. Si bien, si estuvieras viva no te mataría a ti... sino a quien te ha hecho esto. Nadie merece morir sufriendo.

Me sorprendí cuando me abrazó, nunca nadie, en mucho mucho tiempo, había hecho eso. No sentía el calor de un abrazo real desde hacía demasiado, y fueron tantos los sentimientos que me invadieron, que sentía que de nuevo estaba viva, y más real que nunca. Mi piel dejó de ser pálida y mi energía se hizo fuerte. Mi cuerpo volvió a ser tan real como antes, y entonces pude soltar el violín roto y abrazarle también.

Estaba emocionada y feliz. Agradecí su gesto, porque me hizo sentir viva... Aunque sus palabras me apenaron.

-Matas porque tu alma te pide hacerlo y todos sufren con su muerte, pero tienes un corazón poderoso, lo siento, y no te vuelves culpable por tu sed porque es tu necesidad... No te condenes por ello, porque no estás condenado por mi mundo -susurré contra su oído, cerrando mis ojos y aspirando su aroma. Mi cuerpo, mientras más feliz yo era, más real se hacía, y pronto fui tan real como cualquier persona. La única diferencia con ellos era que mi corazón ya no latía, a pesar de que estaba viva...

-Gracias por abrazarme, me has hecho muy feliz esta noche -dije antes de separarme de él. Mi vestido blanco estaba inmaculado, así como mi piel había recuperado el blanco lechoso de siempre. Le sonreí con dulzura y agradecimiento.

-Entonces hazme feliz.-dije tomando su mano después de escuchar sus palabras y contemplarla nuevamente.-Acompáñame a mi paseo por el mar, quiero recordar viejas leyendas de guerras que una vez emprendí, darle tributo a los guerreros que quité la vida y a la vez homenajear el valor que poseía cuando mi espada se alzaba entre el resto... quiero recordar aquellos tiempos donde lo eléctrico era un sueño, donde no existía la mentira y el honor se tomaba como algo necesario para el hombre. Sí, quiero volver a ser lo que una vez fui por unas horas mientras camino en silencio a tu lado.

Su vestido blanco contrastaba con mis ropas oscuras, mis cabellos estaban también ocultos por mi capa envuelta sobre mi cabeza. Era una aparición grotesca, gigante para algunos y de tamaño común para otros... pero grotesca. Cuando me quité la capucha dejé que mis cabellos negros y largos se movieran levemente con la brisa, la misma que se movía entre sus piernas moviéndose leve el pliegue de sus faldas.

-Me gusta el mar, recuerdo que los barcos pesqueros llegaban a la costa casi al despuntar el alba con las nuevas capturas. A lo lejos se podía ver a las mujeres remendando las redes, recolectando conchas o simplemente esperando a sus esposos para ir a vender el producto.-susurré notando la arena bajo mis pies.-El sol tostaba mi piel, el mar parecía una inmensa cola de sirena con sus escamas resplandecientes de tonos azules, verdes y blancos.... los niños jugaban entre las rocas y no muy lejos otros campesinos llevaban las verduras al mercado. Un tiempo plácido, sin ruido más allá de la vida.

-Te haré tan feliz como pueda, como muestra de mi agradecimiento -dije tomando su mano, caminando a su lado mientras le escuchaba con total atención.

Mientras caminábamos, me imaginaba todo aquello que iba contando, como si yo misma hubiera estado en aquellos lejanos tiempos. Por mi mente pasaban los suaves sonidos de las risas de los niños, las conversaciones de las mujeres y los marineros.

-Tiempos remotos y hermosos son aquellos que cuentas -susurré, con una suave sonrisa manteniendo mis ojos cerrados, sin sentir nada más que el calor de su mano aferrada a la mía. Porque mi cuerpo era real, pero no sentía la arena ni el agua en mis pies...

Caminaba a su lado escuchando su suave voz hablándome, su cuerpo era cercano a lo que se podía llamar "real" aunque sólo veía a una niña perdida que nunca regresaría a casa. Mis dedos se entrelazaron a los suyos y mis ojos se fundieron en la marea.

-Recuerdo aquellos días, a mi mujer caminando a mi lado rogándome que no fuera a la nueva batalla. Ella era mucho más joven que yo, unos veinte años. Había pasado toda mi juventud en la guerra, formándome solo en los bosques para no echar de menos ni siquiera lo más esencial. Y si bien, cada vez que luchaba echaba de menos sus caricias y su cuerpo cálido.-cerré los ojos unos segundos aspirando el aroma marino, la sal entrando en mis pulmones que sólo usaba como mero recuerdo.-Era distinto esta vez, la dejaba embarazada... pero sólo sería una lucha de días. Si lo hubiera sabido no hubiera ido, hubiera preferido que me llamaran cobarde y así poder pasar los últimos días a su lado... murió poco después, mi hijo también con ella.-paré y me giré hacia el mar.-Me dediqué a viajar por el mar, buscando quizás encontrar mi corazón... por los bosques... hasta que un día me encontró mi creador.-dije girándome hacia ella esta vez.-Mato para vivir y sin embargo no tengo un motivo claro para ello.

-La sigues esperando, es eso -dije mirándole con dulzura, enternecida por su historia. Apreté su mano un poco, para que supiera que estaba todo bien- Estoy segura de que ellos son quienes te proporcionan el calor que siento en ti... ¿Sabes? Una vez, una mujer me dijo unas palabras bastante interesantes...

Guardé silencio unos instantes, haciendo memoria de aquel encuentro. Luego volví a sonreír y empezamos a caminar de nuevo por la orilla del mar, cogidos de la mano.

-Ella era una bruja, fue la primera persona que habló conmigo luego de que cayera dormida... Ella me ayudó a quedarme aquí y entender muchas cosas -le miré con una sonrisa triste- Mi cuerpo está muerto, pero no yo. Ella me enseñó a seguir viviendo. No estoy muerta... pese a todo. En fin... ella me dijo algo la última vez que nos vimos.

Le miré unos instantes, quedando en silencio. Sentía de él manar la energía, sentía que no quería alejarme de su calor y fue eso lo que confirmó mis dudas.

-Los fantasmas y los espíritus, se enamoran de los vivos. Pero de una forma distinta a la que imaginas... Nos enamoramos de su luz, del calor que la vida les ofrece. Y ese calor, generalmente, es el que le brindaron las personas que amaron a esos humanos, y que han partido a la muerte. Su amor hace de esos humanos hermosos a los ojos de los espíritus y los muertos, provoca que nos enamoremos de ellos, de su luz... -sonreí sintiendo mis mejillas encenderse con un imaginario rubor, antes de que le mirara a los ojos y sonriera- Tu esposa te amó con toda su alma. Tu hijo también lo hizo, a pesar de que casi no viera este mundo. Te amaron y lo siguen haciendo, porque veo en ti tanta luz y siento tus manos tan cálidas... Creo que me he enamorado de ti, porque no quiero irme. Así como me enamoré de esa bruja, a quien sus hijos y esposo amaron y brindaron su calidez...

Cerré mis ojos, concentrándome en una acción en particular. Dejé de sentir sus dedos y el viento, y mi cuerpo desapareció en la noche. Sin embargo, él todavía podría escuchar mi voz, pero ya no verme.

-Los veo... Veo cómo te miran, te adoran... veo la luz de ellos rodearte, están junto a ti pero no puedes verlos... -susurré, sintiéndome débil. Contactar con ese mundo me hacía desaparecer, era mucha la energía que debía utilizar para ello- Te aman... veo sus sonrisas sobre tu cabeza, allí arriba... quieren que sepas que te aman, Atsushi Sakura...

-Jamás dudé de su amor.-dije dejando que una lágrima roja cayera por mis mejillas.

¿Cuántas décadas? ¿Más de diez? ¿Quizás quinientos años? sí, podría ser unos quinientos años. Hacía tanto que no lloraba, que no dejaba fluir el dolor que aún su cuerpo roto tras el parto me brindaba. El niño no duró ni unos días en el mundo. El mundo era duro para todos, inclusive cuando nacíamos... porque veníamos blandos, vulnerables, y podíamos ser rotos como trozos de papel que no valen para nada.

-Me amó mi madre, me amó mi padre y me amó mi abuelo. Mi madre no pudo tener una larga descendencia, debido a sus problemas de salud... todos los niños los perdía y yo nací después de muchas desilusiones.-susurré contemplando el mar, escuchando su voz.-Me amaron mujeres que yo desprecié, pues no quería volver a casarme tras lo sucedido. Huí de todo, ya no recuerdo donde están enterrados mis padres ni el cementerio de mi mujer existe. No existe nada de lo que una vez amé con intensidad.-murmuré llevándome las manos a la cara, dejando que otra lágrima surgiera.-Si bien, recuerdo sus voces... la sonrisa cálida de mi madre frente a su pequeño espejo. No puedo olvidar los días de entrenamiento duro con mi padre, siempre decía que era su legado y que su legado debía ser como un junco. El junco se dobla en el aire pero no se rompe, debe ser fuerte y permanecer con su tallo perfecto frente a cualquier adversidad.-susurré antes de sentarme cerca de la orilla.-Después de todo aquello amé una nueva vez.-dije clavando mis manos en la arena, hundiendo mis dedos hasta cerrar el puño.-Era un ángel, literalmente un ángel, pero jamás se lo dije porque la hubiera condenado.-susurré antes de quedar en silencio sacudiendo al mundo con todo mi poder, ya que deseaba controlar mis emociones y para atarlas debía soltar mi presencia y volver a retenerla.

El mar rugió con fuerza, algunas piedras cayeron hundiéndose en el agua, el paseo se agrietó a mis espaldas, hubo un apagón completo en las calles aledañas a la costa y un barco se movía inquieto, como un cascarón de nuez, en el mar. Cuando finalmente me calmé todo pasó, pero mi presencia era más fuerte, tal vez atosigante para ella.

-Eres muy agradable, deberías concentrarte en hacerte visible y no hacerme sentir igual que un ciego.

Sentí desatar su poder, demasiado grande para poder soportarlo. Caí al suelo sintiéndome agotada, cansada por el aplastante poder que dejó escapar, aunque fueron pocos los minutos que duró.

-No puedo... -susurré, cansada. Hacía mucho tiempo que no me sentía así, casi fue como si me absorbiera a mí también aunque fuera de forma inconsciente.

Sentí que el viento se arremolinó a mi alrededor, señalando el lugar en el cual me encontraba. De a poco la energía fue volviendo a mi cuerpo haciéndome visible, pero no en la forma de mi cuerpo en vida, sino mi forma original... Quedé tendida en el suelo, con una mano sobre mi pecho, justo a su lado. Mis ropas estaban cubiertas de sangre nuevamente y las marcas regresaron a mi cuerpo, ese aspecto me apenaba.

-Por favor... Necesito que te alejes unos instantes... Tu poder me hace desaparecer... -susurré entrecortadamente, con lágrimas sanguinolentas en mis ojos a causa del dolor. Era como si me jalaran, pero yo quería permanecer aquí. No quería irme, porque el otro lado daba demasiado miedo. Quería quedarme junto a él, en el mundo de los vivos.

Mi poder fue calmándome y terminé sosegado hundido en el mar. Me alejé tanto de ella que terminé sumergido en las aguas. Cuando salí calmado lo hice sin parte de mis ropas, muchas de ellas las dejé porque pesaban y no soportaba ese sentimiento. Tan sólo mis pantalones negros cubrían mis piernas y una camisa escueta mal abotonada mi torso. Los pies estaban descalzos, pero mis muñecas seguían con las pulseras habituales así como mi cuello colgaban tanto el colgante de mi organización como los míos propios. Mi poder, mi esencia, no parecía mayor a la de un simple humano. Sabía controlarme, pero cuando estaba en ese punto crítico todo se desataba.

-Lo lamento.-dije tendiéndome cerca de ella, sobre la arena, como si fuéramos dos náufragos perdidos en un océnao demasiado inmenso e intenso.-Normalmente controlo todo a mi alrededor.