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Tango en París - Privado

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Mensaje por Invitado Miér Mar 14, 2012 6:10 am

Durante varias noches vagué por mi nuevo lugar de residencia, Los Ángeles, buscando a mi medio hermana. Simplemente deseaba hallarla para cobrarme mi venganza, conocerla intensamente y colmarla de atenciones hasta que se rindiera finalmente a mis pies. Deseaba mostrarme como el hombre perfecto para ella, aunque tan sólo tenía que ser yo mismo evitando que llegara a conocer nuestro parentesco. Decidí que debía cambiar de rumbos, si quería hallarla debía ser lejos de mi padre y a la vez tan cerca. Tenté a mi suerte eligiendo París como destino.

La ciudad de la luz, el amor, la devoción, la magia, el carisma, la elegancia, la pasión y la libertad. París era esa mujer con tacones nuevos que bailaba vals con la misma pasión que un pintor coloreaba sus amaneceres de mil aromas, sonidos y texturas. París era la musa, la endiablada criatura de las artes y la belleza. El amor se abría paso entre sus calles, el recuerdo sollozaba como querubín en sus apacibles fuentes y los extensos jardines daban aroma de edén. Había sido reconstruida poco a poco, deseando que el emblema nacional, su hermosa capital, luciera como en sus mejores épocas.

En otra ocasión tras mi llegada a la ciudad daría una magnífica fiesta en mi mansión, sin embargo aquella noche decidí rastrear la ciudad a pie. Mis pasos eran rápidos con aquel traje inspirado en las épocas más gloriosas de Francia, y de Europa en general, mientras los rizos de mis cabellos caían graciosamente sobre mi frente y la pequeña melena atada en un lazo de raso negro. Vestía de igual forma que lo hubiera hecho Vivaldi, Mozart o Beethoven. Mi aspecto era frágil y atrayente, todo un misterio, para aquellos que posaban sus ojos sobre mi. Mi chaleco poseía un estampado de la flor de lis en negro, el fondo era gris plomo, y la chaqueta superior entallada de color negro. La camisa era blanca, sin embargo, de pura seda y el pañuelo que acariciaba mi cuello era del mismo material y color. Los zapatos eran clásicos estilo siglo XVIII con una hebilla dorada, del mismo dorado que algunos mechones de mi cabello castaño.

-Siento una presencia poderosa.-murmuré estrechando entre mis brazos el violín, era uno negro como la noche con las cuerdas blancas y una flor de lis en color blanco en su espalda.

Me detuve en mitad de la calle saltando a uno de los modernos edificios, por supuesto tenía el aspecto de las casas victorianas de los buenos tiempos, sobre esta comencé a tocar con desesperación contemplando a lo lejos la hermosa catedral de Nuestra Señora de París. Mis pies se movían como si mi cuerpo no pesara, era una pluma mecida en el aire, mientras las notas parecían bailar con descaro a oídos de todos. Era un tango para amantes, ángeles caídos y vampiros clamando la pasión de otras épocas.



Melodía: https://www.youtube.com/watch?v=URQTqnqyMQc
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Mensaje por Invitado Miér Mar 14, 2012 10:56 am

Había pasado un par de meses desde que me fuera de casa, y las cosas habían sucedido increíblemente rápidas, como nunca antes. Todavía no se realizaba la boda porque de la nada Belial había desaparecido, y como no pensaba quedarme sola ni tampoco cerca de Lucifer, decidí marcharme otra vez, por un par de días solamente hasta volver a tener noticias de ese idiota.

La verdad no supe por qué razón escogí Paris. Debí haberlo descartado al principio, ya que era obvio que podría encontrarme con Lestat o quien sabe, hasta con Louis, andando por la calle. Yo no había estado nunca antes en Paris, aunque sí en Francia, cuando era una niña pequeña. De hecho, Francia nunca me había gustado y siempre había intentado evadirla, era como si supiera que en cierta forma pertenecía aquí -al tener padres franceses- y la evitara a propósito por el dolor que me causaba estar tan cerca de ellos y a la vez tan lejos.

Al menos esas eran mis conclusiones. Pero ¿por qué había venido a Paris entonces? Supongo que porque ahora mismo, deseaba estar cerca de ese par de idiotas que eran mis padres, porque en el fondo, extrañaba demasiado a Lestat pero no quería verle la cara aún, o mi súper plan de venganza humillante aleccionante no funcionaría. Tenía ganas de abrazarlo, de darle unos cuantos palmetazos bien dados y luego no separarme más de él. Igual me pasaba con Alexei.

Para peor, me había llegado el rumor de que se buscaba desesperadamente a la última de las hijas Lioncourt. Genial, un plan de búsqueda que de hecho NO funcionaría nunca porque mi mayor talento era huir de quienes me perseguían. Que me buscaran por donde quisieran, que dieran vuelta New Orleans o Los Angeles e inclusive Vollkommen. También por eso vine a Paris, lejos, tanto como me llevaran mis alas.

Caminaba con la vista baja por una calle poco transitada, vestida de hombre y con el cabello recogido. Aún así se notaba que era una chica si me veían de cerca, había ocultado mis pechos con una venda pero bueno, mi rostro era demasiado femenino aunque con algunos razgos algo toscos. Era idéntica a mi padre... eso delataba. Llevaba unos jeans negros desgastados, una levita negra de corte largo y bajo ella una camiseta negra con una banda que en mi vida conocí, todo robado de mi última víctima por cierto. Un joven vampiro que cayó en mis encantos, que me amó como se ama a una diosa y que terminó por sucumbir a mis ojos.

El toque final y principal a mi atuendo era una boina de color café, la había comprado porque la amé nada más verla a pesar de ser un modelo masculino, como los que se usaban en el siglo XIX. Y además, era perfecta para llevar el cabello recogido bajo esta y hacerlo lucir como una melena corta y lisa. En resumen, parecía un bonito chico que caminaba con paso perdido por una ciudad que no era la suya.

En un momento, me detuve escuchando un violín. El mío lo traía atesorado en mi mochila, la cual colgaba de mi hombro derecho haciéndome lucir como un estudiante. ¿Un violinista? No me sorprendía el hecho de que tocaran el violín, pero sí que el sonido proviniera de la calle, de hecho, de una calle de distancia. Decidí aproximarme a mirar, podría dar unas monedas a un violinista callejero a pesar de que fuera humano, porque para mí eran artistas que merecían la pena.
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Mensaje por Invitado Miér Mar 14, 2012 11:17 am

La presencia se acercaba como un gato asechando a un iluso roedor. Sin embargo, ni era iluso ni era un roedor fácil de atrapar. Podía notar su curiosidad a distancia, sobre todo cuando quedó bajo mis pies. Mis pasos se movieron como los de un felino elegante que se paseaba por medio de la selva, un ser dominante que conocía bien los tejados. En realidad, conocía cada teja de aquella casa y podía hablarle a los viandantes de cada una de sus grietas.

De la nada unas nuevas notas surgieron rugiendo como si fueran las pezuñas de un macho cabrío, el violín cambió sus tercios. Pude notar sus ojos, los míos violáceos se clavaron en ella. Podía reconocer esos ojos en cualquier parte. Había visto aquellos vívidos dibujos que aquellos condenados ofrecían como si fueran rosquillas calientes, y que otros tomaban como si fueran una bula papal y con ella compraran el cielo. Una joven de hermosos rasgos, una diosa, que en realidad se trataba de mi hermanastra.

Me incliné sobre la calle colocado sobre una gárgola de aquella fachada, la cual parecía custodiar a los seres que allí intentaban dormir. Comencé a caminar sobre el tendido eléctrico emitiendo parte de mi poder, del azufre que llevaba pegado a mí, y cuando lo creí necesario me impulsé cayendo mientras tocaba la parte más pasional de la obra. Mis cabellos se movían en el viento y mis colmillos surgieron de la nada, mi sonrisa era la de mi padre. Parecía un calco suyo, salvo que mi esencia y mis cabellos eran algo diferentes.

Empecé a danzar entorno a ella, generando piruetas, mientras mi colonia se mezclaba con mi aroma personal. Un aroma a rosas y violetas con toques de azufre. Mis ojos violáceos tomaron contacto con los suyos, tonos azules, grises y violetas en un amanecer más oscuro que el de mi sacrílego padre, pero a la vez tan parecidos.

-Bienvenue à Paris.-dije dejando de tocar antes de hacer una leve reverencia como si fuera una doncella de otra época.-Je suis Richard de Valois.-quedé frente a ella dejando que una brisa de aire recorriera el escaso tramo entre ambos.

El trino del Diablo frente a la muerte danzando, como si fuera el propio Nicolas frente a Lestat en aquel lugar donde se quemaban a las brujas. Permanecí sin pestañear, simplemente mi rostro quedó con un aire de burla por culpa de mi sonrisa perenne.

-No esperaba que alguien paseara por las calles, por estas en concreto, ya que suelen ser muy solitarias.-leves gotas de sudor sanguinolento surgió sobre mi frente, igual que cristo cuando le colocaron la corona de espinas, con rapidez y cierta gracia me sequé las gotas con un pañuelo de seda.-Sé que no eres de aquí, noto cuando alguien pisa las calles con firmeza porque las reconoce como propias, como si fueran parte de su cuerpo, y cuando lo hacen con dudas al ser una sensación nueva bajo sus pies.
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Mensaje por Invitado Miér Mar 14, 2012 12:05 pm

Quedé impresionada con el despliegue artístico del violinista, desde el momento en el cual mis ojos lo vieron tocando en aquel tejado. Sin embargo mi rostro no denotaba expresión alguna salvo una leve sonrisa tranquila, que por dentro ocultaba el deje de una sonrisa burlona, la misma que caracterizaba a mi padre. Guardé silencio durante toda aquella obra, observando con ojos curiosos a aquel híbrido de vampiro y demonio, podía sentir incluso el aroma del azufre en mis narices.

La verdad no sé muy bien cómo conseguí no irme. El olor del azufre me recordó a Caim y a Luficer, también a Belial pero más al primero. Me dieron ganas de marchar o de bajar la vista y la cabeza de forma humillada y sumisa, aún recordaba con frescor aquella noche y volví a sentir un enorme odio hacia él, hacia todo. Pero mantuve el rostro tranquilo todo el tiempo, había algo que me llamaba enormemente la atención y no era tan inocente como me veía.

Aquellos razgos, aquel rostro y auqellos ojos tan familiares. Una pregunta se formó en mi interior, ¿es el hermano de Lestat? ¿Algún pariente suyo? Muchas preguntas en ese momento invadieron mi mente, llevando el mismo ritmo que aquella música que circulaba en torno a mí. Cuando se detuvo y me saludó, mi ceño se frunció levemente. Por mi mente pasó la fugaz idea de que sería un Lioncourt, pero su apellido era diferente. Y sin embargo, también el mío.

-Mirko Linnankivi -saludé con voz seca y algo ronca, aunque manteniendo un tono suave que ocultara mi sexo, podía ser un chico andrógino y no una chica si yo lo quería así. Sentí una sensación muy extraña en ese momento. Era como ver una versión más antigua y oscura de mi padre o de mí, podríamos ser gemelos, o el espejo uno y la persona el otro. Me pareció incluso una sensación de déja vù que me hizo estremecer.

-Por cierto no soy de aquí, sino del norte -murmuré esbozando finalmente mi sonrisa burlona, tan mía, tan de Lestat y al parecer tan suya. Pero mis ojos demostraban un profundo recelo y mucha hostilidad, ya no era tan confianzuda como antes, bueno, nunca lo fui en realidad. Sentí inclusive mis colmillos crecer enormes, como si fuera el más peligroso de los krusnik, ante el sentido de recelo que sentía, como si él fuera un enemigo- Gracias por la bienvenida... Bonita canción la que acaba de interpretar -le dije con cortesía.

No me daba confianza su aspecto tan parecido a nosotros, a los Lioncourt. Y por eso mismo decidí seguir mi camino, no fuera otro familiar como los tantos que tenía -y de lo cual me enteraba hacía poco- y que por su culpa Lestat me encontrara. No quería saber nada de los Lioncourt de momento, por ello opté por alejarme y seguir perdiendo mis pasos por aquella ciudad tan renombrada por ser característica de sentimientos estúpidos y vanos como el amor.

-Con permiso, dejaré de importunarle ahora y no interrumpiré más su música -le dije, excusándome con cortesía y desviando de él mi mirada, estaba perturbada por culpa de sus ojos y su rostro.
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Mensaje por Invitado Miér Mar 14, 2012 12:32 pm

Parecía estar recelosa, como si temiera que fuera yo mismo quien le pusiera los grilletes y la llevara en romería frente a nuestro padre. En absoluto. Yo no deseaba entregársela a mi padre, más bien quería adueñarme de ella. Francamente comprendía porque mi padre la amaba tanto, pero no iba a sentirme atraído por ella aunque ayudaba que fuera hermosa, esa sutil belleza tan característica en nosotros.

-¡Oh! ¡Señorita!-exclamé con un deje de bohemio salido de los viejos café. Aquellos café que tanto había amado mi padre, que tanto deseaba tener nuevamente para saborear el viejo aroma del romanticismo, el siglo de las luces o cualquier otro siglo mejor que el nuestro.-Me agradaría caminar a su lado, pues jamás he estado en el norte.-sonreí abiertamente colocándome a su lado.-Sí en Asia, ahí sí. Nací aquí, en París, pero viví en japón.-parloteaba a su alrededor con mi violín como si fuera el mayor de los tesoros, pegado a mi pecho, mientras reí un segundo.-Soy asiático, aunque no lo aparento, supongo que mi padre era un muchacho francés y mi madre una estúpida enamoradiza.-brinqué para quedar frente a ella.-Deje que la acompañe, me sé este lugar como si fuera el salón de baile de mi mansión. Las farolas son las velas que alumbran a mis invitados, las calzadas son las maderas cálidas, las fachadas las cortinas de tul recubriendo la madera caliente que reviste la fría roca de mis paredes, la ciudad al completo como mi propio hogar y mi palacio.

Mis pasos eran rápidos, mi aspecto era el de un ángel y no el de un demonio. Quedamos frente a Nuestra Señora de París. Las gárgolas nos contemplaban, su imagen era la imagen de la fortaleza de París. Había permanecido en pie, pese a varios incendios, y cuidada con mimo hasta ser reconstruida. Lucía como debía lucir, un monumento a Dios. Yo era creyente, pese a ser un demonio. Sabía que existía Dios, aunque no seguía sus pasos. No obstante tenía un amor hacia los humanos inconmensurable, poco comedido, igual que los ángeles.

-París es un monumento a la belleza, es una dama que camina entre las ascuas bailando un hermoso vals.-dije moviéndome sin evitarlo, mostraba mi lado más gentil como solía hacer con los humanos para quedar sereno.-Es como si pudiera contemplar aquellas épocas donde esta ropa se estilaba, aunque sigo usándola igual que los invitados a mis fiestas. Te invitaría si no fueras tan desconfiada.-esbocé una sonrisa antes pararme para comenzar a tocar.

Mi voz se alzó por encima de los muros de la catedral, recorriéndole quizás de forma eléctrica. El violín me acompañó a mi apasionado canto a otras épocas. Un vals hermoso, un mundo donde las bailarinas vestían como coquetas princesas y los hombres luchaban por ser apuestos príncipes.

-Y bailaremos en una danza macabra, seremos la muerte y besaremos los labios de las damas. Seremos los actores de un hermoso teatro de marionetas, moveremos sus hilos y nos jactaremos de sus sueños. Y bailaremos como enamorados, cuando nos detestamos, porque el amor es una mentira, igual que lo son las máscaras de los actores de esta comedia barata llamada vida. En un vals palaciego la señorita Muerte bailó con el señor Demonio y de ellos surgieron las notas de mi partitura. De la danza macabra, donde la vida no cuenta y la sangre se derrama, surgieron mis palabras. Porque te miento, porque me mientes, y aún así nos decimos la verdad.-susurré dándolo todo en mis palabras, susurrando aquel poema como si fuera el emblema que coloreara mi chaqueta con un clavel convertido en rosas. Yo era el mentiroso, yo era el estafador, y ella era la pobre criatura que intentaba embaucar. Si podía hacerlo con humanos y demonios... me dije que podía hacerlo con mi hermana.
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Mensaje por Invitado Miér Mar 14, 2012 1:04 pm

Alcé una ceja cuando me dijo señorita, ya sabía yo que mi disfraz no colaba por mi rostro demasiado femenino, pero bueno, qué más daba. Igual y me había presentado como hombre, ni tonta le decía mi vedadero nombre y mucho menos mis apellidos reales, no quería ser encontrada ni identificada por nadie, ni siquiera por un poeta bohemio que parloteaba como un crío con verborrea a mi lado.

Continué caminando sin prestarle mucha atención aparente, aunque iba pendiente de todo lo que decía. Así que era francés, pero un asiatico pese a todo, no lo notaba. Me seguía pareciendo demasiado parecido a nosotros, a mi familia, y eso no me agradaba, me hacía sentir confundida y al mismo tiempo atraída a él. Aquel parecido con Lestat me hacía sentir extraña, era como estar frente a ese rubio idiota aunque más jovial, más accesible a mis deseos enfermizos que distaban mucho de los que debería sentir una hija por su padre.

Supongo que aquel sentimiento me hizo volverme más estúpida, negándome entonces a la posibilidad de que mi padre podría ser el mismo que el suyo y dejando un vacío frente a la posibilidad, siendo mayor la necesidad de la ilusión. Cuando me detuve frente a ese enorme monumento, me quedé unos segundos observándolo hasta que su voz volvió a escucharse junto a mí, y cuando me giré a verle con rostro algo más serio, él ya había comenzado a tocar otra vez.

Había cambiado desde hacía unos meses hasta ahora, y el cambio más notable en mí era que me había vuelto prácticamente muda. Y en silencio le escuché recitar, me daba curiosidad aquellas formas de ser que tenía, tan elegante y a la vez tan poético. Me pregunté si en Paris todos serían así, unos bohemios con prendas elegantes de otras épocas, pero no lo creí muy posible. Era cosa de él, como era cosa mía el vestir de hombre con aires a clase media de siglo XIX.

Tras escuchar aquel poético canto, mi rostro terminó por esbozar una sonrisa un poco más relajada, aunque aún con cierto aire burlón y un tanto arrogante. Mi mirada se suavizó y mis manos fueron a los bolsillos de la levita mientras le escuchaba atenta y paciente, cautivada por aquel despliegue de talento.
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Mensaje por Invitado Miér Mar 14, 2012 1:40 pm

Conseguí llamar su atención. En ocasiones tenía que usar mi toque más juvenil, lejos de la oscuridad que se cernía sobre mi. En momentos era callado, en otros era un auténtico libro abierto. Un enigma para mi abuela la cual deseaba que dejara esos aires europeos, que me centrara en lo que debía ser, y me adiestraba a diestra y siniestra con los modales típicos nipones. Sin embargo, la sangre de mi padre, mis podridos genes, eran los de un loco apasionado por la vida y no un hombre frío, algo distante, que a veces era. El violín, si me quitaban el violín, cualquiera de ellos, sufría un enorme trauma que me relegaba a ser un muñeco sin vida. Mi abuela durante algunos años me arrebató todos, inclusive vi arder a más de uno, y sin embargo tuvo que devolverme todos y cada uno, porque enfermaba, cada vez me volvía más retraído y con menos ganas de pronunciar una sola frase. Yo era un hombre distinto con un violín, era mi máscara y mi sustento.

-Si le ha interesado este fragmento estaría encantado de invitarla a la fiesta que tendrá lugar mañana, mi regreso a París es lo que celebro. También celebro el nacimiento de la primavera.-extendí los brazos, en una mano el violín y en otra el arco.-Todos estábamos deseando de sentirla.-me acerqué a ella con una sonrisa burlona antes de mirarla fijamente.-Sus ojos son dos prados llenos de vida, estoy seguro que deseaba contemplar como la primavera la vuelve más pasional y aún más única. Todos aman el momento en el cual los frutos se recogen.

Mi aspecto se quedó serio nuevamente, alcé mi rostro hacia la iglesia como si me cautivara o me llamara poderosamente la atención. Antaño pensaban que los demonios morían fulminados al entrar en una iglesia, pero no era así. Mis pies siguieron hasta la escalerilla que daba a su entrada. Una maravillosa obra de culto a Dios y en recuerdo del arte relegado a la religión.

-Venga, no puede estar en París sin subir a su campanario.-dije en un tono de voz más oscuro que mi padre, porque mi voz era algo más gruesa y menos aterciopelada.

Sabía que ella era la muerte, había escuchado aquí y allí. Me había informado a fondo. Deseaba saber qué tan cierto era todo. Me quedé al borde del último peldaño comenzando a tocar. Era una canción religiosa y sabía que quizás podía frustrarla, o quizás sólo aceptaba mi burla a la riqueza de la iglesia, a su mentira. Los ángeles, los verdaderos celestiales, no vivían amansando riqueza como habían hecho los religiosos siglos atrás.

-Los ángeles descienden hacia los peldaños desquebrajados del mundo, los demonios sollozan por la belleza que les fue arrebatada y los caídos danzan en libertad mostrando sus plumas oscuras. Los hombres y mujeres cantan orando a Dios, pero los demonios siguen bailando su vals... lágrimas de luz, sonrisas amargas en la oscuridad. Ave María... Riquezas en los bolsillos de los que hablan de misericordia y pobreza... Ave María... tus hijos, tus hermosos hijos, lloran de pena y rabia. Arrancaron las alas al ángel por desobediente cuando sólo deseaba amar. Ave María.-hice una reverencia y continué tocando danzando lentamente, girando como si fuera un muñeco de una caja musical.

Mi lengua estaba afilada. Era un demonio, pero era sólo cruel con aquellos que lo merecían, y era un vampiro que bebía en copas de cristal imitando que era vino, un vino de la sangre de proscritos de faz hermosa y garras crueles.

https://www.youtube.com/watch?v=OY0-VNKgLaU
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Mensaje por Invitado Jue Mar 15, 2012 7:59 am

Continué allí de pie, con las manos en mis bolsillos, escuchándole. Me invitaba a una fiesta, ¿qué haría de verdad yo allí? Nunca me habían gustado los lugares muy llenos de gente, las fiestas no las soportaba y prefería vagar por bares poco concurridos y cafeterías donde sólo se llenaba de poetas suicidas y amantes solitarios de la vida, los filósofos de nuestro siglo. Y aunque la idea de ir con él a alguna parte sonaba con aire atractivo... Los ánimos ya no eran los mismos.

Dejé que hablara y que volviera a tocar, cerrando los ojos mientras sentía la música llenar mi mente. Cuando noté que ya iba a terminar y volví a abrir los ojos, me quité la boina y me dejé el cabello suelto caer en cascada por mi espalda, brillaba como una sábana dorada que volvía mi rostro más femenino y armonioso. Me acerqué unos pasos hacia él, terminando por sentarme sobre unos peldaños cerca de donde él se encontraba y mirando al cielo.

-Me temo que tendré que rechazar su oferta -le dije cuando la música hubo acabado, sin mirarle y con la vista en el cielo- Pero no gusto de ir a fiestas ni mucho menos celebrar a la primavera. El otoño es el que me llena de la pasión de los melancólicos amantes despechados, y el invierno mi estación preferida y la que más amo -sonreí ligeramente al notar que casi había dicho una rima sin darme cuenta, bajando la mirada y mirándome los zapatos terminados en punta. Eran cómodos, igual que las zapatillas que acostumbraba a usar. De hecho aquellas ropas masculinas en su totalidad eran cómodas.

-Y en cuanto a ir al campanario... En lo personal las iglesias no me gustan, prefiero admirarlas desde afuera y admirar sus fachadas. Una iglesia tiene la misma carencia de significado que las prendas que usaba el Papa antes de ser asesinado... son meros objetos que no por ir a ellos nos darán la redención, estoy segura de eso. Los ángeles ni Dios se fijan en quien entra a una iglesia... para ellos es otro edificio más. Por eso no me gustan las iglesias, son vacías y carentes de significado -argumenté, suspirando pesado. ¿Qué era una Iglesia, salvo el monumento arquitectónico más humano, más adorado por ellos? Incluso adoraban más a una Iglesia y sus imágenes paganas que a Dios mismo.

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Mensaje por Invitado Jue Mar 15, 2012 8:16 am

-
La primavera es el brote nuevo, surgen las mariposas para que se les arranquen las alas y esperanzas al término del verano. Si amas el otoño y adoras el invierno sabrás que para que ellos existan debe de iniciarse el camino.-hice que mi violín se esfumara deslizando mis pasos con forma elegante, quedando sentado a su lado observando París en su totalidad.-En realidad, deseaba encontrar la excusa perfecta para poder compartir un mundo que ha sido aniquilado.

Las ropas antiguas, la música clásica, las risas más altas y bajas mientras el perfume de las damas se pegan en mis cabellos. Las sedas, dorados, el algodón y el terciopelo inundando todo y engalando cuerpos. Los corsé que apretaban las sinuosas figuras, los polvos, los labios rojos y las pelucas. Los vals, el tango más clásico donde los hombres conquistaban a corta distancia. La caballerosidad, la elegancia, y a la vez la crueldad de lo lujoso. El mundo se derrumbaba pero yo derrochaba vinos caros en copas de cristal aún más caras.

-Soy demasiado joven para estas prendas, a penas llego a los doscientos años. Pero hay algo en mí que necesita vivir el pasado como si pudiera traerlo, hacerlo mío, y si puedo disfrutarlo con una chica atractiva, un ángel en medio de esta luciferina oscuridad, mucho mejor.-sonreí contemplando la luna en todo su esplendor.

Entonces, en ese momento, me saqué la máscara mostrando al joven melancólico. Si eso deseaba más que un carismático idiota, eso tendría. Poseería a un carismático romántico empedernido deseando que alguien lo destroce, pues así podrá escribir una oda a los Dioses muertos de religiones aún más muertas.

-Conozco una tímida cafetería donde podríamos ir, sirven un café delicioso y posee un encanto único. Suelo ir allí, me siento en la última fila de mesas y contemplo al mundo. Me imagino sus vidas, sin leer sus mentes, e imagino que todos tienen más suerte que yo, incluso los que lloran de forma desconsolada. Todos son más libres que yo mismo, todos tienen un pasado y yo no tengo nada. No sé quien es mi padre, no sé que es tenerlo en mi vida, y la verdad es que si lo tuviera frente a mí lo destrozaría de forma horrible.-agité mis cabellos provocando que mis bucles se esparcieran sobre mi frente y mis hombros.-Sólo sé que ni siquiera tengo buena compañía, pocas veces tengo la suerte de conocer a alguien interesante. Este mundo está plagado de seres, pero ninguno se puede comparar con alguien como tú.

Saqué mi lado carismático, el romántico, el bohemio, el bufón y sólo quedaba el tímido muchacho que era cuando una dama me halagaba. Pese a ser una bestia, a destrozar la ropa de mis amantes, arremeter contra ellas y dejarlas sumidas en un placer lleno de perversión... me sonrojaba. Mis mejillas se teñían de rojo. Sin embargo, jamás me quedaba nervioso y sólo una vez sucedió, esa vez la amé y la dejé ir porque ella amaba a otro. Desde entonces viví cada vez más amargado, más solo.

-Puedo resumir mi propuesta en tomar un café brindando por el inicio de un ciclo que nos traerá el ruido de la hojarasca, las nieves invernales y por supuesto la belleza de tu rostro cubierto por una platina de felicidad bajo la lluvia.-me levanté acomodando mis ropas, deslizándome por los escalones.-Te decía del campanario porque no hay nada más impresionante que contemplar París subido sobre una campana.-me giré hacia ella esbozando mi sonrisa, la más seductora y más estúpida de todas.-Supongo, que también rechazará mi oferta.

Pulsé un pequeño aparato que tenía en mi bolsillo y un caballo metálico comenzó a correr por las calles. Su velocidad era la de un pura sangre, su aspecto era increíble. Cuando quedó frente a mí relinchó. Reí como un niño estúpido, acaricié aquella maravilla y me subí sobre él.

-¿Viene? Le ofrezco un café y dulces, aunque como he dicho tal vez la rechace.-susurré estirando mi mano para que la tomara y se subiera.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 15, 2012 8:58 am

Escuché todo lo que dijo sentada en aquel escalón, con ambas manos sobre mis piernas y sobre mi boina, de forma elegante. Escuchaba su visión de la primavera, pero para mí no era más que una estación llena de polen que me hacía estornudar pese a ser mitad ángel y mitad vampiro y una concepción del amor iluso e infantil, el típico mundo de rosa como la más ridícula de las utopías. No me gustaba la primavera.

-Creo que de alguna forma todos deseamos que regrese el pasado... -murmuré en voz baja, no muy segura de que me hubbiera escuchado porque más que para él, eran palabras para mí misma. Volví a mirarlo cuando habló de ir a una cafetería, notando entonces que por unos segundos mi mente había huído libre por algunos pasajes de mi memoria.

Ir a una cafetería con él... no sonaba tan mal, al menos era mejor que ir a una fiesta llena de desconocidos buscando ser aceptados por todos, luciendo una máscara de hipocresía y mentiras que se quitarían al día siguiente, cuando regresaran a su patética realidad y se dieran cuenta de que no habían disfrutado nada de aquella mentira. Lo sopesé unos segundos, tenía hambre, estaba sola, cansada... No quería la rutina de cada noche de ir a un bar, ligar, sexo esporádico y de vuelta a casa, no. Quería estar un momento tranquila y ser yo misma, ¿qué mejor que con un desconocido que en la vida iba a volver a ver y que no podría juzgarme, por el mero hecho de no conocerme?

Me puse de pie de forma lenta, limpiándome la levita con movimientos medidos y elegantes para luego acomodarme bien la ropa y los cabellos. Me volví a colocar la boina aunque esta vez sin recoger mi cabello, dejándolo suelto para que el aire l acariciara a su gusto. Levanté la vista entonces cuando sentí el sonido metálico de algo que se acercaba.

Quedé nuevamente impresionada al ver al caballo, nunca había visto nada como eso. ¿Era de metal? Mi rostro era muy expresivo la mayoría de las veces y si yo lo permitía, y ahora se podía ver claramente la admiración en mi mirada. Era precioso. Pero lo que más me llamó la atención en aquel momento, y que me hizo sentir muy extraña, fue su leve risa. Mi vista quedó fija en él, y una sonrisa tierna se dibujó en mi rostro sin que siquiera me diera cuenta de ello. Terminé sonriendo en toda regla bajando la mirada ante su nueva invitación, acomodándome un mechón de cabello tras la oreja.

-Vale... acepto tu invitación -dije, dejando atrás las formalidades para tutearlo, tomando su mano con las mejillas un poco sonrojadas por los efectos de aquella risa tan natural y real. Me acomodé sobre el animal pasando mis manos por su cintura, abrazándole prácticamente y pegando mi pecho a su espalda- Pero por favor, que no corra, me da algo de... no sé... no me gusta cuando los caballos corren -le dije con voz algo nerviosa. Yo adoraba a los caballos y no era primera vez que montaba uno, pero no me gustaba hacerlos correr.. me daba una sensación extraña que no era miedo.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 15, 2012 9:21 am

Su mano tocó la mía, sus mejillas se iluminaron con cierta dulzura y su sonrisa fue como contemplar un cuadro inacabado de extraordinaria belleza. Comprendí nuevamente a mi padre, aquella joven era para atesorarla. Sin embargo, regresé a mi habitual seriedad en mi mente. Aquello que hacía no era para conocerla, no era para terminar adorándola como a una diosa y desear entrar en su cuerpo por el resto de mi vida, sino para embaucarla y provocar que mi padre colocara su grito en el cielo, que supiera que yo existía y el daño que le había hecho a mi madre, el mismo que le haría yo a su delicada niñita.

-En absoluto, me agrada el ritmo de paseo.-susurré notando sus pechos pegados a mi espalda, sus manos en mi cintura y las mías sobre las riendas.

Moví el caballo provocando que este comenzara a moverse con elegancia, la misma que yo poseía. Tenía uno alado, parecía un Pegaso, y era el nuevo modelo mucho más caro, aunque algo inestable todavía como para cabalgar con él por los cielos más de una hora. Sabía que aquello la atraería, como si supiera de sus gustos antes de indagar sobre ellos.

-París es para ser contemplado desde un caballo, o quizás carruaje, mientras el sonido de los cascos retumban sobre la calzada. París es un mundo dentro de otro. Creo que mi ciudad se convertirá en la tuya, terminarás enamorándote de ella y deseando que no se vaya de tu lado. No hay artista, bohemio o soñador que no desee besar sus tierras. Es el mejor lugar para huir de todo y anidar en su amor elegante lleno de carisma. Pero también es sensualidad, es diversión y es deseo. París es una mujer, la más hermosa de todas.

Comentaba aquello mientras nos dirigíamos a una calle algo más transitada, los amantes se movían de forma desesperada por encontrar un lugar a solas. Los románticos artistas pintaban a la luz de las farolas, todos esperando un par de monedas o un halago. Un chico recitaba poemas frente al balcón de una chica, lo que tuvo por su parte fue un cubo de agua helada. Pues lo había hecho borracho y había equivocado palabras. Reí por la escena como lo hubiera hecho mi padre.

-Oh, faltan los libros por favor.-dije aquello comprobando que comenzó a tirarle la ropa, los libros y por supuesto una maceta.-Francesas, muy pasionales. Nosotros también lo somos. Sin embargo, los españoles nos ganan, pero ellos lo llevan a un punto demasiado excéntrico.

El caballo seguía mostrándose distinguido, muchos nos contemplaban y sabía que era entre curiosidad y deseo. Ella era demasiado atractiva incluso con esas ropas, a mí me miraban con cierta envidia por mi aspecto, por el dinero que podía tener y por la chica que llevaba detrás aferrada a mí.

-Te llevaré a mi lugar favorito, un lugar muy hermoso y coqueto. Se puede conversar con un buen pastel y un café que parece eternamente caliente.

Era una cafetería que estaba a unas calles, una pequeña y coqueta cafetería. El suelo, como las paredes, eran de madera. Las mesas eran de hierro forjado, poseía pinturas de las estaciones del año, la música era muy sutil, un hilo donde se podía escuchar el piano o el violín, mientras conversabas durante horas o simplemente leías el periódico, observabas y escuchabas la vida que cobraba. Los pasteles eran deliciosos, se veían todos demasiado apetecibles. También tenían café de todo tipo, así como tila y batidos.

-Bonsoir Richard!-exclamó un muchacho, un humano con cierto matiz de magia. Un joven hechicero que tenía unos rasgos muy llamativos, ojos verde y pelo negro con una piel tostada por el sol.

-Bonsouir Gerard!-respondí.-Ça va bien?

-Ça va! Et toi?-interrogó con una enorme sonrisa.

-Bien! Merci!-dije antes de continuar con mi camino.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 15, 2012 11:33 am

Le escuché mientras el animal... bueno, la máquina, se movía de forma elegante sobre la acera. Hacía años, casi un siglo, que no montaba un caballo, desde que era una niña con aparentes 8 años y vivía con unos padres rusos que me habían acogido y que en realidad nunca cuidaron mucho de mí. No creí que algún día me fuera a acordar de ellos, pero se debía al caballo. Ellos siempre tuvieron caballos, de pelo muy largo y grueso por el frío de la zona.

-Paris es más bella de lo que me imaginaba, pareciera que nunca vivió una guerra. Es como en los libros antiguos, como si no hubiera cambiado nada... Creo que más adelante me daré más tiempo para conocer bien la ciudad -comenté, ya que sólo estaba de paso, un par de días hasta que Belial se dignara a aparecer para casarnos. Mi mirada se volvió un poco más sombría cuando pensé en esto último y suspiré bajo de forma cansada, me sentía increíblemente sola pero no me detendría con mi plan. Era un juego más que quería terminar...

Cuando pasamos frente al chico que recitaba borracho, no pude evitar reírme bajo, debía aceptar que los humanos eran graciosos. Se me hizo casi cómica la forma en que la chica le tiraba todo por la cabeza, yo solía hacer cosas parecidas cuando me enfadaba. Luego de pasar, me abracé más a él apoyando la cabeza en su espalda y cerrando un poco los ojos, sintiéndome cómoda en aquella posición.

-Hablas del pastel como si lo hubieras probado... no sabía que los vampiros comían o siquiera probaban la comida humana -comenté, notando algunas miradas sobre nosotros que iban desde el deseo, la admiración hasta la envidia. Volví entonces a mirar hacia adelante, a la gente que pasaba así como a los edificios. Tuve ganas de tomar algunas fotos, pero ya lo dejaría para el día siguiente, durante la mañana. Me gustaba tomar fotos durante las mañanas.

Observé con ojos curiosos al chico con el cual intercambió palabras. Sentía su poder, era un hechicero. No me había encontrado con ninguno después de separarme de Alexei... y frente a su recuerdo nuevamente me puse triste. ¿Estaría bien? ¿Aquel chico le cuidaría como se merecía? A veces me preguntaba si de verdad todo eso valía la pena. Me preguntaba por qué yo no estaba con Alexei, cuidándole y dejando que me cuidara, y me daba cuenta de que en los diez meses que llevábamos juntos me había hecho dependiente de sus cuidados y su cariño. Le extrañaba mucho.

No me había dado cuenta de que me había quedado muda otra vez, sumida en mis pensamientos y cavilaciones. Cuando volví a la realidad, estaba nuevamente apretando su cintura y con mi cabeza apoyada en su espalda, parecíamos a simple vista dos enamorados y no dos jóvenes que recién se conocían.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 15, 2012 11:49 am

Aquella posición sobre mi espalda, esas manos entorno a mí, y ese silencio que parecía taladrarme, era demasiado atrayente. Podía palpar su alma con la punta de mis dedos, sentirme fundido a ella. Algunos mechones de sus cabellos caían sobre mi hombro, eran como oro líquido corriendo por un mar de sombras. Parecíamos dos amantes que viajaban buscando un lugar coqueto donde yacer entre melosas palabras y grandes fantasías.

-Querida, soy un híbrido de vampiro y demonio. Puedo tomar pasteles desde que tengo memoria, los más deliciosos son los franceses junto a unas diminutas exquisiteces japonesas que preparaba uno de los reposteros de mi abuela.-murmuré observando a lo lejos el delicado letrero de letras cursivas, todas en plateado, en un fondo negro de madera.

Paré bajando del caballo, deslizándome con gracia, y bajándola a ella tomándola por el talle. Se veía tan hermosa bajo esa tenue luz que deseé echarme hacia atrás. Jamás había sido tan cruel como para dejar a un lado mis sentimientos, dejar por completo quien era, cuando se trataba de una mujer. La belleza de las mujeres me cautivaban, por mucho que viera hermosos a los hombres jamás me llamaban la atención. Deseaba a una mujer en mi vida, pero tenía que deshacerme primero de mi odio para ser completamente un hombre limpio de ese sentimiento.

-Eres lo más hermoso que puede encontrarse en París, sin duda hoy es mi noche de fortuna. Jamás había contemplado tan de cerca el rostro de un ángel, la belleza primorosa de las nieves y los campos de trigo. Eres tan hermosa.-murmuré antes de quedar perdido en sus ojos, contemplándola como un hombre que comenzaba a caer en el enredo de jugar demasiado, tropezando con una mujer que realmente valía la pena.-Lo lamento, tal vez hoy decidí ser un poco poeta y algo estúpido.

Me aparté antes de pulsar el mando, provocando que mi caballo se fuera sólo al aparcamiento cercano, esperándome con su anti-robo echado. Mis pies se movieron rápidos hacia la puerta, la cual cedió con un ligero empujón.

-Pasa, por favor.-susurré esperando que ella entrara y eligiera la mesa.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 15, 2012 12:07 pm

-Bueno, tampoco lo sabía de los demonios, como lo ángeles no comen... -comenté, volviendo a la interrogativa de por qué yo era tan diferente a ambas razas. De alas blancas pese a vivir en pecado y ser la escencia de un caído, el hecho de que necesitaba comer aunque mi cuerpo era el de un vampiro... misterior que me volvían única entre los diferentes.

Pude notar de lejos la cafetería, se veía bonita a simple vista y bastante acogedora; respondía a los méritos que Richard le había dado con sus palabras. Una vez detuvo el caballo y él bajó, hice ademán de bajarme también yo por mi cuenta, pero él ya me estaba ayudando de forma caballerosa, cosa que me hizo ruborizar ligeramente.

No estaba acostumbrada a esa clase de hombres. Los más caballerosos con los que había estado me abrían las puertas y ya, sería todo. Ni siquiera en el sexo lo eran, aunque bueno, tampoco yo les dejaba ser mucho, ya que siempre era la que dominaba y sometía, en el fondo. Y acosumbrada también a ser la de los halagos, la que conquistaba y la que provocaba el rubor en los demás, tanto en hombres como mujeres.

Por eso me ruborizaba tanto y tan a menudo y me quedaba sin saber muy bien qué hacer, era casi como sentirse vulnerable. Pero me gustaba esa sensación. Susurré un coqueto "gracias" cuando me abrió la puerta, dedicándole una mirada seductora antes de pasar a la cafetería y admirar su decorado y ambiente. Era muy bonita, como las que me gustaban. Caminé con paso lento hacia una mesa desocupada, una de las apartadas y que daba a un ventana.
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Mensaje por Invitado Jue Mar 15, 2012 12:46 pm

Sus mejillas eran dos manzanas maduras que pedían ser mordidas. Deseaba besar su rostro sintiendo el rubor bajo mis labios, unos labios carnosos que me provocaban contemplarlos de forma atenta para comprobar que si se movían milímetros tan solo. Cuando pasó a mi lado su aroma me llamó la atención, ese aroma corporal que todos poseen y que cada uno tenemos distinto. El mío era masculino, elegante y sutil según mis amantes. Pero yo no tomaba eso en cuenta, tal vez olía a madera por estar siempre aferrado a los violines, y quizás un poco a champaña y brandy que era lo que habitualmente tomaba.

Caminé por la cafetería tras ella, contemplando su espalda delicada e imaginando sus alas. Sabía que tenía una poderosa esencia de ángel, no sabía como pero lo sentía. Tal vez mi padre había hecho trucos sucios, quizás era algo más que la hija de dos estúpidos. Mis ojos se clavaron en sus cabellos nuevamente, en el movimiento que estos tenían, y deseé acariciarlos.

Nada más comprobar que tomaba asiento la ayudé a sentarse, acomodándola hacia la mesa. Después me permití el lujo de sentarme frente a frente, tomando la carta para dejarla sobre la limpia mesa. Mis manos señalaron uno de los pasteles. Era de chocolate crujiente, bizcocho bañado en café y nata.

-Prueba este, es el Capricho de café.-dije con una sonrisa leyendo en su idioma, pues todo estaba en francés ya que así era más llamativa, más clásica.-Hay uno de nata con fresas llamado Luis VI.-lo señalé de inmediato y sonreí.-Pero el mejor sin duda es el Capricho de Café.

Pasé mi mano a los batidos, había de todo tipo de sabores. Me agradaba el de plátano, como el de fresa y vainilla. Si bien, los café eran aún más deliciosos. Todo tipo de café, de granos diversos y de cualquier parte del mundo. El aroma de la cafetería abría el apetito y sonreí contemplando a la camarera llegar coqueteando con la mirada, sin embargo esta vez tenía algo mucho mejor frente a mí.

-Deseo un Capricho de Café, una pequeña porción.-dije contemplándola como si nada, olvidando que habíamos tenido cierto romance que no terminó bien por sus celos.-Un café con leche, deseo que le eches un poco de nata.

-¿Te echo una furcia? ¿O dos?-interrogó mirándome de muy mala gana.-¡Julie! ¡Mejor lleva tú esta mesa antes que me echen!

Se marchó dejándome con el ceño fruncido. Me levanté directamente hacia el dueño. No iba a dejar aquello como si tal cosa. Había insultado a mi hermanastra, la mujer que sería mi amante y con la que jugaría, pero aún así merecía respeto.

-Lo siento monsieur, lo siento.-comentó acercándose a la mesa conmigo, detrás de mi como si fuera un príncipe y él uno de mis vasallos.-Lamento mucho su fuerte carácter, sale a su madre. Ella estaba muy enamorada, hizo mal las cosas con usted y ahora no se reprime.

-Siempre me siento acosado por ella, han pasado dos años y sigo sintiéndome acosado. Hacía varios meses que no la veía, me sentía mucho más cómodo cuando no estaba. Sé que es su hija, pero ella no merece ser insultada y más cuando es mi amiga. He invitado a mi amiga a su local porque es el mejor pastelero, hace un café delicioso y tiene hermosas vistas al bulevar.-decía todo aquello con gesto algo airado, mi rostro por segundos era idéntico a mi padre.-¡Exijo que le pida disculpas ahora mismo! ¡Esta señorita no es ninguna furcia!

-¡Cálmese!-exclamó.-Le traeré un pedido especial para ambos por cuenta de la casa, intentaré que pida disculpas y de nuevo lo siento.

Cuando se marchó mi rostro se quedó serio, aunque con cierto gesto de dolor. Una lágrima sanguinolenta cruzó por mi mejilla, aunque fueron por unos breves segundos. Me mordí el labio inferior lleno de rabia, detestaba que tratara mal a las chicas con las que conversaba, porque en ocasiones ni siquiera tenía sexo. El placer carnal no era tal si no se hacía con la mujer amada, todas las que estuvieron en mi cama fueron porque las amé y no porque las desee. Esa era una gran diferencia entre mi padre y yo.

-Fui un estúpido, un estúpido al pedir que fuéramos amigos. Un estúpido, un terrible estúpido.-murmuraba bajo temblando por la rabia.
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Mensaje por Invitado Lun Mar 19, 2012 8:42 am

Aquel pequeño "incidente" con la camarera me hizo sonreír sutilmente de forma maligna, ni siquiera me digné a ofenderme por lo que dijera una humana estúpida. En lo que Richard reclamaba a no se quién, como si fuera cualquier humano, mi vista se quedó fija en la chica esa, de una forma tan profunda y penetrante que daba miedo. No me había dado cuenta de que mis ojos se habían vuelto negros, como los de un demonio furioso, ni de que mi sonrisa dejaba entrever mis colmillos enormes; aquello me solía pasar más seguido últimamente, desde todos mis accidentes con demonios y caídos.

La chica, que en un principio me había mirado con odio y rencor, empezó a tenerme miedo, lo sentía y aquello me hacía sentir poderosa. Sus ojos, cuando se fijaron en los míos, dejaron ver un brillo de alerta y sin embargo, no podía moverse, por el sólo hecho de que ya era mi presa. No podía controlar su mente, pero por el miedo... aquella era la mejor herramienta. Mi sonrisa se ensanchó cuando la vi por fin bajar la cabeza, tenía tanto miedo...

Los humanos no eran más que animales para mí, la mayoría al menos porque siempre estaban esos pocos que siempre llevaría conmigo. Pero esa humana, ¿qué era sino un juguete de nosotros, los dioses del nuevo mundo? Con un fugaz vistazo, comprobé que Richard aún hablaba con el dueño del local, y entonces decidí hacer una pequeña travesura... una lección para esa tía, que creía que podía hablarnos a nosotros como si fuéramos sus iguales. Sería su mayor error, el haberme tratado sin respeto, tanto a mí como a Richard.

-Ven... -le susurré, o mejor dicho, sólo vocalicé porque de mis labios no salió palabra alguna. Con mis largos dedos, le indiqué de forma elegante que se acercara, y ella no hizo más que obedecer, porque su miedo la superaba. Una vez la tuve al frente, crucé las piernas y deslicé mi dedo índice derecho por su mejilla, mientras mis ojos le hablaban de quien yo era en verdad. La Muerte, su muerte...

Tiritaba ella como si se pudiera romper. Parecía tan frágil, tan tonta en aquella pose sumisa, que me hacía sonreír con satisfacción. No le dije nada y ella sólo titubeó torpemente palabras de disculpas, pero ya era tarde. Cuando posé mi dedo sobre su frente, absorbiendo su vida y contagiándole con el frío de la muerte... ya era tarde para su pobre alma desgraciada.

-Márchate ya, ramera parisina... -le dije y ella, tambaleante y con rostro descompuesto, se marchó. No duraría más de un par de minutos, mientras su alma se consumía sin que ella pudiera decir nada. La había enmudecido y matado de forma lenta, era como un veneno que paralizaría su corazón tan pronto como ella pisara la cocina.

Tan pronto como la perdiera de vista, mis ojos y mis colmillos se normalizaron. Richard apareció justo en ese momento, sentándose otra vez con rostro descompuesto. Le sonreí de forma dulce, pasando aquel mismo dedo con el que antes absorbiera la vida de la muchacha, por su mejilla limpiando su lágrima, para luego, de forma inconsciente, llevármelo a los labios probando su sabor.

-Tranquilo, no es tu culpa... ella no sabía ubicarse, ni tampoco respetar nuestra raza superior... No te sientas mal, a mí no me molestan los comentarios de seres tan insignificantes -comenté, posando mi mano sobre la suya. Parecía muy tierno y sensible, no era algo que me gustara mucho de un hombre porque sabía que podía romperlo con facilidad, pero él tenía su encanto. Mis ojos se posaron sobre los suyos cuando un grito salió de la cocina; la muchacha esa ya estaba muerta.
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Mensaje por Invitado Lun Mar 19, 2012 9:06 am

Regresé completamente atormentado. Mis pasos tenían un ritmo elegante, sin embargo el deje de cada pisada mostraba con facilidad el dolor que portaba. Había apreciado su amor, pero me entristecía que no comprendiera que para mí no era más que alguien frágil con apariencia atractiva. Me había molestado de sobremanera su estupidez, sus palabras, y más frente a alguien tan importante en mis planes. No quería que nada se escapara de mis manos, de mi control.

Regresé sintiendo que en ella se había desarrollado cierta energía, el local había tomado un tono más oscuro. Sin embargo, le quité importancia quedándome abstraído por la belleza de su mirada. Mis ojos eran dos orbes violáceas con tonos grises y azules, muy parecidos a los ojos de mi padre cuando se enfurecía. Mis dedos juguetearon con el servilletero escuchando sus palabras.

-Me molesta que no comprenda que mis sentimientos no son para ella, busco a una mujer que sea especial y única. Quiero algo que pueda contemplar con fascinación y orgullo.-comenté justo antes de escuchar aquel grito tan agudo.

Una de las chicas de la cocina, donde se preparaban los pasteles, chilló como si acabaran de clavarle un puñal en el corazón. Todo el local se giró hacia la puerta por donde se había marchado la camarera, la puerta de la cocina, la cual aún bailoteaba en un movimiento demencial.

De inmediato mis ojos regresaron al rostro de Lutho. Había sido ella. Sus palabras habían sido falsas, su ira se había desatado. Sentí pánico porque pudiera hacer algo así sin importarle lo más mínimo. Coloqué las palmas de mis manos hacia abajo para impulsarme de la mesa, necesitaba salir para sentir la brisa de París.

Quedé fuera jadeando, palpando mi frente y mi pecho. Esa crueldad con los más débiles no lo concebía. Los humanos eran delicados pero no insectos, algo imperfecto que no podían abarcar conocimiento absoluto y con una fragancia frágil que te hacía desearlos.

-Mon Dieu, Mon Dieu...-balbuceaba dejando que mis cabellos cayeran hacia mi rostro mientras temblaba. Mis pies quedaron quietos, como si alguien o algo tirara de ellos hacia el pavimento. Me giré para contemplarla, aún dentro del local, mientras el sonido de la ambulancia recorría las calles aledañas buscando la pastelería. Dentro las lágrimas y los gritos conformaban la melodía dolorosa de la muerte.-¿Por qué?-murmuré.
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Mensaje por Invitado Lun Mar 19, 2012 9:53 am

Su reacción no me sorprendió tanto en realidad. Ya había notado su visión de los humanos, era normal que tras la muerte de esa furcia saliera corriendo asustado, sobretodo ante el despliegue de mi poder. Y no fue el único en salir de la cafetería, muchos de los que estaban allí también lo hicieron, por miedo a ser testigos de la muerte, quien recorría todas las calles y callejones del mundo como si fuera suyo, porque así era en verdad, como por el recelo a la cercanía de esta misma, a verse cómplices del despliegue de mi poder sobre una humana estúpida.

Yo también me levanté, de forma elegante y tranquila. No quería llamar la atención de todos allí, prefería actuar con normalidad. Me acomodé los pliegues de la levita con movimientos lentos y tranquilos y me coloqué otra vez la boina, no sin antes recogerme el cabello una vez más de modo que volvía a ser un chico a simple vista, aunque con el rostro de una chica.

Al salir de la cafetería, me dirigí con pasos lentos a donde él estaba. Llevaba ambas manos en mis bolsillos, protegiéndolas del frío que empezaba a hacer. Era el que siempre acarreaba conmigo cuando mataba, la nada absoluta, la ausencia de todo. Al quedar frente a él, me di cuenta de que temblaba, estaba afectado pero no podía saber si era por lo que podría sentir aún por esa humana insignificante o por el miedo al darse cuenta de que yo la había matado. En todo caso, yo nunca quise ocultarlo, lo hice de forma disimulada simplemente y ya.

-Cualquiera diría al verte que fuiste tú quien la mataste -comenté en voz baja- Deberías dejar de temblar y traspirar de esa forma, pareciera que es primera vez que presencias una muerte -tras decir esto, desvié la vista hacia la entrada de la cafetería; dentro, todos lloraban e increpaban a un dios inexistente, sordo, mudo- Ella merecía un escarmiento por su comportamiento, por su falta de respeto hacia ti. Somos vampiros, más que ellos, los dioses de la noche. Merecemos su respeto y ella no lo tuvo -dije, para luego quedar unos cuantos segundos en silencio, volviendo a mirarle- Lo siento si fui demasiado dura para ti.

Tras decir esto, me aparté un poco, mirando la ambulancia que ya llegaba, casi en tiempo récord. De ella bajaron corriendo los paramédicos, y sonreí leve compadeciéndome de ellos. Nunca sabrían de qué murió, porque su cuerpo por dentro seguramente estaba carbonizado por el hielo. Porque éste quema, incluso más que el mismo fuego, y con el doble de dolor de éste.

-Supongo que nuestra cita termina aquí -comenté, mirando aún a la ambulancia, hablando con un tono de voz tan indiferente como siempre- No estuvo tan mal -susurré luego, mirándole con una leve sonrisa de disculpas, aunque sin bajar la mirada ni la cabeza nunca. Dejé sobre su mejilla una leve caricia antes de girarme y empezar a caminar con paso lento, calmo- Fue un gusto, Richard... por cierto... me llamo Lutho Lioncourt... nos vemos.

Me despedí con un gesto de la mano. Estaba segura de que no me seguiría, normalmente mis citas siempre acababan con los chicos o chicas huyendo de mí, aterrados cuando sabían mi verdadera identidad. Por eso lo mío era más de alcohol, unos cuantos besos y luego sexo, para finalmente despedirme con un "hasta nunca" de mis ligues de una noche, los que sobrevivían. Las citas no eran lo mío, pero esa había estado bien.
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Mensaje por Invitado Lun Mar 19, 2012 10:16 am

Era muy resuelta, se comportaba con una frialdad que pasmaba y sabía que por dentro no era más que una niña deseando ser querida. Podía notar que era como yo, con una mascara que podía caer a sus pies en cualquier momento. Deseaba ver esa máscara, ya no por mis planes. Tenía una curiosidad propia de un demonio, o quizás de un ángel, y eso hacía que me arrojara a seguir sus pasos tras decirme su nombre, como mera complicidad aparente por la cercana despedida.

Mis pasos quedaron a su lado, a su misma altura, mientras mis manos se guarecían del frío nocturno, aunque no era demasiado desagradable, y la contemplaba bajo las breves luces de las farolas. Su aspecto era el de un ángel, sin embargo era tan cruel y déspota como un demonio. Mi abuela la adoraría de conocerla, hasta que supiera que éramos hermanos y entonces la odiaría por ser hija del hombre que destrozó a su pequeña.

-La cita no ha acabado, al menos no para mi.-dije con un tono sosegado.-Aún la apreciaba, por eso mi reacción.-no deseaba mostrarle la verdad, aunque tampoco mentía.-En realidad, aprecio a su padre por haberme tratado de forma tan gentil y ser uno de los mejores reposteros de París.-mis pasos eran elegantes, para nada apresurados.-Podría llevarte a un lugar donde el tiempo se ha detenido, mi mansión, y tomar allí algún postre, o cualquier otro alimento. Tengo cocineros que me sirven las veinticuatro horas del día, sin importar la fecha o la circunstancia.

Deseaba que aceptara, sabía que podía tener apetito más allá de la sangre. Además, había hecho que sonara bien eso “del tiempo detenido”. Si era una Lioncourt, como bien sabía, sus genes serían curiosos y se le haría llamativo. Quería que me conociera, que se enamorara de mi. Ya estaba siendo más que los demás, el resto huía y yo me quedaba. Era el hombre distinto, el galán que la sonrojaba.

-Una dama tan delicada como tú, aunque sea con un poder inmenso, no debería pasar la velada a solas.-sonreí como lo haría un ángel, con una bondad falsa que se vería tan real como las calles que pisábamos.
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Mensaje por Invitado Mar Mar 20, 2012 9:06 am

Sonreí leve mirando hacia el suelo cuando se colocó a mi lado, no esperaba que me siguiera. Incluso me ruboricé un poco, por ello había girado un poco el rostro para terminar pasando una de mis manos por su brazo, pegándome a su costado y escuchando sus palabras en silencio, actuaba como si no hubiera pasado nada porque eso significaba para mí la muerte, nada.

-Al parecer la noche es joven... creí que huirías como todos lo hacen -comenté, suspirando bajo mientras que se me reactivaba la curiosidad con sus palabras. Sin embargo... tenía mis reticencias. Había estado viviendo estas últimas semanas con Belial en su mansión, la cual cada día me parecía más aburrida, más vacía y carente de vida a pesar de los múltiples sirvientes. Extrañaba las casas que Alexei siempre compraba o arrendaba, eran pequeñas, cómodas y acogedoras, plagadas de un ambiente familiar que no era para nada hostigante- "el tiempo se ha detenido"... interesante, aunque si me permites, se me ocurren planes diferentes...

Tras decir eso, le miré con un brillo diferente en mis ojos y una sonrisa seductora. Me daba verdadera curiosidad su mansión, me preguntaba si era como las que salían descritas en los libros de siglos atrás... pero antes, prefería hacer un poco las cosas a mi modo, al suyo me sentía insegura conmigo misma, no estaba acostumbrada a los modos suyos.

En un fugaz vistazo, me cercioré de que estuviéramos en una parte más o menos apartada y alejada de la gente, había caminado hasta allí sin darme cuenta y aquello beneficiaba a mis planes. Y en un impulso y sin previo aviso, le besé en los labios de forma pasional y hambrienta, pegándome a su cuerpo con deseo en mi mirada. Ya llevaba un rato queriendo hacer eso, y la principal razón no era tanto por su forma de ser tan excéntrica para mí, sino su enorme parecido con aquel rubio idiota que me traía con la cabeza por júpiter... Richard se veía al menos mucho más accesible a mis caprichos, y si todo quedaba hasta allí, la menos me habría llevado un beso suyo.
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Mensaje por Invitado Mar Mar 20, 2012 9:37 am

Aceptó de nuevo mi presencia junto a la suya, inclusive terminó tomándome del brazo cual dama que desea ser acompañada por un joven apuesto hasta su hogar, donde quizás allí se encuentre segura y refugiada por el calor de su familia. Sin embargo, en realidad, ambos éramos huérfanos de padre. Nuestros padres no habían podido cuidarnos, aunque yo pude conocer a mi madre y sentir sus cuidados. Éramos seres hambrientos de cierto sentimiento cálido, pese a desconocerlo podíamos sentirlo de alguna forma mediante el sexo.

Sus labios se pegaron contra los míos, así como mis manos fueron a su cintura. Mis dedos aprisionaron sus caderas, lentamente, hasta quedarse pegadas a su trasero. Apreté con deseo esa zona, pegándola a mí con la lujuria que habitaba en aquel cuerpo tan similar a mi padre. Mi lengua comenzó a dominar la suya, mi boca se volvió hambrienta.

-Mon ange.-murmuré riendo mientras separaba mi boca de la suya.-No es el lugar apropiado, si hubieras dicho que deseabas algo así podría haber buscado un lugar más íntimo y apropiado.-la tomé del mentón con mi mano derecha, mientras la izquierda permanecía sin pudor alguno sobre aquellas nalgas.

Debo admitir que hasta ese instante no había conocido joven con nalgas tan perfectamente esculpidas, duras y redondas en sus justas proporciones. Había deseado hacerlo cuando contemplé como se marchaba, pese a mis reticencias. Deseaba contemplarla desnuda sobre un lecho de seda negro cubierta por pétalos de rosas, los cuales se pegarían a su piel perlada por el sudor del placer que podía provocar con mis manos, mi sexo y mi lengua.

Alcé el rostro sobre su cabeza, aquella melena rubia oculta por la boina. Miré y no muy lejos, tan sólo a unos metros, había una iglesia pequeña y humilde. Sonreí ante la tentadora idea de entrar en ella y realizar un acto sacrílego frente a las esculturas de yeso, madera y oro. Sonreí como un canalla, la sonrisa burlona de mi padre, cuando la tomé de la muñeca y tiré de ella hacia el recinto.

-Ave María Purísima, los que van a pecar se introducen en tu iglesia.-murmuré antes de llevarla hasta un confesionario, el cual apestaba a sexo.

Los curas, ni ahora ni nunca, habían sido célibes. Tenían amantes, hijos, prostitutas que saciaban sus más bajos instintos, los colegiales que torturaban hasta convertirnos en siervos del dolor y la rabia, monjas necesitadas y sus manos podridas.

Era un sitio diminuto para dos seres como nosotros, pero sería el adecuado. Me senté en aquel trono y la subí a mis piernas tomándola por el rostro, observándola fijamente. Delineé con mis dedos su mejillas, cada uno de sus rasgos, antes de morder sus labios e introducir mi lengua de nuevo en ella.

-¿Qué mejor sitio para pecar que este?
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Mensaje por Invitado Mar Mar 20, 2012 10:03 am

Noté que su lengua buscaba dominar aquel beso, pero se lo ponía difícil. Mis manos habían terminado en su trasero, apretándolo de la misma forma que él apretaba el mío sin ningún deje de caballerosidad, cosa que me hizo sonreír con gracia y de forma burlona.

-Dicen que cuando se traen las ganas, no existen los lugares apropiados -comenté sonriendo de la misma forma que él, podía casi ver a Lestat frente a mí y no a un extraño cualquiera y eso me hacía sentir extraña, ruborizarme un poco y hasta ponerme melosa. Le traía demasiadas ganas a ese hombre, a pesar de que fuera mi padre...

Sacudí un poco la cabeza tratando de quitarme esas ideas de la cabeza, regresando junto a Richard. Dejé que me guiara a una iglesia, en lo personal me daba igual en donde fuera y podía ser en plena calle o salón de baile como en cualquier cama de sábanas de seda y terciopelo. Entré junto a él a aquel estrecho cubículo, pero no, ese no era un buen lugar. Demasiado pequeño, sabía que quedaríamos muy apretados porque aún no controlaba del todo mis alas, las cuales solían aparecer extendidas en su plenitud cada que llegaba a un orgasmo.

Aún así me senté sobre sus piernas, besándole de forma hambrienta, llena de deseo contenido. Le haría todo lo que a Lestat no pude, su parecido no podía ser tanta coincidencia y no lo desaprovecharía. Mi lengua buscaba dominar en su boca, yo no me dejaba domar por cualquiera y ya no lo volvería a hacer, no desde lo de Caim. Aquella había sido demasiada humillación para mí.

-Sin duda... pero sería mejor, si fuera en el altar, frente a todos los santos de esta iglesia pagana, donde los demás ángeles pudieran ver nuestros rostros y grabarse en sus mentes nuestras caras de placer... -susurré en su oído, antes de morder el lóbulo de su oreja con deseo, mientras pasaba mis manos por su amplia espalda.
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Mensaje por Invitado Mar Mar 20, 2012 10:24 am

Sus palabras eran cantos de gloria a mi entrepierna, la cual reaccionaba con deseo. Podía notar su ansiedad por un sexo desatado. No dejaría que me dominara, jamás lo habían hecho y no sería menos con ella. Mis manos se quedaron sobre sus pechos deseando quitar esa tela que los ocultaban, provocando que pareciera plana cuando no lo era. Mis ojos quedaron fijos en los suyos, tan verdes como esmeraldas, y sus labios suaves estaban podridos por la lujuria.

Comencé a quitar sus ropas lentamente mientras mi boca besaba cada rincón de su cuerpo, poco a poco sin prisas. Haría que se desprendiera de cada trozo de tela que la cubría. Primero quité su boina, a continuación su chaqueta y camiseta. Tuve que bajarla para quitar el resto de sus prendas, las cuales arrojé fuera de aquel estrecho lugar. Mis dientes mordían sus pezones mientras mis labios rozaban la delicada piel de sus pechos.

Me levanté para quitar mi ropa, impidiendo así que la rasgara. Tenía que regresar a casa y no deseaba hacerlo desnudo, además cada prenda era más delicada que la anterior. Mi torso blanco, completamente lechoso, se mostró digno de ser contemplado como una obra de arte. Todo mi cuerpo era perfecto en proporciones, igual que el suyo. Ambos parecíamos ángeles, o quizás Adán y Eva en busca del paraíso perdido.

Mi miembro comenzaba a estar despierto, pero en absoluto estaba en su tamaño habitual. Mis manos se deslizaron sobre su piel con cierto mimo que terminó siendo desesperado, la quería para mí. Necesitaba hundirme en ella dándole los mejores orgasmos que ningún otro hombre, mujer o ser, le hubieran dado. Mi boca se pegó nuevamente a la suya, mucho más dominante que antes y parecía sacar fuerzas de los mismísimos infiernos.

La empujé fuera llevándola conmigo hasta el altar. Allí una mesa nos esperaba, amplia y con un mantel blanco con encaje. Al recostarla no tardé en abrir sus piernas y morder sus muslos con gula, una gula se fue a mi lengua cuando abrí sus labios vagilanes y ahondé en estos. La punta de mi apéndice parecía una serpiente que con cuidado reptaba en ella intentando complacerla, hundirla en cierto deseo y que sucumbiera de esa forma en mi método de dominarla.
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Mensaje por Invitado Mar Mar 20, 2012 10:51 am

Me dejé desvestir sonrojada por toda su delicadeza, cerrando los ojos para imaginarme que aquel vampiro rubio que me hacía tener sueños húmedos era el que me tocaba. Estaba caliente, apenas había necesitado imaginar su rostro para excitarme y bueno, los besos de Richard, su piel, y su rostro ayudaban bastante a mi imaginación.

Suspiraba como adolescente enamorada con cada beso y caricia suya, incluso me pareció que había cierto cariño en éstas pero pensé que tal vez era mi imaginación que me hacía una ¿mala pasada? ¿O buena en verdad? Decidí no darle mucha importancia y simplemente disfrutar, dejar de pensar que él no era más que otro ligue de una noche.

Cuando me llevó al altar, me acomodé sobre éste separando mis piernas sin mucha reticencia, tenía los ojos cerrados porque hasta podía adivinar ya, que del sólo deseo se habían vuelto negros, terroríficos... a mí se me antojaban horrorosos. Sólo me gustaban cuando en él brillaba aquel tono verdoso, y ya. Me mordí el labio inferior cuando sentí su lengua, caliente y húmeda, en mi sexo, ahogando jadeos que aún no era necesario que soltara.

-Richard... -jadeé bajo, controlando no sin mucho esfuerzo mi poder para que mis ojos recuperaran su color normal y así poder mirarle- Ven, aquí conmigo, quiero besarte mientras me follas y tenerte entre mis brazos...
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Mensaje por Invitado Mar Mar 20, 2012 12:12 pm

Me escandalizaba su pose frente al altar, su imagen de mujer apetecible rogándome morder la manzana. Las figuras de la iglesia nos contemplaban con incredulidad, sus ojos vacíos de cualquier expresión o vida nos señalaban como culpables. El pan de oro resplandecía, pero no más que sus cabellos. Era una mujer en la flor de la vida, y yo un joven con deseos de probar el néctar del pecado junto a ella. Mi plan marchaba, si lograba enamorarla después de varias noches, o quizás semanas, podría presentarme frente a nuestro padre y mostrarle como duele que dañen a quien quieres.

Acomodé mi cuerpo sobre el suyo cubriéndola con mi figura. Debido a la excitación momentánea y la luz del lugar me daban el mismo aspecto que mi padre, un hombre completamente blanco y no una mezcla de culturas. Entré en ella gruñendo palabras en francés, mientras mis manos se aferraban a la mesa que nos sujetaba.

-Mon ange...-susurré antes de besar desesperado sus labios, una pasión inconmensurable. Desbordaba sus sentidos con aquellos besos, mientras mis caderas empezaban lentamente a moverse en su interior.

Quería marcarla con un sexo lleno de pasión, pues yo era más francés que asiático y mostraba su mismo deseo, tan ardiente, cuando la música brotaba de mis dedos. Era un hombre curtido en el placer, la lujuria, la decadencia del espíritu, la tortura del alma y cientos de placeres como torturas que me hacían ser un desquiciado inmortal. Disfrutaba del sexo con mi hermanastra, era algo que era digno de ser contemplado por los ángeles, demonios, vampiros y cualquier ser que pudiera sentir que aquello estaba siendo tan retorcido como placentero.

Mi mente comenzó a tocar el órgano, provocando que las teclas se movieran. El mundo parecía paralizarse mientras aquellas notas se alzaban junto a nuestros jadeos, gemidos y mis gruñidos. El movimiento de mi pelvis era cada vez más elevado, golpeaba su punto de placer deseando que tuviera el mayor de los orgasmos.

No sabía como había logrado estar tan húmeda, a penas había tocado su cuerpo. Me sentía terriblemente extraño en ese sentido, algo me decía que no cuadraba y que mi plan podía terminar en la basura. Sin embargo, no paré ni un instante y mis movimientos cada vez eran más rápidos, placenteros para ambos y sobre todo desesperados. Mi rostro estaba perlado en sudor sanguinolento, mis ojos estaban violáceos, mi cuerpo temblaba y ardía, mis piernas me ayudaban a impulsarme junto a mis brazos, mientras que mi lengua saboreaba la suya.
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