Welcome back (Peste)

Vagué por la ciudad toda la noche. Era una mala manera de desperdiciarla, pero tendría muchas otras, noches eternas... al fin de al cabo, no moriría nunca... Me aburría mortalmente, nunca mejor dicho.
Hasta que, al ver una viuda alicaída, se me ocurrió que sería delicioso hacer una visita al cementerio.

Me transformé en un cuervo y volé hasta mi piso. Tenía que vestirme adecuadamente... bien, realmente no era necesario, pero quería vestirme adecuadamente.
Me deslicé en un largo vestido negro, me puse unas sandalias plateadas, y me enlacé el lazo negro en el cuello. Entonces volví a convertirme en un cuervo, y eché a volar en dirección al cementerio.

Spoiler:

Me detuve en la puerta del cementerio y volví a mi forma anterior. Mi mirada pasaba por la puerta gótica y las paredes de piedra, y acabó en un hombre borracho que estaba tirado en el suelo.
Al notar que le miraba, comenzó a cantar con una voz horrible, riendo a carcajadas, y pronunciando palabras obscenas en mi dirección. Me acerqué a él a paso lento, y sonriendo cruelmente, clavé en él una mirada fría... y de pronto, quedó silenciado, y se derrumbó, con los ojos abiertos de par en par.
Suspiré de puro placer y entré calmadamente en el cementerio; en realidad, les había hecho un favor a sus familiares. Sólo tendrían que arrastrarlo hasta cualquier tumba vacía; se lo había dejado muy a mano.

Y entonces percibí una presencia conocida, pero que no sentía desde hacía mucho tiempo... Peste. De inmediato, por pura inercia y sin poder evitarlo, una leve sonrisa se formó en mis labios, y olvidando mi calma durante un momento, eché a correr hasta llegar a donde percibía la presencia, y me detuve frente a Peste, agitadamete.
Le sonreí llena de dulzura, y di un paso hacia delante para abrazarle con fuerza. No había tenido tiempo de recoger una orquídea, como solía hacer, pues eran las flores típicas de los cementerios, pero estaba bastante segura y deseaba que seguiría oliendo a dicha flor; aquella esencia formaba parte de mí.
-Hermano...-susurré, encantada.

A Peste le encantaba trazar planes a largo plazo y aunque no diera aperiencia de ello, poseía la paciencia suficiente para ver como maduraban los frutos hasta pudrirse y caer entre sus dedos pálidos y de uñas negras. Si bien la situación actual no era la más favorable para él, era su segunda reencarnación después de la "muerte" de la primera, muerte del cuerpo por supuesto, su hermana mayor bien que procuró que su esencia no se desvaneciera ni fluyera al eterno rio de las almas. Un demonio halló el sello y unió su espíritu con aquel cuerpo que estaba destinado a ser su contenedor, pero sería cuestión de tiempo que el pacto con Astaroth se hiciera pedazos y Peste sería de nuevo libre para sembrar el caos a su placer, moviendo la balanza de un lado a otro, Infierno y Cielo, a ninguno de ellos les debía nada y se encargaría que ninguno de los dos bandos saliera ganador.

Estaba elaborando un nuevo tipo de peste, estaba decidido a liquidar a la mayoría de la población de vampiros y licántropos, sería una enfermedad diseñada para acabar con criaturas sobrenaturales que se creían intocables pero pronto se percatarían de lo equivocados que estaban todos, enfermerían y sufririan como cualquiera criatura de aquella tierra. Regresó a la ciudad de los Angeles donde poseía un refugio temporal en el cementerio, una cosa lóbrega y oscura, desordenada, evitada por las alimañas y alumbrada por algunas velas desperdigadas en las habitaciones que crujían bajo sus pasos. Le gustaban los cementerios, el silencio, la compañía de las tumbas, los cuervos y lo gatos que vagaban cazando ratones y cucarachas.

Era una noche de tormenta, lo sentía en la sangre, se avecinaba, seguramente descargaría toda su furia a media noche. Salió de la casa, caminando entre las tumbas, sintiendo el aire frío y eléctrico que rasgaba el ambiente. De repente sintió una presencia tremendamente poderosa, conocida y antigua...solo una presencia que lograba espantar a todas las criaturas vivas menos a él. Se detuvo y tuvo tiempo de contemplar a una esbelta figura, de negro, corriendo entre las lápidas como si fuera un espíritu, unos brazos largos y blancos, delgados y tersos, se echaron al cuello de Peste y un cuerpo ligero se apretó contra su musculosa anatomía. El brazo de Peste se alzó y rodeó la cintura de su hermana, del más temido de los cuatro Jinentes, Muerte.

-Mira lo que trajo el gato..-la ciñó contra él, mirándola desde arriba con sus implacables ojos negros, sus labios, pintandos de oscuro se ensancharon en uans sonrisa entre depredora y obcesiva-Mi hermanita...muerte..-habían pasados siglos sin que se cruzaran sus caminos, Peste no era el más familiar de los Jinetes y con Guerra no se llevaba especialmente bien.-Preciosa y mortifera criatura...-sus labios tocaron la mejilla de su hermana, su cuello y luego apenas rozaron sus labios, separando el rostro.

La escrutó durante unos segundos, fijamente-¿qué te ha traido a esta mierda de ciudad? ¿acaso ya era hora de que baje el telón sobre todo esos desgraciados?..¿planeas algo grande que los haga mearse encima?...-susurró, su voz profunda se estremeció por el placer que le ocasionaba semajante perspectiva.

Peste escrutó el delicado rostro de su hermana, blanco y hermoso, perfecto en sus proporciones, a Peste no le interesaba la belleza para él todo se pudría delante de sus ojos, todo era sometido al estrago de la enfermedad menos aquellos seres que era increiblemente poderosos para resistir su toque. Su hermana era uno de ellos, su hermana mayor puesto que Muerte era el más antiguo de los Jinetes, el primero en existir y luego fue siendo acompañada por Plaga, Hambre y Guerra. Le sastifacía poder contemplarla sin que fuera tocada, apreciando su hermosura peligrosa, la pálida piel que destellaba como el cántico de un moribundo, su preciosa hermana mayor. La que estaría al final del todo y que cuando llegara el momento definitivo incluso le daría el descanso eterno a Peste, los dos lo sabían y ella siempre llevaría la carga más pesada, la mayor responsabilidad.

Los dedos de Peste fueron atraidos y se entrelazaron con los de su hermana, la energía ahora corría entre ambos, eléctrica e intensa, poderosa. Ella se veía delicada en comparación a él, Peste era alto y musculoso, las ceñidas ropas delineaban todo su cuerpo, fuerte, de guerrero pero sin llegar a ser robusto del todo. Peste le sonrió, aquel maquillaje hecho con cenizas humanas, era una máscara de mimo, una burla a todo, una cruel broma.-Sí, en esta ciudad pronto va a pasar algo y muchas almas se desprenderan de su cuerpo...va a llover mierda, hermana. Tanta mierda que ahogara las alas de esos ángeles que vagan por los callejones haciendo sus pueriles obras de caridad, cuando uno mira demasiado al suelo no ver venir la ola que lo aplasta..-se relamió los labios, apretando sus dedos entre los suyos.

Su plaga pronto estaría preparada para igualar todos los números-Y tengo algo en marcha...-luego bajó la vista hacia su mano derecha, en la palma estaba el sello de Astaroth-y pronto me veré completamente libre de nuevo...-susurró con cierto anhelo aunque admitía que el demonio supo hacer coincidir sus gustos con sus intereses logrando que Peste se complaciera en sus labores. Pero a la larga se rompería el pacto, los Jinetes debían ser una fuerza entre el Cielo y el Infierno, no se inclinaban ante ninguno de los dos.

Una rayo rojo rasgó el horizontes y los cuerpos que estaban posados en todos los árboles del cementerio, abrieron las alas y graznaron ruidosamente como si dieran la benvenida a la tormenta-No se nada de Hambre y Guerra. Y por mi Guerra se puede pudrir, él y todos sus taparrabos de cuero.

Peste la escrutó, sus ojos parecían estar ardiendo en sus cuencas mientras la tormenta se iba aproximando a ellos, los rayos cambianban de color, algunos rojos y otros verdes, se debía a la cantidad de energía sobrenatural que pendía sobre la atmósfera de la ciudad de los Angeles que distorsinaba la energía eléctrica, el aire estaba cada vez más cargado y eso excitaba a Peste, siempre le gustaron las tormentas, disfrutaba con ellas, con el caos que desaban y lo pequeño que parecía todo en comparación cuando se descargaban los mismos cielos oscuros.

-Te diría que tuvieras cuidado con Astaroth, es una vieja serpiente, un Príncipe Infernal y parece que quiera ganar el premio gordo, desea el trono del Infierno puesto que Lucifer parecía haberse quedado sin fuelle-sonrió, divertido, hasta el rey podía perder su reino, los demonios y los caídos eran criaturas ambiciosas, despiadadas y aprovechaban las debilidades de los otros para devorarlos-Guerra....-su tono era despectivo-¿su trabajo? de vez en cuando, aun estoy esperando que haga algo que me parezca inteligente. No debes buscar razones, simplemente existe el odio a primera vista igual que el amor a primera vista.-no debía haber una razón lógica, simplemente lo odiaba, era una molestia que fuera su hermano y al contrario que Muerte nunca se esforzaría en tener afecto hacia él.

-Tengo sed...quiero algo fuerte..-sobre sus cabezas se escuchó el rugido del trueno y las primeras gotas de lluvia comenzaron a caer, uno de los grandes cuervos que estaba posado sobre una cruz de piedra, descendió y se posó en el hombro derechod de Peste, graznado. Peste alzo sus pálido dedos, acariciando su cabeza-Ven a beber conmigo...hermana..-se inclinó, acercando su rostro, jugarían al coqueteo y rechazo.

Me divirtió en cierto modo la simple idea de asustarme por un demonio. Yo les daba el toque fatal, mortífero, a todos por igual, sin amedrentarme ante ningún ser del mundo, así que, desde luego, no me preocupaba Astaroth, si bien comprendía que este era realmente poderoso.
De todas formas, si Peste me recomendaba prudencia con el demonio, le obedecería; confiaba en mi hermano y en sus opiniones. Pero como a aquel estúpido de Astaroth se le ocurriera tratar de repetir su hazaña del sello con cualquiera de mis hermanos... entonces tendría un problema, un problema llamado Muerte.

Observé a Peste y le sonreí con calma.
-De acuerdo, hermano, dejaré en paz al demonio.-acepté con cierta resignación.- Al menos de momento. Pero cuando pierda poder y sea sustituido por cualquier idiota, como va a suceder con Lucifer, me aseguraré de que su osadía no quede sin castigo.-afirmé suavemente, sonriendo con crueldad.- Siempre es un placer llevarse a un pez gordo.

Mi mirada se perdió un instante mientras Peste me hablaba de Guerra, y volví a clavar una mirada suave y penetrante en mi hermano cuando terminó.
-Mmm... supongo que debía haberlo imaginado.-admití.- Pero si es así, no pierdas tu tiempo, hermano. Guerra nunca hará nada que requiera más de dos neuronas.-dije sin acritud; le tenía cierto cariño a Guerra, al contrario que Peste, pero comprendía que era un imbécil redomado.- Oh, ¿así que ahora crees en el amor a primera vista?-no pude evitar sonreír con diversión.- Me sorprenderé si algún día alguien consigue cazarte.

Levanté la cabeza hacia el cielo al notar como la lluvia comenzaba a mojar mi rostro, y sonreí automáticamente; me agradaba la lluvia, y los truenos no me molestaban en modo alguno. Volví a mirar a Peste al oírle hablar, y con una leve sonrisa divertida, me acerqué yo también a él, inclinándome para rozarle el cuello con los labios, y tras ascender hasta los labios, me aparté inmediatamente.
-Si quieres más, gánalo.-susurré; por una vez, le pondría las cosas difíciles; Peste tenía todo a su favor para ser uno de los privilegiados amantes de Muerte, pero al ser su hermano, se resistiría un poco más.- Vamos, llévame a donde quieras...-añadí con un guiño.- Y tu cama no cuenta, querido, de momento. También me apetece algo fuerte para beber; lo dejo en tus manos.