Libre -Feliz año nuevo...

Descendí de los cielos con el corazón lleno de recuerdos, los cuales se amontonaban como la nieve creando una avalancha de dolor y tragedia. Mis pies se deslizaron por las calles aledañas a la Plaza. Cerca se podía escuchar el Ave Maria de Schubert cantado por un coro de niños. Pronto sería el Año nuevo y las misas que celebraban tal acto llenaban las iglesias. No había nadie en las calles, aún era temprano para comenzar a celebrar de otra forma que no fuera en familia, ya fuera en casa o en la iglesia.

El atuendo que llevaba era abrigado, prácticamente no se veían mis cabellos dorados bajo aquel gorro de lana. Tenía guantes con los dedos fuera, una enorme bufanda color ceniza como el resto de mis ropas, y una gabardina que rozaba el suelo. Mis pies estaban cubiertos con unas botas manchadas de barro. Parecía un peregrino que acababa de llegar tras un duro camino. En realidad, caminaba por senderos de dolor al recordar tanto daño.

El viento sabía distinto, podía sentir como el infierno aún abrazaba a la tierra rodeándola con sus fuertes brazos. Mis ojos claros jugaban con la realidad y las viejas fotografías que había podido rescatar, un álbum de recuerdos que tenía siempre presente en mi corazón. El vahó se amulaba cerca de mi boca, produciendo un efecto chimenea con el cual empecé a jugar como si fuera un niño. Reí recordando la inocencia de estos, la impaciencia que a veces tenían y los juegos inocentes que ya no se daban. El mundo se había vuelto más oscuro.

-Marta, mi Marta.-

Dije recordando el nombre de la mujer que tanto amé. Así como sus cabellos rojos, color fuego, que caían gracilmente sobre sus hombros blancos como la leche. Una mujer con las mejillas de manzanas madura, labios de cereza y ojos de aceituna. Mi hermosa escultura viviente, mi hechicera, la mujer que me ayudó a darle paz al mundo. En ocasiones, sentía su presencia rodeándome y regalándome una brizna de paz.

-Dame fuerzas, por favor mi Marta.-

Susurré agachando la cabeza y observando mi sombra, la de un mendigo que recorría el mundo buscando refugio. Malos tiempos, muy malos para todos, y yo debía adaptarme a ellos sin opulencia pues era el arcangel más humano y más cercano a las desgracias de estos.

-Tú y Dios sois mis aliados, tu recuerdo y el apoyo de mi padre. Mi Marta, mi dulce Marta... he vuelto a la Tierra, lugar al cual ya no perteneces.-

Mis pies se sentían fríos, casi helados, mientras pisaba nuevamente las calles que una vez recorrí mientras las inmensas bolas de fuego descendían serpenteántes por el cielo. Podía recordar los chillidos de todos los que se aglomeraban a mí, mis ropas manchadas con sangre de otros y la mía propia, mientras la ceniza se mezclaba con mi cabello y me impedían ver más allá. El cabello rojo de Marta ondeaba como una bandera que me recordaba que debía seguir vivo, casi no sentía mis dedos rotos y llenos de yagas pero acaricié su rostro secando sus lágrimas, que eran las mías propias. Abracé su cuerpo mientras otra explosión nos golpeaba y finalmente dejé de sentir vivo su enigmática figura, sus labios expulsaron el último hálito y sus ojos se quedaron como los de una muñeca rota.

Una lágrima surcó mi mejilla derecha, mientras seguía caminando y recordando los niños que intenté proteger nada más tener que abandonar el cuerpo de la que iba a ser mi esposa. Dios me había concedido la felicidad en la Tierra, siempre y cuando no olvidara mis obligaciones. Había admitido que podía ser uno libre para amar sin caer en pecado, un amor puro y sincero como el de los buenos hombres a Dios.

Comencé a tararear la canción con la cual me arrullaba en las noches, largas veladas donde nos concedíamos caricias junto al fuego. Días en los cuales parecía lejano cualquier dolor, a pesar que los ecos de guerra parecían cañonazos. Mis ojos azules depararon entonces en una figura a lo lejos, había sentido su presencia tenue y cercana a nuestro Padre desde hacía varias calles, pero yo deseaba estar a solas con mis recuerdos. Si bien, terminé por acercarme únicamente para saber qué tal veían otros la Tierra y si el amasijo retorcido que ahora contemplaba podía seguir siendo el hermoso jardín de Dios.

Mi aspecto era el de un hombre humilde, quizás cercano a la creencia del voto de pobreza y auxilio a otros, pero jamás del arcángel que en realidad era. Opté por guardar mi poder, reservándolo para cuando deseara descubrirme ante ella si eso llegaba a suceder. Me mostré como un ángel más, no como uno de los más cercanos a Dios, de sus guerreros más fuertes y desafiantes.

-Mujer.-

Dije con una leve sonrisa cerrando mejor mi abrigo, guareciendo mi boca tras la bufanda, mientras intentaba que mis ojos conectaran con los suyos.

-¿No celebras el fin de un año y el nacimiento de otro? Una llama se apaga y otra se enciende.

La paz de aquellas calles parecía ungüento para las viejas heridas que aún portaba mi alma. El rencor se había borrado, igual que las palabras dolorosas que un día tuve que aceptar, y sólo quedaba una inmensa luz cálida que me rodeaba. Paré mi recorrido hacia ella, dejando que viniera hacia mí, con aquella extraña jaula que parecía llevar a un ave. Noté la fría temperatura del ambiente golpear contra mí en un ráfaga de viento, la cual parecía una gélida caricia de Dios.


-Siempre celebro cada día que Dios nos regala con amor.-


Percibí una segunda presencia, desviando mis ojos hacia ella. Sonreí leve con gesto gentil mientras apartaba mi bufanda del rostro, mostrando mi dentadura perfecta completamente distinta a la de un hombre que debía vivir en la calle. Las leves arrugas de mi rostro se marcaron mientras hacia un leve gesto de bienvenida a la joven.

-¡Venga!-

Deseaba conocer la vida en la Tierra, quizás celebrar el fin de año aquellas dos mujeres sería como una cálida acogida. Podríamos hablar mientras tomábamos algo de ponche. Tomaría aquello como un símbolo de buena fortuna.

-¡Venga y celebre con nosotros este día! ¡Es un mal día para recibir la nueva fortuna a solas!-

Regresé mi atención a mi hermana, lo hice con una agradable sonrisa completamente humilde y humana. Era un amante de la humanidad, amaba a los hombres y mujeres que recorrían la faz de aquel mundo que se había vuelto gris y huraño.

-¿Conoces algún lugar donde podamos tomar ponche y entrar en calor?-

Pregunté aquello a mi hermana, esperando una respuesta afirmativa.

Viejos recuerdos flotaban en el ambiente y me revolvían mi ya enmarañados cabellos. Mis ojos claros se posaban sobre la joven Michelle. Entonces un nombre vino a mi mente, más bien un apellido, Lioncourt. Era imposible, pero aquella forma altiva de hablar, su elegancia al caminar y esos ojos parecidos a los de aquella mujer llamada Nerissa. ¿Tal vez estaba frente a esa minúscula niña que pude ver en brazos de aquel vampiro? Una vez, en cierta ocasión, mucho antes de la guerra, recuerdo que era primavera por la fragancia que envolvía cálidamente a las sensaciones que aquello me ofrecía, Lestat apareció en casa de Marta pidiendo consejo. Llevaba en sus brazos a una pequeña, la cual decía que era su nieta, hablaba atropelladamente con aquel acento francés que le hacía ser aún más carismático. No recuerdo bien sus palabras, pero sí sus gestos y a la pequeña tirando del colgante refinado de aquel vampiro.

-Oh... oh...-

Fue lo único que pude decir quedándome cerca de Olivia, notando la presencia de mi hermana junto a mí, mientras la miraba. Un nombre vino a mi mente, Darius. Darius era el hijo de Lestat, el padre de Michelle, y recuerdo haber oído hablar de él. Si bien, me pareció descortés y quizás algo hiriente preguntar por su familia. Muchos lo habían perdido todo, incluso sus recuerdos.

-Lo lamento, estoy emocionado.

Dije aquello como excusa mientras sonreía de forma gentil, antes de girarme hacia Olivia. Sus ojos calmos, sus pómulos relajados, y su curiosidad llamaban brevemente mi atención. Parecía una niña el día de reyes, una pequeña que abría todos los regalos a la vez.

-¿No conoce el cacao? Al menos, su rostro es lo que me demuestra-

Spoiler:

Nada más llegar nos recibieron con cierta amabilidad que me tansportó a los viejos tiempos, aquellos en los cuales todos eran más abiertos y se sentían cómodos sin sospechar de quienes podían llamar a la puerta. El cálido recibimiento lo fue aún más por el aroma que desprendía el recinto, como si fuera el perfume de una distinguida dama que se colaba en mi nariz y terminaba pegado en mis prendas, así como en mis dorados cabellos.

"Buenas tardes, señorita Lioncourt"

Guardé silencio ante algo que ya no me sorprendía. Mis labios quedaron sellados, si bien mis ojos se clavaron en ella. Escuché las palabras de Olivia notando su sonrojo, si bien no era algo de lo cual avergonzarse. Ella era nueva en la Tierra, era normal que desconociera inclusive las costumbres más usuales.

-No tienes porque avergonzarte de un hecho como este, desconoces como funciona este mundo y las maravillas que pueden encontrarse aún entre sus ruinas.

Mi gesto fue gentil hacia ella, permitiéndole que pasara delante junto a Michelle. Era un caballero, además de un ángel. Siempre pensé que se debía tratar a las mujeres con delicadeza aunque fueran fuertes. Tenía una especial debilidad hacia el género femenino, las admiraba porque de ellas germinaban los frutos que repoblaban el jardín de Dios.

-Me siento afortunado de estar en compañía de ambas, una de mis hermanas y un familiar de monsieur Lioncourt.

Aparté la bufanda, para poder hablar de esa forma con mayor facilidad. Estando en el local me estorbaba todo, ya que la calefacción estaba encendida y el calor humano era también excesivamente agradable. Todo estaba a media luz, para darle un toque íntimo y vanguardista, mientras el aroma de las bebidas acariciaban nuestros rostros, cuerpos, paredes y cualquier objeto inanimado de aquel lugar.

La velada se mostraba apacible, como si el mundo se hubiera detenido y caído a nuestros pies somnoliento y cansado de tantos giros. Fuera el frío helaba las calles, pero no templaba los ánimos de diversión confiada. Un nuevo año llamaba a las puertas mientras el otro agonizaba, el mundo era así. La alfombra roja de la belleza se abría paso ante todos, y todos deseaban empezar aquello a lo grande. Confeti, alcohol, gritos, besos y abrazos que podían ser falsos o los más sinceros del mundo.

Ellas era una buena compañía. Sabía que podía sentirme cómodo al lado de ambas, sin restricciones salvo mi verdadera apariencia. No había conocido jamás a Darius, salvo por Lestat. A pesar que sabía bien como era, había espiado varias veces a ambos vampiros y sus discusiones por la pequeña, así como por otros temas menos interesantes. Solía observar, mientras todos obviaban mi presencia.

-Oh, lamento que haya sucedido así.-

Cambiar las almas de dos niños por unas que ya habían cumplido su destino no me parecía lo más prudente, aunque cuando quieres a alguien no importa nada. Sólo se desea cumplir el capricho que nos mueve y nos conmueve provocando que cometamos el mayor de los pecados. Aún así, el morir por amor era un acto grandioso que indudablemente yo tendría en cuenta siempre.

-Conocí bien a tu abuelo, un hombre muy distinto al resto. Un vampiro cargado de conocimiento, pero tan impulsivo como descarado y elegante. Recuerdo una larga charla en compañía de Marta, mi pareja, cuando nos rogó poder ver la luz del día. Marta le concedió aquel don, pero ya no sé si aún puede hacerlo ya que ella ha muerto.-

Me mantuve sereno, no era momento de hundirme. Tenía que encarar los nuevos tiempos con una sonrisa, olvidando por completo que el dolor me consumía. Sonreí leyendo las cartas, olvidando mi dolor.

-Cacao caliente, no quiero otra cosa.

Dije tocando mis labios con la puntas de dos de mis dedos, acariciaba mi boca recordando el sabor y el aroma de aquella bebida. Estaban fríos, casi congelados, y mi ropa de mendigo destacaba en aquel lugar al igual que los guantes raídos que llevaba.

Me quedé atónito cuando ambas parecieron disputarse unas miradas que no comprendí. Las mujeres detestaban cuando no eran escuchadas, incluso si eran por su propio sexo. Tomé aire relajándome, escuchando como Olivia se disculpaba. Yo simplemente contemplé su expresión apenada, mientras que Michelle parecía aún molesta por haber obviado sus palabras anteriores.

-Discúlpela.

Dije intentando interceder por el pequeño ángel que tenía junto a mí, sabía que era joven y la Tierra acaparaba su atención.


-Entienda que cuando un ángel baja a este mundo se maravilla, se siente tan abrumado, que a veces no escucha y se deja llevar por el instinto de su curiosidad. Comprenda, Olivia no lo hizo con mala intención, hace mucho yo era como ella en ese aspecto. Era demasiado impulsivo, olvidaba ciertos detalles, y eso hacía que mi interlocutor se molestara.

Miré a mi hermana, justo antes de dar un leve toque en su mano para que me mirara. Quería que se calmara, de esa forma no volveríamos a tener ese sobresalto. Había que prestar más atención y centrarse en lo importante, no en lo superfluo.

-Intenta mantenerte atenta a nuestra conversación, no te dejes llevar por los aromas o las luces. Céntrate en aquello que hablamos, pregunta si no has comprendido algo o piensas que escuchaste mal. Las prisas y estar en las nubes, y no literalmente, no son buenas.

Después de mediar como si fuera el padre de ambas me dediqué a contemplar unos instantes el local. Era un lugar muy agradable, estábamos cerca de una gran cristalera que daba a la plaza y se podía ver como la calle se iba animando y llenando de personas con ánimo de celebrar aquel acto tan humano, tan extraño a la vez. El mundo era un año más viejo.