El placer de los infiernos + 18

Había viajado a París hacía unas noches para ultimar algunos acuerdos en una de las taciturnas jornadas con mis más allegados, aquellos que eran por así decirlo los más cercanos a mi ideología y fuerza. Hacía unos meses decidí abrir varios locales de ocio nocturno, sobretodo un delicioso cabaret, en los cuales serviría la nueva droga de moda, la sangre de vampiro, como plato principal y por supuesto poseían salas especiales de placer S&M.

Todo aquello no sólo me reportaría beneficios económicos, sino también haría que muchos cayeran en la tentación y sus almas corruptas se añadieran al amplio listado de almas en nuestro poder. Podríamos alimentarnos de ellos, doblegarlos y usarlos como marionetas hasta cansarnos. Sin duda alguna, es lo que más me divierte. Hundir mis manos en sus almas tan oscuras como el petróleo, comprobar que un día fueron parte de la luz de Dios, como así sucedía en algunos casos, para después escuchar sus llantos, y quebrantos, cuando el fin llegaba deparándoles únicamente el abrigo de las llamaradas infernales.

Durante mi estancia en Francia había recorrido las calles de ciudades como Lyon, o la mismísima París, así como varias de mis propiedades, las cuales poseían los mejores viñedos del país, donde disfruté de la compañía de hombres y mujeres junto a mis excelentes caldos. Fueron días de vino, sexo y corrupción. Pude comprobar como se doblegaban a realizar cualquier acto por un puñado de billetes o de sofisticada droga, aunque ya pocos consumían cocaína y preferían otras sustancias.

De regreso a una de las ciudades cumbre en mis negocios, Los Ángeles, decidí hacer una parada en España y corromper a varios políticos, los cuales me ofrecieron sus almas a cambio de mayor poder. Yo simplemente les di las llaves del éxito, para luego ver a los pocos días sus esquelas en el periódico. Cuando haces un trato conmigo debes saber que hay que leer la letra pequeña, no es oro todo aquello que reluce y menos cuando tratas con un hombre de negocios algo impaciente.

El primer día en Los Ángeles lo invertí en hacer correr la voz sobre mis nuevos negocios en Francia, el deseo de nuevos inversionistas y por supuesto busqué colaboración con algunos suministradores que me dieran la mejor y más fina mercancía. Si deseaba prestigio en el país del antiquísimo y recordado Molino Rojo, tenía que poseer los mejores contactos y la mejor dosis.

Aquella noche me había vestido como lo haría un generoso y opulento hombre de negocios. Un traje hecho a medida con las telas más caras y elegantes, por supuesto en color negro salvo la corbata, esta era de color verde similar a mis ojos. Mis cabellos estaban perfectamente acomodados y recogidos en una coleta, mientras mis manos estaban desnudas de joyas salvo el dedo índice de la mano derecha, en este descansaba un anillo de oro blanco con una piedra preciosa en color negro.

Deambulaba por Sunset Strip cuando me paré frente a un local de moda, era parte de mi imperio. Dentro los jóvenes dejaban que los demonios susurráramos en sus oídos, los sedujéramos con malas artes y termináramos engulléndolos como si fueran meros animales de granja.

Aquel local tenía dos zonas, la zona normal y la zona VIP. La zona VIP era un área donde la música no era tan estrepitosa, las conversaciones se hacían más fluidas y podías ver a los altos cargos de grandes empresas dejándose seducir por cualquier dama, o jovencito, que les pusiera una mano en la bragueta. Era de acceso limitado, solo algunos lograban la meta de llegar a la cima del ocio nocturno. Si bien, había reservados a los cuales ni los VIP tenían acceso. Eran lugares que debían de reservarse con mínimo seis meses de antelación, en ellos uno podía dejarse llevar en el lujo más siniestro y tentador.

Tomé asiento en una de las mesas y chasqueé los dedos al camarero cercano, pronto tuve frente a mí lo de siempre: Un whisky con dos cubos de hielo, los cuales naufragaban enfriando el alcohol y dándole un matiz distinto. Mis labios saboreaban el cristal, mi lengua se dejaba entusiasmar por la bebida y mis ojos buscaban una presa para la noche, deseaba divertirme al menos de cintura hacia abajo.

Me acomodé en aquel sofá de cuero, el cual tenía un tacto agradable. La calefacción se subía en ciertas zonas determinadas, para aumentar el calor de nuestras víctimas y provocar que se excitaran, así como también aturdieran, cayendo en nuestras garras con mayor facilidad.

Los hombres de negocios a mi alrededor palpaban descaradamente los pechos a varias de mis empleadas, muchas de ellas mestizas alentadas a ser tratadas como raza pura gracias a sus loables acciones para la causa. El rostro de esos estúpidos quedaban hundidos en sus canalillos, aspirando su aroma sensual y saboreando con sus lenguas de perros babeantes la tersa piel de mis chicas.

Acabé por levantarme con la copa en mi mano, aproximándome a la barandilla desde la cual podía contemplar la parte inferior, agitada por completo por aquella música hecha especialmente para el desenfreno. Mis ojos divisaban a todas las criaturas, las catalogaba y buscaba compañía con la cual calentarme en alguno de los privados. Incliné mi enorme cuerpo hacia delante, dejé que el whisky volviera a mis labios y sonreí lascivamente al contemplar a una recién llegada.

Volví a chasquear mis dedos a uno de los camareros que servían las mesas con maestría y rapidez, lo miré fijamente como quien necesita urgentemente una copa, pero con la elegancia de un experto en vinos, y sonreí amable para susurrar mi petición.

-La mujer que está en la barra bebiendo absenta azul cuyo cabello es cercano al blanco, pero sin dejar de ser rubio, queda invitada al palco VIP y por tu bien espero que suba en menos de cinco minutos.

Mis órdenes eran claras y directas. Quería saborear la piel de aquella mujer, sabía que era una nueva raza superior a los vampiros pero inmediatamente inferior a los demonios y ángeles caídos. Había tenido el placer de estar con más de una criatura de esa raza, todos asombrosamente placenteros si se les ofrece lo que desean y yo era capaz de ofrecerlo sin dificultad alguna.

Me aparté de la barandilla desabrochando mi chaqueta, para nuevamente sentarme en la parte más oscura del local. En aquel enorme sofá de cuero podía vigilar su elegante entrada y atraerla hacia mí con mi enigmática presencia, sin tener que hacer algo más que esperar y atacar.

Mis ojos verdes eran como dos haces de luz en aquella oscuridad tan palpable. Amaba las sombras, porque en ellas había nacido como espíritu. El aroma a lujuria se filtraba por los poros de todos los presentes, incluyéndome, mientras que el alcohol servía como detonante junto a las drogas y el tabaco. En mi local se podía hallar todo tipo de placeres, cualquiera que fueran estos. Proporcionaba sueños hechos realidad, sobretodo de tipo sexual o ligado al desenfreno. El precio acordado dependía de las almas, las esperanzas y obligaciones.

Ella apareció ante mí como un soplo de aire fresco, algo nuevo para probar. Mi rostro aún estaba oculto por las sombras mientras mis ojos destelleaban. Moví lo que restaba de mi copa antes de dar el último trago, dejando el vaso con el hielo desgastado sobre la mesa. Mi mano era la de un coloso, como así el resto de mi cuerpo.

-¿Qué me puedes ofrecer tú a mí?

Mi voz no palidecía frente al ruido del ambiente, aunque en la parte alta se escuchaba menos estruendo e incluso se podía charlar con calma. Me incliné hacia delante dejando que parte de mis rasgos afloraran, así como mis ojos pudieran conectar con los suyos de una forma más intensa.

-Te he llamado porque deseo que me complazcas, no soy hombre de rodeos y sí de palabras exactas.

Una tétrica sonrisa se dibujó en mi rostro, estaba lleno de satisfacción por poder verla más de cerca y poder apreciar su busto, así como cada curva que formaba su erótico cuerpo. Acaricié mi mejilla con mi mano derecha, notando bajo mis dedos mi perfecto y apurado afeitado.

-¿Te apetece divertirte conmigo?

No había preguntado su nombre, no merecía la pena entrar en formalidades absurdas y triviales. Aquello era sexo, diversión rápida y placentera, que estaba seguro que ambos disfrutaríamos.

Su aroma me atrajo, tenía el aroma de una rosa marchita. Estaba tan corrupta como aquellos que me adulaban, amaban, veneraban y me regalaban una lealtad ciega. Las sensaciones que me provocaba eran atrayentes, pero no era fácil encandilarme con tan sólo un aroma o unos gestos. Si quería maravillarme de alguna forma sería divirtiéndome, pero por supuesto que yo pagaría por una noche de diversión.

Chasqueé mis dedos llamando la atención nuevamente al mismo camarero que la había traído hasta mi, era un joven diligente y sensato. Si yo deseaba algo él debía complacerme, por muy extraño que fuera mi deseo.

Caminó hacia nosotros dejando sus ojos quietos en un punto inexacto de la habitación, como si estuviera hipnotizado, yo simplemente le miré sosegado y respondí aún más frío. Dejaba siempre una barrera entre mis subordinados y yo.

-Traiga una copa del licor más caro de la casa.

Poseía vampiros encerrados que bebían sangre humana, pero a cambio tenían que desangrarse cada pocas noches dando a lugar a la droga que comercializábamos. Si bien, el “licor más caro” pertenecía a la primera extracción de una maravilla milenaria.

Pronto estuvo de regreso con una copa de champaña repleta de sangre, una sangre espesa y casi negra. Mis ojos se fijaron en sus muslos, así como en sus pechos deseando verlos al aire moviéndose como flanes al ser tratada con cierta rudeza por mis caderas.

A nuestro alrededor se evitaba tener decoro, algunos de los altos ejecutivos disfrutaban del sexo oral de alguna de mis chicas, mientras otros seguían coqueteando intentando recordar como se hacía para llevar a una mujer a la cama.

Dejé que inspeccionara el producto, aunque sabía que nada más tenerlo frente a ella había visto que era de primera calidad. Aquella sangre era la más costosa del mercado, si podía provocar tener una sesión de sexo satisfactoria habría merecido la pena. Mis ojos se deslizaron hacia su garganta, mientras sus labios rozaban el cristal de bohemia en el cual estaba presentada la sangre de vampiro hijo de los milenios. Cada botella valía su peso en oro, literalmente hablando.

-No vas a volver a probar jamás algo tan delicioso. Mis productos son siempre de extrema calidad, hecho para seres con un gusto refinado y especial.

Decía aquello aceptando que se rozara contra mí, provocando que sonriera durante una fracción de segundos. Mis enormes manos acariciaron sus pechos sobre la tela de aquella escueta prenda, dejando que mis dedos marcaran estos oprimiéndolos como si deseara exprimirlos. Sus pechos comparados con mis manos se veían pequeños, delicados y suculentos.

-Espero que tus juegos sean de calidad, mi noche está siendo algo aburrida.

Mis labios rozaban su largo cuello, dejando que mi aliento fuera una sutil caricia, antes de terminar mordiendo el lóbulo de su oreja derecha. Mi mano derecha se deslizó hacia su cadera pegándola más hacia mí, provocando que se rozara de forma más erótica, hasta que terminé llevándola lentamente hacia sus nalgas para pellizcarlas.

La bajé de mis piernas para levantarme de aquel sofá de cuero, tomándola de la cintura, nada más acomodar mi ropa, para conducirla hacia uno de los privados. Concretamente el privado más deslumbrante, un lugar forrado con telas negras y rojas, una cama inmensa con mantas oscuras y sábanas rojas, así como cubierta por media docena de almohadones negros. El suelo era de moqueta roja, el techo poseía focos que daba cierta elegancia y sobrecogimiento a la habitación y en las paredes de papel negro permitía la sensación de un abrazo en la oscuridad.

Había un mueble donde podías encontrar desde preservativos, esposas y algún juguete sexual como batas cómodas de seda para después del sexo. Hoy usaría esa estancia, la más elegante y fría a la vez, la cual estaba libre por petición expresa mía nada más conocer el día de mi regreso a la ciudad.

Me saqué la chaqueta dejándola en un perchero de pie que había en la esquina cercana a la puerta, la cual cerré con llave. Comencé a sacarme los botones de los puños de la camisa, mientras la observaba sigilosamente.

-Demuéstrame que no he desperdiciado algo tan valioso para nada, haz que desee tener sexo contigo y no correrte a patadas.

Caminé unos breves pasos cortos hacia la cama, en ocasiones aparentaba ser un gigante herido a punto de desplomarse. Sin embargo, era el cuerpo que había tomado después de vagar como pura energía, lo tomé de un desgraciado a punto de dar su último aliento. Un ángel caído, un miserable, que simplemente había deseado más de aquello que podía tener, o necesitar.

Me senté en la cama contemplándola moverse como serpiente con aquella canción, yo era más violento y asfixiante si tenía que elegir un tema para mostrarme ante alguien. Sin embargo, mis ojos verdes se deslizaban sobre su figura, como si se tratara de caricias o más bien rasguños provocados por el fenómeno del sexo.

Con cuidado me saqué la camisa echándola a un lado, sobre una pequeña silla que servía para dejar los trajes de los altos ejecutivos que allí venían. Mi cuerpo se mostraba imponente frente al suyo, mucho más frágil en apariencia y también bastante deseable. Me saqué los zapatos, calcetines y pantalones. Mostrándome al fin prácticamente desnudo y sin apetito alguno, al menos en apariencia.

-Muéstramelo más de cerca.

Aquello no fue una proposición, sino una orden. Tiré de ella al estriar mi brazo hacia su cuerpo, jalando de su cadera hacia mi. Y nada más tenerla frente a frente, con su ombligo a la altura de mi rostro, rompí sus ropas con unos breves y rápidos movimientos. Después simplemente hice que se arrodillara frente a mí, nada más con una mirada imponente usando mis poderes contra ella.

Palpé su boca con las yemas de los dedos de mi mano derecha, para luego meter dos de mis dedos entre sus labios. Sonreí de forma burlona como lo haría cualquier otro demonio, pero mi punto de frialdad y soberanía me hacían diferente. Con la mano que tenía libre, la izquierda, saqué mi miembro de mi ropa interior y lo mostré flácido frente a ella.

-Demuestra que no he desperdiciado un gran jugo vital.

Abrí mis piernas mostrándome imponente y fuerte, tan poderoso como cuando me sentaba en los altos despachos rodeados de mis demonios más cercanos. Era un alto ejecutivo en la cadena de mando, un Presidente Infernal y mi elegancia como mi poder era demasiado pesado para cualquier alma. Todos sentían que les sacaba la vida cuando les contemplaba, y realmente no estaban muy equivocados.

Mis manos estaban sobre mis rodillas cuando comenzó a dejar que su lengua rodara sobre mi miembro, una lengua que me recordó a la de una serpiente por su forma de deslizarse. Mis ojos verdes conectaban con los suyos en cuanto tenía oportunidad, doblegando su alma y dejando claras muestras que ante mí no se gruñía. Quería que obedeciera mis órdenes, como todos mis lacayos. Había pagado un alto precio por la diversión, por lo tanto quería que fuera considerada conmigo.

Acabé dejando mi mano izquierda sobre sus pechos, dejando pellizcos en sus pezones y apretándolos con cierta malicia. Ella era algo brusca, pero yo también podía serlo. Recogí sus cabellos con mi mano derecha, sin dejar siquiera una hebra de estos fuera de ellos, para comenzar a tirar de ellos mientras mis caderas se movían de forma contraria. Mi miembro comenzó a endurecerse dentro de su húmeda boca, tomando un tamaño considerable debido a que no sólo era grande de aspecto, sino que todos mis apéndices, inclusive mi falo, eran grandes.

-No soy un amante considerado, porque no me considero un amante.

Comenté clavando mis ojos verdes en ella, sumergiéndola en mis verdes pastos infernales los cuales eran llamaradas de deseo y desenfreno. Hacía todo lo que yo pidiera, aunque estuviera en contra de su voluntad.

-Me considero un fornicador y esta noche me vas a consentir.

Percibía su orgullo por encima de sus necesidades, así como que mi miembro estaba siendo demasiado imponente para su pequeña boca. Pero todo aquello no me interesaba, lo único que deseaba era saciarme. El cliente siempre tiene la razón, y en esos momentos yo era su cliente pues había pagado mi juego con sangre de Hijo de los Milenios. Mi cadera aumentó el ritmo, mientras mi puño tiraba con más fuerza de sus cabellos y mi otra mano seguía jugando con sus pechos. El tono áspero de mis manos no era únicamente por mi piel de demonio, así como mi masculinidad apreciable, sino por los milenios sosteniendo la espada y luchando por la crueldad en el mundo.

Provoqué que entrara prácticamente todo mi miembro en su boca, notando como su mandíbula no daba más de si y reí bajo por ello. Era deliciosa la sensación que mi falo estaba logrando con ella, palpitaba dentro de aquellos labios y pronto lo sería atrapado por su húmeda vagina. Mis ojos verdes seguían siendo imponentes, en esos momentos aún más que antes doblegándola. Hacía que mi poder la hicieran mansa y necesitada, deseosa de sentirme a pesar de su orgullo. Haría que se mordiera su orgullo hasta sentirse envenenada y rogara. Amaba que me rogaran, era como sentirme poseedor de sus almas turbias y decadentes.

La aparté arrojándola al suelo, como si fuera un desperdicio. Estaba retándola de alguna forma, ya que no mostraba deseos alguno salvo por mi miembro hinchado y duro. Abrí sus piernas dejándola en aquella posición algo humillante para alguien con tanto orgullo, hundiendo dos de mis dedos en su vagina hallando con rapidez el movimiento que la hacía temblar. O se tragaba su orgullo o se quedaría insatisfecha y caliente, todo dependía de cuan valiosa se creyera. Tenía toda la noche para doblegarla torturándola de aquella forma. Fornicar no era sólo un acto cargado de lujuria, era un arte con el cual me alimentaba.

Yo no me había movido de mi posición sobre la cama, ni siquiera la había desecho. El peso de mi cuerpo era lo único que la había desacomodado en la parte baja del colchón, nada más. Ella, sin embargo, estaba tirada sobre la moqueta notando como dos de mis, largos y gruesos, dedos daban buena cuenta del calor de su interior.

Hundí mis dedos provocando unos jadeos más seductores, sobretodo porque había escuchado sus palabras reconociéndome como uno de los demonios más poderosos del Infierno. Era uno de los 72 líderes infernales, la élite de la oscuridad y el fuego abrasador. Mi soberbia, mi ego y mi deseo se veían recompensados con una simple frase, así como por el movimiento de su pelvis y notar que su orgullo cesaba dejando de ser un muro entre ambos.

No respondí a sus palabras, por sinceras y halagadoras que fueran al reconocer mi poder, simplemente me levanté tirando de ella. Hice que todo su cuerpo se levantara impulsado por mi mirada y mi fuerza física, doblegándola como si fuera una muñeca de trapo. La arrojé sobre el colchón y abrí sus piernas.

El delicioso espectáculo de su vagina húmeda y abierta ante mí era tentador, sin duda alguna el sexo era el placer más glorioso cuando lo tenías todo, o casi todo. La giré sobre el colchón, no necesitaba ver su rostro para escuchar los gritos de profundo placer que le arrancaría cada una de mis estocadas. Para mí el sexo era un momento en el cual me fundía con mis víctimas y camaradas, algo que sellaba un pacto y que me daba poder total sobre su cuerpo, sus pensamientos y sus sentidos.

Entré tras dejarla a cuatro patas, como si fuera una perra o una zorra cualquiera, igual que un animalito deseando de sentir que la copulaban. Mi miembro se abrió paso desgarrando su vagina, ensanchándola y sintiendo la presión de sus músculos contrayéndose como si fueran la vaina de mi espada. Penetré su cuerpo entrando hasta mis testículos, haciéndola sentir rota y vulnerable.

Mis manos se aferraron a sus pechos, oprimiéndolos con rabia y lascivia. Mi lengua se colaba por el agujero de su oreja derecha, mientras mis dientes, labios y aliento rozaban el cartílago de su oreja. Nuestros cuerpos se hicieron uno, acomplándose con rabia y deseo. Sin embargo, no dejé ni un segundo para que ella lo asimilara todo. Comencé a moverme con lujuria sacándola y enterrándola por completo, golpeando su punto de placer, y dándole un ritmo frenético.

No lo dudé ni por un momento, la golpeé con furia puesto que detestaba que me tocaran y más que me mordieran sin consentimiento alguno. Su boca no sólo se llenó de mi sangre, también de la suya al destrozársela de una bofetada. Mis movimientos se volvieron más salvajes, porque no paré de hacérselo. Mi placer estaba por encima de su sufrimiento y si lloraba a mí no me importaba. Comenzaba a reconocerla, era una de mis criaturas y si así era aprendería a obedecer a sus mayores.

Una de mis manos se posó como garra sobre su cráneo, el cual aplasté contra el colchón, la mano derecha alzó su pelvis mientras arremetía con mayor violencia que antes. Cada estocada de mi falo desgarraba su vagina, la cual ardía de furia y se humedecía por el placer que estaba sintiendo. Si su alma se destrozaba y se hundía en brea negra, como así eran los infiernos para todos aquellos estúpidos que caían en mi juego, no era de mi incumbencia ni me lastimaba ese hecho al reconocerla como hija. Para mí era un agujero que me estaba otorgando placer, una esclava que debía obedecer.

-Vuelve a morderme y te juro que esta será tu última noche de vida.

Fueron las únicas palabras que le regalé, porque era un regalo que yo abriera la boca si no era para gruñir. Ella sin embargo, debía abrirla para gemir y rogar más de ese delicioso ritual que le estaba ofreciendo, era una afortunada de tenerme dentro perforándola. Imprimía mayor fuerza a mi mano sobre su cráneo, mis dedos se enredaban en su pelo y la palma de mi mano la empujaban hacia abajo. Mi cadera era salvaje y desconsiderada, mi miembro se ensanchaba aún más palpitando cada una de sus venas.

La mano que estaba sobre su pelvis regresó a sus pechos apretándolos con mayor brusquedad, arañando con mis uñas sus pezones hasta llegar a su ombligo. Sabía que le escocería esas acciones, pues cuando se regeneraban los vampiros notaban cada milímetro de su piel reconstruyéndose de forma rápida y desesperada.

Estallé en carcajadas cuando me recriminó su dolor, el estar sola y desamparada. No sé que pretendía, si tal vez creía que en mí podía haber comprensión o cierta afinidad por haberla creado. Era un monstruo, un ser superior a millones como ella y centenares de demonios que besaban el suelo que pisaba, como lo habían hecho cientos de millones de humanos ante el Santo Padre cuando aún existía el Papa y sus doctrinas, supuestamente, enviadas de Dios hacia la Tierra y los hombres de buena fe. Yo no era un creador amoroso o consecuente de mis acciones como padre, a mí me importaban muy poco si vivían a morían. Para mí sólo eran engendros que me ayudarían a llenar de odio el mundo, fueran creados con mis propias manos y sangre o engendrados dentro del vientre de las furcias de las cuales obtenía sexo decadente.

Salí de ella por completo para embestir una vez más, hasta dejar mi miembro erecto dentro de ella. Sabía que su grosor era más doloroso aún que su tamaño, era como enterrar a mi bastarda en el corazón de un ángel, y era delicioso. Dejé que mi esperma saliera tras una punzada de placer que me recorrió como un trueno, incluso lo sentí bajo mis uñas. Esas mismas uñas las cuales se hundían en sus caderas atraiéndola hacia mi.

-Para mí sólo eres una furcia como las demás.

Fueron mis contundentes palabras, un golpe a su ego, pero que no era más que la más cruel de las verdades. Si de algo no pecaba en ciertos casos era de falsedad, podía ser lo más déspota y sanguinario cuando se trataba de soltar losas pesadas contra estúpidas engreídas. Aunque por muy estúpida y engreída que fuera su cuerpo era tentador, como el de todas las desgraciadas que se abrían de piernas para que yo gozara.

La giré sobre la cama pegando su rostro a mi cadera, claro está una vez sentado y acomodado sobre el mullido colchón. Mis piernas eran demasiado largas y quedaban algo arqueadas, pero no me importaba en lo más mínimo ser una mole gigantesca frente a ella. Yo la dominaba, su alma siempre había sido mía y ahora la había llenado de un odio aún más poderoso. Debía ser agradecida y limpiar lo que había ensuciado.

-Limpia y cuidado con esos colmillos si no quieres que te los saque uno a uno.

No había rastro alguno de ego o soberbia en ella, había desaparecido por completo la rabia que le daba vida. Todo el dolor que cargaba ahora la aplastaba, dejándola inapetente y dócil. Parecía un cachorro perdido que lamía incluso la mano de su futuro asesino. Yo simplemente acepté su lengua esperando que acabara de limpiar los restos de esperma que quedaban, para así subirme los calzoncillos y comenzar a vestirme.

Se quedó inmóvil acariciando sus labios aún inflamados, lo cual no me importó ni conmovió. Debió haberse pensado antes el morderme, así como no obedecer desde un primer momento. Si se hubiera portado como todas las fulanas no habría llegado a ser tan agresivo, aún así me había controlado porque muerta no me servía. No me gustaba copular con cadáveres ni animales, para otros esos vicios o virtudes.

Me vestí con calma colocando cada uno de mis botones, mostrándome frío hacia ella y sin ganas de volver a verla. Para mí había sido un sexo salvaje a cambio de un trago, nadie decía que fuera un pacto justo para ambos y sin embargo lo era. Aquella sangre valía su vida, su ego y sus piernas bien abiertas.

Una vez vestido simplemente acomodé mis cabellos mirándome al pequeño espejo de la habitación, el cual estaba prácticamente a la salida de esta. Tomé el pomo y lo giré con la elegancia de un ser cruel y abominable, un Lord Infernal, para después una vez fuera largarme con un portazo que la hiciera reaccionar. Esperaba que se quedara quieta, a lo sumo berreara, pero si hacía algo en contra de mis beneficios que diera por sentado que acabaría muerta tras una larga tortura en los infiernos.

Mis pasos se volvieron elegantes, aunque algo toscos, mientras buscaba a un camarero. Necesitaba whisky, estaba seco y quería saborear algo que no fuera su piel entre mis labios. Pronto hallé a uno con una charola repleta de bebidas, no dijo nada porque robara una de las copas de whisky doble. Mientras mis labios se saciaban, mis pasos se movían por el gentío, mi mente pensaba en mis próximas acciones y mis ojos inspeccionaban a los seres que allí se ofrecían como mercancía cara aunque era carne barata.