Consolando a una tierna criatura - Privado Adrian

Decidí, tras conversar con Rafael, que debía atajar el problema caminando por las decadentes ciudades donde los demonios parecían haber irrumpido con fuerza. Allí quizás me encontraba con problemas capaces de hacerme sucumbir en el dolor de las laceraciones, golpes y sentimiento agónico que eran las heridas por espada, golpes o simplemente por hechizos provenientes del infierno.

Mis pasos eran decididos, mi espíritu buscaba solucionar los problemas de aquellos que se angustiaban y perdían sus pasos entre las calles más truculentas y turbias. Mis ojos repararon en una muchacha, la cual sollozaba al ver imposible el conseguir alcanzar las monedas que habían caído a unas rendijas que daban a las cañerías de la ciudad. Eran lo poco que poseía en este mundo para alimentarse.

Me percaté que era la hija de un vampiro y una humana, su esencia la había delatado. Sin embargo, era una niña prácticamente, no sólo por físico sino por edad. Me aproximé a ella ayudándola a levantarse del suelo sacudiendo su vestido. Mis manos secaron sus lágrimas y mi voz hizo que se sosegara. De mi bolsillo saqué unos billetes y unas golosinas, podría con eso quizás calmar el apetito hasta encontrar la tienda en la cual poder alimentarse.

Vivía en un orfanato cercano, sabía que muchos niños perdían a sus padres y se veían relegados al frío trato de aquellos centros. Pero sus pasos se movieron rápidos en dirección contraria al lugar donde descansaba en las tardes, fue directa a comprar alimentos pues tenía hambre.

Seguí mi camino intentando encontrar a alguien, pese que la guitarra se hacía pesada tras horas recorriendo el barrio y ayudando a todo aquel que lo deseara.

Divisé a un joven a varios metros, su presencia era algo imponente debido a que no era un ser humano común. Sus cabellos dorados caían graciosamente sobre su cabeza, algo revueltos, acariciando sus mejillas. Comía caramelos, como un niño o un adolescente más, pero tenía más años de los aparentes. Parecía estar lleno de dudas, temores y tantas pesadillas que le dañaban. Decidí apelar a mi juicio y sentido común, debía ayudar a todo aquel que lo necesitara y se dejara ayudar.

-Buenas noches, joven.

Mi voz sonó por encima del silencio roto únicamente por sus pasos y el tráfico lejano, era como un murmullo que siempre estaba. Saqué mi guitarra comenzando a tocar, había percibido que ese tipo de arte le agradaba. Por supuesto, a todos nos agrada la música y más si nos hace olvidar unos segundos todo lo que nos pesa.

Spoiler:

La canción pertenecía a un arista inglés que siglos atrás había revolucionado la música. En sus días algunos me confundieron con él, pero Dios es quien creó a los hombres y a los ángeles con una imagen increíblemente parecida. Mis labios pronunciaron poco a poco cada palabra de aquel dulce conjuro que era la música. Deseaba llamar su atención y hacer que sonriera.

Esbocé una sonrisa mientras mis cabellos tomaban una apariencia algo larga, una ropa desenfadada y las arrugas desaparecieron por completo en mi rostro. Él me vería como un muchacho de unos veinticinco años, un joven más, pero con la leve esencia de un ángel pues siempre intentaba ocultar qué era frente a todos.

Alguien se detuvo a mi lado, un joven Dhampir que parecía conocer aquella melodía. Era una de mis favoritas, siempre me había sentido muy cómodo con las canciones de David Bowie. Por él, y no por otro, opté llamarme en las nuevas décadas con su nombre. Teníamos cierto parecido, quizás porque siempre amé los rasgos anglosajones y su forma taimada de tomarse la vida. Era un mundo mucho más pacífico antes que ahora, ya no quedaban aquellas prestigiosas cafeterías donde podías tomar té con pastas a las seis de la tarde contemplando la calle, largas y amplias avenidas, llenas de una marea humana que podía hablar mil lenguas.

El muchacho era de apariencia frágil, ojos dulces y cabellos dorados. Parecía un pequeño muñeco perfecto hecho para ser contemplado, pero podía ver en él la frustración por ese motivo y la angustia por un amor que quizás no debía ser. Sentí que me necesitaba de algún modo, quizás para conversar unas horas hasta que sus pensamientos se ordenaran como debía.

-Si quieres puedo tocar para ti unas horas, sé que necesitas alejarte del dolor que te consume.

Mi voz sonó suave aunque masculina. Mis pasos se movieron lentos hacia él, justo antes de apoyar mi mano sobre su hombro.

-Pequeño, las penas son menos si la música nos envuelve y logramos decir todo aquello que guardamos. Es mejor dejar que el mundo sepa que sentimos a consumirnos lentamente por ello.

Recordé al vampiro con el cual me topé días, casi semanas, y entonces averigüé de forma rápida que había tenido la suerte de toparme con su descendencia. Sus rasgos no me confundirían, menos con aquello que podía ver en él, como si su alma me contara toda su vida de forma breve aunque concisa. No quise saber más, me quedé a su lado esperando si deseaba, o no, tomar mi ayuda.

-Prometo que no te haré daño, no soy quien para juzgarte. Sólo quiero sentir que tu alma al fin se sosiega.

Sus palabras eran sinceras, dejaba ante mi su dolor. Nosotros habíamos sido creados para compartir las penas con los ciudadanos de este mundo, para consolarlos y darles la dicha que Padre nos había otorgado. Sabía que muchos de nosotros cesaban en su empeño, bajaban los brazos y preferían caer antes de seguir luchando. Mi lucha no era con la espada, aunque me sabía defender, sino con la palabra.

Mi palabra sería escuchada por su corazón con mi guitarra, una canción que quizás le hiciera comprender que no estaba tan sólo. Me acomodé frente a él con una sonrisa gentil antes de iniciar mi habitual ritual. Eché mis cabellos hacia atrás, tomé aire y comencé a tocar para él.

Decidí hacer que sonriera, sacarle una sonrisa antes de pedirle que me dejara ayudarle de otra forma. Sería mi gesto para que comprobara que podía ser feliz con poco, con sólo unas cuantas canciones, alejando su mente de sus preocupaciones más mundanas.

Dancing in the streat

Mi sonrisa se ensanchaba, mientras mis pies se movían leve de su sitio. Esperaba que él comprendiera que era mejor desconectar del dolor, dejarse llevar por unos minutos por la felicidad.