Libre -Feliz año nuevo...

Noté como la conversación se excedía. A mi parecer era demasiado brusca y cruel con Olivia. Tal vez, quería mostrarse como alguien superior a ella por conocer mejor el mundo, sabiéndose manejar de forma más altiva. Si bien, me di cuenta que sus palabras carecían de sentido, pero sí de emociones. Parecía molesta con algo y lo descargaba con mi hermana, como si ella tuviera la culpa.

-Por supuesto, demuestras tu madurez burlándote de otros.

Tuve que decir aquello mientras sentía la taza de cacao entre mis manos, calentándolas. Sonreí leve al ver la reacción de Olivia. Ella parecía haber tenido unos encuentros desagradables en este mundo, pero no era algo que no se pudiera evitar si se mantenía la calma y con ella las ideas claras.

-No sé qué le habrá contado su amigo, ni me interesa y creo que a Olivia tampoco, deberíamos de hablar sobre algo agradable que nos haga sentir vivos y no muertos. La calidez de la palabra, el sosiego del alma, es mucho más importante que unas disputas en medio de la calle.

Tomé un largo trago del cacao, mi expresión era feliz y mi cuerpo se relajaba. Mi mente no dejaba de bullir. Intentaba calmar el ambiente tenso, pero parecía Michelle no comprender lo incómodo que puede ser cuando no se te respeta o se burlan de ti. Olivia no merecía esa falta de respeto, ella intentaba comprender el mundo y ante mis ojos era una niña empezando a caminar.

Lamenté profundamente las palabras de Michelle. Parecía llena de dolor, ansiedad y rabia. Conocía esos sentimientos humanos, algunos los había notado en propia carne. Opté por tomar una de sus manos, transmitiéndole calma en silencio. Mis dedos jugaban con la palma de su mano, con cada una de las líneas de que esta poseía. Mis ojos se hundieron en los suyos concentrándome en su alma convulsa, mientras una leve sonrisa se frunció en mis labios.

-Por mucho que te enfurezcas eso no cambiará las cosas, el mundo no cambia de forma violenta sino con cautela.

Susurré antes de apartar mi mano de ella y sonreír a Olivia. Realmente parecía una niña, se había manchado los labios con el chocolate. Tomé una de las servilletas tendiéndosela para que limpiara el borde superior de su boca.

-¿Alguna de ustedes saben si el cine sigue teniendo tanto poder como antes?

Pregunté antes de dar un largo sorbo a mi bebida, dejándome llevar por los recuerdos. La leña encendida, Marta a mi lado acariciando mis cabellos, el cacao en la taza y el frío alejándose de mis huesos, así como de los suyos, mientras la cubría con mis enormes alas blancas, doradas y plateadas. Mis plumas era una mezcla de colores que provocaba un impacto súbito en aquellos que la contemplaba. Padre había creado para mí unas alas veloces para poder socorrer a los humanos, unas alas diferentes a todos. Era un guerrero, un curandero y un fiel siervo de mi padre al cual estaba agradecido de haber vivido recuerdos tan maravillosos e importantes.

-La cultura antes era libre, hasta que terminó en manos de los poderosos. Dios intentó revolucionar el mundo, ayudó a los hombres a ingeniar maravillosos inventos gracias a los susurros de nuestros hermanos, pero los demonios también saben como tergiversar la verdad y hundir en la miseria.

El mal humano, el tiempo escaso, parecía golpearla de lleno convirtiéndola en presa fácil de un mundo poco agradable. Siempre había pensado que se debía tener hueco para todo en la vida, si se centraba sólo en una de sus etapas, o cualidades, perdíamos virtudes que Dios nos había otorgado. El arte, sea cual fuese, debía ser experimentado y amado tomándolo como referencia a nuestras almas.

-Lamento oír eso.

Dije antes de tomar un trago a mi cacao, contemplaba por el cristal, el cual estaba algo empañado, las aceras cargadas de personas con sueños y esperanzas para el nuevo año. El frío seguía recorriendo cada calle, pero también el calor humano estaba siendo cada vez más plausible.

-Recuerdo a Bogart, el cine en blanco y negro y las palomitas de mantequilla. También las bandas sonoras, los superhéores, la entrada del color y por supuesto la primera película. Era un tren en marcha, todos se alejaron asustados pensando que iban a ser arrollados. Así como películas sobre ángeles, demonios, vampiros y otros seres que me maravillaron al ser contemplados tal y como el ser humano imagina.

Sonreía con cada palabra, me apasionaba el arte y el mundo que se generaba a su lado. Podía saborear aún el aroma a maíz tostado, palomitas o refresco mientras el aire fresco del verano recorría un autocine. La película de John Travolta de Grease emitiéndose de fondo mientras los besos entre los adolescentes se prolongaban en cada escena. Yo sonreía notando la felicidad, la calma aparente y los corazones bombeando por el nerviosismo de los primeros besos a escondidas. Los años setenta, ochenta y noventa fueron revolucionarios para el cine, pero el clásico de los años veinte, treinta o cuarenta me hacían suspirar con sus tragedias y luchas de gladiadores.

Olivia guardaba silencio intentando comprender nuestras palabras, tal vez ensoñar con ellas y grabar nuestras frases en su memoria para poder investigar más tarde. Michelle se lamentaba por no poder conocer más allá de libros, nada de algo que fuera real. Las experiencias son hermosas, maravillosas, y no se pueden vivir por palabras vacías de significado como las mías, pues ellas desconocían de todo lo que hablaba.

Tuve entonces una iluminación, como si padre hubiera susurrado en mis oídos. Podía sentir esa calidez acariciar mi corazón y mis mejillas. Mis ojos se iluminaron como los de un niño, mi sonrisa se agrandó y mis manos jugaron con el borde de la taza de cacao. No sabía como tomarían aquella locura, pero estaba dispuesto a curar la curiosidad de ambas y darles a su alma un respiro lejos del dolor y la miseria que se vivía aún en el mundo, un mundo convaleciente.

-Cerca de aquí hay un cine cerrado, pasé hace unas horas frente a su simbólica fachada. En los tiempos en los cuales viví en la tierra fue uno de los más impresionantes de la ciudad.

Dije en un murmullo antes de tomar un trago de mi cacao, mis cabellos revueltos caían sobre mi frente y me daban aspecto de chiquillo. Mis dedos se movían impacientes igual que mis labios se apretaban arqueándose un poco más, produciendo unas leves arrugas y unos hoyuelos a ambos lados de la cara.

-Iremos. Sé que la máquina debe seguir funcionando, los royos de cinta pueden seguir intactos. Sé que todo puede volver a funcionar, sé como se hace porque he estado en la cabina de proyección de un cine. Amaba el cine y a veces conversaba con las personas que hacían soñar en las butacas.

Cerré los ojos recordando el título de la película. Aquellas salas reponían películas que habían marcado décadas, era por eso por lo cual tenía tanta fama. Sonreí al tener el título en la punta de mi lengua, mientras sorbía un largo trago de mi cacao vino a mi mente varias de sus escenas.

-El efecto mariposa.

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Escuché con detenimiento a ambas. El efecto de la mariposa era sólo una teoría científica, pero más bien era un principio filosófico. Si cometías una pequeña acción, buena o mala, esta desencadenaría otras hasta llegar a un punto culmen, o cima, que ni tú mismo podrías llegar a imaginar. Es un efecto en cadena parecido al de una pieza de domino, simple pero con un efecto asombroso.

-He oído esa teoría científica rescatada de conjeturas filosóficas, pienso que todos deberíamos ser alas de mariposa y batirlas de vez en cuando. Si hiciéramos más pequeñas acciones y estas se agradecieran con otras a favor de otros, quizás, y digo quizás porque es una especulación, el mundo sería mucho más agradable. Sin embargo, nadie está dispuesto a colaborar por nada exceptuando algunos seres y muchos son cercanos a Dios, por no decir la amplia mayoría.

Dicho aquello di un sorbo del cacao para sonreír a Olivia. Parecía entusiasmada, en realidad creo que los tres teníamos deseos de compartir un momento distinto al resto. Sería entrar en una propiedad abandonada, inmiscuirnos entre los escombros y dar algo de magia a la noche. No sabía en qué condiciones estaría el cine por dentro, pero sabía que había sido cerrado, precintado, y olvidado antes de los saqueos y el caos generalizado. Daba por hecho que algunas butacas estarían en su lugar, así como el proyector y la gran pantalla.

Terminé mi cacao levantándome y dejando una nota para el camarero. Se veía cansado, más bien extenuado. Por lo tanto saqué uno de mis bolígrafos, tomé una de las servilletas y comencé a escribir unas palabras de apoyo. Hacía unas semanas había tenido una fuerte discusión familiar, también con su pareja y se sentía asfixiado en su trabajo. Mejor que unas cuantas monedas eran unas palabras de ánimo, aunque fueran de un extraño.

-Por mí podemos ir ya mismo.

Comenté ampliando mi sonrisa esperando que ellas me acompañaran, quería caminar por las empinadas calles, buscar aquel recinto y entrar para comprobar que el cine seguía siendo grandioso, aunque fuera en una sala apolillada y olvidada por todos.

Estaba nervioso, hacía tanto que no sentía la magia del cine que ni sentía el frío. El aire corría por las calles igual que la ilusión, las palabras de emoción y la satisfacción de volver a los tiempos más pacíficos. Por ahora, por al menos una noche, todo parecía salir como debía. Yo me saqué el abrigo al comprobar que Olivia temblaba, como he dicho no sentía el frío calando mis huesos.

Ambas caminaban a mi lado, me sentía bien acompañado. Las mujeres siempre me habían parecido las criaturas más hermosas y perfectas de la creación de Dios. Eran capaces de sentir más allá de una emoción, de una caricia, podían reproducirla con miles de recuerdos y hacer propio el dolor ajeno. Ellas podían dar a luz flores nuevas, las mismas que esta noche tal vez estaban brillando como las escasas estrellas que se podían ver en el firmamento. Por ello, yo me sentía feliz. Rodeado de dos hermosas criaturas a punto de entrar a hurtadillas en un cine cerrado, deseando ver una película que me recordaba a mis sentimientos, a mis recuerdos, y a la vez me arrojaba una pregunta que aún me hacía.

-No está lejos, tan sólo hay que caminar un poco más.

Comenté cuando quedaban un par de locales, todos cerrados y apuntalados. Era una zona de la ciudad que se había abandonado, tal vez por algún suceso oscuro que aún no había logrado descifrar. El cine se veía a lo lejos, imponente, con aquel cartel anunciando la película que estrenaban nuevamente para deleite de todos.

-Seguidme.

Entré en un pequeño callejón, empujé una puerta de hierro que parecía a punto de caer al suelo. El chirrido dio paso al polvo y el polvo al tanteo de mi mano a un interruptor. Por fortuna había luz. Aún tenía luz aquel lugar. Quizás poseían un transformador propio por si había apagones en medio de las sesiones.

-Hay que encontrar la sala de proyecciones, debe ser alguna de las puertas que están a los laterales.

Comenté caminando entre las butacas, todas colocadas esperando a los espectadores que ya no llegaban. Había una vieja bolsa de plástico vacía, parecía haber sido de una chocolatina. Mis pies tanteaban por las escaleras, la iluminación no era una maravilla porque había algunas luces fundidas.

Mis pies pisaban con firmeza aquel lugar, observaba su belleza oculta entre viejas telas. Habían cubierto la pantalla de proyección con una tela, seguramente para resguardar. Tiré de ella escuchando a Michelle sobre la puerta, nada más caer sonreí girándome hacia ella viendo la dirección de la proyección. Desde allí miré a las puertas y comprobé cual era.

El letrero de la sala se había desprendido, pero por la zona donde estaba únicamente podía ser esa. Di un par de saltos como los de un animal, era ágil y no sólo tenía un físico de atleta sino también sus habilidades. Quedé frente a la puerta girando el pomo, comprobando que estaba cerrado y empujé abriéndola levantando algo de polvo.

Dentro había cajas de cinta, una de ella era de la proyección de la película. Si bien, no era la única que estaba allí almacenada. Todas estaban en perfecto estado, se habían conservado bien porque aquel cuarto estaba resguardado de la humedad. Tomé la caja de la cinta, la coloqué en el proyector y di al botón de encendido.

La máquina comenzó su trabajo y yo reí bajo como un niño que comete su primera jugarreta, sin embargo aquello era algo más. Era maravilloso ver el cine otra vez, era como regresar a los días amables para la Tierra y para todo aquel que la conoció en su máximo esplendor. Primero salió el logotipo de la productora, así como los primeros planos y el título de esta.

Salí de la sala de proyecciones y bajé hacia las butacas. Caminé hasta el centro de esta colocándome maravillado frente a la gran pantalla. Hice un leve gesto para que me acompañaran ambas, quería ver aquel mundo, el mundo que estaba dispuesto a recuperar. No sabía como reaccionaría Olivia, pero estaba seguro que se sentiría demasiado feliz y absorta como para explicar sus emociones.

La película comenzó a emitirse, el silencio consumía la sala salvo por el murmullo de las escenas que agitaban nuestras almas como si fueran maracas. Mordí mi labio inferior moviendo mis dedos nerviosos sobre los brazos del asiento, ambas estaban a mi lado disfrutando de aquel instante y yo deseaba dejarme llevar por algo que yo mismo me vetaba. Sin embargo, terminé cayendo en la tentación y creé un enorme cubo de palomitas sobre mis rodillas, así como varios refrescos apoyados en los posavasos a la espalda de los asientos contrarios a los nuestros.

Las teoría del caos, la misma que citó Michelle, surgió en la pantalla en letras blancas y fondo oscuro, justo antes de aquel impulso humano lleno de miedo y energía. Cientos de mariposas azules aleteando a continuación de aquel manuscrito, agitándose, y nuevamente las imágenes del mundo. El trino de los pájaros, el sonido del deslizar de unos neumáticos sobre el asfalto, el gruñido de un perro, la voz de una madre y el sol.

El aroma a maíz dulce, algo caramelizado, rondaba por toda la habitación. Las imágenes proseguían mostrando un mundo que Olivia desconocía y Michelle quizás no recordaba. Yo sin embargo, podía sentir incluso el aire en la cara y el sol cálido sobre mi piel. Podía sentir como la película se tras pasaba de la tela de proyecciones, en la pantalla, hasta mi propia alma más allá de mis músculos y huesos.

-¿Quieren? No tienen porque preguntar, hay suficientes para todos.

Comenté mientras tomaba una de aquellas palomitas para llevarla a mi boca, saboreándola notando como se deshacía. Eran iguales que las que había probado en 1950, en un cine de California, mientras veía una y otra vez Las Minas del Rey Salomón. Me colé en tres proyecciones distintas, Deborah Kerr estaba deslumbrante en su papel y puede decir que me enamoré de su mirada.