Venecia Roja (Priv. Jukka)

¿Por qué había regresado de nuevo a los oscuros callejones de Vencía? ¿Era acaso la nostalgia, el sabor agridulce que se instalaba en su paladar cuando sus ojos azules y grandes se posaban en las esbelta góndolas que surcaban los canales como cisnes negros? Venecia, la hermosa Venecia, era el lugar donde conoció la mayor felicidad, allí tuvo un gran palacio, en su interior obras de arte dignas de las salas de tronos de reyes, los nobles y el clero esperaban ser invitados cada noche a los banquetes que Marius celebraba en medio de mucha opulencia, sus protegidos, talentosos y bellos muchachos que lo adoraban, la hermosa Bianca que danzaba y seducía a todos, Armand, su hermoso Armand, al que convirtió en su amante y otorgó el don oscuro. En una sola noche todo se desvaneción entre fuego, gritos y agonía. Venecia era el símbolo de su loca vanidad pero Marius continuaba loca y absurdamente enamorado de aquella ciudad.

Quien dijera que los siglos debieron otorgarle mayor control sobre sus impulsos, Marius reiría suavemente, ¿cómo podría ser así? para poder pintar uno precisaba las emociones a flor de piel y puede que la suya fuera cada vez más blanca, mas tersa y dura pero Marius no renunciaba a aquella pasión por todo lo hermoso, no renunciaba al Arte ni renunciaba a los placeres de la vida aunque aquel cuerpo ya no fuera un cuerpo mortal. Se hospedó en la suite de uno de los mejores hoteles, la habitación era cómoda y decorada al estilo italiano, algo recargado pero delicioso, poseía una terraza y a través de las puertas de cristal abiertas le llegaba el sonido de la música y de las risas altas; era carnaval en Venecia.

Aquel bullicio tan vital le parecía excitante, Venecia había sido respestada por la oscurida pero tomada por ella, ahora era ciudad de demonios y vampiros, demasiado jóvenes como para que Marius se tomara interés en ellos, no le decían nada, eran criaturas anodinas, vacías. Pero ahora basta de tener pensamientos sobre sus congéneres, tenía hambre, debía ser aquella loca algarabía, sentía que desea sumergirse en los bailes, danzar con desconocidos y beber de sus cuellos sin que se percataran de ello, tan sutil podría llegar a ser Marius.

Se vistió de rojo, su color preferido, una capa roja, un chaleco sin mangas bajo ella con bordados dorados, una camisa de seda blanca, unos calzones blancos ajustados a sus piernas y zapatos de punta cuadrada, disfrazado como el siglo XVIII. Se puso una mascara dorada en forma de sol y se lanzó fuera del hotel a tomar aquello que Vencia quisiera ofrecerle aquella noche. Las calles estaban atestadas y Marius tomó por los callejones, donde habían grupos más reducidos, donde el vino corría y todos llevaban máscaras. Marius se acercó a doce personas, que bailanban en torno a una hoguerra donde quemaban un muñeco con máscara de demonio, sus dedos tomaron los de un hombre, sutilmente y lo abrazó a el, danzando, el hombre rió y Marius se inclinó hacia él como si estuviera susurrando un secreto pero en vez de ello clavó sus colmillos en su cuello para dar un pequeño sorbo, no lo mataría, continuaba bailando con él, en torno al fuego, en torno al demonio que se quemaba. Unos fuegos artificiales estallaron en el cielo, de todos los colores.

Marius ya había bebido de dos mortales, mientras danzaba con ellos, tomando su sangre de forma tan sutil que ni siquiera lo sentían, embriagando sus sentidos con la música y la sangre que ahora recorrían todo su cuerpo, ya no necesitaba alimentarse como antes pero de cuando en cuando lo hacia por el puro placer, Marius no se engañaba a si mismo, siempre disfrutó de todo, no era un monje ni un santo, era romano y como buen romana siempre fue hedonista aunque también un erudito. Le gustaban los lujos y las comodidades, disfrutaba disfrazándose, interpretando un papel y bailando como si fuera una noche de verano, apretando los cálidos de cuerpos tanto de hombre como mujeres entre sus brazós, sentir sus corazones acelerados y sus respiraciones jadeantes mientras tomaba su sangre, acariciando el cuello con sus labios. Marius danzaba muy bien, siglos ejerciendo como noble o cortesano, sintiendo inclinación por el baile para expresar su cuerpo en momentos de lujuria o sencillamente como arma para cortejar.

Quizás fue la sangre la que jugó con sus sentidos, Marius no quería preocuparse aquella noche, no había allí fanáticos, ni cazadores de vampiros, nada debía temer en aquelle noche y por tando se dejó llevar como igualmente hacía cuando pintaba estando especialmente inspirado. Giró sobre sus pies, ligero como una pluma, la mácara de sol cubría la mitad de su rostro y dejaba ver parte de la nariz y sus labios, sonreía, sus blancos dientes relucían sobre sus rosados labios, las sombras se alargaban sobre las paredes, giró una vez y agarró la mano de un hombre, Marius siempre llevaba las manos enguantadas, le gustaba sentir el calor contra sus dedos, quizás por eso no percibió la frialdad que manaba de la piel. Era un hombre su siguiente presa, lo pegó a su cuerpo y lo hizo danzar, cerca de las llamas, inclinó su cabeza y sus labios rozaron su cuello...se detuvo, paró sus pasos, su mano derecha cogía la izquierda de el y su brazo izquierdo rodeaba su cintura.

Sus colmillos estaban a unos pocos milímetros pero no los hundió, una ola de poder recorrió su cuerpo, muy parecida a cuando estaba cerca de Mahared o de Akasha, un poder antiguo y peligroso, la carne parecía de cristal cuando uno contenía algo parecido dentro de él. Marius no gritó ni armó escandolo, sus colmillos se volvieron a esconder y poco a poco fue separando su boca de aquel cuello, notando ahora que el cuerpo que apretaba contra el suyo era duro y frío como un bloque de mármol. Ah...Marius, viejo loco y tonto, ¿tanto adorabas aquella orgia mortal, sangre y fuego para olvidar que había otros seres más antiguos y poderosos que él? su imprudencia bien pudiera costarle cara.

Marius se quedó con los ojos fijos en el otro rostro, percibiendo el poder que manaba de aquel cuerpo, que traspasaba la carne, era algo tan familiar pero al tiempo tan diferente que lo turbó, haciendo que todo lo que estaba en torno a ellos se desvaneciera en las sombras a la luz del fuego. Parecía un vampiro, eso era más que evidente, la piel era terriblemente blanca, pálida, casi transparente, los ojos resplandecían con una especie de fuego interior, de llama hambrienta, también denotaban inteligencia y conocimientos profundos, escondidos y secretos. El porte...ah, que decir de porte, si el orgullo tuviera cuerpo seguramente sería aquel, estaba parado frente a él, desafiante y pasivo al tiempo, una gema inescrutable, una esfinge masculina y dura. Pero si era vampiro parecía más viejo que la propia Maharet y eso era algo imposible por lo que él sabía aunque pudiera ser que no lo supierta todo.

No, había escuchado hablar sobre otro tipos de vampiros, en principio solo creyó que eran una mera leyenda sin fundamento porque en toda su existencia no se encontró a ni uno de ellos, rumores oscuros que iban tomando mas y más relevancia hasta que le propio Marius no pudo ignorarlos y procedió a investigarlos para hallar evidencias que lo dejaron perplejo y hasta aconjogado, vampiros con raíces de demonios, ¿era eso posible? ¿hasta ese punto el don oscuro era tan poderoso?

Inspiró, estiró sus manos de dedos delgados y elegantes, se despojó de sus guantes y posó las yemas sobre su rostro como quien admira una escultura extraña, original y diferente, lo recorrió, la frente amplia, la nariz recta, las mejillas soberbias y los labios bien dibujando, amplios y sensuales. De él manaba un fuerte aroma a cigarro pero tambien a madreselva o quizás el aroma que tendría un templo perdido en mitad de la jungla.

-¿Qué eres, hombre soberbio?-la voz de Marius era sualve, dulce y profunda, entre maravillada y escéptica a pesar de estar tocándolo. Los dedos se metieron entre los cabellos, halando de ellos levemente para despejar la faz, escrutándolo fijamente, sin miedo ni odio, solo con los ojos de un hombre que admira la belleza en cualquier facete, incluso en la más peligrosa.