Let's Get Started [Kenneth]

Todo se amoldaba al próximo suceso, la guerra se hallaba latente esperando el momento preciso para desatarse, y los implicados comenzaban a organizarse. Pronto lo único que restaría sería violencia, ruinas y muerte.
Pero hasta entonces la suprema autoridad celestial había enviado misiones a todas partes del mundo con la finalidad de reclutar seres a su causa. Luego de la caída de uno de los árcángeles más importantes, muchos dieron la batalla perdida para las tropas del cielo, y se rindieron ante la sola posibilidad del combate.

La noche se hallaba desolada y gélida. Los árboles habían sido decorados con las primeras nevadas del que sería un oscuro invierno. Pero en medio de aquella casi total ausencia de luz, un intenso destello blanco se coló entre las desvestidas ramas de los árboles y se sumergió en lo profundo de una pacífica laguna.

Segundos después dicho resplandor emergió de las tranquilas aguas del pantano y fue adquiriendo paulatinamente la forma de una silueta femenina. Las cristalinas gotas que se deslizaban por el desnudo y luminoso cuerpo fueron tejiéndose en un azulado vestido, mientras que la doncella se encaminaba hacia la orilla más cercana.
Lisbeth se hallaba una vez más en la Tierra, sitio que había visitado en más de una ocasión, pero esta vez todo era diferente. Ésta vez tenía una misión concisa que debía llevar a cabo, pues de lo que ella y sus hermanos lograsen dependía la victoria de las tropas divinas.
Una vez que sus descalzos pies pizaron la cenagosa tierra que rodeaba la pequeña laguna notó que no estaba sola en aquél apartado paraje, y se sorprendió cuando descubrió de quién se trataba.
Le miró fija y penetrantemente, con el rostro rígido y carente de emoción alguna.
- De todos los que podría haberme encontrado al llegar aquí... Tenías que ser tú? No puedo decir que me alegro de verte... Ha pasado tanto tiempo...- dije con un tono frío como la nieve fina que había empezado a caer sobre ambos- Kenneth.

Hacía mucho frío, la noche estaba solitaria y se respiraba un aire de melancolía, aunque la tensión comenzaba a aflorar lenta, pero notoriamente. Ya no quedaban dudas: la guerra se aproximaba, y sería un enfrentamiento largo, sanguinario, violento, feroz. No había nada que se pudiera hacer al respecto. Los humanos que tenían alguna idea de ello, estaban aterrados. Los demás sencillamente no eran conscientes de su próxima muerte... Vivían como si tal cosa, con las casas llenas de luces y estúpidos adornos de navidad, sin llegar a sospechar que aquel podría ser el último invierno de la humanidad. Los enfrentamientos estaban en recesión, así es que mientras todo el ejército infernal buscaba a Uriel para ajustar cuentas, yo podía darme un respiro. Pues bien, aquella peculiar noche, me encontraba recorriendo los alrededores de Volkommen y decidí parar junto a un pantano. La atmósfera era ideal; silencio, soledad, calma, oscuridad... Me senté sobre una roca y comencé a arrojar distraídamente piedras al agua. Hacía mucho frío y la blanca nieve caía sobre mí. Pero nada de eso me distraía ni impedía estar en un trance de paz, o tal vez sólo un profundo desinterés, se hacía imposible distinguir una sensación de la otra. De pronto, algo me sobresaltó: un destello blanco que cayó en el pantano y fue adoptando la forma de una doncella a la que conocía perfectamente. Me puse de pie lentamente observando incrédulo. No podía creer lo que mis ojos veían. Era ella. No podría confundirla jamás. No hubiese olvidado ni en un millón de años su perfecta piel, la luminosidad de su gesto, el halo que rodeaba su cuerpo... Y sus alas. Aquellas enormes e imponentes alas blancas. Aquellas que en algún momento yo también había tenido, pero que ahora se habían tornado negras. Su voz era igual a como la recordaba, clara, aterciopelada pero firme, carente de cualquier sentimiento.
-Vaya que ha sido mucho tiempo, hermana. Y muchas cosas han cambiado desde que ambos habitábamos el Cielo. A decir verdad, todo ha cambiado.-Me le acerqué despacio, su brillo me encandilaba. Extendí mis alas incoscientemente y permanecí observándola, admirando aquella belleza tan particular.

Escuchó detenidamente cada una de sus palabras, y al hacerlo experimentó un intenso rencor. En el momento en que oyó su voz, inmutable al paso del tiempo, no pudo evitar evocar recuerdos de aquella lejana época en la cual eran compañeros de batalla, en la que luchaban codo a codo y cuidaban sus retaguardias mutuamente... En la que eran más que dos soldados del mismo escuadrón: eran hermanos.
- Tú elegiste que así fuese...- Respondió con la voz cargada de resentiiento, pero al percatarse de cómo había sonado aquello, se esforzó en volver al tono inexpresivo con el que había iniciado la conversación - Sólo me pregunto si finalmente, en la situación en la que ahora te encuentras, hallaste aquello que tanto te hacía falta al lado de los tuyos...- concluyó mirándole directamente a los ojos. Realmente no lo entendía, su racioncinio no alcanzaba a comprender el porqué alguien estaría dispuesto a despojarse de toda gracia divina para seguir un camino sin rumbo, llevando una existencia sin fundamento ni objetivos, sin ningún tipo de motivación... Condenado a vagar por las sombras, desterrado de su verdadero sitio y marcado como traidor de los suyos.

Notar el rencor en la voz y la mirada de quien fuera además de una de mis hermanos más cercanos, mi mano derecha en las batallas, se me volvía inevitable. Era parte de nuestra naturaleza aparentar indiferencia y permanecer inmutables ante cualquier situación. Pero, definitivamente, esa nunca había sido la realidad, sólo era lo que se pretendía de nosotros. Lo que Él pretendía. ¡Que va!, nos gustara o no, los sentimientos no nos serían ajenos jamás. Sus palabras permanecieron suspendidas en el aire unos varios segundos, mientras hacía por asimilarlas una a una con calma. No podía evitar rememorar los antiguos tiempos, cuando todo era diferente. Y tampoco podía evitar sentir melancolía. No sabía si hacia esa seguridad de tener órdenes a las cuales responder, una existencia planeada de principio a fin, la comodidad de no deber tomar jamás decisiones por mi cuenta, o a compañías como la suya, la de mis hermanos.
-No estoy seguro de haber hallado lo que buscaba, pero de una cosa estoy seguro, y es de que abandonar el ejército celestial fue la mejor opción que pude haber tomado. Dios estaba usándome. De la misma forma en que lo hace contigo ahora, hermana. Es una lástima que no puedas verlo aún.

- Usándonos?- Ella no lo concebía, simplemente no podía. Estaba tan convencida de que aquél era su propósito, su razón de ser, no necesitaba cuestionarse nada, después de todo ese no era su deber; su fe ciega, su total lealtad y su indiscutible acatamiento de las órdenes divinas, eso sí era parte de su trabajo. Alguna vez sintió algo, una sumisa y lejana voz... Muy en lo profundo de sí misma, que la llamaba, que parecía conocerla más de lo que a ella le gustaría, que la incitaba a probar cosas fuera del parámetro de su cometido real... Cada vez que le parecía sentirla en su interior su mente hacía un esfuerzo inimaginable por callarla, pues ésta voz despertaba también otros sentimientos que distorsionaban su percepción del mundo, de sus hermanos e incluso de sus superiores, le engendraba dudas e inclusive un anhelo por revelarse en contra de todos sus principios. Sus efectos nunca habían durado más que unas horas, siempre logró ponerles fin. Sin embargo, una vez terminadas las alteraciones, invadía la culpa... Culpa de haber experimentado tales sensaciones... Supuso que su padre la estaba poniendo a prueba... "Sí, eso debía ser. ¿Qué otra cosa si no?"
- Nada de lo que digas me corromperá. Estabas confundido y ello te llevó a la perdición. Sólo perdiste el camino que te correspondía, y sabes que ya no hay retorno, lo sabías desde el principio. Mi única pena fue que no pude ayudarte con tus dudas en su momento... Menos puedo hacerlo ahora... Pero no me enviarás al agujero en el que has caído... Sólo... no caeré.- expresó con un vestigio de amargura, aunque su voz era sólida y firme.
Temía contagiarse del espíritu descuidado, débil y desleal. No quería alejarse de sus hermanos, ni de su camino... Por que de hacerlo... ¿Qué le esperaría luego? Una eternidad de vergüenza y castigo. Nada más allá de eso, ¿Cierto?

La nieve no cesaba y nos había cubierto a ambos. De todas formas, nosotros no éramos capaces de experimentar las sensaciones como los mortales, y definitivamente jamás lo seríamos, por lo cual la gelidez de la noche no nos afectaba demasiado.
Sus palabras me llegaron muy de pronto, sin darme mucho tiempo de analizarlas una a una. Como fuere, ya traía una idea de lo que podría decir. Aunque por otro lado, me sorprendió que no me hiciera ninguna clase de reproche, no al menos como lo hacían los demás. En cambio, su parlamento sonó más parecido a un intento por justificar mis actos. Cuando acabó de hablar, esbocé una leve sonrisa de lado.-Suenas como él. Como Uriel. Él habría dicho algo como eso.-Dejé una breve pausa.-Y ya has visto cómo acabó.-Enfoqué mi vista en sus enormes y verdes ojos, como si ellos pudieran confirmar de algún modo lo que estaba a punto de decir.-Di lo que quieras. Pero te conozco Liss... Te conozco lo suficiente como para saber que tienes miedo.-El silencio fue sepulcral, mi mirada no se apartó de sus ojos.-Miedo del ser que eres y de lo que eres capaz de hacer. Miedo de saber que un día acabarás dándome la razón... Sé que volveremos a luchar juntos, y será cuando podremos por fin vengarnos de quienes nos usaron, nos desmerecieron, nos mintieron...-Mi tono de voz se cargó de rencor y salió casi en susurros.-De quienes nos separaron.-Bajé la vista a la gran capa de nieve que cubría el suelo y batí mis alas de forma inconsciente.

Recibió sus palabras como fríos y afilados puñales, que perforaron su compostura y quebraron su controlado sosiego. Sintió cómo le atravesaban impiadosos, tan nocivos como reales. Cargados de cosas que no admitiría aún si fuesen ciertas; no podía, porque entonces la culpa la mataría, o peor, haría del resto de su existencia algo más horrible que el propio infierno.
Se desmoronaba, un dolor sumamente intenso provenía desde lo profundo de ella. Como si fuese a hacerla estallar. Le era imposible soportarlo. No obstante, aquella sensación, pronto comenzó a darle paso a la ira. Se sentía frágil, desnuda, totalmente expuesta. No era así como quería que él la viese. Ella pretendía ostentar de su seguridad y certeza en su accionar. Aunque estuviese ahora mismo entrando en alguna especie extraña de pánico. Pánico de que quizás podría no ser lo suficientemente fuerte como para sobrepasar aquella dichosa prueba que su omnisciente padre le había impuesto. Y para hacer trastabillar aún más su sólida convicción Uriel, arcángel que consideraba perfecto, admirablemente íntegro e incorruptible, había caído recientemente. Él solía ser, sin duda, un modelo a seguir para muchos de sus hermanos, y Lisbeth no era la excepción... Por lo que era inimaginable la decepción que había invadido a los guerreros celestiales, cual si fuese un veneno que fue apagando los deseos de defender la voluntad divina en una guerra en la cual las esperanzas de los ángeles estaban, prácticamente, extintas. Era demasiado para asimilar. Se sentía acorralada y totalmente desbordada por la situación. Y su reacción inmediata fue violenta. Se abalanzó súbitamente sobre Kenneth, sus alas blancas relucieron bajo la tenue luz de la luna, una vez que se deshicieron de la nieve que ya las había cubierto. Acorralándolo contra el grueso y milenario tronco de un árbol.
- Debería acabar con tu sucia existencia justo ahora...- dijo en un susurro gélido que evidenciaba el deseo que tenía de hacerlo. Mas continuó con su discurso, que soltó en el rostro pálido del caído, a tan poca distancia del suyo que podía sentir su respiración serena en cada centímetro de su propio semblante - ¿Pero qué sentido tendría? Estás cumpliendo tu pena, y no seré yo la que te libre de ella... No necesito escuchar esto, no quiero hacerlo... Sin embargo, debo decir que si buscas con quien vengarte, no debes ir muy lejos... Sólo mírate: tú lo echaste a perder... Le fallaste a todos a tu alrededor, e incluso a ti mismo, aunque no quieras darte cuenta de ello. Tomaste una decisión, elegiste... No culpes a otros cuando la culpa es tuya. ¿Querías hacer uso del libre albedrío? Pues, felicitaciones, Ken, lo has hecho! Dime: ¿Nunca se te ocurrió pensar que tal vez nuestro padre no nos lo permitía porque él sabía que no estábamos preparados para practicarlo? Sólo mírate: abandonaste un puesto subordinado a las órdenes de unos, para unirte al ejército infernal y terminar sublevado a otros... Tus movimientos carecen de racionalidad. Es...- soltó un largo suspiro y continuó - Simplemente, ridículo.- Al terminar con su parlamento, cerró sus alas lentamente, que habían permanecido completamente extendidas mientras le tenía sitiado, y se alejó de él. Liberándolo.

Dentro de mí, continuaba tan sereno y seguro como siempre. Nada de lo que decía el emplumado que tenía en frente me hacía trastabillar. Aunque llevaba razón en algunas cosas, eso no podía negármelo. Solté mi parlamento como una granada, y sólo permanecí allí, inmóvil, silencioso, inexpresivo aguardando a que estallara. Y así fue. Los segundos que tardó el ángel en reaccionar a mis palabras definitivamente me otorgaba la razón, pero más aún su accionar. ¿Por qué habría de encolerizarse de tal forma si yo no estuviera en lo cierto? Casi sentí ganas de sonreír cuando me estrechó contra un árbol y dijo que debería acabar conmigo. Pero no lo hice.-Muy probablemente deberías. Pero no lo harás. No puedes hacerlo. Incluso si estuviéramos frente a frente en la guerra final no podrías. ¿Y sabes por qué? Porque, no importa la imagen de seguridad inquebrantable que intentes vender, yo siempre sabré la verdad. Al final eres tan débil en tu convicción como lo fue Uriel. Y tal vez, con algo de suerte, acabes como él. O, en el peor de los casos, prefieras seguir engañándote y mueras en manos de mi ejército. Tal vez mías, tal vez de otro... No lo sé, no me importa. Sólo importa el resultado final. El que ambos conocemos...-Su cuerpo se apartó del mío.-¿Por qué mejor no lo piensas tú? Lo que dices es erróneo desde la primera palabra. Analiza tu discurso: ¿por qué siempre partes desde que Dios tiene la autoridad de darnos o quitárnoslo todo? ¿Es a caso que tu pequeña y primitiva mente no alcanza a comprender? Porque, oye, yo lo veo muy sencillo. No le pertenecemos a nadie. Si Él nos creó con sentimientos y raciocinio, no puede haber sido un error. Se supone que Él no se equivoca, ¿no es así? ¿Quién puede decirnos qué podemos hacer y qué no? ¿Tan poco crees en ti misma, o es a caso que ya te has resignado a ser una sucia ramera que sólo complace a los demás?-Y dicho esto, aguardé en silencio, mi mirada clavada en sus ojos, sabiendo más a través de ellos, que de las palabras de la guerrera.

- Notoriamente, no has dejado de comportarte como un desertor caprichoso y rebelde. No respetas tu especie, no eres merecedor de la gracia que nuestro padre te ofreció... Aunque supongo que él conocía de tus defectos y aún así te dio la oportunidad de luchar contra ellos... Evidente es que, no supiste cómo hacerle frente a tu debilidad... Y tu extrema incompetencia te llevó a la perdición. No espero que entiendas las razones de mi accionar, porque sencillamente, no están a tu alcance...– se volteó mientras continuaba su parlamento con la mirada perdida en la profunda oscuridad del bosquecillo que rodeaba al pantano –Se trata de algo superior, algo que no puedes experimentar... Ya no, al menos. Es tu existencia “un algo” cargado de indiscriminada indiferencia, un eterno andar sin rumbo, sin objetivos... Dime, Kenneth: ¿Cuánto tiempo llevas en esta tierra? ¿Unos diez o veinte años, quizás? Realmente, no sabes lo tortuoso de habitar sin saber el porqué o para qué lo haces... Sin metas, sin anhelos claros... Con una profunda necesidad que no puedes saciar, ese vacío tan perturbante y difícil de sobrellevar...–Suspiró profundamente –La eternidad no es precisamente un premio, Kenneth... Porque así como las cosas buenas son más, las malas las superan, y la memoria se convierte en tu peor enemigo. La eternidad es una agonía para quién no sabe qué hacer con ella. Eres una mente joven e inmadura, no podrás entender de lo que hablo hasta que no lo compruebes por ti mismo... De eso estoy segura, pero ya que has demostrado un profundo interés por lanzarte a hacer aquellas cosas que te deterioran cada vez más… ¡Hazlo! Te desearía suerte, pero sé que no te servirá de mucho…- su tono había cambiado, su postura también, en aquel momento solo deseaba que su antiguo hermano se quemara en las cálidas y entrañables llamas del infierno. Sólo, y con la única intención pedagógica, de que aprendiera de sus errores, ¡claramente!.

Lisbeth conocía bien de lo que hablaba, no en vano llevaba tanto tiempo junto a sus hermanos. Su convicción en la causa lograba más que su fe ciega, permitía que no enloqueciera. La eternidad no sólo significaba una existencia infinita o ilimitada en el tiempo, sino también, un sin fin de pesares con los que deberías cargar durante toda ella. Por su condición de ángeles, estaban preparados para lidiar con sus monstruos internos, pero siempre que mantuvieran su fe firme y sus objetivos claros, de esta manera se sentirían contenidos por la unidad que significaba su ejército: su familia.
Kenneth, sin embargo, y por decisión propia, ya no contaba con estos privilegios, por lo cual su panorama a futuro se veía peligrosamente amenazado.

Sus palabras me hicieron callar magníficamente. Por momentos olvidaba que aquellos a los que ahora me enfrentaba no sólo provenían del mismo sitio que yo, sino que además habían luchado a mi lado, lo cual los hacía conocerme más de lo que me gustaría. Siempre había sido de guardar para mí mismo mis pensamientos, reflexiones, dudas y especialmente sentimientos. Era algo natural en mí, una actitud que Él nos había inculcado desde el principio de los tiempos a los celestiales; el fingir no poseer emociones algunas. Pero lo cierto es que a todos y cada uno de nosotros alguna vez le había temblado el pulso antes de darle fin a un hermano. Porque eso dolía. Dolía más que nada. Ser el responsable de que la luz escape de los ojos de aquél desdichado que acabara en tus manos luego de haber cambiado de bando. Lo había visto. Lo había hecho. Más veces de las que cualquiera pudiese aventurarse a aproximar. En tan sólo treinta años, había visto tanto... Que resultaba absolutamente hipócrita y vano negar alguna de las palabras de la guerrera alada que tenía en frente. Cada cosa en su discurso era absolutamente certera. Eso me encolerizaba. Lo odiaba. ¿Cómo podía yo negar algo que era tan claro y distinto a los ojos de cualquier observador?...
-Nunca quise esto Liss...-Solté, casi sin querer, cuando mi tono de voz perdió su neutralidad habitual y adoptó cierta amargura. Mis palabras me remontaron de pronto a la estrecha relación que mantuviéremos antaño y mi corazón se sacudió contra mi voluntad.-Pero nadie me dio a escoger. No tuve opciones. ¿Crees que de lo contrario, hubiese optado por esta existencia eterna? ¿Que alguien lo hubiese hecho? Nadie quiere esta mierda...-Me mordí el labio inferior y asentí con la cabeza.-¿No se supone que Él lo sabe todo? ¿Por qué me hizo así, entonces? No, no...
Él sabía lo que haría. ¿A caso no puedes verlo? A Dios no le importa una mierda el mundo, los humanos, los ángeles, los demonios ni ninguna otra de sus asquerosas creaciones. Sólo somos su diversión, juguetes.. Nos lava el cerebro para hacer que nos masacremos los unos a los otros. ¿Y todo eso con qué fin? Ninguno. Simplemente el placer de presenciar todas las cosas que somos capaces de hacer. Todo lo que ustedes pueden hacer en su nombre. En nombre de alguien que no daría un carajo por ustedes. Que los trata como escoria incluso cuando son quienes acatan todas sus órdenes sin cuestionar, y muchos sin siquiera haberle visto jamás. Como alguna vez lo fui yo.-Guardé silencio un momento antes de proseguir:-Vas a morir hermana.-Le dije con cierto dejo de piedad y con expresión de circunstancia.-Y lo harás sin saber que estás cargando con una cruz que no es tuya. Morirás sin haber vivido, y oye, yo creo que prefiero la incertidubre. No es por nada, pero si voy a ser colgado, que sea por mis propios pecados y no por los de alguien más. Tan sólo piénsatelo, sé que lo harás aunque no quieras.

Sus palabras le llegaban una a una, sufrían de un proceso rápido de evaluación y mientras tanto, Lisbeth, intentaba, desesperadamente, armar un argumento que derrumbara cada centímetro de su discurso, pero no podía. Se sentía impotente y embestida... No existían razones, ya no habían más fundamentos, había entregado todo en la batalla, pero era consciente de que no podía vencer en ella. Nada de lo que le dijera haría que Kenneth se arrepintiera, ni que pidiera perdón, su esencia estaba totalmente echada a perder. En el fondo, ella lo sabía desde un inicio, pero necesitaba intentarlo una vez más, no quería perder sus esperanzas... Necesitaba estar más que segura de que lo había intentado. Porque ahora sí, si se encontraba en la situación precisa de tener que acabar con la existencia de aquél... Lo haría con el total amparo de su conciencia, aunque para su corazón fuera un pesar más con el que tendría que cargar eternamente.
No quería presenciar el silencio que declaraba la caída de su ejército de ideas y sentimientos inexplicables, frente al ejército argumentativo y frío de Kenneth. Pero antes de que pudiera pensar en una retirada digna de un buen combatiente que es consciente de su derrota, sus pupilas se dilataron súbitamente, y por un instante su mirada se clavó en algún punto oscuro del bosque. Sin bajar su vista, y con un movimiento brusco extrajo de su dorso una especie de dardo de algún material metálico, que a juzgar por lo que sintió una ella una vez que recibió el impacto,estaba ardiendo, aunque a simple vista no lo pareciera. Pronto un líquido carmesí comenzó a brotar de su recipiente mortal recién conformado, tiñendo de tragedia el azul perlado de su atuendo.
Dejó caer el dardo al fangoso suelo sobre el que se hallaba, sus húmedos y centellantes ojos le dedicaron una última mirada doliente a aquél que la había engañado, antes de desplomarse, y quedar sumergida en cierto estado de letargo que nunca había experimentado con anterioridad. Su vista era difusa y los sonidos que percibía le parecían muy lejanos.
Se sentía tan vulnerable y brutalmente traicionada. Pero, por sobre todas las cosas, se sentía una imprudente ilusa:¿Cómo no se le ocurrió pensar que un caído podría estar esperándola una vez que descendiera a la Tierra? ¿Cómo no consideró la idea de que quizás el oponente estaba al tanto de las misiones que habían sido encomendadas para ese día? ¿Qué tal si el resto de sus hermanos estaban siendo atacados justa en aquél preciso instante? ¿Cómo no pudo sospechar nada? Tan solo no lo hizo. Pero... ¿por qué? Aunque le avergonzara admitirlo sabía bien que todo se remitía a esa culpa con la que cargaba. Culpa de saber que Kenneth había caído y ella no había hehco nada que pudiese haberlo evitado. De manera implícita entendía que ella le debía algo, aunque su razocinio no cesara de decirle lo contrario. Por eso, no se había detenido en pensar en lo que debía, sino que en aquello que personalmente necesitaba saber, para otorgarle a su espíritu algo de paz. Le había fallado a sus tropas, había desplazado a un segundo lugar el bien común, para priorizar un interés personal.
- Miren lo que tenemos aquí... Al parecer una delicada ave albina ha perdido su camino a casa...- vociferó una voz grave, y Lisbeth sintió como unos dedos, estremecedoramente fríos, removieron un mechón dorado que caía transversal sobre su rostro. La figura parlante irradiba amenazadora lobreguez y su tono de voz denotaba cierto placer frente a la figura de su víctima, tendida sobre el cenagoso terreno, absolutamente vulnerable y expuesta , a merced de lo que él decidiera hacer de ella.
- ¡Qué desdicha la suya! Perder su propia senda y cruzarse en la nuestra... Quiero decir, somos cazadores de seres como usted... Permítame confesar que no pudo, usted, sufrir peor destino que este. Mis compañeros y sabuesos percibieron su particular escencia a leguas de aquí... Los soldados del cielo no deberían ser tan evidentes al arrivar a nuestro planeta.-
- No es suyo..- susurró con indignación.
- Lo siento, me pareció escuchar una evidente mentira escaprse de su sensual y carnosa boca. En este momento la tierra se asemeja más al infierno que a los pacíficos apocentos de los que proviene... Sólo mire a su alrededor... Bueno, si es que puede. Sé que el dardo de Adalia resulta muy molesto, de seguro su vista pierde nitidéz, y el resto de sus sentidos se están apagando... Lamentablemente no es letal -suspiró decepcionado -Sin embargo, - reanudó su discurso con mayor entusiasmo- podremos divertirnos con usted, mientras esté bajo el efecto del Adalia's poison. No le mentiré, tendremos que desmembrarla de forma tortuosa y bestial, no es nada personal, se trata de una cuestión de principios... Como le dije: un destino realmente malaventurado el suyo. - concluyó el desconocido.
Efectivamente aquel veneno del que hablaba estaba rindiendo efecto, los distintos tipos de sensaciones comenzaban a desaparecer, poco a poco su visión sucumbía inevitablemente en la oscuridad plana, vacía. Su sentido del olfato se había esfumado, el gusto ya no le era perceptible, había caído también en un silencio imperturbable, y por el momento, solo podía refugiarse en lo que su piel captaba. Sabía que la desaparición del sentido del tacto sería la última, con el objeto de que pudieran hacerla sufrir lo suficiente mediante él, antes de que le dieran fin a su existencia.
Lisbeth percibía como otros seres se movían a su alrededor, lo cual no le sorprendía, los rebeldes de esa calaña se desplazaban en grupos de entre cinco o diez integrantes, a veces incluso, y como era el caso llevaban consigo hellhounds, bestias infernales, sumamente instintivas y destructuras, que por alguna razón habían logrado escapar del inframundo, donde se encargaban de la tortura como de la guardia de algunos sitios a los que estaba restringido el acceso a almas de poco nivel.
El jefe al mando se dirigió al otro ángel presente:
- Me sorprende que se haya lanzado a la caza de esta clase de alados. -le inquirió a Kenneth - Pese a su perfecta belleza y esplendor, no se caracterizan por ser muy amistosos... Menos con aquellos que llevan plumas de color de la noche... Por otro lado suelen ser fuertes y feroces combatientes, son guerreros, creados con la única finalidad de protegerle el culo a ese Dios del que todo el mundo habla pero que nadie ha visto... Sin embargo, son muy adeptos a lo que él dicte... Y los ángeles como Ud., definitivamente no son del agrado del él, pero un caído lo debe saber incluso mejor que yo... Así que, ilústreme, ¿qué clase de iluso se aventura contra este tipo de gladiadores eternos? Uno muy idiota, o puede que uno que no estaba en plan de guerra: no sé... quizás, estuviese en algún tipo de negociación... Tal vez, solo intentaba tramitar su pase de regreso bajo la falda de su creador... - no temía provocarle, porque se sentía cómodamente amparado por el resto de los demonios que lo acompañaban junto a sus dos peligrosamente grandes y fornidos hellhounds. El estar al mando de aquel clan le hacía sentir que podía llevarse el mundo por delante si así lo desease.

-He sabido de muchos “hermanos” que incluso después de haberse revelado decidieron finalmente
volver a las filas celestiales. Cobardía de la más pura, claro.-Mi tono pasó de calmo a sombrío.-No vayas a confundirme con uno de esos, con esa... escoria, porque puedo resultar susceptible a veces, quién sabe, hasta podrías hacérteme insolente e insultante, y por supuesto que eso no es del agrado de nadie.-Mi voz volvió a cambiar, y sonó distendida nuevamente.-Por otra parte, obviamente estoy en conocimiento de la peligrosidad de estas bellezas repulsivas. No olvides que una vez fui uno de ellos y por lo tanto puedo hablar con propiedad. Nuestro encuentro fue un afortunado accidente, mas sin embargo no hay uno sólo de esos hijos de puta al que no esté dispuesto a enfrentar. Dices que soy un iluso...-El volumen de mis palabras descendió y estas adquirieron severidad. Tomé una postura desafiante antes de proseguir:-Yo digo que en lugar de subestimarme, deberías ponerme a prueba. Demuestra que eres mejor. Supongo que una criatura infernal no podrá resistirse a tener un duelo con alguien que se integra a su ejército luego de abandonar el del enemigo. A no ser que seas un cobarde.-Saqué mi espada y le miré directo a los ojos.-Tú y yo. Solos. Sin tus acompañantes ni tus perritos. Mano a mano. ¿Te atreves?...-Esbocé una sonrisa de satisfacción y me preparé para el enfrentamiento, siendo consciente de que tenía un oponente fuerte y traidor. Planeé cada uno de mis movimientos en una fracción de segundo y permanecí en silencio, expectante por una respuesta que tenía perfectamente sabida.-Si gano, la alada es mía. Si pierdo, bueno, ya saben.