Baker Street (abierto)

Mi respiración se acelera un poco ante la alteración del silencio. Pensé que se había quedado dormido.
Me ve fijamente con ojos cansados, pero la desconfianza en ellos ha amainado un poco, lo cual es bueno.
Me aparto un poco de la mesa y le dejo ver la pantalla del portátil.

"Es un mapa. Me muestra los lugares donde ha estado mi hermana. Yo también ando buscando a alguien", le digo con una sonrisa.

"Un día le dio una rabieta y se marchó de casa", le contesto con una risilla. Exhalo y me refriego los ojos, algo cansados de ver la pantalla. Lo veo y le doy una sonrisa que sale triste y brevemente considero si contarle o no. Ya vienen siendo años de estarla buscando, y nunca he hablado del tema con nadie.

"Angelique es mi gemela. Cuando maman y papa murieron quedamos solas. Las cosas... bueno, se complicaron y un día agarró sus cosas y se fue. La busqué por un par de décadas pero me cansé, ¿sabes? Ella siempre fue la más perceptiva de las dos...", comienzo a contarle como si los muros que contienen toda esa frustración fueran de arena.
"Pero hace unas semanas me llegó una carta, no de ella sino sobre ella. Es confuso. La carta traía una dirección y en ella estaba este mapa", y golpeo levemente la pantalla con la uña. "Hasta ahora ha estado en 7 países en menos de dos semanas y no parece querer detenerse", digo, y me quedo en silencio viendo el camino de puntitos rojos, y las fotos que van saliendo cuando muevo el cursor sobre cada destino.

"Sabes que los gemelos comparten vínculos profundos, verdad?", le pregunto.
"Angelique siempre fue impulsiva, aventurera. De nosotras dos era la que más se metía en problemas y ahora... ahora siento que algo pasa, que está en dificultades", me levanto de mi silla y voy hacia la biblioteca, para tomar un gran álbum fotográfico. Camino hacia Dearg y me siento, y sin más, abro el libro y le muestro una foto de nosotras, cuando niñas. Angelique traía trenzas y yo una coleta, y ambas sonreíamos como si hubiesemos hecho una gran travesura.

"Éste tipo de vínculos actúan de dos formas: o nos hacemos poderosas en igual medida, o nos destruimos por completo."

"Quiero encontrarla porque no quiero que esté en peligro", le contesto resuelta y algo de la hostilidad habitual de mi voz vuelve al lugar de siempre. Cierro el álbum y lo regreso a la biblioteca, y me quedo de pié viéndole con seriedad. 

"Si quisiera herirte ya lo habría hecho, Dearg", le comento como quien no quiere la cosa. "Supongo que la amabilidad no es algo con lo que te cruzas seguido pero ya ves, no todos queremos hacerte añicos en el acto", continúo y me cruzo de brazos.

"El sofá está disponible si quieres pasar la noche. Si no, por lo menos espera a que tu ropa se seque", le digo y le señalo el radiador. Me doy la vuelta hacia mi habitación y antes de entrar, le doy las buenas noches.

El sol de madrugada se cuela por la ventana y me hace hundir la cara en la almohada. De afuera me llegan los sonidos usuales de una mañana de lunes, los locales de frente abriendo y preparándose para el ajetreo de la semana. En el apartamento reconozco el suave murmullo de la radio que se ha encendido sin falta para despertarme.

Me incorporo y bostezo, y luego me levanto de la cama, yendo directo hacia la cocina. 

Antes de abrir la puerta me detengo porque me doy cuenta que no siento otra presencia en mi casa además de la mía. Abro, veo en la sala, y todo está en orden. Las cobijas dobladas sobre el sofá, las tazas en el fregadero. 
Tal y como si nadie hubiese estado en mi casa la noche anterior.

"Se ha marchado, vaya", me digo, y trato de no sentirme algo decepcionada por ello. Tal vez debería dedicarme a buscar a Angelique y preocuparme por ella. O incluso debería dejarla en paz para que haga lo que le plazca. De pronto es momento de ocuparme de mi misma.

La radio tiene el volumen alto por lo que los golpes en la puerta tardan un poco en llamar mi atención. No me pregunto quién puede ser, tal vez la señora del restaurante del primer piso, o el señor de la panadería de en frente. Me levanto del sofá y camino hacia la puerta, y no puedo evitar quedarme de  una pieza al ver a Dearg en la entrada, con una mala cara que nunca le había visto a alguien en la vida.

"Qué haces aquí", le digo, ni siquiera preguntando.

El escudo sale por instinto y lo mantiene lejos de mi por unos centímetros. Sin embargo es lo suficientemente fuerte para empujarlo al otro lado de la habitación si lo quisiera. Por algún estúpido motivo no lo hago.
Extiendo una mano y me concentro en una sola palabra: "detener", y dios, estoy tan oxidada que temo no me salga como debe pero, por algún buen designio, Dearg se detiene a un par de pasos de mi.

"¡No tienes ningún derecho de entrar a mi casa de esa manera!" le grito y lo miro fijamente, con una fortaleza que creí perdida hace años.

Me aclaro la garganta y lo miro con enojo.
"Y bien? Te vas a ir o tendré que echarte?", le pregunto desde donde estoy de pié, respirando agitadamente y luchando con todas mis fuerzas por contener el llanto. 

Nunca me había sentido tan ofendida y vulnerable al mismo tiempo y no me gusta la sensación. No.
A pesar de que mi inconveniente ansia de protección está todavía a flor de piel ("No es su culpa Carter, respira profundo, no es su culpa"), me planto firme, y camino hacia la puerta, abriéndola de par en par.

Lo volteo a ver y tiene en la mano un revólver. Es viejo, lo bastante como pensar que es una reliquia, y pienso en mi Sig bajo mi almohada. Qué inconveniente. 
Sin embargo, no apunta hacia mi. No. Lo ve con una expresión confundida y desconcertada y seguido me ve a mi con los mismos ojos. 
Todo hace conexión en mi mente: ésto es lo que vino a buscar a mi casa, y es importante. Pero no había nada en la mesilla cuando desperté. 

El silencio se extiende entre nosotros por varios minutos.

Mi guardia baja un poco ante la situación porque se ve realmente desconcertado. Y yo me siento perdida también. Cierro la puerta y tomo una gran bocanada de aire, camino al sofá y me siento. 

"¿Puedo preguntar a qué te refieres?", increpo, subiendo las piernas y rodeándolas con mis brazos. El apartamento se ha puesto frío.

Levanto la cabeza de mis rodillas y lo miro con ojos bien abiertos. El Destino, claro. Estiro las piernas y camino hacia él, que sigue de pié con una expresión confundida y temerosa, como si estuviera asustado por todo ésto. 
Tomo su mano con suavidad y la giro, dejando su palma ante mis ojos, y pongo la mía junto a él, y puedo ver con claridad como nuestras Líneas del Destino son, por un largo tramo, idénticas.

Lo suelto y voy a la cocina. La tetera comenzó a pitar y la retiro de la estufa. "Sigue. Tenemos que hablar", le señalo el sofá, y como anoche, sirvo dos tazas de té.

"Me lo enseñó mi abuela. Así supe cuando tenía que apartarme de ciertas personas o quedarme con ellas", le explico y tomo algo de mi té. El aire en el departamento está más ligero y mi corazón se ha calmado un poco. 

"Ahora, vas a salir corriendo de nuevo? Porque de verdad quiero escuchar tu historia", le ofrezco, y le sonrío.

Me recuerda a Angelique, de alguna forma. Al carácter fuerte y decidido que tenía, a su resolución y firmeza. 

Por primera vez en más de sesenta años, echo de menos a mi gemela.

"Hay tiempo de sobra para enseñarte", sonrío. Tiene potencial, lo pude sentir desde que lo vi estacionado en la calle. El querer trascender, buscar su camino, eso le ayudará a aprender lo que no conoció de joven. 
Dearg se ve algo agitado todavía, confuso. Apenas son las diez de la mañana y el cielo ya está gris, las calles empapadas. 

"Entonces, ¿hacia dónde vamos?"

"Hm, suena razonable" asiento y soplo mi taza. "Tienes... algo de información tal vez? Sobre el tipo que buscamos?"

Hablo en plural porque es mejor hacerme a la idea de que ésta es una búsqueda que Dearg va a guiar. Yo solamente soy un... una irregularidad, en su camino. Pienso en nuestras manos y sé que el cambio abrupto en la senda no es determinante, pero sí hace las veces de presagio. 
Además, Angelique ha estado en Finlandia también. Podría ir sobre sus pasos a ver qué encuentro sobre ella. 

Por donde lo vea, tiene sentido.