Lost in thought - priv -

Una semana atrás me llegó un aviso a la bandeja de correos de mi dispositivo móvil, debía viajar inmediatamente a Roma. Allí, en aquella idílica e histórica ciudad, me esperaba un viejo amigo al borde de la muerte. Deseaba verme antes de morir, pues para él siempre fui como el hijo varón que no tuvo. El correo lo enviaba su hija, una chica que había salvado de unos demonios hacía algún tiempo en uno de sus viajes a Japón. Ella fue quién me motivó para salir de mi país y ampliar fronteras, debía conocer otros mundos y recorrer las calles de las ciudades más pobladas.

Conocí a su padre cuando regresé junto a ella a Italia. En la Toscana pasé los mejores días de mis últimos años. Su padre y yo jugábamos a las damas en las noches veraniegas, mientras el sol se ponía entre los viñedos. Eran humanos, simples humanos, y como tal sus años de vida eran cortos. Ya cuando nos conocimos sus cabellos peinaban canas y su salud era algo inestable. De aquello hacía casi tres años.

Él me dio el dinero suficiente para mi viaje a California, pero antes decidí hacer autoestop hasta España, donde viví ciertas aventuras románticas bastante agradables. Si había llegado a Los Ángeles, la ciudad más intensa y llena de seres que he conocido jamás, así como encontrar a Alexei y cuidar de él, fue gracias a Carlo.

Con un billete de avión que ella me hizo llegar viajé hasta Roma. Allí estuve unos días con él, conversando como si el tiempo no se agotara, hasta verle morir aferrado a la mano de su hija mientras yo intentaba consolarla acariciando sus cabellos.

Aquella noche estuvimos sin descansar, he estado lamentándome durante dos noches su pérdida y he acabado en La Ciudad Santa, la Santa Sede... en definitiva el Vaticano. Necesitaba estar a solas con mis pensamientos, que revolotearan como mariposas negras en mi atrofiado cerebro. Quería volver a casa, aunque no tenía casa en realidad, y aquello que llamaba casa eran los ojos huraños de Alexei.

Doblaba una esquina cuando sentí la presencia de uno de los míos, de un ser de mi propia raza, merodeando la zona. Decidí seguir sus pasos, tal vez algo de conversación en un bar me sacudiría el desánimo y me relajaría antes de tomar el avión a la noche siguiente. El día estaba algo nublado, a pesar de ello aquella ciudad era bulliciosa y parecía casi imposible dar con él. Quería hablar con un licántropo, que me hablara de su experiencia en la lucha o supervivencia. Aquello era lo que me había propuesto cuando salí de aquel pequeño paraíso que era mi poblado natal.

Llevaba conmigo mi katana, los arcos y flechas se los dejé a Alexei como muestra de la veracidad de mis palabras: regresaría. Mi abrigo grueso, el cual me había regalado Sofía y que perteneció a Carlo, me protegía del aire frío que corría. Mis ropas eran las de un chico común y corriente, mis cabellos algo largos caían sobre mi frente y mis pasos eran rápidos. Buscaba esa presencia que había sentido cuando me golpeé con él prácticamente cayendo ambos. Había dado con su rastro aunque me había distraído con mis pensamientos.

-Gomen!-dije algo nervioso por mi torpeza para luego sonreír calmado.-Justo buscaba a un licántropo y topo con uno... Sé que suena raro eso de buscar un lycan, pero me gusta conocer a los que están en mi zona.-era alguien dominante y controlador con su territorio, sin embargo este no lo era y tenía que andar con pies de plomo.-Soy Gackupo.

Estreché su mano oprimiendola con un poco de mi fuerza bruta, aún me costaba acostumbrarme del todo a los saludos occidentales. Era un hombre curtido en las más profundas raíces asiáticas y estaba conociendo las actitudes de otros cuando socializaban.

-No, no lo es. Hace tiempo lo fue durante unos meses.-comenté soltando su mano observándolo de arriba hacia abajo.

Era europeo, tenía un cierto aire londinense o tal vez simplemente de lord inglés. Sus rasgos estaban bastante marcados y tenía un aspecto elegante, no sólo en su vestimenta sino en su forma de moverse y hablar.

-Estoy aquí de paso, pero me gusta conocer a todo lycan que merodea cerca del lugar donde descanso. Creo que no sólo deberíamos tener cierta unión con nuestros poblados o clanes, sino cierta comunicación.-solía conocer a todo aquel lycan que paseaba por mis alrededores, era bastante divertido a veces tomarse una cerveza o un café mientras se hablaba de guerras, peleas o simplemente el entrenamiento o habilidades. En otras era todo más hacia las experiencias vitales, lo que uno había visto o simplemente el territorio de procedencia.-Te invitaría a una cerveza, o refresco, si no estás ocupado.

Mi aspecto tal vez era algo imponente debido a mi estatura y a ciertos gestos agresivos que poseía, pero se notaba que no era violento si no se me atacaba.

-No, para nada estoy ocupado hoy. Aquí estoy de paso, pronto me iré y creí que no encontraría a un igual por la plaza a estas horas.

Desde que los vampiros estaban siendo cada vez más presentes, así como los demonios, uno no podía dormir de noche. Nos estábamos adaptando a las horas de mayor conflicto, inclusive los humanos. Por eso se podían escuchar más presencias y notar mayores conflictos cuando caía el sol.

-Hay un lugar aquí que sirven bien y barato, acompáñame.-el sitio no estaba lejos y realmente necesitaba un café que me sacara un poco el frío.

Ahora era alguien con dinero, podía invitarlo. Hasta hacía unos días andaba sin un céntimo en los bolsillos, pero desde que había cobrado parte de la herencia de mi buen amigo podía vivir tranquilo. Había dividido parte de sus bienes para su hija y para mí, ya que siempre tuvo la esperanza de tenerme finalmente en la familia. Si bien, yo a ella la veía como una hermana pequeña. Pensé en todo lo vivido por unos segundos y luego sonreí. Me tomaría ese café en honor a mi buen amigo, ya que él me había dado un estatus más holgado.

-Sígueme.-dije con un leve gesto de mi cabeza para echar a caminar. Mis pasos eran como los de un animal en medio de un bosque, ya que siempre estaba pendiente a todo y a todos. Nunca bajaba la guardia.

En pocos minutos llegamos al lugar indicado, una pequeña terraza con una diminuta cafetería. Era algo antigua, el café era el mejor de toda Roma. Pero al ser tan pequeña, en un lugar tan lleno de grandes y lujosas cafeterías nadie echaba cuenta de aquel local. Los turistas se dejaban guiar por el aspecto y no por el olfato.

Cuando entramos dentro un fuerte aroma a café, pan tostado y dulces recién horneados golpeó nuestros olfatos. Sonreí notando que nada había cambiado, ni las camareras aunque alguna estaba algo más anciana. Caminé hacia la barra y me senté en uno de los taburetes.

Negué con mi cabeza antes de sonreír de forma amarga. No me importaba que me preguntara, me dolía el motivo porque era triste pero no la pregunta.

-Un amigo murió, me pidieron que viniera porque quería verme antes de morir. He heredado algo de dinero, lo justo para quizás comprarme una pequeña casa y restaurarla...-comenté antes de notar como el dueño limpiaba la barra antes de colocarse frente a nosotros.

Era un hombre corpulento de ojos juntos pero grandes, tenía el entrecejo algo fruncido y parecía de mal humor. Sin embargo, se formuló una sonrisa en su rostro como si fuéramos viejos amigos. Los clientes debían de ver felicidad, no las miserias que podían ocurrir tras la barra de la cafetería.

-¿Qué desean?-preguntó en perfecto italiano mientras se sacaba el lápiz de detrás de su oreja.

Tenía poco pelo, pero el poco que tenía era negro. Tenía un aspecto limpio a pesar de estar algo sudado, quizás por el esfuerzo de estar metiendo algunos sacos en el almacén. Podía oler productos frescos, recién llegados, en la cocina.

-Para mí un café y un bollo, por favor.-comenté con una leve sonrisa respondiendo con gentileza la suya.

-¿Y para ti amigo?

Escuchaba sus palabras mientras observaba como comenzaban a servirnos. Pensé en todo lo que había vivido, sobre todo cuando escuché lo de mi territorio. Me giré con una leve sonrisa y respondí con cierto orgullo.

-Japón, vivo cerca de Tokyo. Bueno, lo que queda de Tokyo.-comenté justo cuando veía el café frente a nuestras narices.-Vivo no muy lejos, pero exactamente no puedo decirte. Todo quedó destruido, por lo tanto se fue reconstruyendo y algunas zonas se dejaron forestales. Es de gran actividad sísmica, más que antes, y por ello no se construye demasiado alto.

Habían decidido que mi zona fuera para recreo, turismo y encuentro con la naturaleza. No deseaban olvidar de donde veníamos ahora que sabíamos que los infiernos se abrían, que los ángeles caían envueltos en llamas y que el mundo que se conocía hacía dos siglos no era comparado con el actual. Fue una decisión gubernamental.

-Se nos dejó a varios clanes cuidarla, entre ellos el de mi padre, después me quedé yo con el legado que poseemos. Sin embargo, me marché hace unos años para conocer nuevos mundos, personas diferentes, conocer idiomas y sobre todo encontrar pareja lejos de las chicas del poblado. Quise mejorar en técnicas como hallar a la persona indicada.-tomé la bolsa de azúcar sacudiéndola, abriéndola y vertiéndola en el café. Pronto lo empecé a remover.-Ahora vivo en Los Ángeles, he encontrado pareja pero no sé cuando regresaré. Tal vez necesite conocer mejor el mundo.-él parecía un hombre de mundo, como yo pero de forma distinta.

-Si a plena lo llamas ir de un lugar a otro, sí.-dije en respuesta cuando terminó de hablar.

Por sus palabras me percaté que había sido convertido, como muchos otros. Yo aceptaba mi condición porque no conocí otra, era un lycan puro nacido de guerreros poderosos y de hombres sabios. Me habían criado en el autocontrol, en el amor a mi raza y la protección de esta.

-Ahora tengo pareja, un lugar donde permenacer y pienso que quizás pueda reunir conmigo a los que más quiero. No sé si se podrá, tal vez estén mejor en la aldea donde los dejé.-comenté con una leve sonrisa amarga, aunque cuando hablé de mi pareja mis ojos destellearon.-En pocas horas me marcharé hacia Los Ángeles.-me quedé pensativo unos segundos dando un trago y una mordida a mi pedido, para luego mirarle fijamente.-Te convertiste en lo que eres ¿no es así? Tal vez te sientes confuso con tu nueva condición, tranquilo acabáis aceptándola y siendo uno más.

-Tranquilo, dicen que a todo se acostumbra uno.-comenté antes de dar un buen sorbo al café y mirarle fijamente, mis ojos se centraron en los suyos durante varios segundos.

Notaba sus dudas sobre sí mismo, quizás sobre lo que era. Yo podía ayudarlo, si necesitaba alguna información o se sentía perdido. Me gustaba colaborar con el resto, sobre todo si ese resto era parte de los guerreros, o exploradores, que éramos.

-Si necesitas saber algo sobre lycan puedo ayudarte, así como si estás por mi zona y tienes problemas. No me importa ayudar a un novato, creo que es algo que hoy en día se está perdiendo.-recordé a mi padre con una leve sonrisa amarga. Mi padre era un guerrero estricto, pero no por ello perdía las formas y tenía cientos de amigos, lograba caer bien por sensato y por socorrer a todo aquel que lo necesitaba.

-Es instinto.-respondí a sus palabras mientras me limpiaba con la servilleta, tenía apetito. Gastaba mucha energía, corría por la ciudad como si fueran bosques y buscaba entrenamiento a cada momento. Era un ser alerta, un guerrero que se mantenía a pesar que las batallas no venían desde hacía meses.-El instinto nos hace ser como somos, pronto estarás tan ligado a él que te será fácil. Yo nací como hombre, aunque pudiera ser un cachorro, evolucioné como cualquier chiquillo a paso más lento.-comenté acomodándome en aquel taburete.-Verás, la naturaleza te llama y aprendes. Sabes qué eres sin que te tengan que contar nada. Sin embargo, surgen dudas y para eso está la camada. Mi tribu tiene asentamiento en Japón, hemos aprendido artes que se consideraban olvidadas y vivido lejos de la tecnología más avanzada. No hace falta tener tantos electrodomésticos, tanta comodidad, para vivir bien.

Recordé como los bosques y campos de arroz, entre otros cereales, se extendían frente a mí. El momento de la caza, de la recolecta de frutas silvestres o de cazar luciérnagas en el lago... era algo habitual. El paisaje, la gente viviendo gracias al sudor de su frente y al dolor de sus manos. Muchos lycan olvidaban la naturaleza, otros no podíamos dejarla de lado.

-Supongo que cuando te alteras te conviertes, no dominas de forma sencilla esos arranques ¿no es así?-sabía que con meditación se podía llegar a encontrar el equilibrio, dejando la mente en blanco con facilidad y parando de esta forma el cambio.