Greystone Manor -LIBRE

Era un animal salvaje y demostraba que su orgullo, así como su talento innato, estaban intactos a pesar de colaborar con mi forma brusca de complacerme. Estaba siendo altamente satisfactorio nuestro encuentro, como si finalmente hubiésemos encontrado la un rival perfecto al cual retar y jamás salir de tablas. Ella sería una pieza clave en mi tablero, me ayudaría a demostrar lo poderoso que era. Podía hacer correr la voz entre otros demonios, los mismos que vendrían hacia mí sedientos de poder y de lujuria. Quería un ejército a mis pies aún mayor, una legión de seguidores que dieran la vida por mí y por el edén lascivo que les ofrecía.

Yo no ofrecía la redención eterna, más bien regalaba caos. Mis argumentos eran válidos en cualquier idioma, tan sólo tenía que mostrar aquello que deseaban y dejar que lo tomaran. Mi letra pequeña era fácil de engañar, más bien parecía no existir, y sin embargo era la condena de cientos de miles en todo el mundo. Pronto tendría tantas almas, tanto respeto y tanto poder como jamás había soñado. La era oscura había vuelto nuevamente volviéndonos insaciables.

Mi cuerpo no se doblegaba ante sus arañazos, como mi boca no cedía demasiado a la demanda de unos cuantos besos. Simplemente necesitaba la presión calurosa de su vagina, el sabor de su piel empapada en sudor y el aroma de los infiernos brotando de su alma. Era deliciosa, tan embriagadora como única. La perversión hecha carne, o quizás la carne hecha perversión.

Levanté un poco su cuerpo, sólo unos centímetros del cristal, para poder tomar uno de sus pechos. Gruñí cerca de su oído para acabar por lamer su cuello, mordisqueándolo y saboreándolo como tanto me gustaba. Pronto terminé bajando el ritmo, llevando uno lento para notar como sus músculos se contraían. Su orificio se mostraba como una tentación pura y deliciosa, se notaba húmeda y caliente. Mi miembro resbalaba dentro de ella, sucumbía y resucitaba con cada estocada. Podía apreciar como cada vena rozaba sus músculos siendo presionada, así como esta rugosidad estimulaba cada poro de su sensible piel.

-Gracias por el trato.

Dije aquello justo antes de volver al ritmo anterior, aunque lo aumenté y terminó siendo frenético. La mesa se desplazó, la silla que estaba próxima a nosotros cayó del lado de su respaldo y mis manos eran garras que apretaban con violencia sus pechos. Había colocado ambas manos en ellos, sintiéndolos como dos cítricos que exprimía sin sacándoles todo su jugo.

Podía sentir cada vibración de su cuerpo, como su carne tiritaba por el placer que recibía. Estaba con un demonio de alta alcurnia, un Lord infernal, que sabía demostrar su poder incluso en pleno sexo. Me gustaba mostrar lo densa que era mi alma, los infiernos bajo nuestros cuerpos y sobre nuestras cabezas. No había nada más que fuego lleno de pasión, nuestro fuego, y para mí era como ver arder una catedral en plena misa. La satisfacción que ella me daba la recibía en su orificio, dentro de su vagina la cual me rodeaba como tenazas.

Su boca entreabierta, sus ojos nublados de placer y sus pezones duros eran un regalo para mis ojos. La ofrenda para un Dios amante del sexo y de las mujeres, así como de cualquier crueldad razonable y gratificante. Llevé una mano a su garganta rodeándola con mis poderosos y gruesos dedos, los cuales se convirtieron en una garra y apreté con rabia durante unos segundos, los mismos en los cuales empujé mi miembro con violencia. Quedé dentro de ella derramándome, bañando sus entrañas ya húmeda por sus jugos vaginales, cubierta de sexo y sin aliento.

-Ahora puedes decir que conoces por completo los infiernos.

Susurré en su oído dejando libre por completo su cuerpo, sin importarme en absoluto que mi esperma manchara sus muslos resbalándose hasta sus rodillas. Tenía en mi boca su sabor, el del pecado más placentero, y en mis manos un trato que habíamos firmado fornicando como verdaderos animales salvajes.

-Disfruta de la estancia en este lugar.

Comenté colocando mi ropa con parsimonia, disfrutando de las vistas de su cuerpo aún electrocutado por los espasmos de placer que había logrado sentir. Ella me ayudaría a tener tanto poder como deseara, una fuente inagotable, y sin embargo parecía satisfecha con aquel juego que habíamos tenido entre manos. Jugamos al ratón y al gato y ella terminó aplastada por las garras de una pantera.

-A tu salud.

Dije tras servirme otra copa de champaña fría, la cual sabía deliciosa tras el sexo. Ya estaba vestido, dispuesto a seguir mi noche de perversión buscando nueva compañía. Para mí los negocios eran algo placentero y que no podía dejar pasar. Mi aspecto imponente y frío podía ser sobrecogedor y casi imposible de pensar de un ser hecho de magma, oscuridad y sudor a causa de las pesadillas de las almas que me llevaba.

Me había girado obviando su cuerpo de pecado para contemplar mi imperio. Tras las cortinas metálicas estaba la ciudad, mi ciudad. Yo me quedaría con Los Ángeles antes que cualquier vampiro estúpido, no quería compartirla. Hice que las cortinas se alzaran y reí bajo maravillado con los enormes carteles de Neón de cada uno de mis edificios.

Nuestros planes acababan de comenzar, mi Imperio no tendría límites. Me sentía fuerte y joven, las heridas de las guerras vividas habían sanado y germinaba en mí un deseo de venganza terrible contra Dios. Siempre le había envidiado, siempre. A pesar de ser tan fuerte como él siempre habíamos estado relegados a un segundo puesto, él y sus criaturas celestiales siempre estaban rondando el mundo dominándolo y mostrándose soberbios. Odiaba a todos y a cada uno de los ángeles, quería arrancarles las plumas uno a uno como si fueran gallinaceos.

-Estaré esperando grandes cosas de ti, así que espero que no me decepciones. Odio las decepciones.

Aquello era una ligera amenaza y un reto, sobre todo la retaba. Quería saber hasta que punto obraba en ella el milagro. Deseaba que ardiera de ira incontenible, esforzándose para mostrarse gloriosa ante mi y de ese modo hacer que me tragara mis palabras. Era mi forma de imprimir mi huella en los demás seres, fueran de mi raza o no, porque quería todo de ellos hasta la última gota.

-Pronto nos volveremos a ver, tú y yo, junto al resto de mis nuevos colaboradores. Os pondré al tanto de la situación y os explicaré que quiero de cada uno, después si así queréis podremos gozar de los más suculentos lujos.

Me giré por completo hacia ella enterrando mis ojos en los suyos, igual que mis estocadas habían sido certeras dentro de su vagina. Quería que ardiera en deseos, ya que era la Lujuria y debía dar ejemplo. La tomé del cuello levantando pesadamente mi brazo, acariciando su mentón con mi pulgar para luego besarla hundiendo mi lengua de forma salvaje.

-Ahora vete, goza de los lujos que te ofrezco.

Aparté mis manos de ella, igual que mi vista, ya no me interesaba en lo más mínimo. Había tenido sexo con ella y un principio de acuerdo, mi palabra valía más que un papel al igual que la suya. Seríamos demonios, pero entre nosotros no nos engañábamos si los frutos de nuestra unión eran suculentos.

Reí a carcajadas ante su recordatorio de las flores, para mí las mejores eran las flores de cementerio. Cuando uno de aquellos condenados moría por las drogas, por rencillas en la parte trasera de mis locales por culpa de un escote bien colocado, o simplemente se suicidaban porque ya no soportaban más sus miserables vidas, veía esas flores por doquier como muestras del fin de sus días. Amaba el aroma a muerte, era mi fragancia favorita junto al aroma que ahora desprendía. Ella se había quedado pegada a mi piel, dejando una fragancia particular mucho mejor que la de cualquier furcia. Las mujeres demonio eran más apetitosas, pero no por ello yo deseaba o suplicaba por volver a tenerlas.

-La lujuria siempre me acompaña, tú misma puedes observarlo.

Mis palabras fueron dichas después que ella desapareciera de mi vista. Mis ojos estaban fijos en aquel enorme lugar lleno de vida, una vida que ansiaba tener bajo mi control y el yugo de mi poder. Quería que el mundo entero temiera mi nombre, que recordaran de donde había surgido y quién era. Yo debía ocupar sus pesadillas y también sus fantasías. El mundo nos pertenecía, a mí y a los de mi estirpe.

-Pronto el mundo yacerá en nuestras garras y nada ni nadie podrá pararnos, seremos miles y no habrá cura para este cáncer. La Tierra conocerá una prosperidad nueva, una raza dominante, y el resto caerá como esclavos o simples mascotas. Malditos estúpidos e ignorantes dormir, dormir hasta que los sueños os aturdan y os dejen ciegos. Nosotros estaremos despiertos en cada sombra de vuestra habitación, somos los ojos brillantes que os aterran y excitan en los antros de perversión. Dormir malditos inútiles, zánganos sin respeto, porque serán los últimos sueños plácidos que vais a conocer.

Quedé allí saboreando mi champaña mientras el mundo caía poco a poco en mi poder, así como en el poder de Lucifer y todas las criaturas del averno. La oscuridad traería el caos, y no había nada más hermoso que el caos.