Tango en París - Privado

De mis labios salió un gemido de placer que retumbó con eco en la pequeña iglesia. En esos momentos no supe en verdad cómo pude controlarme y no gritar el nombre de Lestat, siendo que mi amante en esos momentos, y gracias a los juegos de iluminación de la iglesia, era idéntico al hombre que ¿amaba? ¿Estaba enamorada de mi padre? ¿O era un mero capricho? Mi mente era un desastre, el ejemplo en vivo del caos en todo su esplendor.

Cuando Richard empezó a moverse, me abracé a él clavando mis uñas en su espalda, prácticamente comiéndole la boca con mis besos desesperados, tanto como los suyos. Parecíamos dos amantes a punto de separarse, ambos consumidos en la desesperación de no querer dejar ir al otro porque está seguro de que no lo volverá a ver en su vida.

Besaba a Richard como lo hubiera hecho con Lestat, apretaba su cintura con mis piernas mientras sentía que en cualquier momento nuestros cuerpos se fusionaban en uno. Me separaba de sus labios sólo para tomar algunas bocanadas de aire, pese a que no lo necesitaba, y liberar entonces jadeos y gemidos desesperados.

-Ahh...!! Richard...!! -gemí su nombre, a pesar de que pensaba en otro. Algo me decía que soltar el nombre de mi padre en esos momentos me arruinaba todo el ligue, y claro, no quería eso. Era lo peor el sexo a medias. Mi cintura se movía contra la suya en busca de más contacto, y mis ojos verdes, centelleantes, se clavaban en los suyos violetas, tan iguales a los de él, tan familiares... Casi podía sentir que le amaba, que me entregaba por completo a él y a sus manos expertas.

Gemía y gritaba cual actriz porno, quería que todos los santos envidiaran el placer que en esos momentos sentía gracias al sexo. Sus embestidas eran precisas, deliciosas, aquel sexo era incluso mejor de lo que me había imaginado que sería hacerlo con mi padre, hacía mucho que no disfrutaba de un placer igual.

Cuando salió de mí, le miré con lascivia y deseo en mi mirada encendida, mi sonrisa estaba llena de lujuria y pedía más con mis ojos. Dejé que me colocara en una nueva posición, podía casi tocar los pies de Cristo mientras él me follaba de aquella forma tan única, tan perfecta.

Repetía su nombre y palabras en finés que casi eran ininteligibles, gemía de forma desesperada sintiendo que llegaba al orgasmo, pero ni de asomo quería que aquello acabara tan rápido. Cuando mordió mi cuello, dejé escapar un nuevo grito de placer, aquel era uno de mis puntos débiles.

Sentí que llegué al orgasmo, entre estremecimientos de placer y gemidos incontrolables, pero eso, para mí, apenas estaba empezando. Bajé mi pierna y le aparté de mí, girándome a besarlo y acorrararlo contra la pared mientras mis manos recorrían su cuerpo perfecto, Richard era tan perfecto como Lestat y yo misma. Parecía un ángel.

-Ámame, Richard de Valois... cae conmigo al pecado, se nos abren las puertas del infierno -susurré contra sus labios antes de prácticamente lanzarme sobre él, como un depredador que cae sobre su presa. Acabamos ambos en el suelo, yo sobre él moviéndome sobre su miembro duro- Ámame por esta noche y sé mío... sólo mío, mi poeta bohemio... -murmuré en su oído, antes de besarle de forma lujuriosa mientras me posicionaba sobre su miembro, volviendo a penetrarme y gimiendo ahogado por aquello.

No me importaba haber vuelto a cambiar de posiciones, no mientras pudiera sentirle dentro de mí ofreciéndome los mayores placeres. Mi boca no se había separado de la suya, me había quedado con su aliento y con el sabor de sus labios en los míos hasta que él llegó al orgasmo, llenándome con su caliente esencia. El gemido que yo había dejado escapar había sido fuerte y estruendoso, me sentía llena de él pero aún no estaba satisfecha.

Cuando salió e introdujo aquel juguete en mí... la iglesia se llenó de un coro de gemidos excitados que hacían compañía al sonido del órgano. Aquel era el concierto del sexo desenfrenado y la lujuria desatada, un concierto que se daba frente a los mismos santos de piedra y a las imágenes paganas que nos rodeaban como mudos espectadores.

Sus besos y caricias en mis pechos me mantenían excitada, incluso más que aquel juguete que hacía maravillas en mi interior, provocando que prácticamente me retorciera de placer. Era su boca experta, sus manos cálidas aunque en realidad fuesen tan frías como las mías, lo que me encendía y enloquecía, así como el toque especial que daba mi imaginación a todo aquello.

-Ámame... más allá de la sangre -dije entre jadeos, palabras que no iban dedicadas a él y que después de que esto acabara, podían hacerle daño- Ámame como yo te amo a ti -susurré cerrando los ojos, notando que se salía de encima mío.

Al abrir los ojos, dejé que acomodara mi cabeza mientras decía aquello. Pasé una de mis manos por su cintura mientras me introducía su miembro en la boca, chupándolo de forma experta y hambrienta. Mi lengua recorría toda su extensión y luego volvía a introducírmelo en la boca, buscando sacar de él gemidos y jadeos como los que él sacara de mí hacía escasos momentos.

El sexo oral que le ofrecía era el mejor que tendría en su vida. Pronto le sentí duro de nuevo, y pensaba seguir hasta que su mano levantó mi mentón. Dejé escapar un jadeo de placer cuando sentí su dedo en mi trasero, jadeo que fue ahogado por aquel beso tan cargado de lujuria como de deseo.

Sonreí de lado, complacida, cuando me dijo que me amaba. Volví a cerrar los ojos imaginándome que aquella voz era más suave, que quien hablaba era Lestat y no aquel vampiro parisino. Mi pecho subía y bajaba de forma agitada, mientras mi sonrisa se ensanchaba dando rienda suelta a mi imaginación retorcida.

-Te amo, desde que te vi... te amo aunque no sea correcto... -dije entre gemidos, abriendo los ojos para volver a contemplarle, buscando ver aquellos rizos dorados y esa sonrisa burlona de demonio y ángel que tanto me encantaba. Pero en cambio, vi unos rizos castaños y una expresión que desconocía.

Cuando le volví a sentir dentro, dejé escapar un gemido ahogado mientras mordía mi labio inferior, sentía ciertas ganas de llorar porque no era él, no era quien yo quería que fuese. Escuchar mi nombre salir de sus labios me descolocó un poco, haciendo que cerrara los ojos de nuevo y que me abrazara a él, gimiendo por cada embestida que daba en mi interior.

Ver aquellas lágrimas en sus ojos terminó por descolocarme totalmente, dejándome casi aturdida. Y el tono de su voz... Aquel tono hizo que de mis ojos salieran lágrimas sanguinolentas, porque me dolía que fuera tan parecido a él, me dolía saber que a Lestat jamás lo tendría. Sin embargo, era una mujer, y como todas, tenía la capacidad de aguantar, de soportar el dolor y fingir una sonrisa mientras mi silencioso llanto no fue más que dos lágrimas.

Cuando acabamos y escuché su ruego, no supe qué hacer o decir. No, en realidad si sabía, sería tan cruel como siempre para volver a estar sola, porque estaba segura que tras mis múltiples errores, jamás volvería a sentir el amor como en el pasado lo viví. Con la punta de mis dedos limpié sus lágrimas, esbozando una sonrisa triste porque no podía hacerlo mejor.

Cerré los ojos finalmente, no me sentía capaz de verlo. Acabamos llegando ambos a un nuevo orgasmo, entre embestidas rápidas que me quitaban el aliento y me hacían gemir tan fuerte como a él. Terminé chillando con el final, no dice ningún nombre porque sólo uno saldría de mis labios... uno que nunca permitiría que éstos esbozaran entre gemidos, porque era algo que jamás sucedería.

-Lo siento Richard... yo ya debo irme -dije desviando mi mirada, apartándolo de mí con suavidad aunque con gesto decidido. Me puse de pie y liberé mis alas, demasiado teñidas de negro como para hacerme parecer un ángel. Había cometido muchos errores desde que me fuera de la casa, había caído en cada pecado guiada por el odio y la rabia que sentía, que estaba segura de que jamás podría salvar mi alma.

-Estuvo... bien... pero me tengo que ir -dije haciendo un esfuerzo enorme para que mi voz no se escuchara rota. Quería salir de ahí y quedarme sola en algún callejón, llorando desconsoladamente. Me sentía como una mierda, y me daba cuenta cada día que pasaba, de que Caim siempre tuvo razón. Yo no era más que una furcia, que la puta de los Lioncourt... A eso se resumía mi existencia.

Le había dado la espalda durante todo su berrinche, porque eso era. Sentía enormes ganas de llorar, de desaparecer o de destruir, de matar. Cuando me giré y le vi, tan similar a mi padre, tan idéntico a él... Mis lágrimas ya no pudieron ser contenidas. Me había envuelto en mis alas, mi ropa había quedado por ahí tirada pero no importaba, me las arreglaría.

-Basta, Richard... ¿No sabes acaso las reglas de este juego? Nunca hubo amor, nunca nos juramos amor. Sólo fue sexo de una noche... sólo fue eso -le dije, con voz un tanto fría pero rota, rota por mis lágrimas al darme cuenta de que me había metido en uno de los peores líos. Me atreví a soñar con otra persona, le había hecho daño a un chico tierno y dulce, tal vez demasiado inocente... pero él no merecía eso.

Me acerqué a él con paso lento, mi cuerpo cubierto por las plumas grisáseas y negras de mis alas, y extendí mi mano hacia su rostro. Limpié en silencio aquellas lágrimas, no lo entendía. Nunca antes, me había dolido tanto el llanto de un extraño. Nunca antes me había importado tanto hacerle daño a alguien a quien apenas conocía.

-Deja de llorar... no vale la pena liberar esas lágrimas por mí -susurré intentando dejar de llorar yo misma, pero no podía, porque me dolía en el fondo estar tan sola y saber que el vampiro que yo quería, jamás me amaría de otro modo que no fuera paternal- No vale la pena llorar por nadie... No cometas el error que yo cometo ahora -comenté, antes de abrazarlo sin saber por qué.

Supongo que le veía demasiado frágil, demasiado igual a él pero a la vez diferente. Estaba solo, tanto como yo, pero eso no podía ser. Acaricié sus cabellos de forma dulce, para luego separarme con una sonrisa demasiado triste, capaz de partirle el corazón al más duro y frío.

-Lo siento... no debí dejar que llegara a tanto... en verdad lo siento -me volví a disculpar una vez me separé de él, retrocediendo a buscar mis ropas dispersas por el suelo, junto a las suyas. Las tomé y me vestí en silencio, sin guardar las alas aún, porque pensaba irme volando hasta encontrar algún lugar en donde pasar la mañana.

Sus palabras eran falsas, había hecho el amor con cientos de mujeres y había sentido frío cuando acababa. Sin embargo, con ella mi corazón parecía arder como si le perteneciera y ella me perteneciera a mí. Mis ojos se quedaron fijos en las baldosas desquebrajadas, completamente fuera de su sitio, mis dedos acariciaban las grietas mientras sus palabras formaba grietas terribles en mi alma. Ella me había hecho el amor, algo que nadie me había ofrecido. El sexo era vulgar, por ello hacía años que no tenía relaciones con las mujeres que se aproximaban a mí. Mis actos eran cándidos y puros con ellas, no iba más allá de besos o caricias algo lascivas. Era incapaz de practicar sexo puesto que siempre tenía el vacío, un vacío que me destrozaba.

-Me has hecho el amor, he podido sentirlo.-susurré con aquel tono de voz que surgía cuando la pena me afligía, un tono de voz que detestaba.-Igual que yo te lo he dado.-dije quedando arrodillado frente a la cruz, la única que parecía intacta.-Supe de ti en Los Ángeles, he decidido abrir allí una fábrica de mis poderosos caballos metálicos los cuales también sirven como arma, si le añades el complemento especial.-mi voz estaba quebrada por las lágrimas que salpicaban el blanco suelo de mármol.-Me hablaron de ti unos jóvenes, me confundieron con un vampiro que desconocía por completo. No era la primera vez que me sucedía en todos los años de historia en los cuales mi aspecto adulto se ha desarrollado.-mis manos quedaron sobre mis muslos, las cuales estaban heridas y cicatrizaban poco a poco. Me había cortado al quebrarse el suelo bajo las palmas de estas.-Pensé que podría encontrarte y preguntarte si así era, si me parecía a él. Cabía la posibilidad de verte huir, pero no importaba.-en esos momentos mentía, mentía como un bellaco.-Durante días he estado contemplando tu dibujo, el cual parece una fotografía, y al investigar tu historia me he sentido identificado. Poco a poco comencé a tomarte cariño, muy a pesar que ni nos conocíamos. ¿Por qué crees que era mi insistencia? Deseaba ser todo un caballero, como era con el resto, poder conversar contigo y quizás preguntarte por él. Sin embargo, ambicioné todos los segundos a tu lado, deseaba quedarme junto a ti, y rogarte que te quedaras conmigo. No importaba si no me amabas como una amante, como una mujer, me bastaba con que me tuvieras estima como a un hermano.-me levanté provocando en ese momento que todas las luces se encendieran. Había quedado frente a ella con los ojos llenos de lágrimas, las manos manchadas de sangre y mis cabellos parecían dorados, igual que mis pupilas eran violetas.-¡No es justo! Yo no quería que pasara esto, no quería una noche de placer sino cientos aunque fueran sin sexo. He vivido más de dos décadas sin una noche llena de lujuria, todo porque me siento vacío tras el momento del acto. Pero esta vez no me he sentido vacío, tú me has dado algo que las demás mujeres no y ahora lo quiero. Quiero eso, lo quiero todas las noches, aunque sean con caricias y mentiras falsas. No importa si te vas con otros, no me importará, si sabes mentir tan bien como me estás diciendo... sigue mintiéndome y haz que crea que me amas.

Había estado solo, tan solo. Nunca había encontrado a un igual. Mi mundo se volvía oscuro cuando los humanos se marchaban de mi palacio. Hacía todo lo que un vampiro del renacimiento hacía. Mis fiestas eran conocidas en toda Francia, en Japón se me estimaba de una forma parecida a un Dios. Era un noble, alguien con grandes posiciones. Todas las mujeres querían ser mi esposa, si bien yo sólo quería vivir en mi amargura trazando planes crueles contra mi padre, el cual estaba desaparecido. Hasta hacía unos meses no parecía haber surgido otra vez, con fuerza y poderío. Tenía un aspecto de ángel y una mirada que perturbaba. Lo había visto de cerca, pero él ni me había lanzado una mirada. Sin embargo, ahí estaba yo oculto entre las sombras. Todo lo había hecho para saber que era lo que más amaba, porque eso quería para destruirlo. Y sin embargo estando frente a lo que tanto amaba no podía más que amarlo de igual forma, y esa cosa era Lutho.

Le escuché en silencio, sintiéndome mal por él, avergonzada de mis actos y en definitiva, como una mierda. Y sintiéndome así no hacía más que arruinar mis propios planes, se suponía que tenía que quedarme junto a Belial aunque no le quisiera más que como a un amigo, porque sabía que a mi padre eso le molestaría y encelaría a la vez. Pero esto... sentía que con cada palabra suya, con cada mirada y lágrima, me desmoronaba, y simplemente quedaba aquella niña triste y solitaria que había sido siempre.

-Eres demasiado inocente, Richard, y yo soy demasiado cruel -le dije, sentándome de rodillas frente a él, tomando su rostro. Podía notar cómo sus cabellos se veían rubios, cómo era tan igual a él- Sé a qué hombre te refieres... Lo sé, porque por eso me acerqué a ti. Soy cruel y hago daño sin que me importen los sentimientos ajenos -dije, pero mentía en esta parte, porque ahora mismo lo que él sintiera me dolía a mí también. ¿Significaba eso que me volvía más humana? ¿Que aprendía a sentir, a tener emociones fuera del odio?

-No espero que me perdones por lo que voy a decirte. No fue a ti a quien le hice el amor... fue a aquel hombre al que te pareces, fue a su imagen... -bajé el rostro avergonzado, sintiendo nuevas lágrimas correr por mis mejillas- Pero él nunca me va a corresponder... Lo amo, pero es imposible. Te usé para cumplir una fantasía, pero sé que ha sido un error, y lo lamento. No tenías nada que ver en esto... -suspiré pesado, cubriéndome el rostro con ambas manos. Me dolía saber que mis palabras eran reales y sinceras, me dolía el hecho de que fueran más para mí que para él... Me dolía resignarme al hecho de que yo estaba enamorada de mi padre, y de que él jamás me correspondería.

-No debiste enamorarte de mí, Richard, porque soy una muy mala persona que hace daño a quien la quiere -dije tras unos minutos, quitándome las manos del rostro y poniéndome de pie otra vez- Eres una buena persona, no te merecías esto... Créeme que tu dolor pesará siempre en mi alma, porque pese a todo, me duele tu dolor. Yo estoy tan sola como tú, y por eso mismo no podemos estar juntos.

Siempre había vivido bajo la sombra de mi padre, me dolía sentirme una replica que incluso él consideraba indigna. Era un hombre lleno de amargura. Mis ojos se volvieron violetas por completo, mi poder se descontroló y la madera de aquella iglesia comenzó a ser pasto de las llamas. El amor que había sentido no era para mí, era para él. No podía controlar ese odio que sentía, el cual me envenenaba. Estaba enamorada de mi padre, nuestro padre, el fuego consumía todo y el humo se hizo denso. No podía verla entre tanto humo, pero el techo se vino abajo por las enormes grietas que empezaron a formarse en las vigas. No lo dudé, me arrojé sobre ella cuando el campanario al completo caía sobre ambos.

Ignoro porque lo hice, tal vez porque no era tan cruel y algo en mí me movía a ser bondadoso. Con el paso del tiempo he llegado a pensar que fue porque la amaba, aunque ella a mí no. Me había enamorado y como todo romántico había dado mi vida por amor. Sentí de inmediato el peso de los cascotes sobre mi cuerpo desnudo, algunos hierros atravesaron mi cuerpo y mi cráneo quedó aplastado por una viga. Aún así sonreía de forma estúpida al comprobar que ella estaba ilesa bajo mi figura. Tal vez podría tener algún ala rota, pero por lo demás estaría sana y salva. Cuando el terrible ruido cesó las ambulancias y bomberos comenzaron a sonar por todo París. Desconocían si el Párroco de aquella iglesia seguía dentro, o si algún fiel había quedado entre los hierros, cascotes y cualquier santo desfigurado.

Tosí sangre, mi propia sangre, mientras intenta besarla por última vez. Caí desplomado, mi corazón se paró y mi rostro quedó con aquella sonrisa de satisfacción. Había dado la vida por una causa noble, aunque había sido mi culpa. A ella no podía odiarla, aunque sí a mi padre por quitarme cualquier posibilidad futura.

Todo pasó demasiado rápido. El fuego había salido de la nada consumiéndolo todo, y a pesar de que mi poder hubiera bastado para detenerlo, no pude, por el mero hecho de que estaba demasiado aturdida. Él lo había hecho, podía sentir aquel poder que provenía de los avernos, de su mitad demonio. Al asimilar aquello, recordé a Caim, y tuve miedo, uno que me paralizó en mi lugar mientras el techo se derrumbaba.

Me había cubierto la cabeza con las alas, pero lo que no me esperé, fue que él se hubiese lanzado sobre mí evitando que las ruinas del campanario me mataran. Terminé bajo su cuerpo con un golpe en la cabeza, estaba aturdida tanto por este como por el fuego, por la rapidez con la cual se consumió la iglesia. No supe si grité o si pude decir algo. Mi única reacción concreta, fue la de abrazarlo con fuerza, sintiendo que ambos terminábamos aplastados por vigas y tablones de madera. Había cerrado los ojos, estaba asustada como pocas veces en mi vida.

Cuando todo acabó, apenas estaba consciente. Escuchaba el sonido de sirenas de ambulancia, pero éstos eran lejanos. No podía mover las alas, ya que estaban siendo aplastadas por fierros que las atravesaban. De mis ojos salían lágrimas de dolor, no podía moverme porque estaba atrapada. Cuando pude volver un poco más en mí, noté que Richard estaba sobre mí, cubierto de sangre e inerte.

Le llamé con voz débil, quebrada, pero él ya no respondería. Estaba muerto... No era posible, pero estaba muerto, y todo era mi culpa. Empecé a llorar, a moverle como podía e incluso intenté liberar parte de mi poder para traerle de vuelta. Pero yo misma apenas podía mantenerme consciente, y todo intento por despertarle fue en vano. Había muerto por mí, para salvarme a pesar de que había ocasionado el incendio... y sentía que todo era mi culpa.

En algún momento, la ambulancia llegó y los humanos que aparecieron, me ayudaron a salir. Yo apenas podía mantenerme despierta, tenía ganas de morir, pero ellos no me lo permitieron. A pesar de que estaba en mi verdadero aspecto, me salvaron, me llevaron en la ambulancia a un hospital cercano y me ocultaron del resto, querían ayudarme. Me di cuenta, sólo entonces, de que siempre había estado mal. Había muerto un chico inocente por mi culpa, alguien que se había enamorado de mí y que me había salvado de la muerte. Y había sido un grupo de humanos, los seres inferiores a los que detestaba, los que me habían salvado de terminar muriendo aplastada por el campanario.