The light behind your eyes [Nithael]

Era una tarde húmeda, fría y luminosa. De esas en que no esperas nada, sólo que llegue la noche y te cubra, te envuelva en su manto de oscuridad regado de estrellas. Era una de esas tardes en que no haces ni eres nada, simplemente te sientas a orillas del mundo a verlo girar, a verlo seguir su curso... A ver la gente pasar, las horas pasar, y el tiempo pasar, capa delgada, frágil e invisible a los ojos que se resquebraja poco a poco sin que nos demos cuenta. Aunque ese no fuera un gran problema para los inmortales, los seres como yo, me cuestionaba al respecto. Bah, me lo cuestionaba todo, siempre lo había hecho. Supongo que esa era la principal razón de la oscuridad de las alas que cargaba sobre la espalda. Pero, ¿era realmente tan malo tener dudas? Aún no estaba del todo seguro. Claro que un ser ignorante y temeroso es más fácil de engañar y manipular. Y claro también que en la inconsciencia y la irracionabilidad estaba la comodidad, la seguridad, y... ¿la felicidad? Sacudí la cabeza, ya un tanto abrumando por mis propios complejos razonamientos, que nunca me llevaban a ningún sitio más que nuevamente al comienzo. Introduje mis manos en los bolsillos de mi chaqueta y me dispuse a encender un cigarro cuando un pequeño niño se me acercó y me pidió unas monedas o algo de comer. Aquella despreciable criatura humana se hallaba ya en los huesos, y lucía débil y enferma. Le miré con atención: sólo llevaba un sucio suéter y unas bermudas que definitivamente ya no eran de su talla. Le examiné con torva faz y torcí el rostro en una mueca absolutamente macabra. Aquel chaval, de no más de ocho años, con seguridad no sobreviviría a la gélida noche que se avecinaba. -Humanos... Tan... frágiles, indefensos e insignificantes...- El pequeño retrocedió un par de pasos.-Tú y todos de tu especie arderán en el Infierno. Me encargaré de que así sea.-Le lancé un par de monedas al suelo con la sola intención de humillarle aún más, las recogió velozmente y huyó con expresión de espanto y lágrimas en los ojos. Recobré mi rostro inexpresivo y le di la primer pitada a mi cigarro ya sintiéndome en una atmósfera aparte de la real, cuando una visualización repentina me sobresaltó y acaparó mi total atención al instante. No podía creerlo. Era él. No hubiese olvidado ni en  un millón de años esa expresión tan inocente y dulce, ese cuerpo pequeño, delgado y esbelto, esa mirada penetrante e intensa, pero sobre todo, nunca, jamás hubiese olvidado su voz.... Ese canto tan particular, hechizante, como una canción de cuna. Estaba verdaderamente allí, estábamos los dos, frente a frente de nuevo, después de tanto tiempo... ¿Y qué reacción se suponía que debía tener?... Permanecí sólo allí contemplándole totalmente silente e inmóvil, sin pretender nada. Aguardando... Y, casi sin querer, mis labios se abrieron y articulé nuevamente aquella palabra, amarga y melancólica....-Nithael...

Según parecía, no sólo en apariencia, sino también en esencia, el ser sobrenatural que tenía en frente se mantenía igual conforme pasaba el tiempo. Y aquello me resultaba de alguna forma extraño. ¿Cómo podían mantenerse la pureza, ingenuidad, bondad e inocencia intactos en el alado, incluso en los que podrían ser los últimos días de todo lo existente? ¿Y cómo un sirviente tan joven e inexperiementado no dudaba, ni flaqueaba en la fe incluso ante circunstancias de terror, agonía y desesperación? No podía negarlo, aunque fuera mi aprendiz antaño, desde siempre le había admirado, de cierta forma. Su curiosidad, totalmente falta de precaución, la forma en que buscaba investigarlo y conocerlo todo, su admiración por cada cosa existente, su regocijo en el servicio celestial, cosas que nunca había manifestado mi espíritu; otra más de las razones que me hace pensar que estaba absolutamente destinado a caer. Pero había descubierto la bondad en sus ojos. ¿Y cómo no reconocerlos ahora? ¿Cómo no mirar directo a ellos y sentir... sentir... el más profundo amor? ¿Cómo ocultar aquel sentimiento tan puro y limpio, tan espiritual y noble? ¿Y cómo permanecer firme a mis convicciones teniéndole cerca, si con sólo verle me llenaba de dudas? No podía evitar que su luminosidad me invadiera, así como no podía evitar que me hiciera daño; ya que si bien era considerablemente más poderoso que él por edad y experiencia, su halo celestial aún era capaz de debilitarme. Permanecí tacito a sus palabras más expresivas y dejé que su propio instinto respondiera sus interrogantes de crío. Desplegué inconscientemente mis enormes y oscuras alas, oscuras como la noche que caía sobre ambos y sentí algo que aún no puedo descifrar. No sé si fue vergüenza, melancolía, tristeza... Es imposible determinarlo con exactitud, pero se me hacía demasiado difícil explicarle a un chaval al que había enseñado desde sus primeros días de existencia a seguir y obedecer a Dios que me las había tomado sin más, traicionándolos a todos... Incluso a él. Mares de lágrimas centelleantes rodaron por sus mejillas y pude predecir las palabras que seguirían a eso. A pesar de todo lo que estaba sintiendo, mantuve un tono y una expresión neutrales.-Dudo que pudieras incluso hacerte una idea de lo que ocurrió si te lo explicara... Tú no sabes de esas cosas, ni creo que en algún momento lo hagas. Todo lo que debes saber, es que no estoy arrepentido de nada de lo que he hecho. Tal vez un día descubras por qué... Quizás más pronto de lo que cualquiera de los dos imagina, no lo sé.-Dejé una breve pausa, suspiré y comencé a caminar a su alrededor, observándole.-Veo que has seguido mis consejos, hermano... De lo contrario, ya nos habríamos encontrado...-Analicé lentamente a una pequeña ave que extendía sus alas de par en par, posado en la rama de un árbol.-Bajaste justo a tiempo, para contemplar el comienzo del fin... Esos hijos de puta...-No quité mi vista del animal, haciéndole caer rígido y sin vida al suelo.-Enviarte aquí, ahora... Acaban de firmar tu acta de defunción... Pero apuesto a que eso ya lo sabes. Claro que no tienes opción... Al final, nunca la hay para seres como nosotros...