Honoo no maseki ( Kang Ha Neul )

Los Barrios Bajos eran perfectos para pasar inadvertida cuando buscaba determinados ingredientes que no podía encontrar de formas más “legales”. Aunque no utilizara hechizos que pudieran dañar a los que se encontraban a mí alrededor, había determinados rituales que necesitaban ingredientes exóticos o, al menos, lo que se llamaban exóticos en estos momentos. Verbena, por ejemplo, era uno de ellos. La había plantado en mi jardín, pero todavía no era la temporada y no tenía seca, por lo que me había tenido que trasladar hasta allí. Lo mismo sucedía con otras plantas, que se habían convertido casi en objetos de coleccionista o de lujo cuando antes eran lo más común del universo.

Respiré hondo unos instantes mientras mis botas apenas hacían ruido sobre los adoquines de la acera por la que iba, caminando lento, sin prisa, pero sin pausa. Intentaba mostrar en mis movimientos una seguridad que no tenía del todo, no cuando me encontraba en un territorio ligeramente desconocido a pesar de que llevara ya un tiempo por Los Ángeles. Fue precisamente cuando giré por uno de los callejones cuando una figura pasó corriendo por delante de mí con toda la velocidad que el vestido que llevaba le permitía al tiempo que el olor a azufre pareció golpearme con fuerza, no proveniente de la persona que corría, sino de quienes lo perseguían. Jugar con sus sentidos de orientación fue relativamente fácil, haciendo que se desviaran del camino metiéndose por otro callejón y, esperando, consiguiendo que se alejaran.

Mis pasos, sin embargo, en vez de seguir el camino que me sacaría de allí, fueron con vida propia en dirección de la figura que había visto pasar y que ahora se encontraba abrazada a sus piernas con un gesto desolado que hizo que frunciera suavemente el ceño. Hice ruido a propósito para que me escuchara mientras me acercaba.

—¿Te encuentras bien?— pregunté, deteniéndome a unos pasos, sin avanzar más por miedo a asustarle.

Sabía que dejarme llevar por la apariencia podía ser un auténtico error, que podría ser un peligro, pero no pude evitar que mi corazón se encogiera cuando le vi de aquella manera. En cierta manera era demasiado sensible cuando una persona que parecía tan inocente y tan ingenua estaba pasándolo de aquella manera por unos demonios que solo querían molestar y jugar. Respiré hondo, intentando tranquilizarme a mi vez mientras me movía con suavidad unos pasos antes de agacharme justo delante buscando su mirada que en ese momento estaba bajada. Odiaba que la gente se sintiera así, indefensa, porque yo lo había estado en algún momento de mi vida —y todavía me sentía en ocasiones así— y entendía perfectamente lo molesto que podía llegar a ser, las sensaciones que podían traspasarte, los pensamientos que llegaban a la cabeza si no se controlaban.

— No tiene que disculparse por eso.— respondí, con suavidad, mientras mantenía mi posición. — Solo estaba saliendo de este lugar.

Me mordí apenas el labio inferior porque sabía que el siguiente movimiento podía provocar que huyera por sentirme como si fuera una amenaza, aunque no fuera esa mi intención. Además, sus rasgos orientales me decían que seguramente no estuviera tampoco muy acostumbrada* al contacto físico. Aun así, me arriesgué poniendo mi mano con suavidad encima de uno de sus brazos mientras intentaba transmitirla paz, tranquilidad, aunque no estaba del todo segura de si podría llegar a hacerlo.

— ¿Por qué no salimos de aquí?— le pregunté entonces en un suave susurro. — A un lugar más seguro.

*Ha Neul creerá que está delante de una mujer por el momento, espero que no te importe.

La palabra adorable no era una palabra que por regla general apareciera en mi mente cuando conocía a alguien nuevo en el tiempo en el que nos encontrábamos. Siempre solía aparecer palabras como: peligro inminente o gilipollas consumado. Dos excepciones habían aparecido en fechas relativamente tempranas: Junsu hacía unas noches y ahora la chica que tenía delante de mí. Y ambos orientales. Al final iba a ser que el mal tenía rostro occidental. Era irónico que pensara de esa manera porque sabía de sobra que no tenía nada que ver y que el mayor de los cabrones, si me permiten la expresión, podía tener el rostro oriental más perfecto. Tiempo al tiempo y según se les ocurriera.

Asentí ligeramente mientras la veía levantarse haciendo el mismo gesto yo con agilidad, al tiempo que miraba por un momento a mí alrededor. Estar alerta era algo que había aprendido a lo largo del tiempo, el no poder confiarme porque en cualquier momento cualquier cosa podría salir de una sombra. Literalmente. Miré cómo se quitaba los zapatos y fruncí con suavidad el ceño. Iba a destrozarse los pies y podría pisar cualquier cosa.

—No me molesta, pero ¿no terminarás haciéndote daño?— pregunté mientras le observaba. Su expresión, refiriéndose en masculino, me había desconcertado por unos momentos pero yo no era nadie para juzgar ¿verdad? —Quedan un par de calles, intentaré llevarte por la zona más segura posible y si quieres podemos detenernos a descansar en un solar que conozco que no está demasiado lejos.

Y al que iba en ocasiones porque era una prueba de que la Naturaleza, siempre, volvía a sus cauces.

Ella tenía razón. Yo no conocía estos barrios y podía encontrarme cosas que me lograrían hacer daño en los pies, sería lo mejor volver a ponérmelos pero enserio que con esa corrida no podía andar más con ellos ¿Qué hacer? Suspire haciendo un pequeño gesto con los labios algo parecido a un puchero y apreté un poco las botas volviéndolas a dejar en el suelo.

- Tiene razón me haré daño me las volveré a poner, e-espéreme unos segundos ¿Si? -mi voz salió cansada y volví apoyar mi espalda en la pared tomando una de las botas para proceder a ponérmelas y después hice lo mismo con la otra, volviendo a quedar más alto que ella- g-gracias señorita es muy amable. Se lo agradecería mucho, estoy demasiado cansado.

Le sonreí dejando la pared para volver acercarme y así poder comenzar por el camino, sentía en ella algo que no la hacía normal ¿Qué podía ser aquello? Muchas veces que notaba esas cosas me daba bastante curiosidad pero nunca me animaba a preguntar, aunque dos de las personas que hasta ahora había conocido en L.A ellos mismos me dijeron y demostraron que eran. Algo que pensé que nadie se atrevería así tan fácil pero bueno, no todos son iguales ¿Verdad? Me volví hasta ella y la mire con cierta curiosidad, provocando eso después un sonrojo al darme cuenta que no me había presentado ¡Que tonto! Eso era de muy mala educación.

- Disculpe etto... mi nombre es Amidas, u-un gusto -tome parte de mi vestido y le hice una reverencia- con todo esto se me olvido presentarme, lo siento mucho.-sonreí avergonzado, comenzando a los segundos a caminar no rápido ya que era ella quien debía de acercarse y guiarme por este lugar.

¿Era un hombre o una mujer? Tampoco es que fuera estrictamente necesario hacer la diferenciación, no para alguien como yo. Le miré por un momento mientras se ponía las botas con gesto pensativo. No estaba segura de que fuera a conseguir llegar hasta donde quería que nos detuviéramos, parecía realmente agotado. Aquellas plataformas que llevaba debían haberle dejado los pies destrozados por la carrera que se había tenido que meter huyendo de los demonios.

—Encantada, Amidas.— realicé una ligera reverencia, para después incorporarme y sonreír. —Mi nombre es Kang Ha Neul.— ¿cuánto tiempo hacía que llevaba aquel nombre conmigo? Ya no podía ser otra persona. Ha Neul, Junsu no hace mucho tiempo había reconocido su significado: cielo. Respiré hondo durante unos segundos para después ponerme a su lado y ofrecerle el brazo. —Sujétate a mí, no te importe recargarte si lo necesitas, soy más fuerte de lo que parezco ¿de acuerdo?

Le dediqué una breve sonrisa antes de comenzar a moverme de nuevo alejándome de los barrios bajos. No es que el resto de Los Ángeles fuera más seguro, solo que no había un porcentaje tan alto de terminar en problemas. Manteniendo un ritmo lento, asegurándome de llevarle por los lugares menos peligrosos, al cabo de unos cinco minutos nos encontramos con el solar que estaba buscando. Teníamos que pasar por una alambrada que no permitía ver del todo lo que había al otro lado, era básicamente el emplazamiento de dos antiguos bloques que se habían venido abajo hacía mucho, mucho tiempo y que ya no había más que rescoldos.

—Pasemos por aquí, estaremos más o menos seguros aquí detrás.— le comenté, echando hacia atrás la tela metálica mientras miraba por un momento a mi alrededor. Detrás se encontraba uno de los pequeños paraísos de Los Ángeles, donde la naturaleza comenzaba a florecer rápidamente, quizá, gracias también, a las habilidades de algunos hechiceros que como yo buscaban que se mantuviera viva.

—Ya había terminado con lo que había venido a hacer aquí, así que tengo todo el tiempo del mundo.

En lo que la preciada carga que llevaba a mi espalda no tuviera mayores percances, tendría tiempo. Los que pudieran notar los cambios en las energías, aquellos que eran especialmente sensibles a ellos, quizá pudieran notar una corriente continua que venía de detrás de la alambrada. Vida, al menos eso era lo que yo sentía cada vez que me acercaba. Con movimientos precisos, para evitar que el vestido que llevaba o que por el cansancio terminara cayendo, le dejé el hueco suficiente para que pasara sin mayores problemas.

—Es uno de los pequeños rincones donde todavía tenemos una pequeña parte del jardín del Eden.— comenté, con una ligera sonrisa.

El lugar no estaba demasiado iluminado y lo estuvo menos cuando pasé detrás de él y dejé que la tela de metal volviera a su sitio, sin embargo la sensación era maravillosa. Un suspiro se escapó rápidamente de mis labios mientras miraba a mí alrededor. Poco a poco, de forma lenta pero continua, la naturaleza seguía su camino. La mayor parte era maleza, salvo un solitario árbol que se encontraba en el centro y que seguramente habría formado parte de un patio interior que ya no existía. A su alrededor la hierba había comenzado a hacer acto de presencia, lo mismo que la maleza y las zarzas.

—Ten cuidado, no vayas a tropezar.— comenté, tomándole del brazo mientras me dirigía con él hacia donde sabía que gracias al derrumbe había algo similar a un banco de escombros donde podríamos estar cómodos. —No es que sea el banco más cómodo del mundo, pero… hace su función.

Lo que me sorprendía es que no hubiera tenido un accidente con esos zapatos. Podía entender que tuviera los pies destrozados porque cualquier persona que hubiera llevado tacones o plataformas, sabía lo que se podía resentir y correr con ellos… no, gracias. Por esa razón procuraba siempre ir en el calzado más cómodo posible y con ropa que me permitiera moverme. Había aprendido pronto que había momentos en los que había que salir corriendo, lo más rápido posible y tan lejos como nuestra resistencia nos permitiera. No era de esas personas que se quedaban a luchar hasta el final; sabía que una retirada a tiempo podía hacer que en el futuro se tuvieran las armas necesarias para poder defenderse e, incluso, ganar una batalla. Lo había aprendido por las malas y con demasiadas heridas como para recuperarme del todo, pero lo había hecho al final.

— Lo entiendo, no debe ser nada fácil correr con eso.— comenté, mientras le miraba con una ligera sonrisa en los labios. — Aunque por lo poco que ví… lo estabas haciendo francamente bien.

Sí, estaba intentando liberar tensiones, relajar un poco la situación, aunque seguramente conseguiría todo lo contrario. Ese era mi sino. Muchas veces no era capaz de relacionarme con los demás de forma correcta. Suspiré brevemente y miré a mi alrededor. Podía notar con claridad la energía que había en ese lugar y por un momento pensé en “enraizarme” con el lugar, dejar que mi energía fluyera hacia ella y de vuelta a mí, pero me contuve porque no estaba sola y no era el momento, ni el lugar. Miré a Amidas cuando volvió a hablar y asentí.

— Llevo unos años y conocí este lugar hará…— me quedé pensativa, ¿cuánto tiempo hacía que conocía aquel pequeño rincón? — Creo que aproximadamente desde este verano pasado. Llegué de casualidad y desde entonces suelo venir cuando me encuentro por la zona para ver si sigue estando bien.

En cierta manera su calzado me recordaba a los zuecos que había llevado en el pasado, esos zapatos que había llevado en la antigüedad. Lo mismo que su ropa me recordaba a los antiguos vestidos que había llevado en algún momento de mi vida. Lo difícil que era moverse con ellos, lo extenuante que podía caminar aunque fueran unos metros. Y, gracias a los dioses, fueran los que fueran, no había tenido que sufrir demasiado el tema de los corsés porque aquello sí que había sido la muerte definitiva. No, me gustaba más ir con la ropa más cómoda posible aunque adorara los hanbok y tenía de varios tipos y colores, tanto para el día a día como para fiestas, que les consideraba como una obra de arte, lo cierto es que reconocía que eran solo para momentos puntuales y hacía mucho que no tenía la oportunidad de poder vestirme con uno.

— Yo seguramente terminaría cayéndome de bruces si intentara correr con esos zapatos.— le respondí, con una ligera sonrisa en los labios. — Prefiero el calzado cómodo y funcional, lo mismo me ocurre con la ropa… Nunca sabes cuando tienes que salir corriendo o cuando tienes que enfrentarte a algo.

La ropa cómoda, siempre, era fundamental. Sobre todo porque impedía que te desconcentraras y en un hechicero que eso sucediera podía ser mortal. Le miré en silencio, escuchando sus palabras y sonriendo brevemente. Aunque llevara tiempo en Los Ángeles muchas veces creía que en realidad solo llevaba unas semanas. Tenía tanto que aprender, tanto que conocer, tanto por ver. Mi vida solía ser bastante monótona y se traducía en ir de casa a la tienda y viceversa. Eso explicaba las razones por las que no conocía tampoco a muchas personas. Me froté las manos por un momento, sintiendo las puntas de los dedos frías y terminé por meterlas dentro de los bolsillos del abrigo que llevaba.

— Solo cuando estoy por la zona y suele ser cada dos semanas aproximadamente.— comenté mientras le miraba durante unos segundos, para después desviar la mirada hacia mi alrededor. — Me gusta venir porque en cierta manera siento que es un pequeño pulmón dentro del asfalto… aunque muchas veces está tan marchito…— hice una pequeña mueca, negando. Sabía que sin darme ni siquiera cuenta había conectado con la Naturaleza del lugar, que a mi alrededor las plantas comenzaban a revitalizarse. Respiré hondo cerrando los ojos. — Solo ten cuidado por dónde vas… es peligroso y hay gente realmente peligrosa, pero si yo he sobrevivido tanto tiempo estoy segura de que tú también podrás hacerlo.

— Sin embargo…— le miré con una ligera sonrisa en los labios, ladeando el rostro mientras le miraba. Me sentía cómoda con él. Sí, por mucho que llevara una ropa extraña para un hombre, había decidido que era un él por la forma que se refería a sí mismo. — no eres del todo humano, ¿verdad?

Le miré a los ojos. No quería meterme en su vida, ni tensar la cuerda hasta el límite en el que pensara que estaba metiéndome en su territorio, en esa línea fina que nos separaba de adentrarnos en partes privadas de la vida de las otras personas. Jugueteé con una moneda que solía llevar en el bolsillo, haciéndola girar entre mis dedos. Era una forma como otra cualquiera de tener las manos ocupadas y, de paso, no mostrarlo directamente. Tomé aire, dejando que detrás del olor a ciudad, a polución, a tubos de escape, el aroma a vida se filtrara. La vida que se encontraba a nuestro alrededor y que nos acogía.

Sonreí. Una media sonrisa, antes de volver mi atención hacia Amidas. Sí, suponía que sabía a lo que me refería. Detuve el girar de la moneda sacando las manos mientras las frotaba contra las perneras de los pantalones que llevaba, apoyándolas finalmente en las rodillas mientras me echaba ligeramente hacia delante. Al final terminaría incomodándole, cosa que quería evitar a toda costa. Había un ligero cosquilleo de reconocimiento, como me sucedía cuando me encontraba con un tipo de ser que había visto en el pasado, pero necesitaba más para adivinar exactamente de qué se trataba.

— Supongo que no soy la única que se preocupa por venir, ni la única hechicera de la zona que le gusta mantener la poca naturaleza que hay en la ciudad.— le sonreí, mirándole de nuevo y asintiendo con suavidad. — Lo siento. A veces puedo resultar un poco… ¿pesada?— por no decir que me preocupaba demasiado y a veces pecaba de sobreprotectora. Quizá por mi ignoraría una pelea, pero seguramente jamás lo haría por una persona que lo necesitara y menos si era un amigo. — Tampoco nos conocemos lo suficiente como para que te vaya dando consejos, de verdad que lo siento.

— Cambiaformas…— comenté, mirándole y sonreí. Parecía que últimamente me iba cruzando con ellos. Primero había sido Junsu, ahora él, y ambos habían trasmitido buenas sensaciones, buenas impresiones. — Eres al segundo que conozco en la ciudad, antes apenas había sabido nada de vosotros.

Y era cierto. Tan místicos, tan mágicos, que muchas veces no eran más que leyendas. No leyendas vivas como habían sido los licántropos para mí, que desde demasiado pronto me había cruzado con ellos. No, leyendas que a veces incluso había tenido dudas de que hubieran seguido viviendo. No eran débiles, aunque muchas veces se pudiera pensar eso. Al menos no les veía como tal. Simplemente que la mayor parte, por lo que parecía, prefería la una vida más tranquila que adentrarse en guerras que podían resultar inútiles. Los entendía. Además no parecían estar tan organizados como otros seres sobrenaturales.

Agradecí sus palabras y su gesto con una sonrisa, asintiendo después. Me quitaba un peso de encima, un gran peso a decir verdad. En ocasiones podía preocuparme demasiado por los demás, por cómo se sentían. Empatía suponía. Era capaz de ponerme en la piel de otra persona demasiado fácilmente y eso no siempre era bueno. Le miré apoyando brevemente mi mano en la suya.

— Gracias, no me gustaría que fuera así.— le contesté mientras le miraba. — En ocasiones hablo sin pensar, sin darme cuenta de que lo que digo puede que a la otra persona le moleste, si es así, dímelo sin problemas.— esperaba que lo hiciera. Alcé el rostro para mirar por un instante el cielo nocturno, con gesto pensativo. — En ocasiones me gustaría que todas las luces de la ciudad se apagaran de pronto aunque fuera por unos segundos.

Era interesante el desconocimiento que muchas veces los seres sobrenaturales teníamos los unos de los otros, como si viviéramos en compartimentos diferentes de un gran todo sin comunicación entre sí. Estábamos tan acostumbrados a vivir de esa manera, a preocuparnos únicamente por nosotros, a intentar sobrevivir, que nos olvidábamos que no éramos los únicos sobre la faz de la tierra. Era difícil, además, el encontrar otro como nosotros. O al menos así había sido hacía unos años. Ahora parecía que muchos seres campaban a sus anchas sin preocuparse de que se descubrieran lo que era. ¿Y por qué iba a importar? A fin de cuentas con la última guerra prácticamente todas las tapaderas que podrían haberse puesto se habían destapado al mismo tiempo y se había desatado el más absoluto caos.

—Si quieres preguntar algo, puedes hacerlo.— le respondí mientras le miraba con una ligera sonrisa. —Intentaré contestarle lo mejor que pueda, aunque espero que no sean muy diferentes, quiero aprobar el examen.— bromeé, de esa manera que solo hacía con las personas con las que me sentía verdaderamente bien. No era fácil que eso sucediera aunque en ocasiones pudiera parecer que me daba con relativa facilidad a los que se encontraban a mí alrededor, pero últimamente había tenido bastante suerte. —Es bueno saberlo… hay personas que se enfadan demasiado rápidamente.

A veces creía que “paciencia” debería haber sido mi segundo nombre. Rara vez perdía el norte, me enfadaba y estallaba, quizá porque tenía miedo a que eso pasara y procuraba controlarme siempre que fuera posible. Bajé la mirada para mirar a Amidas, sonriendo brevemente mientras me echaba hacia atrás en el banco, apoyando las manos a ambos lados de mi cuerpo.

—A veces deseo imposibles, pero sí… tienes razón. Estamos demasiado acostumbrados a las comodidades como para que desaparezcan de golpe.— me moví por un momento. —La luz nos ciega muchas veces sin poder ver con claridad y eso puede ser un problema.

Sonreí al escucharle reír. Muchas veces creía que se nos había olvidado hacerlo, que estábamos tan metidos dentro de las sombras que un gesto como aquel, que significaba alegría y felicidad, era difícil de conseguir. Es más, yo misma me podía pasar días enteros sin que una sonrisa llegara a mis labios y no era precisamente porque no me gustara sonreír, al contrario: me encantaba. Le miré de reojo cuando hizo las preguntas y tensé un poquito más la cuerda.

— Así me gusta, esas sí creo que puedo contestarlas sin problemas.— le guiñé el ojo mientras me quedaba por un instante pensativa, lógicamente en broma. — Me temo que te voy a aburrir…— le miré entonces de reojo para después volver a mirar hacia el frente. — Soy bastante casera, me gustan las cosas tranquilas, la naturaleza que todavía hay, pasarme horas en la playa o los acantilados, cuidar de mi jardín y leer.— me quedé entonces en silencio durante unos segundos. — Y la música…— dije al final, aunque en un primer momento casi me la había pasado por alto. — ¿Y a ti? ¿qué te gusta hacer?

Me caía bien, cada vez mejor. Creía que podríamos llegar a poder confiar el uno en el otro si fuera necesario. Era cierto que andaba un poco con cuidado por si acaso, nunca se sabía cuándo un ser que aparentemente era de una manera dejaba caer su máscara y mostraba que era muy distinto.

— Gracias a los dioses.— comenté, con una media sonrisa. — Si es que todavía podemos creer en ellos.— añadí para mirarle a los ojos. — Que haya personas que pueden ver más allá de lo que tienen a simple vista y no dejarse llevar como ovejas al matadero.

Sonreí mirándole, asintiendo brevemente. Iba a pensar que durante toda mi existencia me había equivocado de compañeros y que tenía que haber conocido a más cambiaformas o metamorfos a lo largo de mi existencia. Resultaba que me sentía mucho más cómoda con ellos que con la mayor parte de los seres, incluídos los humanos, con los que me había ido encontrando. Respiré hondo por un instante, notando el olor a vida por debajo de la polución que había en la ciudad. También era cierto que Junsu y Amidas tenía la sensación de que era de la “parte buena” de la balanza.

— ¿Qué tipo de trabajo estás buscando?— le pregunté mientras le miraba con curiosidad.

Quizá pudiera ayudarle, quizá conociera a alguien o algún sitio. Era solitaria, sí, pero aun así conocía personas en la ciudad y era mucho más fácil que entrar de nuevas en cualquier sitio. Jugueteé con mis uñas en la pernera del pantalón, mirando hacia delante con gesto pensativo mientras fruncía el ceño por un instante. Un gesto que llegó cuando dijo las últimas palabras. Apoyé brevemente mi mano en su rodilla en un gesto cariñoso, que resultaba tan extraño en mi que estaba segura de que las personas que me conocieran un poco seguramente pensarían que no era yo en realidad.

— La gente teme lo que no conoce, pero eso no significa que sea malo.— había visto más bondad en él que en muchos humanos. — Parece que tenemos bastante cosas en común, algún día podríamos cocinar algo juntos ¿qué te parece? Hace mucho que no me encuentro en una cocina con otra persona y puede ser todo un experimento divertido.

Cosas cotidianas que se podían hacer antes de la guerra, ahora era completamente imposible. Por esa razón buscaba el equilibrio con personas que como Amidas me daban buenas sensaciones, alejándome muchas veces de otros seres que podían conseguir que se me pusiera la carne de gallina solo con tenerlos cerca.

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