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El Brazo Nuevo
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El Brazo Nuevo
El Brazo Nuevo es actualmente, una de las galerías más fascinantes de los Museos Vaticanos.
Con ocasión del regreso de Francia de unas obras de arte allí trasladadas según el tratado de Tolentino (1797), Antonio Canova (1757-1822), entonces Inspector General de las Antigüedades en el Estado de la Iglesia, concibió la construcción de un sector nuevo para acoger las numerosas adquisiciones de escultura clásica. El Brazo Nuevo, obra maestra de arquitectura neoclásica, fue proyectado por Raffaele Stern (1774-1820), bajo el pontificado de Pío VII Chiaramonti, y abierto al público en 1822.
La galería es larga 68 metros y hay en ella 28 grandes nichos que acogen otras tantas estatuas. Entre cada nicho hay intervalos en los cuales fueron colocados bustos masculinos y femeninos célebres en el mundo antiguo.
Las paredes, decoradas en la parte superior con bajorrelieves en estuco, fueron realizadas por Francesco Massimiliano Laboureur (1767-1831) e inspiradas en monumentos famosos de la Roma antigua, como la Columna Trajana y el Arco de Tito. En el Brazo Nuevo están expuestas alrededor de 150 esculturas, una de las más célebres es el Augusto de Prima Porta, hallado en 1863 en la "Villa de Livia" en la "Via Flaminia". El elemento central de la galería es la estatua del Nilo, rodeada de amorcillos, símbolo de fertilidad. La estatua fue encontrada en el siglo XVI bajo la iglesia romana de "Santa María sobre Minerva". La mayoría de las obras se halló en el comercio de antigüedades y procedía de las colecciones de la nobleza romana [entre las cuales la colección Ruspoli], mientras otras se recuperaron durante las excavaciones pontificias.
Sin embargo, algunas de estos bustos, no eran más que replicas exactas. ¿Cómo podría yo estar seguro de ello? Fácil, las originales, estaban celosamente guardadas bajo mi poder, las consideraba un tesoro invaluable, por ello es que me di a la tarea de crear copias exactas y sustituirlas por las originales. ¿Cómo lo hice? Un secreto que jamás debelaré.
Mi favorita, era sin duda era la estatua de Nilo, rodeada de amorcillos, llámese de esa forma a las figuras de pequeños niños alados que usualmente portan flechas, coronas o arrojan flores. El papel simbólico de estos, es el amor. La obra en sí, resultaba, exquisita, delicada, incluso sublime ante mis ojos imperfectos, podía fácilmente imaginar la escena en la mente del creador…
A veces pecaba de soñador.
Con ocasión del regreso de Francia de unas obras de arte allí trasladadas según el tratado de Tolentino (1797), Antonio Canova (1757-1822), entonces Inspector General de las Antigüedades en el Estado de la Iglesia, concibió la construcción de un sector nuevo para acoger las numerosas adquisiciones de escultura clásica. El Brazo Nuevo, obra maestra de arquitectura neoclásica, fue proyectado por Raffaele Stern (1774-1820), bajo el pontificado de Pío VII Chiaramonti, y abierto al público en 1822.
La galería es larga 68 metros y hay en ella 28 grandes nichos que acogen otras tantas estatuas. Entre cada nicho hay intervalos en los cuales fueron colocados bustos masculinos y femeninos célebres en el mundo antiguo.
Las paredes, decoradas en la parte superior con bajorrelieves en estuco, fueron realizadas por Francesco Massimiliano Laboureur (1767-1831) e inspiradas en monumentos famosos de la Roma antigua, como la Columna Trajana y el Arco de Tito. En el Brazo Nuevo están expuestas alrededor de 150 esculturas, una de las más célebres es el Augusto de Prima Porta, hallado en 1863 en la "Villa de Livia" en la "Via Flaminia". El elemento central de la galería es la estatua del Nilo, rodeada de amorcillos, símbolo de fertilidad. La estatua fue encontrada en el siglo XVI bajo la iglesia romana de "Santa María sobre Minerva". La mayoría de las obras se halló en el comercio de antigüedades y procedía de las colecciones de la nobleza romana [entre las cuales la colección Ruspoli], mientras otras se recuperaron durante las excavaciones pontificias.
Sin embargo, algunas de estos bustos, no eran más que replicas exactas. ¿Cómo podría yo estar seguro de ello? Fácil, las originales, estaban celosamente guardadas bajo mi poder, las consideraba un tesoro invaluable, por ello es que me di a la tarea de crear copias exactas y sustituirlas por las originales. ¿Cómo lo hice? Un secreto que jamás debelaré.
Mi favorita, era sin duda era la estatua de Nilo, rodeada de amorcillos, llámese de esa forma a las figuras de pequeños niños alados que usualmente portan flechas, coronas o arrojan flores. El papel simbólico de estos, es el amor. La obra en sí, resultaba, exquisita, delicada, incluso sublime ante mis ojos imperfectos, podía fácilmente imaginar la escena en la mente del creador…
A veces pecaba de soñador.
Invitado- Invitado
Re: El Brazo Nuevo
Ansiaba encontrarme con Miguel nuevamente. Sabía que mi caída le había afectado enormemente, por ello mis mayores temores se agitaban revolviéndome cualquier sensación agradable y dejándome con el sabor ácido de las lágrimas de mi hermano.
Conocía tan bien a Miguel en algunos aspectos, aunque en otros era un misterio que jamás lograba desvelar. Milenios a su lado, escuchando sus quejas, notando como intentaba que fuera un gran guerrero y sintiéndose orgulloso de mí en silencio. Yo era el hermano más cercano que tenía, realmente podía considerarse que nuestro vínculo parecía un vínculo estrecho de hermanos mortales. Sus ojos azules portaban el reflejo de la angustia, y así se lo hice saber a mi pareja.
Olivia comprendió que la abandonara unas noches, tan sólo unas noches, para intentar encontrarlo o al menos dejarle un mensaje claro. Sin embargo, no había pasado ni unas horas cuando ya deseaba regresar junto a ella. Sentía que me debilitaba al no poder contemplar su rostro cándido, un rostro lleno de matices dulces. Mi hermosa flor del edén era la fragancia de la felicidad, aunque Dios la hubiera apartado seguía siendo el enigma de la belleza más atractiva y cautivadora.
Decidí alejarme, aunque mantenía contacto con ella mediante la actual tecnología. Había logrado que comprendiera como se usaba un teléfono móvil, su gran utilidad para conectar a las personas a grandes distancias. Ella estaba en Los Ángeles, una ciudad infectada por demonios, y yo en El Vaticano.
Enviaba un mensaje corto y derrotista, tan sólo una referencia a mi desasosiego por no hallar a Miguel. Mis ojos se cerraron con rabia y desesperación, no debía llorar pues no era mi culpa que él hullera de mi. Se suponía que el cobarde debía ser yo en comparación con él, pero mi hermano siempre había tenido miedo de enfrentarse a mis ojos y ver más allá de mis pupilas.
Llovía. Las calles se empapaban con una tormenta que descargaba su furia, rabia, lástima y dolor sobre la ciudad en la cual el arte seguía siendo valorado, ocultado y en ocasiones expoliado. Mis pies se movían raudos por las calles, mi gabardina gris estaba empapada y mis cabellos dorados se pegaban a mi rostro. Bajo aquella figura cenicienta había unas ropas más llamativas en colores, un azul jersey fino azul clemátide y unos jeans desgastados con algunas roturas en las rodillas. El calzado que llevaba era deportivo y de color blanco con algunos detalles en varios tonos azulados. Me apasionaba el color azul, quizás porque en él podía contemplar la belleza del cielo y del mar.
Dudé unos instantes en entrar en aquel lugar, contemplaba su entrada y me preguntaba si sería oportuno abandonar mi búsqueda por unos minutos. Siempre amé la lluvia, su sonido relajante y reflexivo, pero en esos momentos necesitaba un descanso para poner mi mente en orden. Así que tras unos segundos me arrojé al interior dejando que mis pasos sonaran, junto al goteo de mi ropa, y al bullir intenso de mis latidos. Suspiré contemplando al fin la belleza del lugar, su calma aparente y la solemnidad de cada uno de los matices de las figuras.
-Buenas noches.
Llegué a decir cuando comprobé que la presencia que sentía, como el resto que danzaba a mi alrededor, no estaba en una de las calles aledañas sino en el interior de aquel lugar. Sacudí mis ropas y eché hacia atrás mis cabellos. Podía secarme, buscar nuevas ropas que cubrieran mi cuerpo, pero jamás lo hice y no lo haría en ese momento. Pude sentir en él poder de la oscuridad enfriando su cuerpo duro, sus rasgos masculinos y sus ojos que parecían emitir destellos de arte, o adoración hacia este. Era un vampiro, uno antiguo.
-¿Podría hacerle una pregunta? Breve tan sólo.
Estaba desesperado, así que usaría aquel método tan humano y que consideraba muy práctico.
-¿Ha visto a un hombre de aproximadamente mi estatura? Pose el pelo corto, rubio pero no tan dorado, ojos color cielo y quizás mal afeitado. Tiene una edad aproximada a la suya, quizás unos cuantos años más.
Describir a mi hermano siempre era un problema, pues siempre había tomado formas cambiantes aunque la última era bastante simple. Era un agente de policía en apariencia, un aspecto algo robusto y achacoso por el paso de los años. Parecía un detective de novela policíaca, ese que había perdido a su compañero en su último día de servicio y se daba a la bebida mientras resolvía el caso. Sin embargo, era el guerrero más imponente de Dios.
Conocía tan bien a Miguel en algunos aspectos, aunque en otros era un misterio que jamás lograba desvelar. Milenios a su lado, escuchando sus quejas, notando como intentaba que fuera un gran guerrero y sintiéndose orgulloso de mí en silencio. Yo era el hermano más cercano que tenía, realmente podía considerarse que nuestro vínculo parecía un vínculo estrecho de hermanos mortales. Sus ojos azules portaban el reflejo de la angustia, y así se lo hice saber a mi pareja.
Olivia comprendió que la abandonara unas noches, tan sólo unas noches, para intentar encontrarlo o al menos dejarle un mensaje claro. Sin embargo, no había pasado ni unas horas cuando ya deseaba regresar junto a ella. Sentía que me debilitaba al no poder contemplar su rostro cándido, un rostro lleno de matices dulces. Mi hermosa flor del edén era la fragancia de la felicidad, aunque Dios la hubiera apartado seguía siendo el enigma de la belleza más atractiva y cautivadora.
Decidí alejarme, aunque mantenía contacto con ella mediante la actual tecnología. Había logrado que comprendiera como se usaba un teléfono móvil, su gran utilidad para conectar a las personas a grandes distancias. Ella estaba en Los Ángeles, una ciudad infectada por demonios, y yo en El Vaticano.
Enviaba un mensaje corto y derrotista, tan sólo una referencia a mi desasosiego por no hallar a Miguel. Mis ojos se cerraron con rabia y desesperación, no debía llorar pues no era mi culpa que él hullera de mi. Se suponía que el cobarde debía ser yo en comparación con él, pero mi hermano siempre había tenido miedo de enfrentarse a mis ojos y ver más allá de mis pupilas.
Llovía. Las calles se empapaban con una tormenta que descargaba su furia, rabia, lástima y dolor sobre la ciudad en la cual el arte seguía siendo valorado, ocultado y en ocasiones expoliado. Mis pies se movían raudos por las calles, mi gabardina gris estaba empapada y mis cabellos dorados se pegaban a mi rostro. Bajo aquella figura cenicienta había unas ropas más llamativas en colores, un azul jersey fino azul clemátide y unos jeans desgastados con algunas roturas en las rodillas. El calzado que llevaba era deportivo y de color blanco con algunos detalles en varios tonos azulados. Me apasionaba el color azul, quizás porque en él podía contemplar la belleza del cielo y del mar.
Dudé unos instantes en entrar en aquel lugar, contemplaba su entrada y me preguntaba si sería oportuno abandonar mi búsqueda por unos minutos. Siempre amé la lluvia, su sonido relajante y reflexivo, pero en esos momentos necesitaba un descanso para poner mi mente en orden. Así que tras unos segundos me arrojé al interior dejando que mis pasos sonaran, junto al goteo de mi ropa, y al bullir intenso de mis latidos. Suspiré contemplando al fin la belleza del lugar, su calma aparente y la solemnidad de cada uno de los matices de las figuras.
-Buenas noches.
Llegué a decir cuando comprobé que la presencia que sentía, como el resto que danzaba a mi alrededor, no estaba en una de las calles aledañas sino en el interior de aquel lugar. Sacudí mis ropas y eché hacia atrás mis cabellos. Podía secarme, buscar nuevas ropas que cubrieran mi cuerpo, pero jamás lo hice y no lo haría en ese momento. Pude sentir en él poder de la oscuridad enfriando su cuerpo duro, sus rasgos masculinos y sus ojos que parecían emitir destellos de arte, o adoración hacia este. Era un vampiro, uno antiguo.
-¿Podría hacerle una pregunta? Breve tan sólo.
Estaba desesperado, así que usaría aquel método tan humano y que consideraba muy práctico.
-¿Ha visto a un hombre de aproximadamente mi estatura? Pose el pelo corto, rubio pero no tan dorado, ojos color cielo y quizás mal afeitado. Tiene una edad aproximada a la suya, quizás unos cuantos años más.
Describir a mi hermano siempre era un problema, pues siempre había tomado formas cambiantes aunque la última era bastante simple. Era un agente de policía en apariencia, un aspecto algo robusto y achacoso por el paso de los años. Parecía un detective de novela policíaca, ese que había perdido a su compañero en su último día de servicio y se daba a la bebida mientras resolvía el caso. Sin embargo, era el guerrero más imponente de Dios.
Invitado- Invitado
Re: El Brazo Nuevo
Poco antes de que hiciera acto de presencia, yo ya lo había notado, dando por hecho que no era ninguno de los vasallos de Astaroth, quien hasta entonces, seguía en mi búsqueda, ¿Capturarme o Darme muerte? No lo tenía por completo entendido, pero aun así, tomaba mis debidas precauciones. Afortunadamente, en ocasiones parecida desistir al ver mi capacidad de eludirle, otras veces, atacaba con más ferocidad, pero yo era más escurridizo, siglos y más siglos de experiencia me respaldaban.
- Buenas noches – Respondí gentilmente, girando levemente mi cuerpo, noté que estaba empapado. ¿Llovía afuera? Eso si que no lo había notado, estaba tan sumergido admirando aquellos pasillos repletos de hermosas esculturas y obras de arte, que lo demás poco me pasó a interesar.
- Lo siento... hasta este instante, a quien he visto con semejantes características, es usted... pareciera que se describe a usted mismo, sólo con leves diferencias...- Agregué acercándome lentamente hasta su lado.
- Cerca de aquí, hay una cafetería ¿No le apetece acompañarme? Un poco de calidez le vendría bien a su cuerpo...- Ofrecí desprovisto de cualquier otro tipo de intención, simplemente hospitalario. Comprendí inmediatamente su naturaleza, celestial, aunque marcada por el rechazo, yo no era quien para juzgar.
- Mi llamo Marius, puede llamarme así, si lo desea – Evidencié extendiendo mi mano hacia él, con la finalidad de afianzar el recién encuentro. Me hizo un poco de gracia mi anterior ofrecimiento, puesto no me vería tomar ningún tipo de bebida o alimento. Más no dejó de pasar por mi mente que ya habría de intuir mi condición vampírica, de lo contrario, quizá no se habría acercado a mi con la guardia baja.
- ¿Busca a alguien en especial? Quizá si me da más detalles, pueda ayudarle... he viajado últimamente por el mundo, puede que por azares del destino, me haya topado con esa persona, aunque fuera unos segundos y ahora mismo no le recuerde...- Podría y no. En realidad... también buscaba alguien con quién charlar. Y al igual suyo, también buscaba a alguien… pero a diferencia suya, yo si sabía donde, como y con quien estaba, era mi miedo al rechazo lo que me detenía a presentarme ante él, las cosas con él habían cambiado exuberantemente.
A espaldas nuestras, aparecieron de la nada dos figuras que inmediatamente reconocí como vástagos, neófitos recién creados, inofensivos puesto que parecían bien alimentados, curiosos incluso, inocentes. Más por experiencia, sabía que era todo lo contrario.
- Vayamos cuanto antes, no es bueno quedarnos mucho tiempo en un mismo lugar...- Insistí esta vez, posando una de mis manos en su hombro derecho, mirando sus orbes azules, al igual que las mías con cierta urgencia, esperando entendiera.
- Buenas noches – Respondí gentilmente, girando levemente mi cuerpo, noté que estaba empapado. ¿Llovía afuera? Eso si que no lo había notado, estaba tan sumergido admirando aquellos pasillos repletos de hermosas esculturas y obras de arte, que lo demás poco me pasó a interesar.
- Lo siento... hasta este instante, a quien he visto con semejantes características, es usted... pareciera que se describe a usted mismo, sólo con leves diferencias...- Agregué acercándome lentamente hasta su lado.
- Cerca de aquí, hay una cafetería ¿No le apetece acompañarme? Un poco de calidez le vendría bien a su cuerpo...- Ofrecí desprovisto de cualquier otro tipo de intención, simplemente hospitalario. Comprendí inmediatamente su naturaleza, celestial, aunque marcada por el rechazo, yo no era quien para juzgar.
- Mi llamo Marius, puede llamarme así, si lo desea – Evidencié extendiendo mi mano hacia él, con la finalidad de afianzar el recién encuentro. Me hizo un poco de gracia mi anterior ofrecimiento, puesto no me vería tomar ningún tipo de bebida o alimento. Más no dejó de pasar por mi mente que ya habría de intuir mi condición vampírica, de lo contrario, quizá no se habría acercado a mi con la guardia baja.
- ¿Busca a alguien en especial? Quizá si me da más detalles, pueda ayudarle... he viajado últimamente por el mundo, puede que por azares del destino, me haya topado con esa persona, aunque fuera unos segundos y ahora mismo no le recuerde...- Podría y no. En realidad... también buscaba alguien con quién charlar. Y al igual suyo, también buscaba a alguien… pero a diferencia suya, yo si sabía donde, como y con quien estaba, era mi miedo al rechazo lo que me detenía a presentarme ante él, las cosas con él habían cambiado exuberantemente.
A espaldas nuestras, aparecieron de la nada dos figuras que inmediatamente reconocí como vástagos, neófitos recién creados, inofensivos puesto que parecían bien alimentados, curiosos incluso, inocentes. Más por experiencia, sabía que era todo lo contrario.
- Vayamos cuanto antes, no es bueno quedarnos mucho tiempo en un mismo lugar...- Insistí esta vez, posando una de mis manos en su hombro derecho, mirando sus orbes azules, al igual que las mías con cierta urgencia, esperando entendiera.
Invitado- Invitado
Re: El Brazo Nuevo
Realmente no había caído jamás en las similitudes con mi hermano Miguel, quizás éramos algo parecidos por las características de nuestro color de cabello y el tono azul de nuestros ojos. Pero bien sabía que Miguel era más fuerte que yo mismo, pese a mi caída, y eso se notaba en su mandíbula más ancha y rasgos muy masculinos, en diferencia con los míos que era el de un hombre más joven y que aún no me había marcado la vida.
Mi envoltorio humano, el cual contemplaba aquel vampiro, no era más que una piel que recubría mi verdadero rostro. En otras circunstancias, años arás, habría visto más parecido con otro de mis hermanos que con Miguel. Mi aspecto latino, piel más dorada por el sol, cabellos negros y cejas más gruesas me hubiera delatado como un hombre del sur de Europa.
Su nombre me alertó. Hacía más de dos siglos que lo había escuchado. Lestat me había hablado de aquellos que amaba, lo había hecho con cuidado de darme los detalles más mínimos y que parecían ser prácticamente de poca importancia, así como los más extraños y curiosos. Marius, su maestro, era un vampiro antiguo de similar aspecto al que tenía frente a mí. Sin embargo, al carecer de otro dato no pude más que creer que era sólo una casualidad.
-Se llama Miguel, es mi hermano. Temo que esté molesto consigo mismo, quizás con nuestro Padre, y deseo hablar con él. Me urge hablar con él.
Estaba confiando aquello a alguien que desconocía, pero sabía que podía fiarme de él por su mirada clara. Parecía comprenderme, un atisbo de comprensión bordeaba sus ojos claros. Además, me invitaba a tomar algo caliente, lo cual necesitaba realmente. Desde mi caída me sentía más frío, como si el calor de mi padre me hubiera mantenido a salvo de todo. Era curioso que cuanto más cerca estaba del infierno más frío me sentía, como si fuera un iceberg a la deriva buscando algo, o alguien, con quien chocar y sentir finalmente que entraba en calor.
-Acepto su invitación, tal vez podamos conversar y pueda decirme si lo ha visto. En un lugar más tranquilo y lejos de miradas curiosas.
Podía sentir como aquellos jóvenes vampiros rondaban cerca de nosotros con la curiosidad de un felino. Se movían entre las esculturas como si necesitaran averiguar de qué hablábamos. Me recordó a los muchachos que solían quedarse frente a la televisión intentando sacar tajada de la información que les daban, aunque fuera en pequeñas dosis y estuviera manipulada.
Sentía su mano sobre mi hombro, un gesto amable sin duda. Mis manos estaban en forma de rezo, entrelazando mis dedos mientras intentaba sosegarme. Mi cuerpo temblaba, pero no por el frío sino por la preocupación que anidaba en mi pecho. Jamás había estado tan alarmado, pues sentía que había ángeles que seguían cayendo, cada vez con mayor frecuencia, y podía notar el dolor de mi creador ante tales circunstancias.
Mi envoltorio humano, el cual contemplaba aquel vampiro, no era más que una piel que recubría mi verdadero rostro. En otras circunstancias, años arás, habría visto más parecido con otro de mis hermanos que con Miguel. Mi aspecto latino, piel más dorada por el sol, cabellos negros y cejas más gruesas me hubiera delatado como un hombre del sur de Europa.
Su nombre me alertó. Hacía más de dos siglos que lo había escuchado. Lestat me había hablado de aquellos que amaba, lo había hecho con cuidado de darme los detalles más mínimos y que parecían ser prácticamente de poca importancia, así como los más extraños y curiosos. Marius, su maestro, era un vampiro antiguo de similar aspecto al que tenía frente a mí. Sin embargo, al carecer de otro dato no pude más que creer que era sólo una casualidad.
-Se llama Miguel, es mi hermano. Temo que esté molesto consigo mismo, quizás con nuestro Padre, y deseo hablar con él. Me urge hablar con él.
Estaba confiando aquello a alguien que desconocía, pero sabía que podía fiarme de él por su mirada clara. Parecía comprenderme, un atisbo de comprensión bordeaba sus ojos claros. Además, me invitaba a tomar algo caliente, lo cual necesitaba realmente. Desde mi caída me sentía más frío, como si el calor de mi padre me hubiera mantenido a salvo de todo. Era curioso que cuanto más cerca estaba del infierno más frío me sentía, como si fuera un iceberg a la deriva buscando algo, o alguien, con quien chocar y sentir finalmente que entraba en calor.
-Acepto su invitación, tal vez podamos conversar y pueda decirme si lo ha visto. En un lugar más tranquilo y lejos de miradas curiosas.
Podía sentir como aquellos jóvenes vampiros rondaban cerca de nosotros con la curiosidad de un felino. Se movían entre las esculturas como si necesitaran averiguar de qué hablábamos. Me recordó a los muchachos que solían quedarse frente a la televisión intentando sacar tajada de la información que les daban, aunque fuera en pequeñas dosis y estuviera manipulada.
Sentía su mano sobre mi hombro, un gesto amable sin duda. Mis manos estaban en forma de rezo, entrelazando mis dedos mientras intentaba sosegarme. Mi cuerpo temblaba, pero no por el frío sino por la preocupación que anidaba en mi pecho. Jamás había estado tan alarmado, pues sentía que había ángeles que seguían cayendo, cada vez con mayor frecuencia, y podía notar el dolor de mi creador ante tales circunstancias.
Invitado- Invitado
Re: El Brazo Nuevo
- Vamos entonces…- Respondí comenzando a andar por aquél extenso pasillo, repleto de valiosas pinturas antiguas, figuras, bustos, algunas armas, se respiraba a pesar de estar en aquel lugar, cierto aire de inquietud y desesperanza, lo cual resultaba perturbador, incluso preocupante.
- Entonces, dice que su hermano se hace llamar Miguel… Quizás…- Me detuve unos instantes, era posible que después de todo si pueda ayudarle con su búsqueda, utilizando mis Dones, seguramente podría visualizar la presencia de ese su hermano donde quiera que se encontrara, mientras fuera territorio terrestre por supuesto.
Pronto llegamos a la cafetería que relucía al estilo renacentista, era muy curiosa y práctica. Especialmente para las monjas y sacerdotes que cuidaban aún aquellos lugares. Ofrecían gran variedad de bebidas, y lo único que podría decirse que contenía cierto grado de alcohol, era el Rompope.
Pronto abrí una silla para él, simple gesto de caballerosidad muy marcado en mí, mismo que me reproché mentalmente al no saber si eso le ofendería, pero ya estaba hecho.
- Espere aquí por favor, traeré su bebida…- Dije sonriendo amablemente, para posteriormente dirigirme a donde una de las encargadas y solicitarle amablemente una bebida caliente, un poco de pan recién hecho así como una manta que confortara su persona húmeda.
La mujer accedió ante todo, lo cual agradecí de forma respetuosa. Y una vez que tuve todo en mi poder, me dirigí de nuevo hacia donde él me esperaba, deposité la taza humeante de chocolate, espumoso, olía bastante bien a decir verdad, pese a que a mi no me resultaba interesante. Luego, coloqué la manta sobre su espalda, cubriendo parte de ella y su cuerpo. Así mismo, junto a su chocolate, dejé un plato con pan dulce a su disposición por si es que deseaba acompañar su bebida con él.
- Pues, ahora estamos en un lugar más adecuado…- Murmuré mirándole.
- Sé que has de saber lo que soy, y puedo decir que estás en lo correcto, puedes confiar en mi, no tengo intención alguna de engañarte o hacerte mal…- Ante todo, aclarar las situaciones y hacerle ver que en mi podría mantener su confianza pese a que recién me conocía.
- Con ayuda de mis Dones, puede decirte casi con exactitud el actual paradero de ese hombre a quien buscas, sólo necesito un recuerdo suyo, para ello, tendré que indagar en tu mente… sólo si me lo permites…- Puntualicé, esperando su respuesta.
- Entonces, dice que su hermano se hace llamar Miguel… Quizás…- Me detuve unos instantes, era posible que después de todo si pueda ayudarle con su búsqueda, utilizando mis Dones, seguramente podría visualizar la presencia de ese su hermano donde quiera que se encontrara, mientras fuera territorio terrestre por supuesto.
Pronto llegamos a la cafetería que relucía al estilo renacentista, era muy curiosa y práctica. Especialmente para las monjas y sacerdotes que cuidaban aún aquellos lugares. Ofrecían gran variedad de bebidas, y lo único que podría decirse que contenía cierto grado de alcohol, era el Rompope.
Pronto abrí una silla para él, simple gesto de caballerosidad muy marcado en mí, mismo que me reproché mentalmente al no saber si eso le ofendería, pero ya estaba hecho.
- Espere aquí por favor, traeré su bebida…- Dije sonriendo amablemente, para posteriormente dirigirme a donde una de las encargadas y solicitarle amablemente una bebida caliente, un poco de pan recién hecho así como una manta que confortara su persona húmeda.
La mujer accedió ante todo, lo cual agradecí de forma respetuosa. Y una vez que tuve todo en mi poder, me dirigí de nuevo hacia donde él me esperaba, deposité la taza humeante de chocolate, espumoso, olía bastante bien a decir verdad, pese a que a mi no me resultaba interesante. Luego, coloqué la manta sobre su espalda, cubriendo parte de ella y su cuerpo. Así mismo, junto a su chocolate, dejé un plato con pan dulce a su disposición por si es que deseaba acompañar su bebida con él.
- Pues, ahora estamos en un lugar más adecuado…- Murmuré mirándole.
- Sé que has de saber lo que soy, y puedo decir que estás en lo correcto, puedes confiar en mi, no tengo intención alguna de engañarte o hacerte mal…- Ante todo, aclarar las situaciones y hacerle ver que en mi podría mantener su confianza pese a que recién me conocía.
- Con ayuda de mis Dones, puede decirte casi con exactitud el actual paradero de ese hombre a quien buscas, sólo necesito un recuerdo suyo, para ello, tendré que indagar en tu mente… sólo si me lo permites…- Puntualicé, esperando su respuesta.
Invitado- Invitado
Re: El Brazo Nuevo
Aquella amabilidad tan cálida no solía encontrarse en los días que corrían, debíamos estar dispuestos a luchar y estar alerta en cualquier instante. Sin embargo, sabía que junto a él no tendría problema alguno. Por ello accedí a su amable oferta. Era un hombre gentil de un aspecto agradable, poseía cierto don de gentes. Había salvado a un inmortal como él, uno mucho más joven e insensato, hacía apenas unas noches. Recordé aún el té que me tendió su agradable amigo asiático, así como las pastas con las cuales lo acompañó. Si bien, seguía molesto por sus ingratas palabras. Luchaba a mi modo, no era un guerrero débil. Había estado en el mundo desde el principio de los tiempos, no era un niño.
Mis pensamientos desordenados sobrevolaban mi mente como alimañas, mis ojos se quedaron fijos en la calle oscura y desértica bañada por las lágrimas de Dios. Sentía que el mundo estaba agrietándose, que el regocijo que sentía bajo la lluvia como caricias de Padre ahora era el recuerdo de mi dolor unido al suyo. Mis manos quedaron en forma de oración sin percatarme de ello. Al cerrar los ojos unos segundos recordé a Olivia, sus hermosas alas blancas habían tornado a negras por mi culpa, mi maldita culpa, y aún así la culpabilidad se desvanecía cuando me sonreía.
Regresé a la realidad con sus gentiles palabras y gestos. Frente a mí, sobre la mesa, tenía un humeante cacao y un pan dulce, sobre mis hombros una manta de tacto agradable y al alzar mis ojos pude ver su franca mirada mientras me hablaba. Dudé unos segundos en ofrecerle tal información, sin embargo deseaba encontrar a Miguel. No sabía si sus dones iban más allá de los terrestres, no había preguntado y esperaba que mi hermano se encontrara en la Tierra.
-Tan sólo le pido que me guarde el secreto.
Estiré mis manos hacia él, algo más cálidas que las suyas que parecían de frío mármol. Mis dedos apretaron la palma y yema de estas, dejando un leve recorrido por aquellas manos firmes que poseía. Mis ojos se clavaron en los suyos y tomé aire para dejarlo ir. Al cerrar mis ojos dejé que mis manos y mi mente hicieran el resto. Mis recuerdos, fragmentos tan sólo, se enviaron a su cabeza esperando que me ayudara.
Las primeras imágenes eran las últimas que había tenido con él, rodeados ambos de mendigos mientras alimentábamos su espíritu y su estómago. Así como la lucha rápida y sin cuartel con un esbirro de Asmodeo, el cual me perseguía desde mucho antes de la venida de Dios a este mundo. Su traje caro, la gabardina rodeando su cuerpo, su aspecto que apelaba la franqueza y serenidad de unos cuarenta años junto a su espada. Pronto lancé otras de Miguel con sus alas extendidas luchando sin cuartel, codo con codo junto a mí. Mis dones le ayudaban a soportar las heridas mientras luchaba sin aliento. Sin duda nuestras alas mucho más extensas en tamaño, más puras bajo la luz del sol y en medio de la noche, habrían sido suficientes para hacerle comprender quienes éramos.
Aparté mis manos de las suyas para tomar la taza de cacao entre mis manos, aproximando a mis labios la bebida, mientras intentaba ponerme en paz conmigo mismo. Varias lágrimas se escaparon mientras recordaba momentos que no se darían, o al menos los veía imposible de tener otra vez. Mi aspecto quizás era de derrota, pero seguía luchando cada noche por la libertad y la paz en el mundo.
-Tal vez no está en este plano, pero es muy gentil por su parte el intentar ayudarme. Estaré siempre en deuda con usted.
Mis pensamientos desordenados sobrevolaban mi mente como alimañas, mis ojos se quedaron fijos en la calle oscura y desértica bañada por las lágrimas de Dios. Sentía que el mundo estaba agrietándose, que el regocijo que sentía bajo la lluvia como caricias de Padre ahora era el recuerdo de mi dolor unido al suyo. Mis manos quedaron en forma de oración sin percatarme de ello. Al cerrar los ojos unos segundos recordé a Olivia, sus hermosas alas blancas habían tornado a negras por mi culpa, mi maldita culpa, y aún así la culpabilidad se desvanecía cuando me sonreía.
Regresé a la realidad con sus gentiles palabras y gestos. Frente a mí, sobre la mesa, tenía un humeante cacao y un pan dulce, sobre mis hombros una manta de tacto agradable y al alzar mis ojos pude ver su franca mirada mientras me hablaba. Dudé unos segundos en ofrecerle tal información, sin embargo deseaba encontrar a Miguel. No sabía si sus dones iban más allá de los terrestres, no había preguntado y esperaba que mi hermano se encontrara en la Tierra.
-Tan sólo le pido que me guarde el secreto.
Estiré mis manos hacia él, algo más cálidas que las suyas que parecían de frío mármol. Mis dedos apretaron la palma y yema de estas, dejando un leve recorrido por aquellas manos firmes que poseía. Mis ojos se clavaron en los suyos y tomé aire para dejarlo ir. Al cerrar mis ojos dejé que mis manos y mi mente hicieran el resto. Mis recuerdos, fragmentos tan sólo, se enviaron a su cabeza esperando que me ayudara.
Las primeras imágenes eran las últimas que había tenido con él, rodeados ambos de mendigos mientras alimentábamos su espíritu y su estómago. Así como la lucha rápida y sin cuartel con un esbirro de Asmodeo, el cual me perseguía desde mucho antes de la venida de Dios a este mundo. Su traje caro, la gabardina rodeando su cuerpo, su aspecto que apelaba la franqueza y serenidad de unos cuarenta años junto a su espada. Pronto lancé otras de Miguel con sus alas extendidas luchando sin cuartel, codo con codo junto a mí. Mis dones le ayudaban a soportar las heridas mientras luchaba sin aliento. Sin duda nuestras alas mucho más extensas en tamaño, más puras bajo la luz del sol y en medio de la noche, habrían sido suficientes para hacerle comprender quienes éramos.
Aparté mis manos de las suyas para tomar la taza de cacao entre mis manos, aproximando a mis labios la bebida, mientras intentaba ponerme en paz conmigo mismo. Varias lágrimas se escaparon mientras recordaba momentos que no se darían, o al menos los veía imposible de tener otra vez. Mi aspecto quizás era de derrota, pero seguía luchando cada noche por la libertad y la paz en el mundo.
-Tal vez no está en este plano, pero es muy gentil por su parte el intentar ayudarme. Estaré siempre en deuda con usted.
Invitado- Invitado
Re: El Brazo Nuevo
- Por favor, no lloréis…- Jamás me había gustado ver a un ser llorar, me conmovía demasiado ello. Así que gentil, y en espera una vez más de que mi gesto no le molestara, limpié una de sus mejillas con el dorso de mi mano, luego de que degustó un poco de su bebida caliente, posteriormente, la retiré.
- Lo que me has mostrado, ha sido suficiente para aclarar mis conjeturas, ahora, se bien como es su apariencia, por ello, estoy seguro que puedo ayudaros, siempre y cuando esté en este plano terrenal…- Comenté, pese a que pasé cerca de un año y días en el infierno, mis capacidades vampíricas, a pesar de ser un vampiro milenario, no llegaban a tanto, tenia limitantes.
- Necesito sólo unos instantes, para conectar mi mente…- Agregué cerrando mis ojos, entrando inmediatamente, en un trance del cual nada ni nadie podría sacarme, solo yo, dado que llevaba siglos perfeccionando dicho habilidad, así como muchas otras.
Mi mente viajó libremente por toda la ciudad, topándose con rostros de personas, animales, algunos vampiros, Demonios, y otros seres que en ella se encontraban, pronto sobrepasé la ciudad, y mucho más allá de ella, hurgando dentro de la mente de las personas, como ramificaciones cerebrales, todo un conjunto de ellas, pero en ninguna aparecía el rostro de esa persona.
Tras un tiempo no muy largo, abrí los ojos nuevamente, observándolo.
- Lo siento, él no se encuentra en este plano…- Comenté con cierto desánimo, puesto que había fracasado en ayudarlo. Pero, no podía exigirme algo que estaba más allá de mis habilidades. El hombre, seguramente estaba en el cielo, o en el Infierno.
- Ojalá pudiera seros de ayuda, quizás en otra cosa…- Insistí, era algo natural en mi el ser hospitalario. No quedaba del todo conforme cada que no lograba mi cometido. Armand le llamaba a eso una mañana tonta e innecesaria, tan característica de los humanos. Eso me hacía gracia, porque tenía razón, aún a pesar de mi tiempo, seguía terco en conservar algunas “mañas” propias de los humanos.
- Lo que me has mostrado, ha sido suficiente para aclarar mis conjeturas, ahora, se bien como es su apariencia, por ello, estoy seguro que puedo ayudaros, siempre y cuando esté en este plano terrenal…- Comenté, pese a que pasé cerca de un año y días en el infierno, mis capacidades vampíricas, a pesar de ser un vampiro milenario, no llegaban a tanto, tenia limitantes.
- Necesito sólo unos instantes, para conectar mi mente…- Agregué cerrando mis ojos, entrando inmediatamente, en un trance del cual nada ni nadie podría sacarme, solo yo, dado que llevaba siglos perfeccionando dicho habilidad, así como muchas otras.
Mi mente viajó libremente por toda la ciudad, topándose con rostros de personas, animales, algunos vampiros, Demonios, y otros seres que en ella se encontraban, pronto sobrepasé la ciudad, y mucho más allá de ella, hurgando dentro de la mente de las personas, como ramificaciones cerebrales, todo un conjunto de ellas, pero en ninguna aparecía el rostro de esa persona.
Tras un tiempo no muy largo, abrí los ojos nuevamente, observándolo.
- Lo siento, él no se encuentra en este plano…- Comenté con cierto desánimo, puesto que había fracasado en ayudarlo. Pero, no podía exigirme algo que estaba más allá de mis habilidades. El hombre, seguramente estaba en el cielo, o en el Infierno.
- Ojalá pudiera seros de ayuda, quizás en otra cosa…- Insistí, era algo natural en mi el ser hospitalario. No quedaba del todo conforme cada que no lograba mi cometido. Armand le llamaba a eso una mañana tonta e innecesaria, tan característica de los humanos. Eso me hacía gracia, porque tenía razón, aún a pesar de mi tiempo, seguía terco en conservar algunas “mañas” propias de los humanos.
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Re: El Brazo Nuevo
Su rostro parecía estar influenciado por una aparente calma y una profunda concentración. Mis dedos se movían sobre la cerámica blanca de la taza que estaba entre mis manos. El cacao expandía mis sentidos recordando viejos tiempos, momentos que no regresarían y a los cuales desearía volver por unas horas. Mis orbes azules se movían sobre su figura, lo recorría con cierto misterio, mientras sus labios seguían sellados. Cuando finalmente habló de nuevo mis ánimos se bajaron.
Quedé en silencio con los ojos fijos en la taza, intentaba no llorar. Deseaba que Miguel no acometiera un error que le encadenara al dolor. Regresé mi vista a él pasado unos segundos callado por mi parte. Deseaba agradecerle su ayuda pese a todo, pues había sido un regalo para los momentos tan duros en los cuales me veía inmerso.
-Te agradezco que hayas intentado encontrar a mi hermano, ha sido un gesto extremadamente amable con alguien que apenas conoces.
Me levanté del asiento dejando caer la manta para rodearlo. Mis brazos estrecharon su cuerpo en síntoma de agradecimiento. Al apartarme una leve sonrisa parecía radiar agradecimiento, aunque por dentro me quebraba por los miedos sobre el paradero de mi hermano. Sin embargo, no pude hacer o decir nada más. Un fuerte impacto derribó parte del muro exterior de la cafetería, los ladrillos se volvieron proyectiles así como el cristal. La lluvia empezó a entrar con violencia, junto a esta un ángel que conocía bien.
-¡Tú! ¡El bendito hijo de Padre! ¡El flamante arcángel Rafael! ¿¡Qué se siente al probar los infiernos!? ¡No respondas! ¡Pues te devolveré a ellos!
Mi cuerpo se había tensado, mis ojos fulguraron con rabia. Los seres que se encontraban allí comenzaron a huir despavoridos. La imagen de aquella mole de más de dos metros, ojos amarillos, piel tostada y torso desnudo lleno de vello, no era más que la de un imponente coloso que podía derrumbarte con uno de sus gruesos dedos. Llevaba en su mano un garrote con pinchos, en el extremo más fino del mango poseía una cadena de metal con una bola de hierro que movía en el aire sobre su cabeza, lo hacía a modo de honda.
Mis ropas cambiaron a una túnica negra con un fajín de color azul en tono claro, era una túnica propia de un caminante y que había teñido en señal de duelo. Desde mi caída sentía que algo en mí había muerto. Mis enormes alas negras surgieron de mi espalda, algunas eran color cobre y otras gris plomo. Él empezó a reír a carcajadas mientras sacaba mi espada para batirme con él. La bola de hierro cayó sobre la mesa destrozándola, había fallado. Deseaba destrozarme sin importar nada.
El garrote vino después del primer golpe, brincó hacia mí intentando clavarme los pinchos y destrozar mi carne. Mi espada lo detuvo mientras pensaba como librarme de esta, si perdía su arma podría lograr un enfrentamiento cuerpo a cuerpo en el cual él perdería.
-¿¡Qué se siente haber probado los azotes!?
-No es dolor suficiente comparado con el que tú te mereces.
-Mucho orgullo para ser un simple enfermero.
Trataba de hundir mi orgullo, sin embargo había derrotado a tantos demonios como almas había salvado.
Quedé en silencio con los ojos fijos en la taza, intentaba no llorar. Deseaba que Miguel no acometiera un error que le encadenara al dolor. Regresé mi vista a él pasado unos segundos callado por mi parte. Deseaba agradecerle su ayuda pese a todo, pues había sido un regalo para los momentos tan duros en los cuales me veía inmerso.
-Te agradezco que hayas intentado encontrar a mi hermano, ha sido un gesto extremadamente amable con alguien que apenas conoces.
Me levanté del asiento dejando caer la manta para rodearlo. Mis brazos estrecharon su cuerpo en síntoma de agradecimiento. Al apartarme una leve sonrisa parecía radiar agradecimiento, aunque por dentro me quebraba por los miedos sobre el paradero de mi hermano. Sin embargo, no pude hacer o decir nada más. Un fuerte impacto derribó parte del muro exterior de la cafetería, los ladrillos se volvieron proyectiles así como el cristal. La lluvia empezó a entrar con violencia, junto a esta un ángel que conocía bien.
-¡Tú! ¡El bendito hijo de Padre! ¡El flamante arcángel Rafael! ¿¡Qué se siente al probar los infiernos!? ¡No respondas! ¡Pues te devolveré a ellos!
Mi cuerpo se había tensado, mis ojos fulguraron con rabia. Los seres que se encontraban allí comenzaron a huir despavoridos. La imagen de aquella mole de más de dos metros, ojos amarillos, piel tostada y torso desnudo lleno de vello, no era más que la de un imponente coloso que podía derrumbarte con uno de sus gruesos dedos. Llevaba en su mano un garrote con pinchos, en el extremo más fino del mango poseía una cadena de metal con una bola de hierro que movía en el aire sobre su cabeza, lo hacía a modo de honda.
Mis ropas cambiaron a una túnica negra con un fajín de color azul en tono claro, era una túnica propia de un caminante y que había teñido en señal de duelo. Desde mi caída sentía que algo en mí había muerto. Mis enormes alas negras surgieron de mi espalda, algunas eran color cobre y otras gris plomo. Él empezó a reír a carcajadas mientras sacaba mi espada para batirme con él. La bola de hierro cayó sobre la mesa destrozándola, había fallado. Deseaba destrozarme sin importar nada.
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