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Lost in the Hell - Fanfic
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Lost in the Hell - Fanfic
Prólogo
Esa noche tenía algo de diferente. Louis aún no podía saber qué era, ¿algo en las estrellas? ¿En el cielo, en la brisa? No lo sabía. Sólo sentía un leve sentimiento de molestia, que zumbaba a su alrededor como una mosca que no permite dormir con su zumbido. Decidió regresar a casa, dado a que esa noche aquel sentimiento, nuevamente, le perseguía hasta el cansancio y el mismo agotamiento. La cacería no tenía ningún significado. Ya nada lo tenía, desde hacía mucho tiempo, salvo tal vez aquellos momentos que compartía con Lestat o con Susan. Quizás eso valía algo.
Pensar en Susan le hizo querer regresar más rápidamente. Algo había con ella que no estaba del todo bien. Todos lo sentían.
En el camino, una sombra se interpuso en su camino. Una sombra de por sí conocida, pero que aún así hizo dar un leve respingo al vampiro pelinegro.
– ¡Susan! ¿Qué haces aquí sola tan tarde? Vamos a casa… –le dijo, ella sólo asintió y tomando la mano del vampiro, caminó a su lado atravesando la noche.
Era invierno en New Orleans. O sea, la humedad y el frío podían hacer que un humano enfermara, y Susan ya estaba enferma. Cuando llegaron a la casa en la Rue Royale, ésta se hallaba vacía. Susan miraba con los ojos ausentes, en realidad no miraba. Quién sabe en qué oscuros abismos se encontraba ahora su mente impenetrable, la cual ni el poderoso Marius ni las milenarias Gemelas Pelirrojas pudieron profanar.
Susan no era una humana normal. Tampoco era una bruja como las mujeres del clan Mayfair. Susan era algo totalmente extraño. Y lo más extraño era lo bien que se llevaba con Lestat, Gabrielle y Jesse. Sin siquiera hablar, pues no podía, se comunicaba con ellos en sus momentos de realidad, cuando estaba aquí. Y ellos la comprendían, la escuchaban, se absorbían en esa humana de cabellos blancos y ojos celestes. Era muy extraño que ahora Susan hubiera estado sola. Eso hizo sospechar a Louis de que tal vez sus presentimientos no eran algo imaginario. Ella estaba en su habitual trance, era una sonámbula despierta.
Apenas entraron en la casa, una figura enorme estaba en la sala. Cubierta con una capa negra, cuya presencia al parecer era totalmente invisible puesto que el vampiro no pudo sentirlo, estaba de espaldas a la puerta, a Louis y a Susan.
Instintivamente, el vampiro se interpuso entre Susan y el extraño, quien enorme y aterrador, se volteó a verlos con unos ojos completamente rojos. Parecía una estatua. Una que años atrás Lestat había descrito en uno de sus libros. Lucifer.
– ¿Qué haces aquí? ¿Qué quieres? –le preguntó Louis, sin vacilar, aunque por dentro tiritaba al ver al mismísimo diablo frente a él. Y Susan, a sus espaldas, indefensa pese a todo y sin ser consciente de lo que ocurría.
– Que gran recibimiento, Louis. Esperaba algo un poco más… Caluroso. Sobre todo de parte tuya, el vampiro más débil, el más humano. El que está enamorado de su naturaleza humana tanto como de la humana aquí presente –dijo Lucifer, imperturbable, con voz grave y un tono tan calmado y sosegado que era casi imposible no creerlo. Louis sólo gruñó levemente.
–Los demás no deben tardar en venir… seguro eres consciente de ello… –dijo Louis, pero cometió el error de dudar un poco y Lucifer obviamente se dio cuenta.
–Ellos no vendrán, Louis, lo sabes perfectamente. Ahora, a lo que he venido… Por supuesto. Entrégamela –ordenó, refiriéndose a Susan.
Louis retrocedió un paso, con Susan tras él. Ella ahora miraba fijamente al demonio, como si de verdad pudiera verlo. Como si ya hubiera regresado de su viaje astral y ahora volviera a ser consciente de lo que sucedía, pero aún así, no daba señales de temor, de nerviosismo o de ninguna otra cosa. Sólo estaba mirando, tranquila, impasible.
–Por supuesto que no te la daré. No dejaré que te la lleves, juré defenderla al igual que los demás –dijo Louis, a lo que Lucifer hizo una mueca de disgusto.
–Bien, si así lo quieres… Sabes que no quiero dañarte, Louis. Eres hermoso, único entre todos los condenados. Y alguna vez también quise que fueras mío y aún lo deseo. Podría llevármelos a los dos ahora y no hay nada que me lo impida –dijo Lucifer, dando un paso hacia ellos.
El corazón de Louis latía agitado, como en siglos no lo había hecho. Y a ese sonido se sumó otro, el de Susan. Su corazón se agitaba al mismo ritmo que el de Louis, mientras que Lucifer daba otro paso y otro hacia ellos, con las manos ocultas en su espalda y su roja mirada tranquila pasando de uno y otro. Un vampiro y una humana mitad ángel. Hasta ahora la única que, con su mera presencia, volvía al mundo verdaderamente inmortal. A su lado, ni con luz, solo fuego, un vampiro no podría morir. Un humano tampoco. Ella era la vida, pero también la muerte. Eso todos los vampiros lo sabían. Y Lucifer también, al parecer.
–Aléjate de nosotros, Lucifer –le advirtió Louis, o sería mejor decir que le pidió. Tenía miedo, pero sabía ocultarlo y disimularlo bien. Susan apretó su mano mirando fijamente los ojos del demonio, sosteniendo su mirada sobrecogedora.
–Louis, Louis, Louis… Supongo que tendría que lamentarlo por Lestat… Pero no. Ambos son míos ahora –dijo Lucifer, sonriendo de tal manera que Louis bajó la mirada, sin saber qué hacer exactamente. Él no sabía luchar y estaba seguro de que no podría, contra el mismísimo diablo.
Y en el momento en que Lucifer iba a hacer quién sabe qué, Susan salió corriendo, disparada hacia él. Parecía imposible y absurdo, pero Lucifer cayó con el golpe de la en apariencia frágil humana. Louis corrió tras ella, abrazándola con brazos protectores e intentando correr hacia la entrada principal de la casa, la cual estaba sellada por una especie de fuerza que ni siquiera Susan pudo combatir. Estaban atrapados. Y antes de que pudieran advertirlo, Lucifer estaba tras ellos, golpeaba con fuerza a Louis lanzándolo contra la pared con brutalidad y luego agarraba firmemente ambos brazos de la humana, dañándola, haciéndola sangrar. Desde el suelo y un poco aturdido, Louis vio cómo la humana intentaba soltarse del fiero agarre del demonio. Rápidamente, se levantó y trató de prenderle fuego con la mente, pero Lucifer era inmune a sus ataques.
– ¡Tú me darás la victoria! –exclamó Lucifer, mientras Susan se debatía en silenciosa lucha y derramaba lágrimas cristalinas. Louis se lanzó contra él, pero la velocidad y la fuerza de Lucifer eran muy superiores a las suyas.
Lucifer lanzó a Susan contra una pared, dejándola desvanecida en el suelo. Se volvió contra Louis y golpeándolo, usando sus poderes para llevarlo al vacío, estuvo a punto de matarlo. O de llevárselo con él, si no hubiera sido por una cosa: Susan. Ella rápidamente abrió los ojos. Con su cuerpo dañado, su parte de ángel y su voluntad le daban la fuerza para volver a ponerse en pie. Ella era vida y también muerte, y tan pronto como vio a Louis en el piso, con heridas que ya no cicatrizaban y huesos rotos que no sanaban, utilizó su arma secreta. Su único mayor poder que la vida: la muerte.
Susan tenía un arma. Un puñal sagrado, la única arma que puede portar un ángel, y la cual sólo mata demonios. Al menos, está destinada a ello. Con su voluntad manteniendo su lucidez, Susan sacó el arma de su pecho. Sí, allí, en el pecho, aguardan las armas de los ángeles, siendo parte de ellos y pulidas con su esplendorosa perfección. Lucifer y Louis vieron el destello plateado del puñal cuando Susan lo tomó con su mano derecha, pero lo que hizo fue totalmente inesperado.
El puñal atravesó la piel de la humana. Se hundió en su órgano vital, trayendo la muerte al lugar, como un rayo de desesperanza confundido con esperanza. Lucifer gritó, dejando a Louis en el suelo y corriendo hacia Susan, quien tenía formado a su alrededor un charco de sangre negra, no roja. Tan negra y espesa que parecía lodo, que todo podía tragarse. Lucifer tomó a Susan, pero tan pronto como la tuvo en ambos brazos, a él, un demonio, la muerte le llegó. La sangre del ángel consumió su cuerpo, sin que él pareciera notarlo hasta que era demasiado tarde, y luego de gritos y de tratar de huir de ella, se desvaneció hundiendo sus negras ropas en la sangre, mientras un destello rojo dejaba en evidencia el hecho de que se había esfumado. O muerto. Eso sólo Susan o el mismo Dios podrían saberlo.
Louis, arrastrándose a penas, se acercó a ella, pero no pudo llegar más cerca de lo que le permitía la sangre negra en el piso. Susan lo observaba con una sonrisa tierna, siempre silenciosa, muda. Pero sus ojos, inteligentes, hablaban por ella. Louis, sin poder hacer nada, en el piso junto a ella, la observaba con dolor e impotencia. Pero su mente estaba abierta. La casa seguía vacía y nadie llegaba aún. ¿O es que no podrían llegar con un ángel muerto adentro?
Louis abrió su mente. Y Susan le habló, con su hermosa voz mental, su susurro agónico que era producido por la muerte que le sobrevenía.
–Lucifer va a regresar… Pero yo no, al menos no en este cuerpo… Y tú, mi guardián, te has sacrificado por protegerme, el diablo que te hizo inmortal te está quitando tu no–vida… Yo te la devuelvo, con una condición… –susurró en la mente del vampiro, quien, sin cerrar los ojos, sin dejar de verla, le preguntó con su mente, de la misma forma.
–Dime qué es… Sólo si puedo salvarte…
–Me salvarás, pero no solo… Yo debo volver a nacer… Bajo otro nombre, seré Lutho una vez más… Bebe esta sangre negra, sálvate y engendrarás una hija y un hijo inmortal… Mi sangre y mi esencia, mi vida, estarán dentro de ti como ya lo están dentro de otro vampiro que también ha probado mi sangre en esta vida… En otra vida fui Akasha, malvada por haber caído… Ahora seré Lutho, eterna y poderosa… Tú me engendrarás otra vez…
– ¿Yo? No puedo hacerlo… Nadie de nuestra especie puede… Y no puedo tocar a ninguna mujer que haya bebido de Akasha… –dijo Louis, con voz cada vez más débil, tanto en su mente como fuera de ella.
–No habrá mujeres… Bebe ahora, antes de que yo muera… –susurró ella también, con voz débil y cansada, cerrando sus ojos celestes para ya no volver a abrirlos, aunque su respiración débil sigue siendo audible.
–Te amo Susan… Lo siento… –susurró Louis, quien se acercó al charco de sangre negra. Sus ropas se mancharon también son esa sangre, pero no tragaron al vampiro, quien se acercó al cuerpo de Susan y estrechándola contra él, le mordió el cuello. La sangre de ella era como el fuego líquido, era como si por primera vez pudiera degustar el sabor de los alimentos. Como respirar por primera vez. Era poderosa, extraña, deliciosa.
Rápidamente, más incluso de lo que esperaba, las heridas de Louis empezaron a cicatrizar, y sus fuerzas volvían a renovarse. Pero con esto, Louis no se volvía ni más pálido ni más poderoso. Tan solo volvía a ser el mismo vampiro que era antes de la pelea con Lucifer. Cuando se detuvo, ya apenas quedaba sangre en el cuerpo, y aún así, su corazón seguía bombeando. Hasta que, segundos más tarde, se detuvo cansado, para no volver a andar jamás. Y Louis, inundado por un repentino sopor contra el que no pudo luchar, cayó a su lado desmayado, sobre la sangre negra que de a poco se fue tornando de un tono más claro, hasta que el color era rojo carmesí.
Cuando la sangre se volvió completamente roja, las puertas y ventanas de la casa se abrieron violentamente, como si una fuerza las hubiera estado conteniendo. Entonces, Lestat, Marius, Armand, Gabrielle, Jesse y las Gemelas Pelirrojas entraron en la casa, agitados, encontrándose con la escena del ángel muerto y a su lado, Louis, sin heridas aparentes aunque con moretones y marcas que aún no terminaban de desaparecer. Todos sabían, era obvio, que Lucifer había estado allí tras Susan. Y se lamentaban el no haber podido ayudar, por la muerte de su querido ángel de vida y muerte.
Esa noche, Louis no despertó. Ni a la siguiente. Lestat se quedó con él, junto a David y Jesse. Los demás, luego del funeral de tan preciada humana, se marcharon para tal vez no regresar. Ya mucho habían perdido en New Orleans. No querían estar en el momento en que también perdieran a Louis. Pasaron finalmente tres días y dos noches hasta que Louis abrió por fin los ojos, sin recordar absolutamente nada de lo sucedido. Y el asunto, así, terminó siendo desterrado de todas las memorias. Y nunca se volvió a hablar del asunto, ni a recordar a esa humana tan hermosa y poderosa que hacía que los vampiros pudieran disfrutar del sol.
Esto sucedió hace ya 20 años. Es momento de recordar y cumplir una promesa, ¿no? Aquella que yace oculta en la sangre de dos, y sólo dos vampiros. Uno es Louis. ¿Y el otro?
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CONTINUARÁ
Re: Lost in the Hell - Fanfic
1. Illusion
Ya nada tenía sentido. Y, al mismo, tiempo, todo lo tenía. Una hermosa mentira. Veinte años habían pasado desde que despertara sin recordar nada. Pero, aún así recordaba. Era su mente un revoloteo de ideas sin sentido, y en medio, una laguna mental que llenaba de inquietudes al vampiro pelinegro de nombre Louis. Pero ya lo había dejado, ¿no? ¿Para qué seguir insistiendo en un pasado que no volvería y que parecía olvidado por todos? Era ilógico. Y una pérdida de tiempo, aunque… Lo que más tiene un vampiro es tiempo…
Sólo un nombre guardó su mente, y eso era lo que le hacía pensar en todo esto una y otra vez: Lutho.
Por veinte años, Louis buscó ese nombre, pero nadie jamás había sabido responder. Sus amigos y compañeros al parecer nada sabían sobre ese nombre. Era un misterio. Ni siquiera sabían si Lutho era un hombre o una mujer, aunque más pareciera que ese nombre correspondía a alguien del sexo masculino… Ese misterio, ese nombre que era lo único que Louis no había conseguido olvidar, inquietaba sus sueños y zumbaba a su alrededor haciéndose siempre presente en su memoria.
Y además, esto no era lo único que lo perturbaba a Louis. Era el distanciamiento que sentía cada vez más hacia sus compañeros, sus amigos. No lo entendía, no sabía qué pasaba con ellos que cada vez se alejaban más y más, incluyendo a Lestat.
Aunque luego de leer aquellos libros, las crónicas vampíricas que él mismo había iniciado y que Lestat había continuado escribiendo, para poder estar más seguro de sus propios recuerdos, Louis se dio cuenta de que verdaderamente nunca había tenido mucha cercanía con este vampiro.
Pero también se daba cuenta de que él mismo contribuía a ese alejamiento por parte de sus amigos y del resto de los vampiros, por esa insana obsesión que mantenía por Lutho, quien quiera que fuese. Al menos, completamente solo no estaba. Tábata era ahora su acompañante y mejor amiga.
¿Quién era Tábata? Pues, una vampira. Una bastante extraña, antigua y poderosa. De rasgos delicados y sonrisa encantadora, piel morena pese a su palidez y un cabello negro que le cubría la espalda, Tábata era hermosa. Sobre todo sus ojos encantaban, del mismo tono verde que los ojos de Louis. Fue lo único que él, en sus interminables viajes por el mundo en busca de Lutho, había conseguido encontrar. Tábata vivía en la India, y era una de los pocos vampiros milenarios que quedaban. Ella había recibido sangre de la reina después de haber sido convertida, y por muchos siglos había permanecido oculta con sus secretos, siguiendo un camino que ni ella sabía en dónde podría acabar.
Una noche en la cual Louis se estaba dando por vencido en su incesante búsqueda, Tábata le oyó venir y fue a su encuentro, pues algo había oído ella sobre aquel extraño nombre antes, y volver a oírlo tantos siglos después le causó curiosidad. Pero, luego de ver a Louis… Sencillamente, Tábata se encaprichó de él y de su alma humana. Una que hasta entonces no había podido encontrar en ningún vampiro.
Luego de pasar un par de años juntos, volvieron a emprender nuevos viajes en busca de aquel nombre que los había unido. Lo que Tábata sabía era sólo la mención del nombre, y que significaba algo poderoso que no sabría explicar. Pero lo importante era que Tábata sabía algo, con el sólo hecho de conocer el nombre de Lutho bastaba.
Ahora, Tábata solía acompañar a Louis en cada viaje que hacía por el mundo en busca de aquel extraño nombre. También le acompañaba cuando viaja por el sólo gusto de conocer nuevos lugares. Tábata se había convertido en una suerte de compañera para Louis durante los últimos cinco años, sin separarse jamás de él. Y ahora, ambos volvían a New Orleans, para hacerle una visita a Lestat. Durante el último tiempo, Louis y Tábata habían estado viviendo juntos en la ciudad de Tampere, en Finlandia.
Lestat y Louis hacía un par de años que no se veían. Su último encuentro no había sido del todo agradable, pero realmente ¿cuál de todos sus encuentros luego de ese fatídico día hacía ya veinte años lo había sido? Louis siempre permanecía indiferente hacia Lestat, demasiado sumergido en sus propios pensamientos y dudas sobre su personal tormento; y Lestat siempre estaba molesto por la fría indiferencia a la cual era sometido por Louis, como si su persona no importase en lo más mínimo. Esta permanente indiferencia hería el orgullo de Lestat, algo que el rubio no soportaba y por lo cual terminaban siempre discutiendo y peleando, como en sus primeros días juntos…
Llegaron Louis y Tábata a la casa en la Rue Royale, pero al parecer Lestat no estaba allí. En cambio, había otra presencia en la casa, y apenas los vampiros entraron, se encontraron con David Talbot bajando las escaleras para recibirlos.
– ¡Louis! Tantos años sin vernos… –Exclamó. A David no le veía desde aquel accidente, ya que por alguna razón que Louis desconocía, había desaparecido. Probablemente sumergido en sus libros en su hogar en Londres, o puede que se hubiera ido a dormir, aunque aún era joven y como vampiro sólo llevaba unos 26 años como máximo.
–Hola David. En verdad ha pasado mucho, te habías desaparecido –le saludó Louis, sonriendo levemente y acercándose a estrecharle la mano a David mientras Tábata lo observaba con un brillo de curiosidad en los ojos.
– Sí, bueno, había estado algo ocupado últimamente pero ya ves, he regresado a New Orleans otra vez ¿Cómo estás? ¿Y quién es tu acompañante? –preguntó David con una sonrisa simpática en el rostro, observando a la milenaria vampira.
–David, te presento a Tábata, es una gran amiga. Tábata, él es David Talbot, de quien ya te he hablado –los presentó Louis.
Tábata le sonrió e hizo una pequeña reverencia, como solía hacerlo en la India. David se adelantó y también se inclinó ante ella caballerosamente, con una sonrisa amistosa en el rostro.
–Es un placer conocerla, señorita Tábata –le dijo, con un tono de cortesía y caballerosidad que llegaba a ser halagador– ¿Así que Louis le ha hablado de mí?
–El placer es mío, caballero –respondió Tábata, para luego retroceder y volver a ocupar su lugar junto a Louis– Sí, he leído sus libros y sentía curiosidad por su persona y por lugares como este… La ciudad es mucho más hermosa de lo que creía…
–Vaya, me siento halagado por poder despertar curiosidad en usted. Y qué bueno que le agrade New Orleans, es una ciudad encantadora que me ha sabido cautivar tanto como mi amado Londres… –comentó David, ante lo cual Tábata soltó una leve risa de encanto– Así que ¿han venido a visitar a Lestat? –preguntó, a lo que ambos vampiros asintieron con una sonrisa.
–Ya llevo mucho sin visitarle y Tábata tenía deseos de conocerle; además de vez en cuando se extraña regresar a New Orleans… –comentó Louis, con un leve tono de añoranza en la voz.
–Lo sé, esta ciudad tiene algo… Místico –aceptó David– Lestat debe de estar cerca, salió algo temprano, supongo que debe de haber ido a cazar… -se encogió de hombros y luego les ofreció asiento a los recién llegados.
Louis y Tábata se sentaron juntos, y mientras hablaban y le contaban a David sobre sus últimos viajes y sus motivos de aquella visita, el joven vampiro se preguntó si no serían pareja, pues ambos se veían bastante acaramelados…Y aquello resultaba extraño en cierto punto, ver a Louis con alguien que no fueran Lestat o Armand, o en su defecto él mismo.
–Entonces, ¿ahora ustedes son compañeros? –preguntó David sutilmente, sin querer inmiscuirse demasiado en aquellos asuntos personales.
–Podríamos decir que algo así, Tábata es una gran amiga y compañera –respondió Louis, tomando la mano de la vampira y besándosela galantemente, a lo que ella sólo se sonrió halagada.
– ¡No exageres Louis! –exclamó Tábata, sin dejar de sonreír y soltando una leve risita.
David alzó una ceja al verlos así, pero no comentó nada al respecto. Pasada una media hora, los tres vampiros pudieron percibir otra presencia, una familiar y poderosa, acercándose a la casa, y se levantaron de sus asientos al tiempo de que Lestat entraba a la casa. Al principio se sorprendió por la presencia de Louis, pero más le sorprendía la de aquella vampira extraña que le hacía compañía. ¿Quién era? ¿De dónde había salido? Eran algunas de las preguntas que Lestat se hacía.
Louis los presentó y luego volvieron a tomar asiento, todos juntos en la estancia. A Lestat no dejaba de llamarle la atención aquella mujer, y sobre todo el hecho de que Louis, aparte de estar tan cambiado a como lo recordaba, estuviera con una criatura como ella. Parecía extraño que un vampiro milenario como Tábata estuviera tan cómoda junto a Louis, que a su lado se veía débil y frágil. Ni siquiera a Maharet le agradaba, desde que Louis se negar a beber su sangre luego de la muerte de la Reina. ¿Habría Louis bebido de esta extraña, que estaba tan diferente?
–Ya me creía yo que no te volvería a ver… –comentó Lestat luego de saludar a la pareja de vampiros, con un tono de leve molestia al fijar sus ojos en Louis y en recordar cada momento perdido y consumido por esa indiferencia que solía manifestar cada que iba de visita.
–Bueno, aquí me tienes, aunque esta vez vine acompañado –dijo Louis, con una leve sonrisa, notando el tono que Lestat había usado. No le agradó mucho, pero no dijo nada al respecto, además, no había nada que reclamarle si iba a ponerse nuevamente hostil, puesto que estaban en su casa.
–Sí, me doy cuenta de que has venido bastante bien acompañado, Louis –comentó Lestat, molesto pero sin hacerlo notar demasiado, sólo lo suficiente.
–Esperamos no ser una molestia, sólo queríamos verte otra vez Lestat. No esperábamos que David estuviera aquí, en verdad, hemos estado bastante alejados de todos últimamente. El año pasado estuvimos de visita en Italia, Marius y Armand les envían sus saludos –comentó Louis, notando la tensión y la molestia en los gestos de Lestat.
–Sí, que bueno. Hace ya un tiempo que no visito a Marius… –comentó Lestat, desviando la vista y notándosele cansado y un tanto agobiado.
–Entonces, ¿podemos quedarnos? –preguntó Tábata casi tímidamente, sintiendo la tensión del momento que no parecía querer desaparecer. Louis la miró de reojo pero no dijo nada, aunque ganas no le faltaron… Las cosas entre él y Lestat no marchaban muy bien y Tábata ignoraba todo eso…
–Sí, claro –respondió Lestat sin darle más importancia al asunto- Aunque sólo nos queda desocupada la habitación de Louis…
–No importa –dijo Louis, tomando la mano de Tábata… Lo que a Lestat no le gustó mucho.
Lestat estuvo a punto de decir algo, pero finalmente decidió callar para no empeorar las cosas, aunque paciencia ya casi ni le quedaba. David decidió intervenir, para así mantener a salvo al integridad física y/o psicológica de todos los presentes.
–Louis, Tábata, ¿ya han salido a cazar? –preguntó, mirando de reojo a Lestat sentado en el sofá frente a los otros dos vampiros.
–En verdad yo ya me he alimentado antes de venir, David… –le respondió Louis, luego de un suspiro e ignorando ahora a Lestat.
–Yo también ya he salido, caballero –respondió Tábata, aunque luego adoptó una posición pensativa– Aunque aún no he tenido tiempo de conocer la ciudad y supongo que Louis está demasiado cansado para salir ahora, ¿no es así?
Louis observó a Tábata y asintió con la cabeza, por un lado era mejor que ella se mantuviera alejada de los problemas que estaban a punto de desatarse por culpa de la actitud de Lestat, y por otra, en verdad estaba algo cansado. Viajar por los aires no era algo que le gustara mucho, aunque fuera con la ayuda de Tábata.
–Si quiere puedo llevarla a dar una vuelta por New Orleans, así puedo aprovechar de alimentarme, claro, si no le molesta… –le dijo David, a lo que Tábata negó con una leve sonrisa.
Ambos se levantaron y salieron hacia la cálida y húmeda noche de verano, dejando a los dos vampiros solos para que conversaran más en privado, luego de tantos años… Lestat y Louis quedaron ambos sumidos en un incómodo y tenso silencio que fue roto por Lestat luego de varios minutos.
– ¿Y sigues con esa obsesión tuya? ¿O ella ocupa ahora todo tu tiempo y concentración? –preguntó como quien no quiere la cosa, aún con tono irritado que ya no tenía caso que disimulara, además, estaba en su propia casa ¿no? Y Tábata y David ya se habían marchado.
–Por el momento no, con Tábata nos hemos tomado unas “vacaciones” –respondió Louis, con la vista fija en la chimenea en donde en invierno crepitaba el cálido fuego– ¿Acaso te molesta que esté con ella? No tiene por qué…
Lestat bufó por lo bajo antes de responder, cada vez más irritado y molesto… Y sí, también celoso. Celoso de que su creación fuera el capricho de esa criatura milenaria.
–Antes me burlaba de ti, pero ahora… ¡Es absurdo que malgastes tu eternidad buscando un nombre que no existe! Estoy seguro de que ella no sabe nada, y sólo está contigo porque eres su capricho. Eso se nota, estoy seguro de que David también lo ha notado… –dijo Lestat, mirando a Louis con el ceño fruncido.
– ¿Y tú qué sabes? Es mi problema. Lo que pasa es que estás celoso, porque ya no dependo de ti. Tal vez ni siquiera debí de haber venido, si hubiera sabido la actitud que ibas a tomar respecto a ella –dijo Louis, también mirando ceñudo a Lestat.
– ¡Entonces vete con ella! Nadie te obliga a que te quedes –el tono de Lestat dejaba pasar toda su molestia e indignación, pero en el fondo no quería que Louis se volviera a marchar, y menos con esa extraña. Louis en el fondo seguía siendo su más bella creación, lo que más amaba. No podía dejarlo ir, al igual que antes no pudo dejar ir a David. Sabía que era un sentimiento egoísta, pero que no era infundado.
– ¿En verdad quieres que me vaya, Lestat? Pues bien… Mañana nos iremos. Al menos quiero pasar un poco de tiempo con David –dijo finalmente Louis, ante lo cual Lestat se puso de pie y, dándole la espalda, empezó a subir las escaleras.
–Pues bien, haz lo que quieras –dijo mientras subía, antes de desaparecer por el pasillo del segundo piso y resguardarse en su habitación, presa de la indignación y el dolor.
Podía apreciar los cambios en Louis, y eran demasiados. Esa vampira, esa extraña, lo estaba cambiando y Lestat sentía que ya había perdido a Su Louis… Primero, luego de aquel accidente que ya no quería recordar… Ese nombre que aprendió a detestar, Lutho, era quien les había hecho separarse… Ahora por culpa de Tábata lo había perdido…
Mientras, Louis salió de la casa en busca de David y Tábata, dispuesto a decirle que mañana se marcharían… Claramente, no sabía que el destino, o la fuerza que controlaba y hacía girar al universo por alguna misteriosa razón, le tenía designado algo completamente diferente en New Orleans. Qué ingenuo era el vampiro pelinegro si pensaba que podría irse de New Orleans tan fácilmente, cuando había llegado el momento de cumplir una promesa que hace tanto tiempo hiciese. Era momento de comenzar a recordar…
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Continuará…
Re: Lost in the Hell - Fanfic
2. Whisper in the Shadows
New Orleans guarda tantos misterios en ella, es tan perturbadoramente Hermosa, que casi se hace imposible dejarla marchar, dejarla ir. Y en las noches, se volvía hermosamente mística y mágica, el territorio de las criaturas de la oscuridad y aún así, era atrayente a los sentidos de todos. Era casi imposible escapar de ella, de su atracción, de su belleza francesa y española. Louis aún no lo entendía. Una ciudad es un solo sistema, un mundo, un alma compuesta por muchas más. Un juramento que se cumpliría, una historia que empezaría y terminaría allí, como la historia de la pequeña Claudia. Al final, todos regresamos a nuestro origen, sin poder jamás olvidarlo del todo o huir de él.
Irritado por el anterior comportamiento de Lestat, el vampiro de ojos verdes y cabellos negros salió a las oscuras calles de New Orleans, las que lo habían visto crecer como vampiro pero que ahora a Louis le parecían tan poco familiares, extrañas. Tanto había olvidado y tan confusos estaban sus recuerdos, que a veces incluso se sentía perdido. Pocas veces había visitado New Orleans, sólo lo justo y necesario para ver a su creador y luego marcharse apenas surgía una nueva discusión o pelea que ambos eran incapaces de sobrellevar.
Sentía la presencia poderosa de Tábata un poco lejana, junto a la más débil de David. Aún así, en vez de correr en su búsqueda decidió caminar, aprovechar de volver a redescubrir la ciudad antes de tener que marchar. Además, así se distraía y lograba olvidar su enojo e indignación, su resentimiento oculto hacia su creador.
Así, pues, durante su recorrido hacia sus amigos aprovechó de observar, de caminar por calles olvidadas de su memoria, abstraído por un sentimiento que difícilmente podría explicar. Cuando estaba aquí, en las oscuras calles solitarias, sentía una especie de nerviosismo desesperante, como si tuviera con desesperación que ir a algún lado. Pero… ¿a dónde? No lo sabía, Sólo sabía que últimamente había estado evitando a New Orleans y a Lestat por culpa de ese sentimiento que nacía en cuanto los veía.
Era también, como la sospecha de que ocultaban algo y él fuera parte fundamental de ello. A veces, cuando hablaba con Lestat, Louis presentía que él escondía algo, que lo miraba de una forma extraña, mezcla de preocupación y resentimiento. O enfado. O rencor. Era imposible saberlo.
Y en estas cosas pensaba, cuando se vio a si mismo perdido en una calle totalmente extraña. Pero al mismo tiempo familiar, molestamente familiar. Las casas eran muy pobres y estaban derruidas y maltratadas por el paso del tiempo. Eran muy antiguas y de ellas provenía un hedor asqueroso, el hedor de la muerte. Algo había allí muerto, pero Louis no tenía muchas ganas de saber qué era. Se volvió dispuesto a regresar sobre sus pasos, ya no sentía ni la presencia de Tábata ni la de David, por lo que dedujo que estaría bastante lejos de ellos.
Dio un par de pasos deshaciendo el camino que había seguido, pero entonces un sonido le hizo detenerse en seco. Un llanto. El llanto suave y convulso de una niña. Louis se volvió, agudizando sus sentidos. No notaba nada allí, ni el latido del corazón de una rata si quiera. Nada. No había nadie allí cerca, pero el llanto de la niña era claro. Provenía de la casa más lejana, de la última.
Avanzó con lentitud, sintiendo una sensación de deja vú demasiado intensa, como si eso ya hubiera pasado. A su alrededor no sentía nada, ni el viento soplando ni la respiración de alguien, sólo la suya propia un tanto agitada por el suspense y su corazón latiendo apresurado, como si estuviera en peligro o como si su vida dependiera de algo que tuviera que hacer ahora mismo…
Y esa sensación se fue acrecentando con cada paso que daba hacia la casa, adentrándose al mismo tiempo cada vez más en la oscuridad. Allí no había luz de ningún tipo, todo estaba sumido en la penumbra. Ni siquiera la luna favorecía a Louis con su luz espectral, pues una nube veraniega estaba cubriéndola en esos momentos. Y pese a que el vampiro podía ver claramente en la oscuridad, no le gustó mucho el negro absoluto. Pareciera un mal augurio, sumado a ese presentimiento suyo de que allí había algo que debía saber, una especie de secreto.
Miró a su alrededor con recelo, el hedor a muerte era cada vez más intenso, junto con ese llanto infantil que de a poco se iba transformando en el llanto de una mujer. Esto lo dejó confuso, pero aún así, decidió avanzar, ver a quién pertenecían esos gimoteos, ese llanto tan desesperado y humano. Llegó al pórtico de la casa, la cual estaba más derruida y destartalada que el resto. Parecía como si sólo se mantuviera en pie por una especie de fuerza extraña, por querer cumplir con algún motivo o destino específico, para luego poder caer, derrumbarse y enterrar entre sus tablas y paredes derruidas los secretos que tanto trabajo le costó ocultar.
El llanto se hizo más suave, más calmado ahora que Louis estaba frente a la puerta de entrada a la antigua casucha, pero aún así, ningún latido, ninguna luz, ningún sonido que delatara la presencia de alguien allí dentro o en los oscuros alrededores. Finalmente, el pelinegro se decidió a abrir la puerta y entrar en la casa, con ese sentimiento de deja vú latiendo más fuerte dentro de su ser.
Apenas entró, Louis se quedó estático. Allí no había nadie, y el llanto había desaparecido por completo luego de que entrara a la casa. La oscuridad era total, tan negra que incluso a él, un vampiro, le costaba trabajo distinguir las sombras de la casa. Una fría brisa se filtraba por las paredes, y alcanzó a distinguir en la oscuridad una vela junto a la ventana. Se acercó a ella y con su mente hizo que surgiera una pequeña llama de fuego, que era lo único que podía hacer, no porque sus poderes no se lo permitieran, sino que por sí mismo.
Tomó la vela con ambas manos, pero se detuvo en seco al sentir tras él una respiración, aunque no hubiera presencia alguna perceptible ni sonido extraño. Se volteó rápidamente, pero no había nadie tras él. Ahora sí, su corazón latía desbocado, asustado. Pero en la casa no había nadie salvo él, ni nada más. Ni mesas ni objeto alguno salvo la pequeña vela que él sostenía, nada en donde ni siquiera un pequeño insecto pudiese esconderse de la luz. La casa estaba vacía, pero el pelinegro estaba seguro de que el llanto había provenido de allí. Y aquella respiración en su espalda, esa sensación de pánico que le produjo, todo había sido real. Ahora Louis tenía miedo. Se sentía ciego, pues sabía que había algo allí que él, siendo un vampiro, no podía ver.
Caminó hasta el centro de la casa, que consistía en una sola habitación. El hedor a muerte parecía provenir de todos lados: el piso de madera putrefacta, las paredes, el techo. Cuando el vampiro se aseguró de que allí no había nadie y de que no podría aguantar por mucho tiempo más aquel asqueroso hedor, decidió irse y olvidar todo lo sucedido. Seguramente todo había sido su imaginación, un producto de su mente cansada y agobiada.
Suspiró y se giró para irse, pero entonces… Emitió un grito ahogado. Frente a él había una figura humana, espectral, aterradora. Una mujer de cabellos negros largos y húmedos, vestida con un blanco vestido manchado de sangre y barro estaba frente a él, mirándolo fijamente con su rostro desfigurado y descompuesto, como si fuera un cadáver que alguien extrae de un cementerio. Tenía los ojos negros, completamente muertos, y su expresión aterradora hizo tiritar al vampiro pelinegro.
Entonces, la mujer se abalanzó sobre el vampiro, aprisionando con fuerza los brazos de Louis con sus manos. Y se oyó un grito, un llanto que provenía de esa horrenda aparición, una exclamación desesperada:
– ¡Louis, Ayúdame!
Todo esto pasó en menos de un segundo. Louis intentaba soltarse del agarre de la aparición, que le quemaba los brazos como si fuera fuego, sin alcanzar a gritar ni exclamar nada. Soltó la vela, y apenas su fuego tocó el suelo de madera podrida y empezó a esparcirse lentamente, la aparición se desvaneció en las sombras. El vampiro se encontró en el suelo, de espaldas a la puerta, jadeando asustado con su corazón latiendo demasiado rápido, mientras el fuego en el suelo iluminaba la casa y su expresión aterrada. Sus brazos le ardían, en donde aquel espectro le había agarrado tan fieramente.
Cerró los ojos, intentando tranquilizarse y recuperarse del susto, cuando una mano fría se posó sobre su hombro y le hizo dar un nuevo respingo y soltar un grito aterrado.
– ¡Louis! –exclamó la voz familiar, mientras el vampiro fijaba sus verdes ojos aterrados en Lestat, quien lo miraba confundido– ¡¿Louis, qué haces aquí?!
– ¡Lestat! ¡Mon Dieu! –exclamó el aludido, mientras Lestat le tendía la mano y lo alejaba del fuego.
– ¿Qué haces? ¿Por qué estabas en el piso? ¿Acaso pensabas suicidarte otra vez? –le preguntó con tono irónico y una sonrisa, la cual se borró cuando se fijó mejor en el estado en el cual Louis se encontraba.
El vampiro pelinegro tiritaba y jadeaba de forma casi convulsiva, sus ojos estaban aún dilatados por el miedo y apenas se podía mantener de pie. Lestat lo aferró con fuerza para evitar que se cayera.
–Lestat… ¿la viste? ¿La has visto? Dieu, Dieu, Dieu… –murmuraba Louis, con los ojos fijos en el interior de la casa y en el fuego que rápidamente se expandía a su alrededor.
– ¿Ver qué? Louis, ¿qué te pasó? Ven, alejémonos del fuego… –dijo el rubio preocupado, ayudando a Louis a caminar y a salir de la casa y de aquella calle. Louis no paraba de tiritar.
–Ella… la mujer… estaba muerta… –titubeaba el pelinegro, mientras caminaban.
Lestat le observaba preocupado en verdad, sin entender qué quería decir el vampiro pelinegro. Salieron a una avenida, a la luz de los faroles que estaban diseminados en fila por la calle, y allí el rubio pudo ver mejor a su amigo. Hizo que Louis se recargara contra una pared iluminada, hasta que éste dejó de tiritar. Puso ambas manos sobre sus hombros, hasta que la respiración y el corazón de Louis tomaron un ritmo más lento y relajado, y luego dejó caer sus manos por sus brazos, a lo que hizo una mueca de dolor.
–Louis, ¿qué tienes? ¿Qué te pasó allí dentro? –le preguntó ansioso, mirándole fijamente.
–Mis brazos… Me duele en donde me tocó… –se quejó Louis– Un fantasma… Vi a un fantasma allí, Lestat… Era una mujer, se me lanzó encima… Me duele…
Lestat le dedicó una mirada cargada de incredulidad, bajando luego sus ojos por los brazos de Louis. Le quitó la chaqueta y pudo ver su camiseta negra un tanto chamuscada, pero nada más. Si quería verle los brazos, tendría que quitarle la camiseta… Y aunque eso le tentara, no podía hacerlo allí, en plena avenida. Volvió a ver el rostro de Louis, con el ceño fruncido.
– ¿Un fantasma? Louis… Louis, ¿qué hacías allí? –le volvió a preguntar, suavizando un poco la voz puesto que los latidos del vampiro, así como su respiración, volvían a adquirir velocidad.
–No lo sé… No sé cómo llegué allí, pero escuché un llanto… Primero creí que era una niña, y luego era el de una mujer… ¡Era el llanto de esa mujer! –exclamó Louis, estremeciéndose y con los ojos nuevamente dilatados por el terror de recordar lo sucedido hacía unos minutos.
Lestat se quedó en silencio, incrédulo. Volvió a ver los brazos del vampiro pelinegro con el ceño fruncido, sin saber qué hacer o decir. Era absurdo, pero algo había hecho a Louis entrar en aquel estado de terror.
–Está bien, cálmate, ahora estás conmigo. Iremos a un hotel, no tengo ganas de escuchar las preguntas de David y tu amiguita cuando te vean así… –dijo finalmente Lestat, tirando de Louis para caminar en dirección a algún hotel. Sabía en dónde estaban por supuesto, y conocía uno muy cerca de allí, que utilizaba de vez en cuando.
Caminar al parecer le hizo mejor a Louis, ya que cuando llegaron a la recepción del hotel, había dejado de tiritar del todo y aunque su corazón seguía latiendo agitado, su respiración ya era más regular. Ahora su expresión era totalmente seria, no dijo nada en todo el camino al hotel ni cuando subieron al ascensor. Lestat tampoco decía nada, sólo le observaba preocupado y confundido.
Entraron a la habitación, una lujosa suite exquisitamente decorada. Pero esta vez Lestat no se dedicó a contemplarla, sino que llevó a Louis directamente a la habitación, en donde le hizo sentarse sobre la cama y le quitó la camisa, pues evidentemente aun no se hallaba en condiciones de hacerlo solo.
–Mon Dieu… –susurró Lestat al ver los brazos del pelinegro. En cada uno, estaba la piel quemada profundamente con la forma de dos manos alrededor de ellos. Pareciera como si hubiera estado sometido al fuego por largo rato, pues las quemaduras eran horribles y profundas. Tardarían al menos un par de semanas en sanar, tal vez una si Louis se alimentaba a diario y se saciaba de sangre.
–Lestat… ¡Tengo miedo! ¡Mira mis brazos! –exclamó, con los ojos brillantes, mientras intentaba contener su llanto de frustración.
– ¡Los veo! Louis, tranquilo, yo estoy aquí. Ningún fantasma se va a aparecer, descuida… –le tranquilizó Lestat, sonriéndole levemente– Ven, mejor te das un baño a ver si con eso te relajas un poco.
Louis se mordió los labios, asintiendo con la cabeza. Se puso de pie y con ayuda de su creador, se dirigió al baño. Lestat comenzó a llenar la tina, mientras él se quitaba el resto de sus ropas sucias y también chamuscadas.
–Creo que tendré que conseguirte ropas nuevas… –comentó Lestat, al notar el estado de las ropas de Louis.
–No importa, no quiero que me dejes solo, ¡Lestat! –exclamó Louis de inmediato, asustado y aferrando el brazo de Lestat, como si con eso pudiera evitar que el vampiro rubio se fuera.
– ¡Tranquilo, está bien! Pediré a alguien que te traiga ropas limpias. Ahora entra a la tina… –le dijo, ayudándole, observando el perfecto cuerpo de Louis mientras éste entraba a la tina llena de agua caliente– ¿Mejor ahora?
–Sí, un poco… –respondió Louis, sintiendo cómo el agua caliente le relajaba los músculos, aunque le hacía arder un poco las quemaduras de sus brazos, por lo que tuvo que sacarlos del agua. Suspiró profundamente y se quedó observando a Lestat, quien le miraba en silencio de pie al lado de la tina.
–Lestat, ¿tú qué hacías allí? ¿Cómo me encontraste? –le preguntó Louis, con el ceño ligeramente fruncido y ya sintiéndose más relajado.
–No lo recuerdas, ¿verdad? Esa era la casa en donde encontraste a Claudia. De vez en cuando paso por allí –dijo Lestat, inclinándose a su lado, para luego de una pausa, proseguir– Te seguí.
–No lo sabía… O no lo recordaba… ¿Por qué?
–No lo sé. No quería que te fueras tan pronto, supongo.
Ambos quedaron sumidos en un incómodo silencio, el cual fue roto cuando Lestat se puso de pie otra vez. Se acercó al rostro de Louis y le depositó un beso en la frente antes de alejarse y salir.
–Pediré que te traigan ropa. Estaré aquí si me necesitas –le dijo, sin sentimiento en la voz, a lo cual Louis asintió con la cabeza. Lestat salió del baño dejándolo solo, sumido en profundas dudas y temores. Y así estuvo varios minutos, hasta que el agua se enfrió, y Louis pudo despejar su mente y pensar claramente otra vez.
La casa en la que él, décadas atrás, había encontrado a Claudia. Recordó las líneas de sus libros, la forma en la cual la encontró. Demasiado similar a lo que le había ocurrido ahora. Otro estremecimiento recorrió se cuerpo cuando pensó en ello. Salió de la tina, secándose con las toallas que Lestat le había dejado, intentando no pensar en aquella horrorosa figura ni en el dolor que sentía por las quemaduras en sus brazos…
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Continuará….
Re: Lost in the Hell - Fanfic
3. The Picture
Probablemente, esa imagen jamás se borraría de su mente. Todavía podía verla, sentir su fría respiración, sus agudas palabras desesperadas. ¿Quién era? ¿Por qué le pedía ayuda? ¿Qué era lo que quería de él? Louis se hacía todas estas preguntas mientras se miraba frente al espejo del baño, sus heridas reflejadas se veían terribles, y dolían. No sabía por qué, pero de alguna forma no podía evitar relacionar esa aparición con el nombre de Lutho. ¿Por qué? ¿Qué estaba pasando? Era frustrante no poder saberlo.
Liberó un suspiro antes de envolverse bien en la toalla. Salió del baño, sabía que Lestat estaba por allí y eso le tranquilizaba, pues no creía que esa cosa, fantasma o lo que fuese, volviera a aparecerse con él por allí. Al menos, esperaba que así fuese. La habitación estaba vacía, pero sobre las camas estaban unas ropas de su medida y de su gusto. Unos jeans, una camiseta negra veraniega y una chaqueta negra. Podía sentir a Lestat en la sala, sin hacer muchos ruidos. Louis se vistió rápidamente, mirando de paso la hora en el reloj que estaba en la mesita de noche, pues luego de esa experiencia, había perdido tanto el sentido de la orientación como el del tiempo. En realidad, era muy tarde, pronto amanecería. Y estaba sediento y cansado, muy agotado.
Salió de la habitación, encontrándose con Lestat sentado en el sofá observando lo que parecía ser una fotografía antigua, con sus bordes un tanto rasgados y quemados. Lestat parecía estar absorto en la imagen, con el ceño levemente fruncido y una expresión vacía. Louis se le acercó despacio.
– ¿Qué es eso? –preguntó con curiosidad.
Lestat levantó la mirada de golpe, bajando la fotografía y enseñándole a Louis la imagen de una joven mujer.
–Estaba en uno de los bolsillos de tu pantalón… ¿De dónde la has sacado? –le preguntó Lestat con seriedad y un poco de exigencia en la voz. Le entregó a Louis la fotografía, quien la estudió detenidamente.
La joven mujer era muy hermosa, de blancos cabellos y piel muy clara, pero lo que más destacaba de ella eran sus ojos, de un impresionante color celeste casi metálico. Ella miraba directamente a la cámara, con una mirada única, atenta y sabia. Pareciera que el mundo pudiera contenerse en sus ojos. Lucía un vestido corto estampado con flores, lo cual le daba un toque de infantil inocencia a su figura. No parecía tanto una mujer, pero tampoco una niña o una adolescente. En realidad, era difícil poder decir qué edad tendría…
La fotografía parecía haber sido hecha por sorpresa, pues ella no posaba. Estaba recargada en el tronco de un árbol, siendo iluminada por una especie de farol que no aparecía en la fotografía. Era de noche, sin duda, pues se alcanzaba a ver parte del estrellado cielo al fondo, detrás de la mujer. Ella parecía haberle dirigido una fugaz mirada al fotógrafo, sin alcanzar a sonreír, mirando a la cámara tan fijamente que pareciera que sus ojos observaban a alguien detrás del fotógrafo, o incluso que traspasaban la imagen y era a Louis a quien observaba silenciosa. Su expresión era un completo misterio, no parecía sonreír pero tampoco estaba seria.
–Jamás la había visto, de eso estoy seguro… ¿En mi pantalón, dices? Eso es imposible… –dijo Louis, entregándole a Lestat la fotografía de vuelta. Pero entonces una nueva duda apareció en su mente– ¿La conoces?
–No –dijo Lestat rápidamente, con un tono frío y vacío, así como la mirada que le dirigió a Louis al responder– ¿Cómo es que estaba en tu pantalón entonces?
–No lo sé –respondió Louis, sintiéndose un poco intimidado por la forma en que Lestat le miró y también un poco molesto por aquel tono, que le pareció exigente. ¿Acaso le debía alguna explicación? Ni siquiera sabía de dónde había salido esa fotografía.
–Bien, da igual entonces –dijo Lestat, dando el asunto por zanjado y mirando por la ventana, luego de guardarse la fotografía. Louis frunció el ceño, preguntándose por qué le había entregado la fotografía a Lestat si había sido encontrada en su pantalón.
– ¿Me devuelves la fotografía? –preguntó, más que nada porque la fotografía pudiera pertenecer a Tábata que por otra cosa.
– ¿Por qué? Has dicho que no es tuya –le respondió de inmediato Lestat, mirándole con una mueca de molestia en el rostro– Parece que ya estás mejor, ¿no?
–Podría ser de Tábata –respondió Louis, sintiéndose irritado por la pregunta de Lestat tan fuera de lugar– Y sí, creo que ya estoy mejor.
–De tu vejestorio, sí claro… –Lestat resopló y le tendió la fotografía, poniéndose de pie y caminando hacia la habitación sin decir nada más.
Estaba notablemente molesto, aunque Louis no se imaginaba por qué. ¿Acaso tanto le molestaba que tuviera la fotografía de una mujer en su pantalón? ¿Y tanto le molestaba la presencia de Tábata? Louis no lo entendía. Rodó los ojos y volvió a contemplar la fotografía que sostenía en sus manos. La mujer parecía que le miraba a través de la fotografía, con esos preciosos ojos de color celeste que tanto le habían llamado la atención.
De manera inconsciente, Louis se imaginó esos ojos de color negro, tan negros como la mismísima noche. Y un estremecimiento involuntario recorrió todo su cuerpo, mientras la foto se deslizaba por sus manos hasta caer al suelo. Era ella. Su rostro, su expresión… sus ojos, aunque de color negro, muertos, opacos que le brindaban a ella un aspecto aterrador…
–Lestat… –llamó Louis, mirando fijamente la fotografía en el suelo, sintiendo cómo la mujer le observaba a través de ella, y sus ojos se volvían repentinamente negros– ¡Lestat! ¡Lestat!
Se alejó de la fotografía, retrocediendo, sintiendo su cuerpo temblar de terror. Ahora estaba seguro de que era ella, ese espectro que le había atacado. Y estaba seguro de ver cómo la fotografía cambiaba, y los ojos de la mujer se volvían tan negros como los que hacía sólo un par de horas había visto.
Se cubrió el rostro con las manos, no quería verle. Tenía miedo. Su espalda chocó contra algo liso y duro, y allí se quedó, congelado contra la pared, sintiendo la mirada de ella a través de la fotografía. ¿Por qué Lestat no venía?
–Louis… aquí estoy… ayúdame… –sintió que susurraban en su oído, y la voz era la misma que había salido del espectro de la casa en ruinas. Louis se debatía interiormente entre abrir o no los ojos, estaba aterrado y no quería volver a ver a ese fantasma otra vez.
– ¡Louis! –escuchó su nombre siendo exclamado, pero la voz era diferente. Abrió los ojos, encontrándose hecho un ovillo contra la pared, con Lestat de rodillas en el suelo frente a él.
Louis no pudo evitarlo, simplemente el hecho de ver a Lestat y no a ese fantasma le hizo abrazarse a él, aliviado y tiritando aún. Alcanzó a ver la fotografía en el suelo, y de distinguir los claros ojos de la mujer, de un color celeste increíblemente claro. Apretó a Lestat con más fuerza, mientras éste le abrazaba sin entender qué era lo que sucedía ahora.
–Louis, ¿ahora qué tienes? ¿Qué pasó? –le preguntó con preocupación, ya sin rastro de resentimiento o molestia alguna en la voz. Pero Louis todavía no podía hablar.
Lestat tuvo que esperar algunos minutos a que el vampiro pelinegro se calmara y lo soltara. En cuanto se separó, Lestat pudo ver dos hilillos rojos recorrer las mejillas de Louis, los cuales borró con la yema de sus dedos. No le gustaba ver a Louis llorar, eso le partía el alma.
–Louis, tranquilo… ¿Qué ha pasado? Te oí llamarme y mira cómo te encuentro… ¡Sólo fueron unos cinco minutos!
–Lestat… es ella… es ella… la mujer de la fotografía… es ella, Lestat… –dijo Louis, aferrando con fuerza las manos de Lestat, decidido a no soltarle. El rubio sin embargo, liberó con facilidad una de sus manos para acariciarle el rostro, mientras su mirada buscaba fugazmente la fotografía. Frunció el ceño, esa situación no le gustaba para nada.
–Louis, ya, tranquilízate… Todo va a estar bien, ven, levántate –dijo, poniéndose de pie y ayudando a Louis a imitarle, para luego caminar con él y llevarlo a la habitación.
Cuando pasó por el lado de la fotografía, un escalofrío le recorrió la espalda, y evitó mirarla hasta que hubieron entrado a su habitación. Le limpió a Louis las nuevas lágrimas que le caían por el rostro, producto del miedo y de la histeria que estaba a punto de consumirlo. Susurrando palabras de consuelo, le hizo acostarse en la cama, cerrando con el poder de su mente todas las puertas y ventanas de la habitación de hotel, dejándola totalmente asegurada contra los extraños y los peligrosos rayos del sol que tan próximos estaban.
A continuación, Lestat se acostó a su lado. Inmediatamente, Louis se abrazó a él, buscando en su persona algún tipo de protección. Entre sus brazos se sentía mucho más seguro y a salvo, algo que no podía explicar del todo pero que en esos momentos, poco le importaba. Sólo quería estar a su lado, no quedarse solo en la oscuridad ni en la luminosidad del día.
Lestat también le mantenía abrazado, en silencio ahora que Louis había dejado de sollozar y temblar tan convulsivamente. No hizo preguntas ni hizo ningún comentario al respecto, no quería alterar otra vez al vampiro pelinegro al que tanto amaba. Porque Lestat lo tenía claro desde hacía muchísimo tiempo, y el hecho de que Louis perdiera la memoria había sido un duro golpe para él.
Pasaron alrededor de unos treinta minutos hasta que Louis, cansado y agotado mentalmente, se quedara dormido. Faltaba poco para el amanecer, y aunque el letargo o sueño vampírico aún no le invadía por completo, su cansancio pudo más. Antes de caer en la inconsciencia, sin embargo, Louis sintió unas suaves caricias en su espalda y sus costados, y un beso sobre sus labios, pero fue incapaz de abrir sus ojos o de hacer algo. Lo último que sintió fue un frío brazo alrededor de su cintura y una caricia en su cabello que nada tenía que ver con Lestat. Entonces se quedó dormido…
Esa noche, las pesadillas invadieron los sueños de Louis. Veía a ese espectro una y otra vez, primero en la casa y luego en la fotografía. También, se veía a sí mismo arrastrándose sobre un charco de sangre negra, intentando alcanzar a algo o a alguien, no podía distinguir nada de forma nítida. Las sombras invadieron sus sueños.
Cuando abrió los ojos, se encontró en su cuarto de la casa en la Rue Royale. Estaba solo sobre la cama, sintiendo un frío inusual para esta época del año, incluso en Louissiana. Se levantó confuso, sin saber cómo había llegado hasta allí, pues lo último que recordaba era que se había dormido entre los brazos de Lestat en la habitación de un hotel. Salió de su cuarto, encontrando la casa vacía. ¿Dónde estarían todos? Entonces escuchó una risa alegre, que se le hacía familiar. Era… ¿Lestat?
Bajó las escaleras, pero allí no había nadie. La risa provenía del jardín trasero de la casa. Le extrañó el hecho de no sentir ninguna otra presencia vampírica, nada familiar, a excepción de una, la que le hacía compañía a Lestat, que era humana.
– ¿Lestat? –preguntó Louis, saliendo al jardín. En efecto, allí estaba, acariciando a un cachorro, riendo. Frente a él estaba aquella mujer, la de la fotografía, mirando con una sonrisa alegre al vampiro rubio. Louis dio un paso hacia atrás, aterrorizado por volver a verla, aunque ella parecía muy tranquila y feliz, incluso relajada.
– ¡Hey, Susan! ¡Mírame! –esa voz tras suyo le hizo perder la última veta de miedo que le quedaba, Se volteó, incrédulo, para ver al dueño de aquella voz, mientras la mujer que respondía al nombre de Susan hacía lo mismo, lanzándole una fugaz mirada.
Era él. Era Louis, con una cámara fotográfica apuntando al rostro de Susan. Estaba justo detrás de él, y pareciera que no le veían. No podía creerlo, ¡estaba viéndose a sí mismo! ¡¿Qué estaba pasando?! Quiso salir de allí corriendo. Pero, antes de que pudiera hacer nada, hubo algo que le dejó congelado en su lugar.
Su otro yo avanzó y quedó delante del pelinegro, mientras Susan observaba a la cámara con una sonrisa tranquila y relajada. Pero luego, su expresión cambiaba por completo. Ya no miraba a la cámara o a su otro yo, sino que era a Louis, al auténtico, a quien miraba fijamente. Miraba a quien estaba detrás del fotógrafo.
Entonces Louis despertó, esta vez de verdad. Jadeaba como si le faltase el aire, y su pecho se movía de arriba abajo rápidamente. Lestat estaba a su lado, mirándole fijamente, con su brazo alrededor de la cintura de Louis. Estaban demasiado cerca para el gusto del vampiro menor, pero no hizo nada por alejarse. Al contrario, se abrazó con fuerza a Lestat, ocultando el rostro en su pecho. Ese sueño, esa pesadilla…
–Lestat… Se llamaba Susan… –dijo contra el pecho del vampiro rubio, quien apenas escuchar aquel nombre, se quedó completamente congelado, dejando de acariciar la espalda de Louis. Sólo mirando a la nada…
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Continuará…
Re: Lost in the Hell - Fanfic
4. Reflections in my mind
Louis pudo sentir cómo el pecho del vampiro rubio se detenía de súbito al pronunciar aquel nombre. Levantó su rostro para mirarle, encontrándose con una expresión totalmente vacía y desconcertada, y la vista de Lestat fija en la nada. Despacio, se separó de él totalmente, recuperando el ritmo normal de su respiración mientras esperaba a que Lestat reaccionara otra vez.
Éste siguió así por alrededor de unos diez segundos que a Louis le parecieron eternos, dirigió su mirada desconcertada al vampiro pelinegro y habló con voz un tanto temblorosa.
– ¿Cómo has dicho?
–La mujer… La mujer de la fotografía y ese espectro… su nombre es Susan… -dijo Louis, hablando lentamente, confundido con sus propias palabras y por los últimos acontecimientos vividos. Comenzó a relatarle su sueño al vampiro rubio que estaba a su lado y que le miraba con una extraña expresión en el rostro, mezcla de la incredulidad y la consternación.
–Es imposible… –susurró Lestat, incorporándose hasta quedar sentado sobre la cama. Louis le imitó, sintiendo que allí había demasiadas cosas que no encajaban.
–Tú sabes algo, ¿verdad? Lestat, dime qué está sucediendo, por favor… –le rogó Louis, sintiéndose desesperado otra vez. Tomó las manos de Lestat con fuerza, mirándole suplicante, pues prácticamente necesitaba saber qué estaba pasando.
Lestat se debatía interiormente. ¿Cómo Louis podía saber ese nombre? ¿Cómo podía haber reconocido a la mujer de la fotografía, si la había olvidado hacía casi veinte años por una causa desconocida? No entendía, y ahora él mismo estaba sintiéndose nervioso por todos estos extraños acontecimientos. Incluso llegó a pensar que sería alguna artimaña de Memnoch, pero era imposible pues él había sido destruido hacía mucho… Al menos, eso era lo que sabía y pensaba.
Pero otra cosa era lo que le preocupaba, y mirando a Louis se preguntaba si debería decirle la verdad que por tanto tiempo habían acordado él y la Asamblea de Vampiros jamás le revelarían. Y aunque él no era de seguir las reglas ni le importaba, esta vez era la seguridad de Louis la que estaba en juego, era por su bien…
– ¡Lestat…! –le urgió Louis, pues Lestat parecía no escucharle ni verle.
Lestat le miró otra vez, mordiéndose el labio, preguntándose si debería decirle o no la verdad… Finalmente tomó una decisión, liberó sus manos y las colocó sobre ambos hombros de Louis, mirándole fija e intensamente a sus verdes ojos.
–Está bien, Louis, te lo contaré todo… Antes de que perdieras la memoria, nosotros vivíamos con una humana llamada Susan, la mujer de la fotografía. Fuiste tú quien la encontraste y la llevaste a nuestra casa aquí en New Orleans, y junto a los demás vampiros, nos convertimos en sus guardianes…
Lestat se detuvo al notar la expresión confusa y consternada de Louis, quien permanecía en silencio escuchando todo, intentando en vano buscar en su mente algún recuerdo de todo eso. Antes de que pudiera hacer alguna pregunta y aclarar sus dudas, Lestat volvió a hablar.
–Susan era muy diferente a todo lo que hemos visto. No era una bruja del clan Mayfair, en realidad, no sabíamos de dónde provenía. Era una humana poderosa, y gracias a ella… Gracias a ella, nosotros podíamos salir a la luz del sol.
Louis apenas podía procesar todo lo que escuchaba, parecía más que nada una historia de fantasía que una realidad pasada.
–Eso es imposible… –dijo el vampiro pelinegro en un susurro, intentando buscar más intensamente en sus recuerdos alguna imagen, visualizar New Orleans a la luz del día, y por sobre todo, a sus amigos y a Lestat bajo los rayos del sol, sin que pudieran dañarle…
–No lo es. Susan tenía un poder impresionante, era muy sabia y siempre solía estar conmigo o con Gabrielle. Ella no podía hablar, lo hacía con su mente… Tú la adorabas más que todos, y ella siempre buscaba tu compañía y la mía, pues yo también le tenía un gran aprecio. Creo que todos la queríamos mucho.
– ¿Qué sucedió con ella y conmigo? ¿Por qué nunca me habían contado esto, por qué no tengo recuerdos de ella? –le preguntó Louis, viendo por fin una posibilidad de que algunas de sus dudas se aclarasen después de tanto tiempo. Aunque lo que más le molestaba y le daba curiosidad, era el por qué no se había enterado antes de todo aquello.
–Ella murió una noche. Habíamos salido de casa, algunos para cazar, otros sólo por salir. Yo, al igual que tú, había salido a cazar, y Jesse y Daniel se quedaron con Susan. Entonces Memnoch apareció, y no pudimos hacer nada. Las cosas nunca se han aclarado del todo, aún no podemos entender cómo es que Susan terminó sola… Contigo… –en este punto de la historia, Lestat le dirigió una fría mirada a Louis sin poder evitarlo, haciendo que él se sintiera pequeño en su lugar.
– ¿Qué pasó? –presionó Louis, casi en un susurro, sintiéndose amenazado por aquella mirada que le pareció como una cuchilla que le atravesaba, y además, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda al pensar en lo que pudo haber pasado.
–Nadie lo sabe, excepto tú. Nosotros supimos de inmediato que Memnoch tenía algo que ver, pues de pronto no podíamos si quiera acercarnos a la casa, una fuerza nos lo impedía. Cuando por fin entramos, Susan estaba muerta y tú estabas a su lado desmayado, sobre un charco de su sangre. Tardaste tres días en despertar, y yo recordabas nada de eso, pero repetías incansablemente ese nombre. Esa es la verdad –acabó Lestat, con un tono de voz mucho más frío y distante que al comenzar el relato.
–Lutho… –murmuró Louis, a lo que Lestat asintió con el ceño levemente fruncido, por alguna razón desconocida para el pelinegro, a Lestat siempre le había molestado que pronunciara o hablara sobre el nombre de Lutho.
Ambos quedaron sumidos en un incómodo silencio. Louis intentaba encontrarle sentido a la historia y a lo que le había pasado este último día, y Lestat, pues, con él era imposible saberlo.
– ¿Por qué jamás me lo dijo nadie? –preguntó Louis por fin, rompiendo el silencio, sacando a Lestat de sus reflexiones y saliendo de las suyas propias.
–Por tu seguridad. Era mejor así, todos decidimos olvidar el asunto… –respondió Lestat.
– ¿Por mi seguridad? ¿Seguridad de qué? ¡Ahora el fantasma de esta mujer se me aparece, la veo en sueños y la siento hablar! ¡Tú mismo has visto cómo me ha dejado mis brazos! ¿Qué se supone que haga con eso? ¿Qué se supone que está sucediendo? –soltó Louis, sintiéndose frustrado y herido porque se le hubiera ocultado esa información. Esta situación no le gustaba para nada, le hacía sentir vulnerable y se sentía traicionado por todos.
– ¡Seguridad de que tu estado en ese momento no empeorara! ¿Y qué esperas que te diga? ¡Yo tampoco entiendo por qué está pasando todo esto! ¡Tampoco sé qué hacer ni lo sabía en ese momento!
– ¡Pues hubieras empezado por no ocultarme la verdad y traicionar mi confianza!
Louis se cubrió el rostro, frustrado y con miedo de todo aquello, sintiéndose sólo y miserable, pues nada podía recordar. Solamente tenía las palabras espectrales de probablemente el espíritu de Susan y esa fotografía, la que él mismo había tomado…
–Louis… –le llamó Lestat, al verlo en ese estado de frustración. No le gustaba ver así a Louis, ni menos sentir que le había traicionado de esa forma tan poco digna. Quería demostrarle que podía confiar en él, que no le había traicionado… No quería que Louis, después de esto, volviera a alejarse, no después de haber estado lejos durante casi veinte años, con una vampira a la que nadie conocía.
Louis le ignoró, intentando pensar en qué hacer ahora y cómo liberarse de ese espectro, espíritu o lo que fuera. Y también, intentando pensar en la forma de encontrar sus recuerdos otra vez.
Al sentirse ignorado, el orgullo de Lestat recibió un fuerte golpe. Y eso no podía ser así, nadie, ni siquiera su hermosa criatura, podía hacer eso y salir indemne. Pero Lestat tenía una nueva idea de cómo hacer que Louis volviera a confiar en él, de cómo volver a recuperarle y tenerle a su lado, como siempre debió haber sido. Se acercó a Louis y le quitó ambas manos del rostro, para descubrir unas mínimas gotas de sangre asomando por sus ojos verdes.
–Louis escúchame –le dijo con voz autoritaria– Yo no te he traicionado, pero si así lo sientes, voy a recuperar tu confianza. No me iré de tu lado ni dejaré que Susan o lo que sea esa cosa, te dañe, ¿vale? No volveré a dejarte sólo.
Louis no le dijo nada, sólo le miró con expresión indignada y herida y trató de liberar sus manos del agarre de Lestat, pero era imposible. Lestat se le acercó cada vez más, hasta que sus rostros estuvieron a menos de dos centímetros. La cercanía hizo sentir demasiado incómodo a Louis, quien tampoco podía alejarse del vampiro rubio.
–Lestat, suéltame, ¿qué haces? –le preguntó, intentando alejarse en vano, pero Lestat no le respondió y le sujetó las muñecas con más fuerza. Se acercó un poco más al rostro ajeno, sintiendo su aliento en el rostro y sonriendo con determinación.
Y le dio un beso en los labios a Louis. El vampiro pelinegro se quedó totalmente congelado, no se alejó y dejó de luchar contra el agarre de Lestat. Volvía a sentir esa extraña sensación, una que estaba mezclada con la atracción pero también con la duda y ese sentimiento de seguridad que sentía cuando Lestat estaba cerca.
Lestat se alejó escrutándole detenidamente, sin soltarle. No encontró lo que buscaba en el rostro de su amado, y siguió insistiendo. Volvió a besarle, aunque esta vez más profundamente metiendo a la fuera su lengua en la boca ajena. Entonces algo extraño sucedió. Sintió cómo Louis cedía y abría su boca, cerrando los ojos y dejándose llevar, como hacía más de veinte años. Louis no entendía por qué, pero de un momento a otro no quiso separase de Lestat y le correspondió al beso, volviendo a sentir aquella sensación de deja vú.
Con cuidado, Lestat le hizo pasar sus brazos por su cuello, liberándolo al notar que ya no oponía resistencia alguna. Despacio, fue tumbando a Louis en la cama, colocándose justo encima de su varonil y frío cuerpo, sin dejar de besarle y separándose solamente para tomar una bocanada de aire, que aunque no era necesaria, seguía siendo costumbre de los vampiros, como el hecho de respirar.
–Lestat… suéltame, ¿qué haces? –le preguntó Louis, con la voz ahogada contra los labios ajenos sintiéndose incapaz de detenerse. Era como si necesitara de Lestat, como si su mundo estuviera girando a su alrededor.
–Voy a demostrarte… que puedes confiar en mí… y que jamás quise traicionarte… –respondió Lestat, bajando sus manos y acariciando el torso de Louis, quitándole despacio la camiseta negra para no hacerle daño en sus brazos quemados. Sería un poco difícil no hacerle daño, pero estaba decidido.
Louis por toda respuesta liberó un suspiro entrecortado, mientras Lestat le quitaba la camiseta. Supo de inmediato qué era lo que Lestat planeaba hacer, pero extrañamente no sentía nada para oponerse, ni miedo ni aversión por estar así con otro hombre. Un impulso desconocido se estaba apoderando de él y le incitaba a continuar con eso, se mezclaba a la ansiedad y a un montón de otros sentimientos, algunos de ellos que ni siquiera sabía que sentía por Lestat.
El vampiro rubio siguió besando al pelinegro mientras sus manos expertas le recorrían el pecho y el torso desnudo, sonriendo contra sus labios al sentir las manos tímidas de Louis acariciarle el pecho en lo que parecía una caricia inconsciente. La ropa empezaba a estorbarle a Lestat y a sus propósitos, y de a poco empezó a desnudarse y desnudar a su vampiro pelinegro, con cuidado de no hacerle daño en las heridas de los brazos.
La habitación empezó a llenarse de suspiros entrecortados. En unos cuantos minutos, Louis se encontraba bajo el peso de Lestat, sólo con sus bóxers, y Lestat se hallaba en igual condición. Sus labios por fin dejaron descansar a los ajenos, los cuales estaban rojos e incluso sangrantes por el roce de los colmillos, y se dedicaron a pasearse por el pecho y cuello del pelinegro, quien aceptaba cada caricia sin pensar mucho en lo que estaba haciendo, sólo dejándose llevar por sentimientos antiguos que ni siquiera sabía que tenía.
–Louis, Louis… No sabes lo que te he extrañado… –murmuró Lestat, besándole el pecho y llevando su boca hacia uno de los pezones de Louis, lamiéndolo y jugueteando con él, mientras sus manos le acariciaban los costados y se encargaban de quitarle el bóxer que aún llevaba puesto.
–Ahh… Lestat… –gimió Louis, sin poder continuar con la frase pues esta ya se había esfumado de su mente junto con todos sus miedos y preocupaciones.
Louis empezaba a sentir placenteras todas esas caricias, es más, le gustaba que Lestat le tocara de esa forma, aunque no se imaginaba bien el por qué. Louis no le amaba, no podía amar a un hombre. Él estaba con Tábata, entonces, ¿por qué hacía eso? ¿Por qué no le molestaba, o no detenía a Lestat? Abrió los ojos de golpe, en un momento de lucidez. Eso estaba mal. Él no quería seguir con eso.
A estas alturas, Lestat ya se encontraba desnudo también, besándole el cuerpo y acariciándoselo casi con devoción. Sus manos bajaban lentamente por su cuerpo, hasta llegar a la entrepierna de Louis, la cual de a poco empezaba a despertar. Aquí fue cuando Louis le detuvo, incorporándose de golpe casi botando a Lestat al suelo.
–Lestat, no, detente, ¡¿qué estamos haciendo?!
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Continuará…
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