Padre nuestro - Privado

Aquella tarde había decidido dar un paseo por la ciudad, pues a pesar de haber llovido los días anteriores al fin se dejaba ver el Sol y había una temperatura bastante agradable, por lo que me puse un vestido fino y una chaqueta encima, sólo por si acaso.

Recorrí calles conocidas, pasé por el parque más famoso de la ciudad, el cual estaba lleno de gente que aprovechaba la tregua de la lluvia para salir de sus hogares y tomar algo de aire fresco, aunque no tan fresco como en días anteriores. Poco a poco me fui alejando del centro de la ciudad y acercándome a lugares en los que no había estado nunca, pero no sentí miedo en ningún momento, sino todo lo contrario, curiosidad por ver más de una ciudad que apenas comenzaba a conocer.

Unas horas después de comenzar mi paseo llegué a los barrios bajos, donde no había estado nunca. Observé cada rincón de aquel lugar, aminoré mi marcha para no perder detalle alguno de lo que me rodeaba. Sin embargo, mi concentración pronto se vio interrumpida por la repentina lluvia, la cual no empezó a descargar en forma de llovizna, sino que directamente lo hizo como diluvio, y yo no tenía paraguas ni nada con lo que taparme, pues albergaba la esperanza de poder terminar mi paseo sin contratiempos de ese tipo. Buscando con la mirada un lugar donde resguardarme del intenso aguacero reparé en una iglesia, hacia la que me dirigí corriendo. Entré sin apenas detenerme a pensar en que podía haber gente en su interior, pero en cuanto conseguí calmarme de la carrera y retiré mi melena de delante de mis ojos pude ver que el edificio estaba vacío, o eso me pareció a simple vista.

Estaba a punto de preguntar si había alguien cuando vi aparecer un hombre entre los bancos y supuse que sería el cura de aquella iglesia. Antes de que pudiera hacer o decir nada avanzó varios pasos hacia mí y dijo que me traería ropa para que pudiera cambiarme, ya que la lluvia me había empapado el vestido y todo el cuerpo.
Se fue corriendo hacia un lateral de la iglesia, probablemente a algún despacho o algo parecido y al rato volvió a salir y me llamó.
Me dirigí donde estaba y entré en aquel despacho, donde había colocado una manta, probablemente para que me secara, una camiseta y unos pantalones. Lo miré y sonreí. Sí, no había duda de que tenía que ser el cura, poca gente solía ser tan hospitalaria como él.
- Muchas gracias, padre.
Cuando salió del despacho me quité el vestido, que estaba chorreando agua, y lo coloqué sobre una silla. Cogí aquella enorme manta y me sequé antes de ponerme las prendas que me había dejado allí. Cuando estaba medianamente presentable salí del despacho y encontré al padre en uno de los bancos cercanos. Me acerqué a él.
- De verdad, muchas gracias. No sé cómo agradecerle su hospitalidad. Empezó a llover a cántaros y no sabía dónde acudir y al ver la iglesia vine directa. No me gustaría molestarle.
Hacía tiempo que nadie se preocupaba tanto por mí y me sentía algo abrumada, sin saber muy bien qué decir o hacer.