Grandes y buenas noticias - privado con Olivia

Tras aquella conversación llena de luces y sombras, cargada de verdad sobre todo, decidí centrarme en cuidar a Olivia. Cada día de entrenamiento regresaba con sendas heridas en las manos. El cargar una espada a veces era peligroso. Podía apreciar que eran rasguños que al día siguiente ya no estarían, sin embargo deseaba ser yo quien envolviera sus manos en caricias sanando cada pequeña herida. Besaba su frente dejando que mis labios hablaran en un diálogo sordo envuelto en calor, vida y amor. Quería consentir cada uno de sus momentos con la entrega de mis sentimientos, aunque en ocasiones debía abandonar nuestro lecho y dejarla atrás en nuestro pequeño departamento.

Amaury nos ofreció otro más cercano al hospital, sin embargo me agradaban las vistas al pequeño parque que se encontraba cerca de nuestro edificio. Podía ver tras los muros de ladrillos vistos aquella hermosa ciudad intoxicada con la mentira, demencia y codicia. Pronto todos caerían en un bucle de dolor, mi misión era impedirlo. Seguía con la misión que Padre me encomendó, salvar el mundo y así mismo todas las criaturas que en la Tierra se hallaban. No deseaba alejarme de aquel pequeño refugio donde podía ver desde lo alto a los hombres y mujeres, fueran cuales fueran su condición, corriendo sobre el asfalto y el frescor de aquel pequeño vergel urbano. Además, teníamos la boca de metro cerca y no muy lejos las calles principales de los barrios bajos.

Había regresado aquella noche de visitar el hospital, sanando a varios Krusnik. La visión de mi hermano Gabriel frente a mí me hizo temblar de pies a cabeza. En sus ojos había resignación por mi destino, pero también amor vivo que parecía no desear extinguirse. Sentirlo entre mis brazos me había calmado y dado esperanza. Podíamos seguir a su lado, junto a los demás hermanos, luchando para finalmente construir un mejor lugar para el futuro.

-Olivia, he llegado.

Entré cerrando la fría y pesada puerta metálica que daba a nuestro hogar. Poseíamos tan sólo una pequeña cocina, un baño no muy grande pero muy luminoso, una habitación con vistas al parque y un diminuto salón donde poder relajarnos en silencio. Contemplarla era mi momento favorito del día, poder ver sus ojos iluminados y llenos de ternura. Su candidez llena de matices dulces como los primeros rayos de un amanecer se mezclaba con el aroma agradable de sus cabellos.

-¿Olivia?

Fui hacia la cocina hallándola allí ensimismada. Mis manos acariciaron sus caderas y vientre para quedar con mis brazos rodeados entorno a su cuerpo. Mis labios se posaron en el lado derecho de su cuello y en su acalorada mejilla. El contraste de nuestra piel era siempre como una chispa eléctrica. Era mucho más tibia y suave, poseía un pequeño y dorado bronceado en su piel que se asemejaba a la canela.

Su dulce sonrisa iluminaba su rostro y provocaba que no deseara separarme de ella. Cada día era más duro aceptar que Miguel la entrenara hasta la extenuación, sabía que hacía un gran esfuerzo para regresar a nuestra pequeña vivienda con aquel espíritu lleno de ternura y paciencia. Era una mujer fuerte, aunque yo me preocupaba por su seguridad. Deseaba cuidarla como si fuera la creación más delicada, igual que un valioso tesoro artístico al cual tenía incluso miedo de admirar de sobremanera. Mis labios rozaron los suyos mientras la giraba lentamente hacia mi.

Los labios de Olivia eran el dulce néctar de mi vida. Cuando lograba besar su boca olvidaba cualquier preocupación, por fuerte que fuera su carga en mi alma. Ella parecía predestinada a otorgarme una dicha demasiado inmensa como para poder expresarla con palabras o hechos. Mi alma era suya y la suya era mía, por ello Dios jamás nos perdonaría y sin embargo sabía que él no se antepondría a nuestra felicidad. Ya no podíamos seguir a su lado, si bien tal vez nuestro destino él mismo lo había trazado para ofrecernos un cielo distinto aquí en la Tierra, junto a los hombres justos que debían ser salvados.

-¿Cómo ha ido tu entrenamiento?

Susurré cerca de sus labios mientras mis manos acariciaban sus mechones. Mis dedos se deshacían en caricias sobre sus sienes y pómulos, jugando con sus dulces rasgos femeninos. Era una mujer dentro de los cánones de la belleza que más hermosos, pues para mí siempre sería la flor más llamativa del enorme jardín divino. Cualquier lugar en la Tierra sería hermoso si podía contemplarla por unos instantes olvidando el lugar desecho y llenándome así de esperanzas. Ella era mi alma gemela, así lo creía.

-¿Miguel ha sido tan duro? Últimamente parece algo molesto, temo preguntar que le ocurre.

Percibí entonces en su cuerpo algo de fatiga, por ello bajé mis manos a sus caderas y mis ojos se hundieron en los suyos. Buceaba en ellos algún motivo o rasgo de enfermedad, aunque era extraño que nosotros nos enfermáramos. Pensé que estaría exhausta por el entrenamiento diario y prolongado.

Respondí a su beso abrazada a el, era la mejor medicina para mi fatiga o el dolor que pudiera tener tras el duro entrenamiento, sus labios me hacían olvidar todo incluso a mi misma, sonreí sobre ellos cuando pregunto que tal me había ido -Todo ha ido muy bien - dije ya que había sido así aun que había sido duro y había tenido aquel percance, aun así había sido bueno -Y a ti que tal te fue?- pregunte de vuelta sin apartarme de sus lado

Cuando sus manos trataron de sanarme como cada noche sonreí -No importa así me hago mas fuerte, no se si lo este no le he preguntado - conteste ante sus ultimas palabras, tal vez el hecho de que tenia que entrenarme y sentía que perdia tiempo en lugar de luchar contra los demonios, pero pronto terminaría mi entrenamiento y el volveria a la lucha en las calles junto con Rafael

Sus ojos de cielo se undieron en los mios que se perdían en aquella inmensidad llenos de preguntas que ni yo misma sabia como formularlas -Hoy….. hoy paso algo extraño - dije en voz baja pensando como poder hacer la pregunta o mas bien como explicar aquello que paso tanto en el entrenamiento como en la casa -Perdi el equilibrio de la nada pero Miguel no se percato de ello y luego cuando llegue aquí - suspire un poco mientras mis manos se posaban en su pecho -Tomaba una taza de cocoa pero su aroma hizo de pronto me sintiera mal - dije al final tratando de explicar aquella mala experiencia que jamás me había pasado

Comencé a preocuparme por aquello que me contara y esperaba que no se percatara que mis ojos se ensombrecieron. Empecé a pensar que no fue bueno aquello de entrenar, tal vez la estaba sometiendo a demasiada presión. Debía ir a revisar cómo trataba Miguel a Olivia, aunque si intervenía podía terminar enfrentándome a él y no deseaba molestarme con mi hermano. Acaricié sus cabellos meditando sus palabras unos segundos. Su calidez siempre me sosegaba, aunque no podía dejar de pensar que podía marearse y terminar dañada. Para sostener una espada se debía tener cierta habilidad y mucha concentración, si enfermaba su concentración podía verse mermada y salir con heridas.

-¿Hay algo más? ¿Sólo ha sido mareos y náuseas?

Pensé que se sentía presionada, agotada o simplemente un cúmulo de emociones. No podía bajar mis ojos de ella mientras mis manos acariciaban su cuerpo, buscaba sanar sus heridas y encontrar el problema de su organismo. Cuando dejé mis dedos sobre el borde de su pantalón, introduciendo ambas bajo su camiseta, lo noté. Mis dedos se hundieron en su piel presionando procurando no hacerle daño. La vida surgía de su vientre, cierta luz germinaba en aquella zona próxima a su útero. Apoyé mi frente en ella mientras mis manos comenzaron a templar dejando las palmas de estas sobre sus caderas, acariciando su cintura lentamente hasta sus costados para abrazarla, rodeándola entre mis brazos.

-Olivia, ¿recuerdas aquello que me dijiste hace un mes? Nuestra conversación.

Besé su frente mientras sonreía sosteniéndola entre mis brazos. Notaba su calidez contra mi cuerpo ofreciéndome un sentimiento de felicidad más que antes. Besé sus labios lentamente intentando controlar mi felicidad, pues estaba seguro que era bastante notable. Estaba por salir corriendo hasta el hospital, dirigiéndome directo a la habitación que usaba mi hermano y decirle que se olvidara del entrenamiento. Evitaría cualquier riesgo para el embarazo de Olivia, nuestro hijo tenía que nacer sano y cuidado.

Aquella maravillosa emoción me hacía sentir como un niño frente a su mayor sueño. La energía me recorría de cabeza a pies, no podía dejar de sonreír y acariciar a Olivia. Ella me haría feliz regalándome aquella gran bendición.

-Vas a tener que dejar de entrenar, también olvídate de esforzarte demasiado y quiero que me prometas que descansarás cuando te diga. Tomarás menos azúcares, controlaré tu alimentación y te haremos analíticas donde el cuartel general.

La tomé del rostro acariciando sus mejillas sonriendo sin poder apartar la mirada de ella. Me preguntaba si sería niño o niña, también si se parecería a ella. Deseaba poder contemplarla en los ojos de nuestro hijo. Dios no era el único que podía crear, las mujeres eran capaces de dar vida de forma maravillosa. Ella daría el fruto de nuestro amor y este sería una semilla para un mundo oscuro, el cual esperaba que cambiara convirtiéndose en el paraíso que una vez fue.

Fruncí el ceño al escucharla, las pequeñas arrugas que poseía mi rostro se marcaron mientras mis cejas se juntaban. Mis ojos claros se entornaron contemplándola. Era necia y sabía que tendría serios problemas para hacerme comprender. Sin embargo, no podía dejar que Miguel destrozara la vida que ambos habíamos logrado crear. La luz que habitaba en su vientre no era un ser celestial, ni siquiera era un niño con algún poder especial, era un humano. Los humanos eran frágiles en sus primeros años de vida, no deseaba que terminara reducido a un sueño truncado.

-Olivia, puedes perder al niño si no me obedeces.

Mi voz sonó seria mientras dejaba que mis manos acariciaran sus mejillas. Sabía que comprendería lo vital que era el descanso, la buena alimentación y evitarse enfermedades. El agotamiento influía en el desarrollo del feto, así como las enfermedades y el alimento.

-Deberías leer algunos de los libros que poseo sobre medicina, tal vez estos te ayuden. Quiero que comprendas que nuestro hijo es frágil ahora, cuando sea un hombre o una mujer todo dependerá de él o de ella, por ahora el fruto de nuestro esfuerzo necesita que tú dejes a un lado la lucha con la espada.

Me aparté de ella para poder observarla. Aquella luz en su mirada parecía hacerla más hermosa. Su belleza traspasaba límites y cánones. Su sonrisa dulce y sus ojos llenos de ternura la harían una madre hermosa y dedicada. Sabía que ella era fuerte y que su fortaleza se la ofrecería a nuestros hijos, tanto a este como aquellos que vinieran en un futuro.

-No, Olivia.

Sentí pánico cuando siguió con aquella idea grabada a fuego en su mente, parecía no desear comprender que cualquier golpe podía dañar aquello tan maravilloso que ahora teníamos. Mis ojos se volvieron oscuros, una oscuridad de un mar a punto de verse afectado por un tifon.

-Tu cansancio puede matarlo, igual que cualquier golpe. No deseo que te ocurra nada malo y menos ahora. Intenta comprender, puedes terminar el entrenamiento cuando nazca.

Su cuerpo era distinto al de una mujer normal, podía dar a luz y yo restaurar sus fuerzas para que pudiera seguir luchando los días siguientes. Yo podía encargarme del pequeño las horas en las cuales se viera alejada de él. Aunque sabía que como madre desearía estar a su lado en cada segundo de vida.

-Por favor.

Acabé llorando lleno de impotencia porque no era capaz de comprender mis miedos. Había perdido a un hijo una vez, no deseaba que ocurriera una vez más. La imagen de Marta sufriendo horriblemente mientras se apagaba, igual que la luz de su interior, me hizo temblar en aquel momento. Comencé a sentir como mi suelo se movía bajo mis pies, mis ojos se perdían en la oscuridad imprecisa de la habitación y mi espalda finalmente quedaba contra uno de los muros de aquella cocina.

Me abracé a ella acariciando sus cabellos y besando su frente. No deseaba ver como nuestro sueño se truncaba. Prefería que ella entrenara una vez nacido nuestro fruto. De ella nacería la semilla de la esperanza, la flor que engalanaría nuestro jardín lleno de pastos frescos cargados de rocío de ilusión. Besé el lado derecho de su cuello hasta su pómulo, para finalmente separarme con una leve sonrisa de gratitud. Tomé sus manos entre las mías tirando de ella hasta nuestro dormitorio.

-Deberíamos tomar un apartamento algo más amplio, para que el bebé tenga su propia habitación.

Aún guardaba la llave del apartamento que nos ofreció Amaury, así como la dirección anotada en una pequeña tarjeta de la organización. No había ido aún a verlo y sin embargo ahora me corría prisa poder contemplar aquellos muros. Sabía que era de ladrillos vistos como el nuestro, ventanas amplias y cierta luminosidad. Sin embargo, era un barrio algo menos lustroso y no había un parque próximo a la vivienda.

-Tal vez aquel que nos ofrecieron sería bueno para ambos, podemos ver como decorarlo en nuestros ratos libres.

Podía comprar tablones para crear yo mismo la cuna, así como algunos muebles. Deseaba que nuestra casa tuviera vida propia, un apartamento no muy amplio pero acogedor donde poder criar a nuestro hijo a salvo de cualquier peligro. Sabía que aquellos apartamentos tenían conjuros de protección, alarma tecnológica y ventanas contra explosiones. Pensé inmediatamente que no haber rechazado por completo la oferta de los Thorns nos haría la vida más fácil.

-¿Te gustaría ir mañana a mirar el apartamento? Podríamos investigar los precios de la pintura, papel pintado y algunos muebles que fueran necesarios.

Se veía más hermosa que nunca. Desde hacía varios días podía ver una luz en sus ojos que jamás había hallado desde nuestra caída. Su piel se había vuelto aún más sedosa y su sonrisa iluminaba mi mundo de forma más intensa. Debí haberme dado cuenta que la vida comenzaba a germinar en ella mucho antes. Pequeños cambios habían ocurrido y que por instinto ni ella ni yo nos habíamos dado cuenta. Quería tomarla entre mis brazos hasta sentir que ambos nos desvanecíamos como castillos de arena frente a las olas y el viento, no deseaba apartarme de ella ni siquiera para poder respirar pausadamente y poder comprender al fin que sucedía.

-Vamos a ser padres.

Murmuré intentando aceptarlo, pues para mí era algo imposible hasta hacía unos meses. Comencé a reír dichoso y tan lleno de energía como si mis alas jamás hubieran cambiado sus tontos. Corrí hacia ella para estrecharla entre mis brazos, acariciando su espalda, cabellos y rostro recostándola en nuestro lecho. Mis labios buscaron los suyos besándola de forma entregada.

-Serás la madre más hermosa de este mundo, tu fruto es el futuro de muchos y la esperanza de cientos.

Sus cabellos esparcidos sobre la pulcra colcha de color blanco y el dorado de su piel provocaban en mi ciertos deseos. El mayor de todos mis deseos era conservarla alejada de toda impureza y mal, cualquier mancha oscura en su alma bondadosa. Padre había decidido que cayera por mi culpa, una pesada carga que aún arrastraba, pero yo evitaría que la crueldad, el odio y la codicia la envenenaran.

-Cuando acabes tu entrenamiento después del parto podrás defender a todos los niños de nuestra organización, así como al nuestro. Serás quien evite que sufran algún daño. Porque tú Olivia naciste para ser madre, pues tu dulzura y ternura son propias de una madre.

Quizás su dulzura me atrajo, pero hasta ese momento no me había percatado de ello. Sus caderas amplias, su rostro dulce y su bondad eran tan sólo vistas en las mujeres que podían albergar las semillas más hermosas para el futuro. Yo ansiaba una mujer, una compañera, desde que Marta había fallecido y sin embargo me mantuve firme. Si bien, una vez con mis alas destrozadas no pude evitar el contemplarla como el futuro, mi futuro.

La seguridad de nuestros hijos iba a ser fundamental, ellos nacerían en un mundo cruel lleno de tiranos y endiosados demonios que deseaban destrozar el mundo por pura diversión. La vida estaba siendo aplastada, ya no sólo por el avance de las ciudades y la codicia humana, en cualquier dirección sin dejar paso a la esperanza. Sin embargo, desde mi llegada muchas cosas habían cambiado y la esperanza parecía aflorar en los lugares más humilde. Cualquier sonrisa, por efímera que fuera, era un brillo de esperanza y nuestros hijos serían la luz de nuestras vidas. El mundo conocería un nuevo futuro si todos nos uníamos, pues en la unión está la fuerza. Muchos de nuestros hermanos aún nos amaban, aunque sabía que otros nos señalaban como el causante del dolor de nuestro padre.

Ella había bajado buscando la felicidad, ofrecerle al mundo un poco de su calidez, y sin embargo había decidido obrar el milagro en mi. Ella posó sus manos en mi rostro en aquel lago y no las separó de mi cuerpo. Sus besos y sus palabras eran mi alimento. Traería a mi vida mayor felicidad con aquel fruto de un amor prohibido.

-Haremos que el bosque venga a su habitación, pediré a los hechiceros que protejan nuestro hogar centrándose en su habitación. Será un lugar lleno de mariposas, nubes y colores de cielo en pleno verano.

Había pensado en paredes en distintos tonos de verde, incluyendo algunas flores de gran tamaño cubiertas por mariposas hechas con plumas de ave a imitación de aquellas reales que una vez presenciaron el florecimiento de nuestro amor. El techo podía ser cubierto por el cielo despejado del verano con algunas nubes pequeñas de las cuales colgaran aves de madera pintadas con vivos colores. Podía ser un pequeño paraíso para nuestra futura descendencia.

-Espero que podamos darle un hermano cuando crezca, en unos años.

No deseaba tan sólo un hijo, pues quería que tuviera la dicha de sentirse acompañado.

Conocía los peligros a los cuales nos expondríamos. Tener hijos en un mundo tan corrupto era quizás para muchos una carga, tal vez una locura y por supuesto estúpido. Sin embargo, yo tenía un pensamiento totalmente distinto sobre la belleza de traer luz al mundo. Mis hijos serían parte de la luz, inocencia y belleza que parecía haberse escabullido por las numerosas alcantarillas de la ciudad. Estábamos perdiendo la batalla al no dar mayor importancia a construir que a destruir. No había sentido en luchar entre nosotros, había que aunar fuerzas y esperanzas para luchar contra los enemigos comunes. Mis hijos serían fuertes, sabía que su mayor virtud sería la esperanza.

-Deberíamos descansar, mañana podríamos ir a primera hora para ver con nuestros propios ojos que deberíamos comprar. Tendremos que llevar lápiz, papel y un metro.

Sabía que si pedía ayuda a varios de nuestros nuevos compañeros ellos aunarían esfuerzos y colaborarían para conseguir los mejores materiales, sin embargo no deseaba que otros se ocuparan de mi hogar. Aunque me costara meses yo mismo construiría mi hogar. Había asegurado a mi pareja que nada le faltaría, pues yo le ofrecería mi protección y amor. Deseaba que los marcos de las puertas donde mis hijos se midieran fueran los mismos que yo mismo había cortado, lijado, barnizado y colocado. Sabía construir con mis manos, pues era de los escasos ángeles que preferían ayudar codo con codo en los milagros que realizaba que ofrecerle al hombre el trabajo hecho, sin siquiera permitirles colaborar en el esfuerzo.

-¿Cómo deseas nuestra habitación? He pensado que nosotros con una buena cama, un bonito armario y un baúl para los zapatos tendríamos suficiente. Quizás alguna lámpara, una alfombra, cortinas y un color que a ti te agrade sería los pequeños detalles que le darían un aspecto acogedor. Sin embargo, para el dormitorio del pequeño pienso construirte una mecedora. Podrás darle el pecho cómoda y tranquila como cualquier madre, aunque tú eres mi hermosa guerrera.

Jamás le había dicho que era una guerrera, pero ella había luchado tanto como yo para conseguir ser padres. Una mujer que había librado una batalla entre sus obligaciones y hacerme feliz, decidiendo que ganaría mi felicidad y la suya a mi lado. Sabía que no dejaría que nuestros hijos sufrieran, combatiría conmigo contra cualquier demonio que amedrentara el futuro de nuestro linaje.

-Intentaré conseguir ese espejo para ti, Olivia.

Deseaba que tuviera todo lo que deseaba. Ella había caído para hacerme feliz. Era mi alma gemela, mi luz en el camino oscuro que ahora cruzábamos como dos niños perdidos. Nosotros teníamos que caminar prácticamente descalzos, casi sin esperanzas y marcados para siempre con una cricatriz que parecía atrapar mi corazón cada vez que usaba mis poderes. Sabía bien que el dolor de Padre permanecería por siempre en su corazón, igual que yo sufriría terriblemente el desconsuelo de saberme lejos de él. Si bien, ella me estaba dando una familia y la oportunidad de ser dichoso más allá de mis obligaciones.

-Te amo.

Susurré aquellas palabras con dulzura y sinceridad, justo cuando dejaba un beso sobre su frente y sus mejillas. Debíamos dormir como bien había dicho. El descanso de nuestros cuerpos era primordial, para ella aún más.

Me aparté apagando las luces, dejando todo en completa calma. Eché la persiana y también las cortinas. En la pequeña penumbra de aquella habitación su cuerpo se veía resplandeciente, la luz de sus ojos parecía no querer apagarse puesto que la dicha era tan inmensa que se transmitía en su dulce mirada.

Acabé desnudándome mientras la observaba, no deseaba perder detalle de esos minutos de calma tras haber conocido que sería padre. Era algo emocionante y dudaba poder dormir, sin embargo no importaba. Todo era como yo una vez había llegado a soñar. Ella borraba cualquier ápice de duda, dolor o lágrimas.

Su cuerpo cálido tostado como la canela y con un aroma dulce que encubría el rezumar de los infiernos, su piel suave se rozaba con cuidado a mi torso desnudo regalándome la mejor sensación de este mundo. Sabía que las embarazadas tenían ciertos cambios, no sólo se ensanchaban sus caderas sino su piel se volvía aún más sedosa, su mirada se iluminaba y parte de su cuerpo se hinchaba. Sus piernas pronto estarían adoloridas y meditaba como aliviar el dolor, sofocar el calor intenso que algunos días la acompañarían y calmar sus miedos.

Deposité un beso en su frente mientras aspiraba el aroma de sus cabellos, un aroma que me recordaba la ternura de su sonrisa envolviendo su voz. Olivia era una flor que germinaba con fuerza en un mundo lleno de malas raíces. Deberíamos estar alerta. Imaginarla con hijos me forzaba a ser más protector. No quería perder de nuevo a mi familia, pues era un regalo concedido por el destino y ya no por Dios. Era algo fijado en sus planes, pese al dolor que estos podrían haberle provocado.

Comencé a cantar bajo una vieja canción celta. Conocía la cultura celta, una cultura llena de misterio y pasión por la naturaleza. Sabía que muchos de mis hermanos no veían bien aquellos que jamás nos aceptaron como sus ángeles, si bien Dios aún no se había manifestado como tal. Nosotros éramos los espíritus del agua, el viento o simplemente el fuego. Desconocían quiénes éramos, pero aún así nos regalaban parte de su amor. Los viejos druidas instruyeron a sus descendientes, parte de estos se quedaron arraigados en tierras como Galicia.

-Deseo que la aprendas conmigo, para nuestros hijos.

Imaginaba su dulce voz susurrando aquellas palabras, dejando el amor en cada gesto y palabra. La ternura que ella desprendía era demasiada como también su fuerza, por ello la amaba. Su fuerza brotaba como los primeros brotes de la primavera. Si embargo, no podía permitirme que ella luchara porque yo deseaba cuidarla.

Su voz unida a la mía cuando inicié la canción por segunda vez me hizo comprender que ella había visto mis intenciones. El amor debía fluir entre ambos hasta nuestro pequeño, el cual tendría a una maravillosa mujer como madre. Los dedos de mi mano derecha acariciaban sus mejillas y jugaban con la punta de los mechones de su cabello. Tenía una piel tan sedosa como su pelo, parecía hecha con trozos de seda persa. Sus labios esbozaban una dulce sonrisa que provocaba que la mía se formulara más intensamente. Era una amapola en medio de un enorme valle mecido por la brisa del verano, una brisa llena del rumor del agua de un manantial no muy lejano. Pronto sería árbol hechizado con enormes frutos que madurarían gracias a sus cuidados. Mi hijo tendría una gran mujer como madre. Deseaba que él o ella tuviera su dulzura y la fuerza innata que parecía ocultar ante los ojos de todos.

-Cuando nuestros hijos nazcan te llevaré a Galicia, aunque no sé si sigue siendo el paraíso misterioso que yo conocí.

Mis labios se posaron en su frente y la rodeé con cuidado entre mis brazos. Podía sentir su corazón pegado al mío bombeando con fuerza. La emoción de la noticia aún nos recorría a ambos de pies a cabeza, era como una oleada refrescante. Aspiré el aroma de sus cabellos mientras la abrigaba con las escasas prendas de la cama, ya prácticamente no refrescaba en las noches.

-Dulces sueños Olivia.

Coloqué una de mis manos en su vientre acariciando su ombligo mientras rozaba sus labios con los míos.

-Dulce sueños para él o ella, también.

Quedé dormido con el rumor de su respiración, como si fuera una dulce canción de cuna. Estaba feliz y satisfecho, sería padre antes de lo pensado.