Buffet Libre

Tras el encuentro casual con Leviathan decidí refugiarme unos días en la Toscana. Allí en Italia tenía numerosas bodegas que me cundían de buenos beneficios, grandes vinos y prestigio. Como si fuera un empresario de bajo rango en la escala racial, un humano, me dedicaba a contemplar mis barricas paladeando los vinos más exquisitos que daban mis campos. La uva aún no brotaba del tallo de las viñas, sin embargo podía ir degustando las cosechas de años atrás, las cuales reposaban con sabiduría en la zona baja y húmeda de mis bodegas. Descansaban en sus botellas de vidrio verde oscuro o entre las maderas de las botas de vino.

Decidí salir de mi guarida al sentir una fuerte presencia destructiva en la zona. Surgí a la superficie de aquella calle empedrada que daba hasta el mar. Acomodé mis gemelos y la solapa de aquel traje tan caro. La calidad de la tela envolvía mi cuerpo como si fueran las caricias de mis furcias, todas deseando tenerme nuevamente entre sus piernas y todas ellas debían esperarme en mis locales más prestigiosos.

Mis pies se movieron sobre la calzada mientras que los balcones me saludaban tiestos cargados de flores, un verdor que parecía propio de Irlanda, con fragancia agradable aunque ninguna comparada con la de la sangre de inocentes. No muy lejos alguien se estaba dando un festín, la sangre parecía manchar las empedradas calles cerca del paseo marítimo. Podía escuchar los gritos de auxilio, las plegarias a Dios y el llanto de los niños mezclado con el oleaje y una risa metálica. Una densa humareda marcaba el cielo contrastando con la luminosidad de aquel lugar, fuego infernal que azotaba también el aire cargándolo de olor a carne abrasada, madera, papeles y telas.

Aparecí entre aquel campo de cuerpos mutilados, golpeado por algunos supervivientes de aquel típico almuerzo familiar truncado por aquel colosal engendro. Esbocé una sonrisa fría ante el encantador espectáculo. Mi poder estaba siendo reducido, no deseaba mostrar quien era ante él y tampoco parecía ser necesario. Mis cabellos se movían con el viento como si fuera la crin de un caballo salvaje, mis ojos verdes proyectaban fiereza pero no un inminente ataque. Simplemente le observaba.

Sus ojos marcados por la oscuridad, su cuerpo parecía haber tomado color después de años siendo acariciado por el aire caliente del averno, sus ropas eran oscuras y parecían algo pesadas comparadas con las mías. Tenía el aspecto de un Titán y eso me agradó. Podía apreciar que su alma era libre, así como cierto asco por aquellos que osan intentar dominar su ira.

-Hermoso día, espero que aproveche los desechos que le otorgan estos pobres infelices.

Bajo mis pies quedó el cráneo de un niño de no más de dos años, el cual pateé como si fuera una pelota de fútbol. Observé la trayectoria sin prestar demasiado atención, tan sólo sé que cayó al mar rebotando antes en la barandilla del paseo.

-Sin embargo, yo podría ofrecerte mejores festines y diversión a cambio de colaboración. No deseo que seas parte de mis hombres, tan sólo una o dos noches alejado de un rubio estúpido que quiere darme caza.

No hay que ser muy listos para saber de quién se trataba. No aceptaría su oferta de ser prácticamente su esclavo. Yo era Caim, un presidente infernal.

Tenía agallas para tomarme de la chaqueta, pero se percató que tal vez sería más provechoso el quedarse quieto y esperar el primer movimiento. Mis ojos verdes parecieron chispear producto del deseo, quería arrancarle la cabeza. Mi traje se había arruinado, aunque con un chasquido de mis dedos estaba completamente inmaculado. La imagen de sus dientes, esa sonrisa oscura y peligrosa, no era desagradable en lo más mínimo. Conocía a otro ser aún más peligroso y cuya sonrisa aniñada con manchas de sangre te congelaba la tuya, y ese era Leviathan, sin embargo era como un niño y este que tenía frente a mí era un guerrero desenvuelto y poco, o nada, caprichoso.

-Mis ojos de marica.

Susurré antes de reír de forma siniestra tan oscura que parecía envolver cada carcajada en un lazo negro de petróleo. Eché hacia atrás mis cabellos suaves bajo aquellas garras de pellejo grueso y áspero. No moví mis pies, me que allí quieto como si me hubieran clavado al suelo.

-Estos ojos de marica han visto a mujeres desnudas que harían cualquier cosa por ti, vinos de gran calidad que sólo lo beberían los reyes y no los bueyes de carga, lugares donde podrías descansar tu ancha espalda unos minutos mientras te dispones a recrearte haciendo crujir los huesos de cualquier patético e insignificante ser, los cuales son hormigas o moscas. Te ofrezco un par de días en mis locales a cambio de ver como destruyes uno.

Dejé entonces que mi energía lo aplastara, las alas negras y densas surgieron de mi espalda mientras mis ojos eran dos haces verdes fulgurando como si fuera lava o cristal fundido. Mi sonrisa cruel, tan grotesca en mis labios finos, surgió de la nada e hice entonces crujir mis vértebras. El hedor de mi alrededor me alentaba, parecía un perfume agradable. La muerte lo cubría todo, desde el cadáver más alejado hasta la sangre que corría hasta el sumidero que daba al mar.

-Detesto a las personas que no entienden, es mejor que me den sus locales amablemente por un precio módico. Sin embargo, hay quienes creen que pueden plantarme cara. Claro, que no saben quien soy y eso me da ventaja.

Mis alas se movieron expandiéndose igual que mis cejas se alzaban con una expresión canalla, lo hice al recordar las palabras del anciano. Decía que su restaurante era familiar, que lo había llevado durante siglos su familia y que pasaría a su nieto, no a mis manos. Recordé sus palabras encomendadas a Dios y la buena fortuna, echándome de su local como si fuera una rata. Tramaba mi venganza saboreando un caldo de mi bodega, pensando en como provocar que sus sueños se destruyeran y después destruirlo a él llevándolo conmigo al infierno.

-Mi trato es fácil. Entras en un restaurante conmigo, come todo lo que veas y quieras. Yo estaré junto al dueño, ofreciéndole las mejores vistas, y después te lanzaré a ti su carne correosa para que la pruebes. Por este trabajo tan divertido tendrás unos días al lado de mis chicas, las cuales sabrán ser las mejores furcias que jamás habrás probado.

Bajo mis pies las losas habían volado, todo a mi alrededor se estaba desintegrando por mi materia oscura. Engullía las almas llenas de dolor, las cuales rondaban frente a mí como si estuvieran en corro. Podía verse como las tomaba prácticamente sin pestañear. Gritaban aún, podía escucharlas, pero para mí eso era un canto glorioso.

-Por cierto, tienes algo entre los dientes. No es bueno dejar de saborear siquiera un trozo.

Me alimentaba a mi modo dejando que mi pecho se ensancharan, mis pies se hundieran y mis cabellos se movieran al ritmo de los gritos de aquellos que aún querían aferrarse a sus cuerpos destrozados. La carne empezaba a descomponerse y la sangre a secarse cuando guardé mis alas, mi energía quedó oculta y mis ojos volvieron a tener ese tono común aunque atractivo.

-Es la hora de la carne, muchacho, y sólo tú me dices si quieres ser invitado o no.

-No se preocupe, lo podrá ver con sus propios ojos.

Noté como una respiración alterada se aferraba a plegarias y santos que no la escucharían. La voz de una joven de aproximadamente veinte años. Sus cabellos castaños en tonos café y chocolate se mecían por la leve brisa que aún persistía tras mi muestra de poder. Mis alas negras surgieron de mi espalda, mi rostro se convirtió en mármol, mientras mis pasos eran lentos, elegantes y toscos. Me aproximé con sigilo hacia el rincón donde se hallaba, tras un pozo decorativo con macetas que antes poseyeron hermosas flores primaverales. Tan sólo podía ver sus cabellos, pero el murmullo de su voz se hizo eco gracias al silencio del horror.

-Hermosa mía, sal de donde te encuentres. Yo no te haré daño, salvaré tu alma.

Expandí mis alas negras frente a ella, provocando que temblara de forma más visible. Era el ángel de la muerte, la destrucción, el hambre, la miseria o simplemente el heredero del caos dejado por la sangre de sus familiares. Para ella era un horrible ser que se aproximaba con engaños. Sin embargo, mis ojos verdes tomaron contacto con los suyos de avellana. Pronto su mente sucumbió a mis encantos dejando que sus lágrimas surgieran de forma más intensa, su rostro de niña virginal dejó de estar lleno de horror llenándose de una lujuria que la hacía arder de pies a cabeza.

Estiré mi mano derecha hacia ella y me concedió la suya, tocando con cuidado mis dedos para finalmente afianzar su agarre. Sus piernas aún temblaban por el miedo, pero parecía ir olvidando incluso su nombre. Su vestido de fondo blanco y diminuto estampado floral se apreciaba fino a simple vista. Solté su agarre para llevar ambas manos a su escote, rasgando de este modo su tela, aparté su sujetador que cubrían sus blancos pechos y rosados pezones, para luego hacer lo mismo con las escasas prendas que aún la ataban a una vida pura y lejos de cualquier pecado.

Acaricié su cuerpo con cuidado deslizando mis dedos sobre su suave piel, no tenía marca alguna y era extremadamente pálida. Dejé que la punta de mi lengua paladeara las lágrimas que habían surgido de sus lagrimales, comprobando el toque ácido y salado. Ella gimió como cualquiera de mis furcias, sin embargo la arrojé al suelo y pisé su cráneo sin cuidado alguno. Sus sesos se esparramaron por la acera y mancharon mis mocasines nuevos.

-Ahora sí, podemos marcharnos.

Di un par de pasos hacia él tomándolo del hombro mirándolo sin malas artes, tan sólo con la calma cruel que habitaban mis ojos.

-Sígueme.

El lugar donde nos encontramos tras un breve espacio de tiempo de dos segundos, aproximadamente, era Madrid. Una de las calles más céntricas, tanto por el tráfico de viandantes como automovilístico. A nuestro lateral derecho se encontraba un local de moda y dentro de este nuestra diversión. La fachada era negra, en el rótulo se podía leer “Carpe Diem” en color rojo pasión igual que la alfombra que se extendía hasta la acera del local, muy cerca de donde estaban nuestros pies.

-Iré al despacho, tú puedes entretenerte con la clientela.

Mis pasos sosegados y elegantes para nada tenían que ver con los de aquellos insufribles humanos, corrían despavoridos con un miedo que parecía paralizar su pensamiento de supervivencia, dejando atrás sólo la estupidez paupérrima que me cansaba. Había escasos animales de dos patas con el cerebro lo suficientemente interesante como para mantenerme ocupado una noche torturándolos, ofreciéndoles palabras corteses mientras preparaba el dolor que les destrozaría por completo. Los gritos que se propagaron a mis espaldas no me interesaban por lo tanto, eran como los chillidos de los cerdos en plena matanza.

Acomodé mi elegante traje italiano mientras sonreía de forma cruel y fría. Mis ojos brillaron al cruzar la puerta del despacho. Allí vi despavorido al dueño, estaba abalanzado sobre la mesa llamando a la policía en aquel teléfono de aspecto clásico. El aparato tenía una rueda donde se marcaba el número. Muchos vampiros se veían abocados a recordar viejas épocas, las mejores de su existencia. Aquel imbécil había vivido los años veinte, la época más turbia de los ganster más peligrosos.

-¿Se puede?

Interrogué con mi tono de voz habitual, como el baño de sangre no manchara su local hasta el techo. Sus empleados, sus grandes amigos, aquellos que tanto apreció, sus clientes de siempre y algunos nuevos regaban el lugar con sus vísceras, sangre y carne que comenzaba a descomponerse. Tragó duro mientras sudaba abundantemente, su frente estaba cargada de gotas sanguinolentas mientras intentaba decir algo racional.

-¡Lárguese!

-¿Aún no quiere vender su local? ¿Sigue tan apagado a él?

-¡Márchese! ¡Este local no es como los suyos! No le servirá, es un local común.

Era cierto. Mis locales tenían menos sobrecarga de decoración innecesaria, mejor servicio, y ciertos lujos que este no poseía. Sin embargo, no era algo que me importara demasiado. Podía conseguir que el local luciera sus mejores galas en horas. Tan sólo deseaba aquel lugar por su situación, era un lugar estratégico.

-¡Márchese! ¡Por favor!

Caí sobre él arrancándole en un movimiento limpio su cabeza, sabía que de esta forma los vampiros se veían incapaces de defenderse. Su cuerpo se convulsionaba agitadamente en el suelo, pronto comenzó a combustionarse mientras mis dedos se hundían en sus cuencas, saqué estos como si rebañara un tarro. Sus orbes explotaron manchando mis dedos, dejándolos húmedos mientras buscaban llegar al cerebro. Mis uñas rasgaron sus sesos y prontos los saqué. Al tirarlo contra la moqueta lo paté. Tenía una apariencia similar a las gachas, pero su hedor era mucho peor. Aquella masa gris quedó estampada contra la pared de color vino tinto, la cual aceptó con desagrado el ser mancillada, como si fuera las bragas de una puta barata con el periodo.

-Te dije que lo hicieras por las buenas.

La madre de aquella niña había caído por el pecado del amor, según ella, y yo diría que tan sólo sintió la lascivia recorrer su cuerpo de ángel puro. Pronto se vio enredada por mis manos crueles, mi aliento cálido e invadida por mi miembro mientras la hacía gemir como nadie más lo haría. Jugué con ella por simple y mero aburrimiento. Como cualquier otro demonio me maravillaba el preciso instante donde sus alas se carbonizaban y se convertían en otras horribles de plumaje negro, no tan espeso, y con cierto aroma a infierno. El azufre bañó su cuerpo aunque sus ojos decían no arrepentirse, me amaba con la fuerza de una virgen entregada al matrimonio, y sin embargo yo la detestaba. Concibió a nuestro engendro por puro egoísmo, desesperada por tener algo que me perteneciera y como así era decidí interrumpir en sus vidas. Sin embargo, ella se negó a darme aquello que era mío y en pocas horas había escondido a nuestra hija entre un pequeño número de monstruos de circo como ella. Si no la tomé antes fue porque decidí que usaría aquel grupo para provocar la caída de otro ángel, esta vez uno de un orden superior y con un poder que me ensombrecía en ciertos aspectos.

-No deseo cuidar de la pequeña, es un trofeo. Ella me recordará cada día como logré que Rafael cayera.

Susurré caminando a su lado con un aspecto aún más frívolo que el mostrado por primera vez. Mis pasos se difuminaban sobre el asfalto mientras lo tocaba tan sólo para llevarle ante ellos, los delicados pequeños que serían pequeños trozos de carne humeante. La noche se volvió aún más violenta, oscura y fría. El aire que azotaba a la ciudad no estaban tan caliente como hacía un par de noches atrás, un frente frío había comenzado a congelar las temperaturas primaverales hasta lograr que el fuerte impacto entre ambas diera una borrasca. La lluvia empezó a caer con nuestros primeros movimientos cerca de aquel centro, el cual había sido cambiado de lugar desde la última vez.

-Observa, verás que ella misma se sentirá atraída por mí. Lo mismo sucede con mis otros hijos, todos saben quién es su padre y que me pertenecen.

Quedamos tras la verja ocupando un buen lugar, esta se movía violentamente sin posibilidad de abrirse. Estaba echado el cerrojo. Prefería entrar sin ser escuchado, para finalmente asolar el lugar desde sus cimientos.

-Tan sólo observa.

En cuestión de segundos una delicada muñeca viviente apareció en la puerta. Entre sus brazos llevaba un enorme oso de peluche, el cual tenía el pelaje canela y ojos de botón negro. Su camisón blanco le daba un aspecto inocente, pero poseía un poder superior al de cualquier demonio de bajo rango. Sin duda era una hermosa arma que conquistaría y haría crecer en pocas horas, para después hacerla mía dándome de esa forma un nuevo heredero. Quería un guerrero poco inteligente, dócil y fuerte. Para eso me servía provocar el descenso de los ángeles. Sus ojos verdes nos contemplaron con ciertas reticencias, pero nada más ver como yo abría mis brazos, como si de alas se tratasen, hizo que se disiparan.

-¡Papá! ¡Papá!

-Ven aquí cielo, ven conmigo.

La cancela se abrió de golpe, aunque su ruido fue sordo y por lo tanto nadie en el edificio se despertó. Todos dormían cómodamente en sus lechos saboreando los sueños. El peluche cayó en un charco y su inocencia comenzó a desvanecerse por cada zancada que daba hacia mi.

-Mi dulce niña has hecho bien tu trabajo.

Susurré antes de besar su frente y acariciar sus mejillas. Estaba orgulloso de mi engendro, sabía guardar bien las apariencias. Igual que Lugh, parecía un ser indefenso y en realidad era un guerrero aguardando su oportunidad en la lucha.

-Son todo tuyos, amigo mío.

Los niños habían acudido al auxilio de monjas, puesto que la pareja que los cuidaban habían resultados seriamente dañados. Rafael se había concentrado en las criaturas indefensas, pobres y delicadas. Su misericordia barata lo hizo estrellarse del cielo al pavimento con sus alas cubiertas de oscuridad, un luto intenso como un crespón de raso en una camisa blanca de algodón. El ser que me acompañaba era maldad pura, vicio y destrucción.

-Shally, si te portas bien conseguiremos grandes logros.

-Papá te quiero.

-Oh, sí vida mía.

Tomé su delicada mano contemplando como aquel mastodonte corría hacia el interior destrozando primero el jardín, después la fachada y por último a una pobre monja. Los niños corrían de un lado a otro, el pánico se hizo presente. Los libros, juguetes y ropa infantil salía despedida tras cada explosión envueltos en llamas, cenizas y sangre.

Una pantera de peluche cayó cerca de mis resplandecientes zapatos, la cual arrojé lejos mientras sostenía entre mis brazos a mi criatura. Ella sonreía complacida contemplando todo con sus enormes ojos verdes. La maldad se retorcía en ella y vibraba con fuerza. Sin duda era sangre de mi sangre.

-Papá te comprará hermosas joyas y vestidos, vestirás como una reina frente a todos.

-Sí, yo quiero ropas bonitas.

Di un par de pasos hacia el horror y la inmunda crueldad que dejaba a su rastro aquel coloso. Sus ojos fieros y crueles aplastaban cualquier posibilidad de escapatoria. Varios quedaron aplastados bajo las suelas de sus poco aseadas botas. El delicado cuerpo de Shally rodeaba el mío con sus extremidades. Sus brazos estaban apoyados sobre mis hombros y sus piernas entorno a mi cadera. Aquellos hermosos cabellos prácticamente blanquecinos se movían con gracia y crueldad. Pronto sería una hermosa y suculenta mujer que yacería en mi lecho y puede que en el de mi compañero.

-Disfruta querida, aquí finaliza tu etapa infantil.

-Sí, papá.

-Llámame Caim, hermosa mía.