Viejas Cadenas (Priv)

No estaba saliendo mal aquel concierto en la playa, sobre todo si se tenía en cuenta que le organizaron apenas cuatro días antes y se las arregló para colar a la banda que tenía a su cargo, Beck, usando sus influciencias, los chicos tenían talento, química y no era los típicos idols para jovencitas con granos y gays no salidos del armario, era rock duro, intenso y con letras chocantes aunque luego sus baladas eran desgarradoras y maravillosas. Aquella era la semana de la música en los Ängeles, donde se movía el dinerio, las drogas, las fulanas y los demonios, muy adecuado para Alice aunque no se preocupó en contactar con ni uno de los de su especie, simplemente no le interesaban, cuando estaba fuera del Infierno, sus prioridades eran otras, para engañar, timar y seducir santos estaban sus hermosos susperiores, además tenían una lengua que él no poseía.

El escenario estaba montando cerca del mar, era grandes y las luces bien dispuestas, había mucho públicos caminando por la arena y acercándose a los pequeños puestos que vendían bebidas y perritos calientes, era una buena noche, no hacia demasiado frío y el mar estaba en calma. Un jovencito que aparentaba unos diecisiete años estaba subido sobre uno de los grandes altavoces que no estaban siendo utilizados, observando todo con sus grandes ojos azules, era esbelto y vestía de negro, chaqueta de cuero con tachuelas, camiseta ajustada y vaqueros con rotos en las rodillas, en el fino cuello, lucía un collar de perro con pinchos que nunca se quitaba. Estaba bebiendo una cerveza, Alice adoraba aquel ambiente y disfrutaba con todo aquel torbellino de emociones.

Un solo de guitarra, espectacular y largo, le hizo mirar hacia el escenario, balanceando las piernas mientras las cientos de personas chillaban de pura emoción, Alice, Cerberus en los Infiernos, sonrió pero de repente su sonrisa despareció de sus labios, giró bruscamente la cabeza y miró la marea humana, había sentido la presencia del señor de los Infiernos, del rey de las llamas. Saltó del altavoz con agilidad, ligero, y tiró la lata a un lado, la presencia era abrumadora y aplastante, su aroma intenso, evocaba demasiadas cosas para definirlo. Frunció el ceño, no quería verlo, seguramente estaba allí para colocarle de nuevo la cadena y que guardara las puertas o que cazara a alguien, alguna misión donde tuviera que hacer de perro. Miró en torno suyo y comenzó a escullirse hacia la orilla, buscando alejarse lo más silenciosamente posible sin usar poder para no ser del todo captado, era fiel a su dueño pero no tenía ganas aquella noche de obedecer ni tampoco renunciar a su libertad.

Cerberus se detuvo al escuchar su voz, debió prever que no podría eludirlo con facilidad, después de todo era el señor de todos los demonios, el rey del infierno, en primer caído, era de suponer que escurrirse como un adolescente que ve a su severo padre era de tontos pero no pudo dejar de intentarlo. Sus azules ojos se posaron en el mar que estaba en calma, de lejos y través de la orilla llegaba el sonido de la música del concierto que era meramente un eco en aquel lugar aislado, el rumor de las olas llenaba los oídos del demonio y el olor a sal impregnaba su olfato. Suspiró silenciosamente y se fue volteando para mirarlo, de frente, era más bajo que Lucifer, de mediana estatura y esbelto, con su eterno aspecto de adolescente, la brisa agitó su rubio flequillo sobre su frente y en torno a su rostro de rasgos finos y androginos, lo escrutó con sus azules orbes, expresivos y brillantes.

Dio dos pasos más hacia él pero sin terminar de ponerse completamente a su alcance, esperando. Creyó que no lo vería en bastante tiempo, ya hacía más de dos años que soltó su cadena y lo dejó ir para que vagara a su antojo, suponía que estaría demasiado entretenido, quizás alguna alma especialmente suculente, alguna guerra, un amante que lo hubiera mantenido entretenido unos meses o puede que Lucifer simplemente estuviera visitando viejas amistades, fuera lo que fuera hasta ahora había evitado que se cruzaran sus caminos.

Ladeó su cabeza en gesto casi infantil, movió la bota sobre la arena mojada y escribió en ella con la punta-"¿qué quieres?"-alzó la vista hacia él y volvió a escribir con el piel-"No es propio de ti venir si razón alguna...tú siempre tienes alguna intención en mente"-pudo haber sacado su tablet pero aquello le pareció incluso más inmediato, sacó una de sus delgadas manos del bolsillo de la chaqueta y se tocó aquel collar de perro que ceñía su esbelto cuello, apenas rozándolo y lo escrutó fijamente-"¿Vienes a ponerme la cadena?"-los trazos en la arena se hundieron levemente y a su espalda una ola lamió la orilla.

Cerberus ladeó el rostro mientras escuchaba la voz de Lucifer, probablemente el primero sonido que escuchó cuando era un cachorrito, no sabía nada mas de su nacimiento, solo recordaba los olores y el calor de los pozos infernales, recordaba vagamente revolver entre cadáveres de demonios y a pesar de ser todavía una criatura pequeña, saber defenderse de los otros condenandos cuando pretendían cazarlo y alimentarse de él, suponía que a aquellas alturas tenía ya el poder porque de lo contrario una criatura casi recién nacida no hubiera sido capaz de sobrevivir. El Infierno no era un lugar altruista, los demonios de castas superiores y los príncipes infernales eran más civilizados, con sus propias normas y su compleja etiqueta pero los demonios infieriores eran criaturas del caos mas absoluto, fornicaban y mataban brutalmente.

Su rostro fue despejado por la brisa marina, mostrando su delicado perfil, el cuello blanco y los labios rosados entreabiertos, bajo el inferior brillaba el piercing, los azules ojos de Cerberus eran brillantes y hasta cristalinos, nadie podría adivinar que se segunda forma era aquel monstruoso perro que guardaba las puertas del Infierno. Lucifer estaba de nuevo implicado en otra guerra, ciertamente los demonios no dejaban de confabular los unos contra los otros, a veces Lucifer se apartaba y veía como se eliminaban los unos a los otros y ahora parecía que todo se estaba tornando más seria. Suspiró, siempre procuró mantenerse aparte, no le interesaban las disputas por el poder, guardaba las puerta y lo hacia bien, él no deseba ser rey del mundo.

Volvió los celestes orbes hacia el rostro perfecto de Lucifer, sabía que podía ser atrapado de formas diferentes, las cadenas no todas son físicas, hay diferentes maneras de atar una criatura a la voluntad y doblegarla. Movió de nuevo el pie sobre la arena, escribiendo; "Soy tu perro, no necesitas preguntar".

Avanzó hacia Lucifer, mirándolo a los ojos y luego se arrodilló delante de él, le cogió la mano derecha y le lamió los dedos con su lengua amputada para luego bajar la cabeza, esperando su aceptación sin moverse. Él era fiel al Infierno, era un demonio, los ángeles debían temerle y su nombre era susurrado por las almas condenadas, era Cerberus y era un perro.

Cerberus rodeó el medallón con sus dedos, lo acercó a su rostro y lo olió, sus ojos de repente se incendiaron, dos gemas rojas bajo el flequillo largo y rubio platino. Se decía que nada escapaba al can del Infierno, una vez que se impregnaba de un aroma era capaz de seguirlo hasta cualquier lugar, ninguna alma había escapado a Cerberus cuando estaba de caceria, excepto cuando aquel arcángel logro hacerlo dócil con su música y Cerberus le cedió el paso, su castigo siempre le haría recordar su error para no volver a cometerlo, a los perros se les enseñaba de esa forma, premio y castigo, algo realmente simple pero eficaz. Se puso en pie mientras sus ojos volvían a tornarse de aquel azul claro y guardó el objeto entre sus ropas, se ocuparía de localizarme y traerla de vuelta a las manos de su amo, ya fuera para ser destruida o encadenada, no era asunto suyo.

Alzó la vista hacia Lucifer, era menor de estatura que el rey del infierno, escrutándolo en silencio, desde que no pudo hablar, se amoldó pronto, antes tampoco hablaba demasiado y era más cómodo dejar que los demas soltaran la lengua delante de él, a veces decían demasiado para su propio bien. Notaba a Lucifer extraño, sus mismas palabras eran extrañas, parecía algo cambiado. Frunció levemente el ceño y se acercó a él, elevó sus blancas manos y las apoyó en su pecho, suavemente lo acarició, notando la musculatura bajo la tela, arrugandola levemente con las yemas. Lo miró desde abajo y se colocó un poco de puntillas, acercó aquellas labios rosados y tierno y besó su cuello, despacio, acariciándolo sutilmente...¿eres tristeza lo que sentía en su amo? puede que necesitara algo de calor y de suavidad, algo que lo llenara de cierta satisfacción.

Su boca se desplazó hasta su oreja, la acarició y luego sus caninos mordisquearon el lóbulo sin clavarse, solo tentando. Las manos de Cerberus desdendieron del pecho de Lucifer y se posaron en su cintura, atrapándola casi posesivamente pero sin llegar a ello, tocando las caderas y acariciando el contorno para halar de él y apretarlo contra su cuerpo más esbelto pero caliente, fino y fibroso. Su rostro volvió a perderse en el blanco cuello de Lucifer y lo mordisqueó hasta la nuez de adam, subio y besó su barbilla pero sin atraverse si quiera a tocar su boca.

Cerberus lo miró fijamente cuando sintió los dedos de Lucifer entre sus claros y finos cabellos, no tenía lengua y por supuesto no podía usar palabras zalameras o hermosas, no podía seducir con su voz, de hecho, hace mucho que había olvidado como sonaba su voz a sus propios oidos, ya solo quedaban los pensamientos dentro de su cabeza y allí se arremolinaban, callados y turbulentos, imposibles de leer para otros seres y eso le gustaba, que nadie entrara dentro de él, era un perro pero un perro reservado aunque fiel al amo que tuviera su cadena entre sus dedos. Y como no podía expresarse hablando, lo hacía de otras maneras, por sus ojos que eran grandes y cristalinos, sus expresiones en el aquel rostro delicado y adolescente, quizás por como se aceleraba su corazón dentro de su blanco pecho o la respiración entre los dulces y sonrosados labios.

Lo escrutó, alzando las manos las colocó en las mejillas de su señor y poniéndose de puntillas para poder estar mejor a su altura aunque perdiera el equilibrio. Puede que Lucifer se limitara a soltarle un manotazo o le dijera algo cruel, quizás se limitara a empujarlo para lanzarlo a la arena, estaba acostumbrado a ser rechazado, no era algo anormal, después de todo él solo era un perro, un demonio que guardaba las puertas, no era nadie importante, no era un príncipe o un caído, no era el rey del mundo, solo era un cachorro que disfrutaba de que aun no se lo llevaban para atarlo de nuevo.

Posó sus calientes labios sobre los suyos, bloqueando la respiración de Lucifer, lo besó despacio, lentamente y notó la corriente de energía que sensualmente recorrió su esbelto cuerpo lograndó que incluso un leve rubor se instalara en sus mejillas por estar robando aquel beso de su amo. Su boca se amoldó perfectamente a la del rey y la acarició con la suya. Sus dedos se desplazaron desde las mejillas hasta los oscuros y relucientes cabellos de Lucifer, cogiéndolos para enredarlos entre sus dedos, su cuerpo se tambaleó un poco, a punto de perder el equilibrio.