Observando los últimos rayos de Sol {Libre}

Había pasado demasiado tiempo desde que recibí aquella carta. Una carta anónima que me contaba muchas cosas interesantes, cosas como que era una damphir, por ejemplo, algo que no supe hasta que leí aquellas palabras. Desde pequeña siempre había creído que era un bicho raro, porque eso es lo que era para los niños y niñas del orfanato. Una chica que no encajaba en ningún sitio, a la que le gustaba el sabor de la sangre, una chica que tenía demasiada fuerza, que a su paso las luces titilaban furiosamente, que era más rápida que mis compañeros... esa era yo. La verdad, había sido una suerte que las monjas del orfanato o mis compañeros no hubieran interceptado la carta, pues en ese caso no habría podido leer nunca su contenido y estaba segura de que habría sido objeto de mofa durante unos cuantos años. Ahora me pregunto, ¿quién me envió la carta?.
Habían pasado siglos desde que me escapé del orfanato en una noche lluviosa con el fin de encontrar a mi padre. No lo encontré, pero aún tengo la esperanza de dar con él o al menos encontrar alguna pista que me relate que ha sido de él. ¿Habrá alguien en alguna parte del mundo que lo conozca? puede ser, pero yo tampoco se quien es ese alguien.

Volví a darle la vuelta a la hoja de la daga egipcia de mi padre y pasé un dedo por los finos grabados que la decoraban. ¿Qué significarían aquellos símbolos egipcios? Eso había sido un misterio para mí desde que obtuve la daga y ardía en deseos de descubrir su significado, tal vez tuviera una pista en mis manos que me revelara el paradero de mi padre.
Levanté la vista y observé como los últimos rayos de Sol se asomaban por el horizonte, coloreando el agua del mar de un color anaranjado, como si de un momento a otro ese agua se hubiera convertido en lava candente.
El tiempo se me había pasado muy rápido, apenas me había dado cuenta de que estaba anocheciendo. Me había pasado toda la tarde metida en mis pensamientos, por ello había perdido por completo la noción del tiempo.

Moví la mano y con un movimiento rápido pero preciso, clavé la punta de la daga en la fina arena de mi alrededor, a pocos centímetros de uno de mis pies. Luego volví la vista a la escasa luz que irradiaba en el horizonte y cerré los ojos, suspirando y concentrándome en los sonidos de mi alrededor. No había gente en la playa, por lo que a mis oídos no llegaba ningún tipo de bullicio, simplemente llegaba el relajante sonido de las olas y el silbido del viento soplando a mi alrededor y revolviéndome el cabello.
Pasé mis dedos por la arena en la que me encontraba sentada, sintiendo el calor que desprendría y abrí los ojos, el Sol se había ocultado por completo y había dado paso a la noche.
Levanté una mano, colocando la palma hacia arriba y como una niña cuando tiene en sus manos su juguete favorito, sonreí juguetona al ver como empezaron a salir de mi mano haces de luches de distintos colores. Los colores del arco iris comenzaron a danzar entre sí y yo empecé a jugar con ellos, llevando los dedos de mi otro mano hacia los haces luminosos.