Black as the Devil -priv +18

- ¿Acaso no son las heridas lo que te vuelven fuerte? -le pregunté en voz baja, volviendo a besar sus labios sin dejar de mover mis caderas. Mis manos acariciaban su espalda, recorrían cada extensión de fría piel que encontraba a mi alcance.

Sus manos eran cálidas y delicadas conmigo, sus ojos amables. Sin darse cuenta me desarmaba por completo, me provocaba más heridas de las que ya tenía pero que no dejaban marcas ni cicatrices visibles.

-Atsushi... -susurré su nombre, luego de besar su cuello- ¿Por qué lo haces? -le pregunté, sin levantar el rostro porque no sabía con qué me encontraría. Era amable, era diferente y hacía que mi mente nublada me jugara juegos sucios que involucraban a la esperanza, esa que había perdido hacía mucho.

Parecía un niño descubriendo nuevos mundos, aquellos que se negaba a recorrer por miedo o desesperanza. Mis manos rozaban con delicadeza sus mejillas, así como sus caderas y sus muslos. Recorría todo su cuerpo desde los pies a la cabeza.

-¿Por qué? Tal vez porque deseo que conozcas otros mundos, necesitas conocer este trato para desear encontrarlo. Yo no me iré de tu lado Alexei, me quedaré para cuidarte aunque a lo lejos. Estoy cansado de provocar siempre mal, tal vez pueda conseguir que tú seas mi amigo.

Desde la aparición de Louise algo en mí estaba brotando, deseaba quizás sentir el amor de otros. La amistad era el amor más puro que podías encontrar, en los campos de batalla cuando luchaba junto a mis amigos, chicos que habían crecido conmigo en las tranquilas calles del pueblo, no me sentía solo ni tenía miedo. Quería volver a sentir aquel calor en mi pecho, aunque fuera un ser frío.

Acabé recostándolo para besar lentamente sus labios, apoyado en ambos lados de su cuerpo lo contemplaba mientras acariciaba su boca con la mía.

Su respuesta no me causó otra cosa que una gran angustia. Dejé que me recostara, le besé de forma necesitada aunque ahora sentía mis labios temblorosos. Porque con aquellas caricias y palabras no hacía otra cosa que romperme, y a pesar de sus intensiones y aunque sabía que no lo hacía con mala intención, me hacía daño, me mataba lentamente de la misma forma que hacían las drogas y mi enfermedad.

-No tienes que hacerlo... -susurré con voz temblorosa, sintiendo dolor en mi pecho. Me aguantaba demasiado, sentía que pronto iba a caer como una muñeca rota. Las lágrimas querían salir de mis ojos pero yo no les permitía siquiera asomarse- Lo siento... lo siento mucho Atsushi... pero me estás matando -le dije, mirándole a los ojos con una mirada que jamás podría mentir.

-Me enseñas mundos que quiero olvidar... por favor ya no lo hagas -le pedí, temblando, cerrando mis ojos mientras me abrazaba a él.

Lamentablemente para mí, y como usualmente ocurre cuando una persona se droga, los efectos pasaban demasiado rápido. Ya no flotaba lívido y atontado, sino que caía en unas aguas negras, en la desesperación y la depresión. Mis manos le aferraban con fuerza, no quería que se apartara y me viera llorar, moribundo, destruído.

-Puede que encuentres a alguien, no debes perder la esperanza como yo lo hice.

Susurré acariciando sus cabellos dejando que mis dedos los peinara, así como a la vez los alborotaba. Me recordaba a un ángel que acababa de caer a la tierra, un dulce ángel aterido de frío y lleno de pecado por haber deseado algo inconcebible. ¿Qué hay de malo al disfrutar de la fantasía del amor?

-Me dejé hundir cuando murió mi esposa y mi hijo. Tú no lo hagas.

Sus ojos eran puñaladas de dolor que indudablemente me causaban estragos. Alcé su cuerpo del colchón pegándolo a mí, levantándome con él y abrigándolo con las mantas. Mis manos ya no eran las de un amante, sino quizás las de un padre o un hermano. Mis labios rozaron su frente y sus mejillas, delicadas caricias para su alma rota.

-Hace unas noches en medio del mar, en la intensidad de su calma y locura, encontré a una muchacha, a penas una niña, jugando entre las rocas. Su cuerpo estaba muerto pero su alma latía. Un espectro hermoso, una dulce criatura, que dejé escapar por miedo. Huyó de mí poco después y yo desaparecí para no añorarla. Tal vez ya sea tarde, pero quizás tú puedas hallar la luz de la esperanza en otra playa, con otro nombre, con otro aroma...

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Entonaba una canción en mi idioma, sabía que él lo conocía. Mis dedos se deslizaban por su frente cerrandos sus párpados. Lo introduciría en un sueño, calmaría su respiración agitada y las lágrimas que luchaban por salir. Pegué su cuerpo al mío meciéndolo lentamente

Mis lágrimas bañaron mi rostro, sus palabras hacían que el pecho me doliera, que la angustia me llevara consigo. Lloraba como en años, siglos, no había hecho, y dolía tanto como la primera vez, porque me recordaba que estaba vivo cuando en realidad debería haber muerto.

"Tu tiempo se ha detenido"

Era la frase que me seguiría por toda la eternidad. Él no podría comprenderlo a pesar de ser un vampiro, ¿quién sería capaz si quiera de asimilar todo aquello? Hablaba de esperanzas, me ofrecía ilusiones que yo ya no quería tener entre mis manos, porque la vida me había enseñado que lo que me ofreciera en un presente, en un futuro me lo arrebataría cruelmente.

-No hables de sueños ni esperanzas, no intentes ayudarme porque es tarde para salvarme. Mi alma está vendida, mi cuerpo no me pertenece, ¿qué más esperanza se puede tener después de dos siglos de oscuridad? -le pregunté entre sollozos, sintiendo sus dedos en mi frente. Cerré mis ojos, no le soltaba porque en ese momento se había vuelto mi único apoyo para no caer, a pesar de ser un desconocido.

Pronto empecé a sentirme cansado otra vez, lívido de emociones y movimientos. Suspiré sin dejar de llorar, era como si quisiera caer dormido y no volver a despertar jamás. ¿Debería rendirme a mi destino? Era una pregunta que llevaba mucho tiempo haciéndome.

- ¿Qué... me haces? -le pregunté en voz baja, porque ni siquiera mis labios querían seguir moviéndose- Por favor... detente... por favor...

Los sueños eran mi terreno, ofrecer sueños que descubrieran partes recónditas olvidadas era mi don. Busqué en él la voz de su madre, le regalé unos momentos con ella. Mi frente estaba sobre la suya, acariciándola lentamente, mientras mis brazos le rodeaban.

Él deseaba esa calidez perdida aunque la rechazaba, podía tal vez encontrarla en los brazos de un verdadero amante. Pensaba que no estaba hecho para ser amado, que tenía todo vendido a los infiernos, y yo le demostraría que si había logrado mi compasión podía lograr cualquier otra.

Aparecí en su sueño materializándome, caminando con mi capa oscura y mi turbante. Me mostraba como un descendiente de un pueblo nómada, un rey entre los hombres y a la vez el más humilde. Mis mis se movían suavemente sobre la arena, hundiéndose, estábamos en un reloj de arena.

-Es el tiempo para que tú creas en tu tiempo, este tiempo. Busca en él algo de paz. No te rindas, en cualquier momento podrá venir alguien que te ame con toda la intensidad. Yo he vivido más de mil años solo, hundido en la miseria, y ahora estoy frente a ti... Alexei, todos podemos encontrar el amor y todos podemos ser amados.

Fue mi mensaje justo antes de dejarlo en un prado con la imagen de su madre, disfrutando de nuevo como si fuera un niño. Quería que la recordara como la mujer hermosa que fue, no como el cuerpo roto que terminó siendo. Besé sus sienes fuera de los sueños, lo dejé en el colchón como si fuera un niño pequeño.

Me levanté y busqué papel y bolígrafo. Comencé a escribir una extensa carta mientras sentía su respiración calmada.

"Para mi dulce Alexei.

Mi nombre es Atsushi Sakurai, ese es el real, pero suena mejor Sakura. Yo soy el nuevo Morpheo y el causante de tus dulces sueños de esta noche. Mi amistad está contigo. Mi cariño quedará junto a ti iluminando tus pasos, puesto que si caes yo podré ir a tu lado, si tu orgullo no lo impide, para besar tus heridas y escuchar tus lamentos.

Siempre me mantengo en silencio, pocas son las palabras que surgen de mis labios. Desde hace unos días he aprendido nuevamente a conversar, aunque de poco me ha servido. Detesto hablar de mí, igual que te sucede a ti. Prefiero que vean lo que quieren ver y no lo que soy. Yo te he dado algo importante esta noche, el recuerdo más cálido que posee tu corazón. Tómalo Alexei, tómalo con cariño y no lo olvides. No olvides a esa persona que te demostró que es amar.

Algún día, espero que pronto, alguien pueda darte ese mismo calor. No eres un monstruo, no eres un ser condenado, porque yo en ti he visto a un ángel a pesar que los infiernos se ciernen sobre ti.

Piensas que no te amaran ¿entonces? ¿Por qué te amo como si fueras un hermano? Has hecho que en pocas horas me sienta compadecido por tu dolor, porque me recuerda al mío, y eso me ha hecho sentirme hermanado a ti. Te aprecio a pesar que quieres destruirte, pero yo no puedo evitar que lo hagas como tú no puedes evitar que yo sea un asesino.

Disfruta de tu tiempo, de tu vida, a pesar de todo puedes hacerlo.


Tu amigo que te estima,

Atsushi Sakura"


Anoté junto a la carta mi dirección, la casona donde vivía, y un pequeño apartamento en la ciudad. A veces me iba allí a contemplar el mundo destrozado, como lo estábamos todos. Junto a esto el dinero, algo más de lo acordado, y una rosa de papel.

Me marché de inmediato antes que la mañana llegara. Caminé por las calles con mi deje habitual hasta que terminé alzándome en dirección a mi apartamento.

Dormí todo lo que quedaba de la noche y parte de la mañana, sumergido en sueños dulces y tranquilos. En ellos vi a mi madre, tan joven y hermosa como siempre lo fue, y yo había vuelto a ser aquel niño tímido con aspecto de niña. Volvíamos a estar en nuestra casa en Japón, era como si nada malo hubiera pasado nunca. Estaba con los que amaba y que ya habían marchado, Sarah jugaba conmigo siendo una niña hermosa, y a nuestro lado, mi amado Araciel sonreía de forma infantil.

Me había costado despertar de todo aquello, era como si mi alma se negara a dejarles irse otra vez. Cuando por fin mis ojos se abrieron, el día resplandecía y yo estaba totalmente solo sobre la cama, con mis mejillas llenas de lágrimas que había derramado durante el sueño. Me levanté con algo de dificultad, estaba totalmente desnudo y me sentía sucio, necesitaba una ducha urgentemente.

Al entrar al baño, lo primero que vi fue mi imagen reflejada en el espejo. Por primera vez veía mi cuerpo sin heridas ni moretones después de una noche de sexo, pero eso no me hizo sentir nada, ni emoción, ni angustia... absolutamente nada. Mi rostro se reflejaba frío e inexpresivo, era un nuevo día, lo demás estaba en el pasado y por ende en el olvido...

Me duché con lentitud, dejando que el agua me limpiara del sudor y la sangre de la noche anterior. Con ella, se iban también parte de mis emociones, cada día despertaba más frío pero ya no me importaba, a estas alturas, sólo me importaba regresar cada día a casa para poder ver a Lutho. Con aquel pensamiento, corté el agua y empecé a secarme, sentía que aquel día sería largo y amargo ya que mi casa estaba invadida por aquel vampiro rubio.

Al salir del baño y buscar mi ropa, encontré una nota escrita por él. La leí sentado en la cama, sintiendo que con cada párrafo que leía mis manos temblaban más y más y mis ojos se humedecían. Al terminar, arrugué la nota con fuerza mientras volvía a llorar. Terminé abrazado a una almohada, llorando como en aquellas primeras noches en las que despertaba sintiéndome asqueroso y sucio, ahora me sentía angustiado y terriblemente solo. La angustia me devoraba, el dolor... tantas emociones fuertes que me hacían gritar contra la almohada y golpear con rabia la cama.

No sé muy bien cuánto tiempo estuve así, en aquel ataque de histeria y frustración. Tampoco recuerdo muy bien qué pasó después de aquello, ya que en algún momento me levanté y casi con desesperación, busqué la coca que me quedaba. La droga era mi única escapatoria, quise volver a ese mundo de sueños y no me importó si me daba una sobredosis o un ataque al corazón. Sólo sé que caí dormido, presa de las emociones y de un mal "viaje", solo en un cuarto de hotel vacío.

¿Qué mas me daba morir o romper su carta? ¿Qué más daba si Lutho se iba con su familia y yo me quedaba solo? Nada cambiaría. Con este pensamiento, caí en la inconsciencia, sin saber muy bien cómo terminaría.