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Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
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Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
Regresé de mi larga estancia en Estados Unidos. Deseaba sentir la humedad creciente en el aire de Londres, extrañaba la lluvia corriendo por mis mejillas. Extrañaba demasiado a unos viejos amigos a los cuales concedía un poco de mi gracia divina. Todos ellos eran artistas, músicos y escritores, que dejaban su piel en relatos sensacionales que te producía cierta nostalgia o rabia. Yo siempre guardaba mi aspecto temblado, poco ufano y sí muy alejado de los sentimientos que cientos podían contemplar en sus perfectos renglones.
Visité al más joven de todos, un muchacho de treinta años cuyo tiempo parecía detenido. Era un extraño ejemplar de hombre callado, extremadamente sosegado y muy agitado en ocasiones. Cuando algo le perturbaba era incapaz de escribir dos renglones, su cabeza parecía que iba a explotar de un momento a otro. Sus largos cabellos dorados caían sobre sus hombros desnudos, sus dedos congelados intentaban acariciar las emborronadas letras de la noche anterior y sus labios gruesos dejaban escapar maldiciones al demonio y a mi Padre.
Cuando me sintió en la escalera abrió la puerta dejando que la calefacción me azotara. Parecía un niño, el mismo niño que aparecía en su puerta desde hacía cinco años. No parecía crecer demasiado, igual que él no parecía envejecer. Pese a su mala vida y su mala suerte se conservaba joven gracias a unos curiosos genes que le había otorgado su madre. Era una hechicera bastante atractiva, una mujer preciosa como todas las madres, y que había fallecido justo antes de habernos encontrado. Ella era su talismán, y yo ocupaba su lugar ahora.
-¡David! ¡Pequeño! ¡Ven! ¡Pasa!
Me tomó entre sus brazos pegándome contra su cuerpo, acariciando mis cabellos dorados como los suyos. Yo reí como lo haría un niño y calmé su corazón. Hice que se olvidara de la frustración, de la pena extrema, y sobre todo de los nervios que le condenaban a no poder escribir ni una línea. Me quedé allí jugando con el oso que él mismo me había regalado. Él pensaba que era un niño del barrio, un chiquillo que a veces se escapaba de casa en las noches, pese al peligro que acechaba continuamente, para ver como mi gran amigo me mostraba sus cuentos de Hadas, luciérnagas, elfos, ángeles y demonios poco crueles.
Me acordé en una ocasión de Lucifer por como expresaba su amargura, odio y a la vez amor. Lucifer seguía amando a padre, pero a la vez lo detestaba por no haberse dejado expresar y mostrar aquello a lo cual se refería. Mostraba a Dios un padre algo inaccesible pero bueno, bondadoso, y tan piadoso que no pudo matar a su hijo sino que lo mandó a otro plano esperando que allí recapacitara. Pero no logró nada, sólo más odio venenoso contra aquello que pensaba que su padre amaba más que a él: Los humanos.
Estuve allí jugando con el pequeño oso hasta que acabó su texto, se levantó abrazándome y besando mis mejillas. Después se marchó a la cocina para calentar algo de leche para mí, segundos que usé para marcharme lo más rápido que pude. Corrí por las calles convertido en un niño para muchos, en un adulto para otros y en un anciano o joven alocado para el resto. Si bien, era la templanza calmando la ansiedad de los poetas, siendo la musa de los filósofos y el ángel de los más desfavorecidos.
Noté una presencia nueva, un aroma distinto en el viento, y alcé mi rostro hacia encontrarme de frente con un ángel. Sabía que era uno porque entre nosotros nos conocíamos, aunque no nos hubiéramos visto antes. Caminé a paso lento hacia él con aquel peluche entre mis dedos de la mano derecha, moviéndolo lentamente como si le invitara a caminar a mi ritmo.
-Buenas noches.
Dije aquello enmarcando una pequeña sonrisa, la de un niño tal vez. No sabía como podía verme mi hermano y esperaba que no le importara tenerme a su lado, siempre fui alguien solitario pero esa noche deseaba compañía lejos de las tristes almas que ayudaba a salvar de alguna forma. Su aspecto me recordó al de Peter, rubio de ojos azules inmensos con cierta nostalgia. ¿Era su forma habitual? ¿Tal vez sólo era la imagen que deseaba mostrarme? ¿Quién era él? Mis dudas las resolvería pronto, o eso esperaba con mi paciencia habitual.
Visité al más joven de todos, un muchacho de treinta años cuyo tiempo parecía detenido. Era un extraño ejemplar de hombre callado, extremadamente sosegado y muy agitado en ocasiones. Cuando algo le perturbaba era incapaz de escribir dos renglones, su cabeza parecía que iba a explotar de un momento a otro. Sus largos cabellos dorados caían sobre sus hombros desnudos, sus dedos congelados intentaban acariciar las emborronadas letras de la noche anterior y sus labios gruesos dejaban escapar maldiciones al demonio y a mi Padre.
Cuando me sintió en la escalera abrió la puerta dejando que la calefacción me azotara. Parecía un niño, el mismo niño que aparecía en su puerta desde hacía cinco años. No parecía crecer demasiado, igual que él no parecía envejecer. Pese a su mala vida y su mala suerte se conservaba joven gracias a unos curiosos genes que le había otorgado su madre. Era una hechicera bastante atractiva, una mujer preciosa como todas las madres, y que había fallecido justo antes de habernos encontrado. Ella era su talismán, y yo ocupaba su lugar ahora.
-¡David! ¡Pequeño! ¡Ven! ¡Pasa!
Me tomó entre sus brazos pegándome contra su cuerpo, acariciando mis cabellos dorados como los suyos. Yo reí como lo haría un niño y calmé su corazón. Hice que se olvidara de la frustración, de la pena extrema, y sobre todo de los nervios que le condenaban a no poder escribir ni una línea. Me quedé allí jugando con el oso que él mismo me había regalado. Él pensaba que era un niño del barrio, un chiquillo que a veces se escapaba de casa en las noches, pese al peligro que acechaba continuamente, para ver como mi gran amigo me mostraba sus cuentos de Hadas, luciérnagas, elfos, ángeles y demonios poco crueles.
Me acordé en una ocasión de Lucifer por como expresaba su amargura, odio y a la vez amor. Lucifer seguía amando a padre, pero a la vez lo detestaba por no haberse dejado expresar y mostrar aquello a lo cual se refería. Mostraba a Dios un padre algo inaccesible pero bueno, bondadoso, y tan piadoso que no pudo matar a su hijo sino que lo mandó a otro plano esperando que allí recapacitara. Pero no logró nada, sólo más odio venenoso contra aquello que pensaba que su padre amaba más que a él: Los humanos.
Estuve allí jugando con el pequeño oso hasta que acabó su texto, se levantó abrazándome y besando mis mejillas. Después se marchó a la cocina para calentar algo de leche para mí, segundos que usé para marcharme lo más rápido que pude. Corrí por las calles convertido en un niño para muchos, en un adulto para otros y en un anciano o joven alocado para el resto. Si bien, era la templanza calmando la ansiedad de los poetas, siendo la musa de los filósofos y el ángel de los más desfavorecidos.
Noté una presencia nueva, un aroma distinto en el viento, y alcé mi rostro hacia encontrarme de frente con un ángel. Sabía que era uno porque entre nosotros nos conocíamos, aunque no nos hubiéramos visto antes. Caminé a paso lento hacia él con aquel peluche entre mis dedos de la mano derecha, moviéndolo lentamente como si le invitara a caminar a mi ritmo.
-Buenas noches.
Dije aquello enmarcando una pequeña sonrisa, la de un niño tal vez. No sabía como podía verme mi hermano y esperaba que no le importara tenerme a su lado, siempre fui alguien solitario pero esa noche deseaba compañía lejos de las tristes almas que ayudaba a salvar de alguna forma. Su aspecto me recordó al de Peter, rubio de ojos azules inmensos con cierta nostalgia. ¿Era su forma habitual? ¿Tal vez sólo era la imagen que deseaba mostrarme? ¿Quién era él? Mis dudas las resolvería pronto, o eso esperaba con mi paciencia habitual.
Invitado- Invitado
Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
Había salido de las oscuras calles de Los Ángeles buscando la lluvia. No conocía un lugar más húmedo y pluvioso que Londres. Decidí abrir mis alas despegando mis pies del suelo, dejando atrás la iluminada y, a la vez, oscura ciudad. Las calles tintinearon llenas de luces de neón, parecían el propio cielo nocturno a mis pies. Mis alas blancas con sendas plumas plateadas y doradas, igual que el metal más preciado, rozaron el humo tóxico de sus chimeneas en busca de nuevos rumbos. Necesitaba la lluvia para no caer en desánimo, tal vez allí encontraría la magia de la naturaleza surgiendo de la nada.
El trayecto fue poco complicado, mis alas eran algo pesadas pero extremadamente veloces. Mis movimientos elegantes y sosegados provocaban que el viento a mi alrededor se moviera con cierta fuerza. Mis ojos se quedaron fijos en los océanos. Me perturbaba pensar que muchas especies habían perecido sin que el hombre las hubiera conocido, ya que en las profundidades también se sintió la guerra y se resintieron sus criaturas marinas. Alejé aquellos pensamientos al ver la tierra en el horizonte.
Por unos instantes recordé el viejo cuento de Peter Pan y los niños perdidos. Un cuento muy londinense y lleno de magia, una magia que solía acompañar a los chiquillos. Mis ropas se transformaron en algo más abrigado, así como también menos llamativas. Un gabán gris me cubría hasta la rabadilla de mis rodillas, un jersey blanco de cuello de cisne rozaba mi mandíbula y unos pantalones gruesos vaqueros cubrían mis piernas mientras que en mis pies había unos mocasines clásicos. Amaba los mocasines, como las sandalias y las zapatillas deportivas, eran zapatos mucho más cómodos que las botas que se solían usar para las largas caminatas por la ciudad cuando helaba.
La lluvia no hizo acto de presencia, no aún, mientras merodeaba las calles más polifacéticas, aquellas que siempre fueron propiedad de músicos, escritores, actores y vida indeseable. Los hombres más soñadores de Londres dormían, o intentaban dormir, con las musas a un lado y el bolígrafo entre sus dedos. Largas madrugadas pintando amaneceres, oscuras noches susurrando versos prohibidos, y por supuesto la melodía de guitarras tocando la melancolía que poseía sus almas.
En una de las calles, algo transitada pese a la hora, me topé con un niño. No tenía más de ocho años, sus orejas sobresalían de sus cortos cabellos rubios y sus ojos tenían un extraño encanto. Noté su presencia, su esencia, su aroma y sobretodo la templanza que le rodeaba como un aura mágica y tan sobrenatural como la mía cuando dejaba que apareciera para el resto de mortales. Me acerqué a él cuando me habló, lo hice acariciando sus cabellos antes de inclinarme y contemplarle.
-¿Templanza? ¿Eres tú el ángel de la templanza?
Sabía que era un ángel menor por su aura, pero también noté ese don especial envolverlo. Parecía que no le preocupaba en absoluto mostrar quién era. Mis manos acariciaron sus mejillas notando su sonrisa dulce, no pude hacer otra cosa que corresponderle.
El trayecto fue poco complicado, mis alas eran algo pesadas pero extremadamente veloces. Mis movimientos elegantes y sosegados provocaban que el viento a mi alrededor se moviera con cierta fuerza. Mis ojos se quedaron fijos en los océanos. Me perturbaba pensar que muchas especies habían perecido sin que el hombre las hubiera conocido, ya que en las profundidades también se sintió la guerra y se resintieron sus criaturas marinas. Alejé aquellos pensamientos al ver la tierra en el horizonte.
Por unos instantes recordé el viejo cuento de Peter Pan y los niños perdidos. Un cuento muy londinense y lleno de magia, una magia que solía acompañar a los chiquillos. Mis ropas se transformaron en algo más abrigado, así como también menos llamativas. Un gabán gris me cubría hasta la rabadilla de mis rodillas, un jersey blanco de cuello de cisne rozaba mi mandíbula y unos pantalones gruesos vaqueros cubrían mis piernas mientras que en mis pies había unos mocasines clásicos. Amaba los mocasines, como las sandalias y las zapatillas deportivas, eran zapatos mucho más cómodos que las botas que se solían usar para las largas caminatas por la ciudad cuando helaba.
La lluvia no hizo acto de presencia, no aún, mientras merodeaba las calles más polifacéticas, aquellas que siempre fueron propiedad de músicos, escritores, actores y vida indeseable. Los hombres más soñadores de Londres dormían, o intentaban dormir, con las musas a un lado y el bolígrafo entre sus dedos. Largas madrugadas pintando amaneceres, oscuras noches susurrando versos prohibidos, y por supuesto la melodía de guitarras tocando la melancolía que poseía sus almas.
En una de las calles, algo transitada pese a la hora, me topé con un niño. No tenía más de ocho años, sus orejas sobresalían de sus cortos cabellos rubios y sus ojos tenían un extraño encanto. Noté su presencia, su esencia, su aroma y sobretodo la templanza que le rodeaba como un aura mágica y tan sobrenatural como la mía cuando dejaba que apareciera para el resto de mortales. Me acerqué a él cuando me habló, lo hice acariciando sus cabellos antes de inclinarme y contemplarle.
-¿Templanza? ¿Eres tú el ángel de la templanza?
Sabía que era un ángel menor por su aura, pero también noté ese don especial envolverlo. Parecía que no le preocupaba en absoluto mostrar quién era. Mis manos acariciaron sus mejillas notando su sonrisa dulce, no pude hacer otra cosa que corresponderle.
Invitado- Invitado
Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
Me sorprendí enormemente porque me hubiera reconocido con tanta facilidad. Me contemplaba como si fuera un niño, supuse que él estaba más vinculado con los más débiles y puros que eran los infantes. Sonreí maravillado notando como si Dios mismo me acariciara. Él era más cercano a nuestro creador, podía sentir como la luz provenía de él como si fuera magia. Mi sonrisa se ensanchó y mis brazos lo rodearon adaptando por completo mi cuerpo a la visión que había creado sobre mí, como si el espejismo se hiciera real frente a un sediento.
-Eres más cercano a padre que yo mismo, siento su calidez. Eres poderoso aunque lo ocultes o niegues. Puedo notar la llama agitada de tu corazón.
Coloqué mis manos, pequeñas comparadas con sus facciones adultas, sobre sus mejillas. Mi hermano parecía necesitar la compañía de la clamorosa lluvia como los arrozales. Sus ojos poseían trozos de cielo, mar y tulipanes azules. Parecía un hombre común consagrado a su honor y bondad, pero era un ángel fuerte que luchaba encarecidamente contra la oscuridad. Éramos la antorcha de Dios, la luz cegadora que ahuyentaba a los demonios dispersándolos.
-Llámame David.
Susurré cerca de su oído como si fuera un secreto. Me aparté de él quedando a unos pasos observándolo. Podía percibir que amaba a los niños como un abnegado padre. No sabía si era por la belleza de sus risas e inocencia, aunque tal vez se debía que ellos eran más cercanos a la luz que desprendíamos. Si ayudábamos a un niño este crecía fuerte y erecto, nosotros terminábamos plantando la semilla más importante.
-¿Cuál es tu nombre? ¿Puedo acompañarte?
Estreché entre mis pequeños brazos el oso de peluche mostrándome frágil, tan frágil y ligero como una pluma. Parecía un niño perdido en una gran ciudad esperando encontrar de nuevo el camino a casa. Pude permitirme el lujo de observar mi propio reflejo en el cristal de una tienda cercana. Mi aspecto era delicado y cargado de cierta inocencia. Estaba tranquilo, tan sereno como siempre. A mi lado estaba él, parecía algo aturdido quizás por un largo viaje.
-Podríamos sentarnos a conversar en alguna cafetería, normalmente no tomo comida humana. No importa si está atestada de personas, no soy impaciente.
-Eres más cercano a padre que yo mismo, siento su calidez. Eres poderoso aunque lo ocultes o niegues. Puedo notar la llama agitada de tu corazón.
Coloqué mis manos, pequeñas comparadas con sus facciones adultas, sobre sus mejillas. Mi hermano parecía necesitar la compañía de la clamorosa lluvia como los arrozales. Sus ojos poseían trozos de cielo, mar y tulipanes azules. Parecía un hombre común consagrado a su honor y bondad, pero era un ángel fuerte que luchaba encarecidamente contra la oscuridad. Éramos la antorcha de Dios, la luz cegadora que ahuyentaba a los demonios dispersándolos.
-Llámame David.
Susurré cerca de su oído como si fuera un secreto. Me aparté de él quedando a unos pasos observándolo. Podía percibir que amaba a los niños como un abnegado padre. No sabía si era por la belleza de sus risas e inocencia, aunque tal vez se debía que ellos eran más cercanos a la luz que desprendíamos. Si ayudábamos a un niño este crecía fuerte y erecto, nosotros terminábamos plantando la semilla más importante.
-¿Cuál es tu nombre? ¿Puedo acompañarte?
Estreché entre mis pequeños brazos el oso de peluche mostrándome frágil, tan frágil y ligero como una pluma. Parecía un niño perdido en una gran ciudad esperando encontrar de nuevo el camino a casa. Pude permitirme el lujo de observar mi propio reflejo en el cristal de una tienda cercana. Mi aspecto era delicado y cargado de cierta inocencia. Estaba tranquilo, tan sereno como siempre. A mi lado estaba él, parecía algo aturdido quizás por un largo viaje.
-Podríamos sentarnos a conversar en alguna cafetería, normalmente no tomo comida humana. No importa si está atestada de personas, no soy impaciente.
Invitado- Invitado
Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
-Dejad que los niños se acerquen a mí, porque de ellos es el reino de los cielos.
Recordé las palabras de Jesucristo hacia los niños. La pureza que ellos desprendían era parte de un alma limpia, llena de dulzura y de imaginación. Los niños de esta época nacían marcados por un ambiente hostil, miseria y hambre. La inocencia estaba extinguiéndose y pronto nacerían sin ella. Siempre había visto a los humanos como seres con gran fortaleza, pero sin una infancia sana no se poseía más que ira cuando se crecía.
-¿Siempre muestras este aspecto?
Pregunté aquello acariciando sus cabellos que parecían oro puro. Sus cabellos eran lisos y algo cortos, pero caían graciosamente sobre su pequeña frente. Sus largas pestañas doradas se movían calmadas, igual que sus pupilas. Emitía una calidez distinta a la de Olivia o mis otros hermanos, parecía llevar con él la fragancia de lo puro y lo inaccesible. Me quedé boquiabierto ante aquella imagen niño perfecto y perdido.
Por unos instantes pensé en mi deseo de ser padre, de cuidar a uno de esos niños perdidos y darles cobijo bajo mis alas. Sin embargo, sabía bien que Dios no quería que me atara a cuidar de una criatura sino de cientos de millones. Yo era el ángel de la humanidad, el guardián de su salud y sus sentimientos. Era el fruto que provocaba que germinaran millones de semillas que se convertían en perfumadas y coloridas flores. No podía permitirme el ser padre aunque no tuviera mi sangre.
-David, te acompañaré a tomar café.
Tomé una de sus pequeñas manos entre las mías. Recordé que muchos niños tenían un don especial para la música, la escritura, el dibujo y también para la danza. Eran ellos los ángeles en la tierra, no nosotros. Esbocé una sonrisa tomándole de la mano para tomar aquel café.
-No logro comprender porque has tomado esta forma tan frágil, sin embargo siempre he pensado que los niños son los ángeles de este mundo. Los niños son la luz de la vida, la misma que enciende una madre y que sostiene un padre. Los niños son el futuro, el bien más preciado de cualquier sociedad.
Recordé las palabras de Jesucristo hacia los niños. La pureza que ellos desprendían era parte de un alma limpia, llena de dulzura y de imaginación. Los niños de esta época nacían marcados por un ambiente hostil, miseria y hambre. La inocencia estaba extinguiéndose y pronto nacerían sin ella. Siempre había visto a los humanos como seres con gran fortaleza, pero sin una infancia sana no se poseía más que ira cuando se crecía.
-¿Siempre muestras este aspecto?
Pregunté aquello acariciando sus cabellos que parecían oro puro. Sus cabellos eran lisos y algo cortos, pero caían graciosamente sobre su pequeña frente. Sus largas pestañas doradas se movían calmadas, igual que sus pupilas. Emitía una calidez distinta a la de Olivia o mis otros hermanos, parecía llevar con él la fragancia de lo puro y lo inaccesible. Me quedé boquiabierto ante aquella imagen niño perfecto y perdido.
Por unos instantes pensé en mi deseo de ser padre, de cuidar a uno de esos niños perdidos y darles cobijo bajo mis alas. Sin embargo, sabía bien que Dios no quería que me atara a cuidar de una criatura sino de cientos de millones. Yo era el ángel de la humanidad, el guardián de su salud y sus sentimientos. Era el fruto que provocaba que germinaran millones de semillas que se convertían en perfumadas y coloridas flores. No podía permitirme el ser padre aunque no tuviera mi sangre.
-David, te acompañaré a tomar café.
Tomé una de sus pequeñas manos entre las mías. Recordé que muchos niños tenían un don especial para la música, la escritura, el dibujo y también para la danza. Eran ellos los ángeles en la tierra, no nosotros. Esbocé una sonrisa tomándole de la mano para tomar aquel café.
-No logro comprender porque has tomado esta forma tan frágil, sin embargo siempre he pensado que los niños son los ángeles de este mundo. Los niños son la luz de la vida, la misma que enciende una madre y que sostiene un padre. Los niños son el futuro, el bien más preciado de cualquier sociedad.
Invitado- Invitado
Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
Mi primera respuesta fue una dulce y simple sonrisa, tan dulce y simple como sería la de un niño de unos seis años, quizás siete, que en otras épocas sólo tendría que temer a los monstruos que se ocultaban en el armario repleto de juguetes. Un niño calmado, tierno y tan simple como cualquier otro. Mis ojos azules jugaban con los suyos a descubrir la belleza que había en las creaciones de Dios, en todos mis hermanos había una belleza única que nos delataba como luz pura.
-Prefiero cacao.
Mi voz sonó infantil mientras mis pequeñas piernas se movían junto a él. Tal vez, sólo tal vez, podríamos parecer padre e hijo. Mi aspecto era menudo y frágil, parecía una pompa de jabón que fuera a romperse con una leve caricia del viento.
-Los niños son los más cercanos a Dios, nacen con una inocencia tan sincera y fuerte que me hace sentir como si estuviera en casa. Me gusta conversar con los más pequeños, rodearme de ellos jugando con pequeños juguetes hechos a mano, como hace cientos de años atrás. Recuerdo a los artesanos jugueteros, aquellos que con un trozo de madera te hacía un barco pequeño.
Jesucristo llevó a los hombres el mensaje de los humildes y desamparados, de aquellos que tenía hueco en el reino de Dios y que eran amados como a sus hijos más cercanos, nosotros los seres de luz y celestiales que rondábamos las calles intentando calentar los corazones fríos. La bondad y la inocencia germinaba en el corazón de los niños, debíamos cuidarlo.
-Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.
Susurré dando pequeños brincos tomando su mano, apretando sus dedos en mi delicado puño. Mis cabellos se movían con la leve brisa nocturna mientras aquel hermoso os de peluche se balanceaba.
-Según sea de puro un corazón, así sea de necesitado de bondad, aparezco de una forma u otra. Soy la templanza, aquel que sosiega los malos deseos y ofrece al hombre una virtud intangible.
-Prefiero cacao.
Mi voz sonó infantil mientras mis pequeñas piernas se movían junto a él. Tal vez, sólo tal vez, podríamos parecer padre e hijo. Mi aspecto era menudo y frágil, parecía una pompa de jabón que fuera a romperse con una leve caricia del viento.
-Los niños son los más cercanos a Dios, nacen con una inocencia tan sincera y fuerte que me hace sentir como si estuviera en casa. Me gusta conversar con los más pequeños, rodearme de ellos jugando con pequeños juguetes hechos a mano, como hace cientos de años atrás. Recuerdo a los artesanos jugueteros, aquellos que con un trozo de madera te hacía un barco pequeño.
Jesucristo llevó a los hombres el mensaje de los humildes y desamparados, de aquellos que tenía hueco en el reino de Dios y que eran amados como a sus hijos más cercanos, nosotros los seres de luz y celestiales que rondábamos las calles intentando calentar los corazones fríos. La bondad y la inocencia germinaba en el corazón de los niños, debíamos cuidarlo.
-Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.
Susurré dando pequeños brincos tomando su mano, apretando sus dedos en mi delicado puño. Mis cabellos se movían con la leve brisa nocturna mientras aquel hermoso os de peluche se balanceaba.
-Según sea de puro un corazón, así sea de necesitado de bondad, aparezco de una forma u otra. Soy la templanza, aquel que sosiega los malos deseos y ofrece al hombre una virtud intangible.
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Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
Repitió las palabras que habían sonado en mi mente, que recordaba como si hubieran sido dichas hacía tan sólo unas horas. Mi corazón vibró con latidos acelerados recordando la belleza de las palabras de Jesús de Nazaret, Dios mismo hecho carne y hueso. Su sufrimiento en el mundo, sus yagas y sus lágrimas, fueron vertidas en vano para muchos y para otros lo era todo. Cientos de personas caminaban por las sombras con cierta esperanza en su pecho, con un amor mágico y lleno de dulzura que Jesús había mostrado en su caminar por la Tierra.
Reparé entonces en su respuesta sobre su imagen, tal vez era yo demasiado puro, como un pequeño infante, o quizás era mis esfuerzos hacia la protección de la infancia aquello que me provocaba verlo con la imagen de una dulce criatura. Sus ojos eran tan azules como los míos, como el propio cielo, y dudé por unos instantes si realmente él era un ángel o sólo un pequeño.
Las aceras estaban heladas y la brisa fría parecía no importarle. Su pequeño oso de peluche de espeso pelaje marrón claro parecía esponjoso, tanto como las nubes que nos rodeaban. Pronto llovería, en cuanto el aire cesara. Sus pequeños pies se movían ligeros y sabios envueltos en unas deportivas que ya no se fabricaban, recordaba aquella marca de ropa pues muchos de los huérfanos que una vez cuidé tenían varios pares completamente destrozados. Sus pequeños dedos apretaban los míos guiándome por la calle dándome cierta paz.
-Te invitaré a ese cacao.
Sonreí deteniéndome para tomarlo entre mis brazos. Me pregunté por unos segundos si el pequeño que Marta había engendrado habría sido como él, un niño fuerte y hermoso con una dulce sonrisa cargada de amor celestial. Una mirada amarga se escapó hacia él, una mirada que sólo un padre destrozado muestra. Sin embargo, agité mi cabeza y aquel dolor se evaporó intentando disfrutar de la compañía de mi hermano.
-Una vez Dios me permitió conocer los corazones humanos, poder sentir el dolor y el amor en mi propia piel. Tal vez hoy te cuente a ti todo lo que he vivido, quizás sólo porque tu aspecto me hace añorar algo que no he tenido.
Mis pies se movieron apresurados por culpa de las primeras gotas, aquellas que parecían cantar alegremente contra los cristales de los negocios, vehículos y transeuntes. Corrí hacia la cafetería y al entrar estaba algo abarrotada. Había personas de todas las razas, así como todos los pueblos. Londres siempre había sido cosmopolita. El aroma a café, cacao y té se impregnaba en nuestras ropas así como las galletas de mantequilla y menta. Las mesas eran pequeñas y redondas de hierro negro y la tabla no era de madera, en absoluto, sino de mármol blanco. Las sillas eran cómodas, se veían complétamente coquetas jugando con el ambiente tenue y agradable que allí se tenía.
Busqué con la mirada una mesa libre, estaba en el fondo del local. Había un cartel de un ballet famoso, el de los Cisnes, colgado en la pared mientras que la contigua daba a la calle que comenzaba a empaparse. Senté a David en una de las sillas, la que daba frente al hermoso cártel de una bailarina vestida con tutú azul y de rizos tan dorados como los míos, mientras que yo lo dejé a mi espalda.
-Buenas noches, si me lo permite tiene un hijo precioso señor.
La camarera era una joven de no más de veinte años, sus mejillas estaban algo sonrojadas y poseía unos tobillos pequeños para sus hermosas piernas de bailarina. Se parecía a la chica del cartel, pero sus cabellos eran negros y algo revueltos. Sus enormes ojos verdes habían reparado en David casi de inmediato.
-Es el hijo de un amigo, pero gracias.
-Oh, lo siento tiendo a hablar demasiado.
Se sonrojó aún más al ser corregida, pero aquello la hizo ser aún más hermosa y bondadosa. Era una humana común, una chica que podía sobrevivir a duras penas en un mundo tan violento y cruel.
-No importa, de verdad. Tráiganos un café con leche y un chocolate bien caliente, así como unas cuantas galletas de mantequilla.
La chica asintió anotando en su pequeña libreta, para después correr hacia la barra dando nuestro pedido y dejándolo en un orden caótico que ella y su madre comprendían, porque la señora de cabellos rubios y algo desmejorada por los duros años era su madre, la dueña de la cafetería y la chica del cartel.
Reparé entonces en su respuesta sobre su imagen, tal vez era yo demasiado puro, como un pequeño infante, o quizás era mis esfuerzos hacia la protección de la infancia aquello que me provocaba verlo con la imagen de una dulce criatura. Sus ojos eran tan azules como los míos, como el propio cielo, y dudé por unos instantes si realmente él era un ángel o sólo un pequeño.
Las aceras estaban heladas y la brisa fría parecía no importarle. Su pequeño oso de peluche de espeso pelaje marrón claro parecía esponjoso, tanto como las nubes que nos rodeaban. Pronto llovería, en cuanto el aire cesara. Sus pequeños pies se movían ligeros y sabios envueltos en unas deportivas que ya no se fabricaban, recordaba aquella marca de ropa pues muchos de los huérfanos que una vez cuidé tenían varios pares completamente destrozados. Sus pequeños dedos apretaban los míos guiándome por la calle dándome cierta paz.
-Te invitaré a ese cacao.
Sonreí deteniéndome para tomarlo entre mis brazos. Me pregunté por unos segundos si el pequeño que Marta había engendrado habría sido como él, un niño fuerte y hermoso con una dulce sonrisa cargada de amor celestial. Una mirada amarga se escapó hacia él, una mirada que sólo un padre destrozado muestra. Sin embargo, agité mi cabeza y aquel dolor se evaporó intentando disfrutar de la compañía de mi hermano.
-Una vez Dios me permitió conocer los corazones humanos, poder sentir el dolor y el amor en mi propia piel. Tal vez hoy te cuente a ti todo lo que he vivido, quizás sólo porque tu aspecto me hace añorar algo que no he tenido.
Mis pies se movieron apresurados por culpa de las primeras gotas, aquellas que parecían cantar alegremente contra los cristales de los negocios, vehículos y transeuntes. Corrí hacia la cafetería y al entrar estaba algo abarrotada. Había personas de todas las razas, así como todos los pueblos. Londres siempre había sido cosmopolita. El aroma a café, cacao y té se impregnaba en nuestras ropas así como las galletas de mantequilla y menta. Las mesas eran pequeñas y redondas de hierro negro y la tabla no era de madera, en absoluto, sino de mármol blanco. Las sillas eran cómodas, se veían complétamente coquetas jugando con el ambiente tenue y agradable que allí se tenía.
Busqué con la mirada una mesa libre, estaba en el fondo del local. Había un cartel de un ballet famoso, el de los Cisnes, colgado en la pared mientras que la contigua daba a la calle que comenzaba a empaparse. Senté a David en una de las sillas, la que daba frente al hermoso cártel de una bailarina vestida con tutú azul y de rizos tan dorados como los míos, mientras que yo lo dejé a mi espalda.
-Buenas noches, si me lo permite tiene un hijo precioso señor.
La camarera era una joven de no más de veinte años, sus mejillas estaban algo sonrojadas y poseía unos tobillos pequeños para sus hermosas piernas de bailarina. Se parecía a la chica del cartel, pero sus cabellos eran negros y algo revueltos. Sus enormes ojos verdes habían reparado en David casi de inmediato.
-Es el hijo de un amigo, pero gracias.
-Oh, lo siento tiendo a hablar demasiado.
Se sonrojó aún más al ser corregida, pero aquello la hizo ser aún más hermosa y bondadosa. Era una humana común, una chica que podía sobrevivir a duras penas en un mundo tan violento y cruel.
-No importa, de verdad. Tráiganos un café con leche y un chocolate bien caliente, así como unas cuantas galletas de mantequilla.
La chica asintió anotando en su pequeña libreta, para después correr hacia la barra dando nuestro pedido y dejándolo en un orden caótico que ella y su madre comprendían, porque la señora de cabellos rubios y algo desmejorada por los duros años era su madre, la dueña de la cafetería y la chica del cartel.
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Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
Rafael hablaba como un padre que había perdido a un hijo. Parecía cómodo tratándome como si fuera tan sólo un niño esperando que alguien le fuera a recoger. Mis enormes ojos azules se fundían en los suyos. A penas veía con uno de ellos, no había permitido que nadie curara mi iris, pero juraba que jamás había visto a otro ángel ser tan atento como él con hermano. Usualmente somos algo fríos, o quizás lo era yo, y teníamos un trato prácticamente militares en algunas altas esferas del cielo. Éramos guardianes, soldados, seres preparados y dispuestos a dar la vida por Dios, por nuestro creador y padre de todo.
-Chocolate caliente, hace años que no tomo chocolate caliente.
Abracé mi oso de peluche moviendo mis piernas en un gesto de impaciencia infantil, sin embargo sólo era para aparentar que era un niño normal. La joven que había hecho los pedidos me trató como un pequeño ángel humano.
-Gracias por pedir por mí.
Mi flequillo rubio rozaba mi frente hasta mis cejas, tan rubias como perfectas. Era como los niños de los viejos anuncios televisivos, aquellos que corrían despreocupados por los prados y luego salía un slogan hablando de la vitalidad de algún producto nutritivo.
-Podrías explicarme aquello que has dicho antes. Desearía saber de qué forma conociste los corazones humanos.
Me intrigaban sus palabras, eran demasiado interesantes como para que pasaran por alto. Necesitaba saber qué tenía que contarme. La tranquilidad que emitía se comenzaba a notar en el local, todos aquellos que estaban a pocos metros de nosotros tomaban aire, sonreían y continuaban su vida mucho más calmados. Mis piernas seguían moviéndose escuchando de fondo el hilo musical. Eché de menos entonces mi guitarra, estaba en el hotel que había arrendado unas noches. Sin más comencé a tararear la canción con una dulce sonrisa infantil en mis labios.
La joven regresó con nuestro pedido, soltándolo frente a nosotros. Sus labios se posaron en mi mejilla derecha mientras reía. Limpió con cuidado el maquillaje que había dejado manchando mi pómulo. Sus dedos estaban algo fríos, pero sus manos eran suaves pese a su trabajo. Estaba seguro que sus piernas estaban cansadas y deseaba tener cinco minutos de calma.
-Eres una dulzura, tienes una voz preciosa pequeño. Estoy segura que de mayor serás un gran músico.
-Gracias, es usted muy bonita y estoy seguro que podrá encontrar un mejor trabajo que este.
Ella sin más rió sintiéndose algo más segura. Había notado que estaba intranquila por una entrevista de trabajo en una mejor zona, con mejor sueldo y mucho más sosegado. Deseaba conseguir ese puesto, pero tenía tanto miedo y tan pocas esperanzas que el nerviosismo la engullía.
Quédate conmigo... oh... quédate conmigo (Lennon - stand by me)
-Chocolate caliente, hace años que no tomo chocolate caliente.
Abracé mi oso de peluche moviendo mis piernas en un gesto de impaciencia infantil, sin embargo sólo era para aparentar que era un niño normal. La joven que había hecho los pedidos me trató como un pequeño ángel humano.
-Gracias por pedir por mí.
Mi flequillo rubio rozaba mi frente hasta mis cejas, tan rubias como perfectas. Era como los niños de los viejos anuncios televisivos, aquellos que corrían despreocupados por los prados y luego salía un slogan hablando de la vitalidad de algún producto nutritivo.
-Podrías explicarme aquello que has dicho antes. Desearía saber de qué forma conociste los corazones humanos.
Me intrigaban sus palabras, eran demasiado interesantes como para que pasaran por alto. Necesitaba saber qué tenía que contarme. La tranquilidad que emitía se comenzaba a notar en el local, todos aquellos que estaban a pocos metros de nosotros tomaban aire, sonreían y continuaban su vida mucho más calmados. Mis piernas seguían moviéndose escuchando de fondo el hilo musical. Eché de menos entonces mi guitarra, estaba en el hotel que había arrendado unas noches. Sin más comencé a tararear la canción con una dulce sonrisa infantil en mis labios.
La joven regresó con nuestro pedido, soltándolo frente a nosotros. Sus labios se posaron en mi mejilla derecha mientras reía. Limpió con cuidado el maquillaje que había dejado manchando mi pómulo. Sus dedos estaban algo fríos, pero sus manos eran suaves pese a su trabajo. Estaba seguro que sus piernas estaban cansadas y deseaba tener cinco minutos de calma.
-Eres una dulzura, tienes una voz preciosa pequeño. Estoy segura que de mayor serás un gran músico.
-Gracias, es usted muy bonita y estoy seguro que podrá encontrar un mejor trabajo que este.
Ella sin más rió sintiéndose algo más segura. Había notado que estaba intranquila por una entrevista de trabajo en una mejor zona, con mejor sueldo y mucho más sosegado. Deseaba conseguir ese puesto, pero tenía tanto miedo y tan pocas esperanzas que el nerviosismo la engullía.
Quédate conmigo... oh... quédate conmigo (Lennon - stand by me)
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Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
Explicar detalladamente mis sentimientos y el proceso que vino antes y después iba a ser terriblemente largo, no sabía como explicarlo sin caer en estúpidos clichés. Contemplaba sus acciones y palabras con cierta ternura. Se notaba que amaba su trabajo y se entregaba a él inclusive en ese momento de ocio. Padre sabía que debíamos recobrar fuerzas, hablar de nuestras experiencias, y unirnos un poco más a nuestros hermanos. Sabía que no nos recriminaría unas horas alejados de todo lo que ocurría a nuestro alrededor.
-Siempre deseé ser humano. Necesitaba conocer sus emociones de forma fidedigna.
Empecé a narrar todo desde el principio, deseaba que no se llevara una imagen confusa o equívoca de mí. Él parecía un niño, pero sus ojos me hablaban de tantas cosas vistas como yo podía hablar con los míos.
-Cuando Dios bajó a la Tierra encarnado en su propio hijo, dejando que sufriera y conociera las desgracias desde las perspectivas de un hombre, rogué nuevamente que me permitiera ser hombre por unos años y regresar con la experiencia tatuada en mi alma.
Mis manos rodearon mi café observándolo fijamente, deseando dar un sorbo que evité. Mis ojos se fundieron en los suyos y sonreí de forma cálida, intentaba que me comprendiera porque a veces pensaba que era demasiado extraño, detestaba sentirme el más estúpido de todos por mi deseo de ser como los humanos. Ellos se sentían orgullosos de ser seres celestiales, pero a mí siempre me entraban dudas deseando conocer qué se sentía siendo humano.
-Más adelante encontré una forma de ser cercano a ellos sin tener que caer en ese lapsus de tiempo, ya que Dios me necesitaba como guerrero y salvador. Acabé pidiéndole poder conocer el amor como un humano, sentir los peligros de estos, sin dejar de ser un guerrero dispuesto a todo. Me concedió el encontrar a una buena mujer, poder amarla desde lo más profundo de mi corazón y poder tenerla como pareja.
Sabía que aquello podía contrariarlo y no esperé ni dos segundos para aclararlo.
-Ella murió, salvó su alma gracias a mí porque dio su vida por mí. Dios logró que ella se salvara, que ahora sea uno de los astros más hermosos y luminosos del cielo, y yo sintiera el dolor de su pérdida. Aún porto en mi corazón ese dolor, el cual no alejo. Me siento orgulloso de comprender ahora todas las miserias humanas.
-Siempre deseé ser humano. Necesitaba conocer sus emociones de forma fidedigna.
Empecé a narrar todo desde el principio, deseaba que no se llevara una imagen confusa o equívoca de mí. Él parecía un niño, pero sus ojos me hablaban de tantas cosas vistas como yo podía hablar con los míos.
-Cuando Dios bajó a la Tierra encarnado en su propio hijo, dejando que sufriera y conociera las desgracias desde las perspectivas de un hombre, rogué nuevamente que me permitiera ser hombre por unos años y regresar con la experiencia tatuada en mi alma.
Mis manos rodearon mi café observándolo fijamente, deseando dar un sorbo que evité. Mis ojos se fundieron en los suyos y sonreí de forma cálida, intentaba que me comprendiera porque a veces pensaba que era demasiado extraño, detestaba sentirme el más estúpido de todos por mi deseo de ser como los humanos. Ellos se sentían orgullosos de ser seres celestiales, pero a mí siempre me entraban dudas deseando conocer qué se sentía siendo humano.
-Más adelante encontré una forma de ser cercano a ellos sin tener que caer en ese lapsus de tiempo, ya que Dios me necesitaba como guerrero y salvador. Acabé pidiéndole poder conocer el amor como un humano, sentir los peligros de estos, sin dejar de ser un guerrero dispuesto a todo. Me concedió el encontrar a una buena mujer, poder amarla desde lo más profundo de mi corazón y poder tenerla como pareja.
Sabía que aquello podía contrariarlo y no esperé ni dos segundos para aclararlo.
-Ella murió, salvó su alma gracias a mí porque dio su vida por mí. Dios logró que ella se salvara, que ahora sea uno de los astros más hermosos y luminosos del cielo, y yo sintiera el dolor de su pérdida. Aún porto en mi corazón ese dolor, el cual no alejo. Me siento orgulloso de comprender ahora todas las miserias humanas.
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Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
Me abrumó aquella información, sin embargo dejé que mi expresión no cambiara en absoluto. Regresé a la calma aunque cierta curiosidad se abrió ante mí. Pocos ángeles me movían a tomarlos de las manos y rogar en silencio que sus almas no cayeran, Rafael parecía predispuesto a desear ser lo que no era. Parecía maravillado con la humanidad, con sus emociones y sus desgracias implícitas, y estaba tentado a pedir una y otra vez ser algo que no era, ni sería.
El ruido de la cafetería se evaporó, como si todos se hubieran detenido y el tiempo se congelara. Ni siquiera las manecillas del reloj parecían continuar con su cometido. Mis manos se pegaron a las suyas, manos pequeñas y frágiles comparadas con las suyas propias de un guerrero. Mis dedos jugaron entre los suyos, las caricias se volvieron sinceras y mi poder traspasó su piel directo a su corazón. Sabía que iba a romper a llorar, recuerdos como aquellos eran demasiado amargos. Necesitaba que estuviera calmado para que me contara su historia.
-Pediste algo para lo cual no estamos destinados, si bien aceptaste con dignidad el castigo que te impuso Dios. Fue un trato justo. Ella ahora está bien, tú has logrado tu deseo y en estos momentos deberías centrarte en el dolor que la humanidad vive día a día, hora tras hora, hasta que sus segundos se agoten.
Regresé a mi cacao, dejando que mi pose anterior de niño volviera frente a él. Mis ojos se posaron en mi taza, humeaba aún y olía de forma deliciosa. Una leve sonrisa infantil surgió de mis labios antes de tomar unos sorbos, pequeños para la boca que aparentaba tener. Moví mis pies como lo haría un niño algo inquieto, pero que deseaba portarse bien para que así no le reprendieran y pudiera tener alguna recompensa, ya fuera unas dulces palabras o unas golosinas.
El ruido de la cafetería se evaporó, como si todos se hubieran detenido y el tiempo se congelara. Ni siquiera las manecillas del reloj parecían continuar con su cometido. Mis manos se pegaron a las suyas, manos pequeñas y frágiles comparadas con las suyas propias de un guerrero. Mis dedos jugaron entre los suyos, las caricias se volvieron sinceras y mi poder traspasó su piel directo a su corazón. Sabía que iba a romper a llorar, recuerdos como aquellos eran demasiado amargos. Necesitaba que estuviera calmado para que me contara su historia.
-Pediste algo para lo cual no estamos destinados, si bien aceptaste con dignidad el castigo que te impuso Dios. Fue un trato justo. Ella ahora está bien, tú has logrado tu deseo y en estos momentos deberías centrarte en el dolor que la humanidad vive día a día, hora tras hora, hasta que sus segundos se agoten.
Regresé a mi cacao, dejando que mi pose anterior de niño volviera frente a él. Mis ojos se posaron en mi taza, humeaba aún y olía de forma deliciosa. Una leve sonrisa infantil surgió de mis labios antes de tomar unos sorbos, pequeños para la boca que aparentaba tener. Moví mis pies como lo haría un niño algo inquieto, pero que deseaba portarse bien para que así no le reprendieran y pudiera tener alguna recompensa, ya fuera unas dulces palabras o unas golosinas.
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Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
-No lo vi como un castigo, ni siquiera mi cuerpo humano calcinado fue para mí un castigo. La felicidad que sentí en aquellos días la llevo presente en mi corazón. Puedo sentir mi alma dichosa por haber conocido las caricias dulces de una mujer, el sentimiento de orgullo de un padre y la alegría de abrir los ojos y contemplar a la madre de mi hijo aferrada a mi cuerpo.
No podía concebir ese preciado regalo de padre como un castigo. Él me había deseado mostrar el mundo con otros ojos, abriéndome una posibilidad para sentir el amor hundiéndose en mi pecho. Recordaba la libertad de sentía cuando decidimos engendrar a nuestro hijo, la torpeza de mis manos y sus ojos llenos de dulzura. Nos tomamos en matrimonio por un ritual aceptado por Dios, él como testigo junto a la naturaleza, una de sus creaciones más hermosas, jurando amor eterno y fidelidad. Aún soy fiel a ella, fiel a su recuerdo pues jamás la olvidaré. Sin embargo, era aún más fiel a mi creador, a sus deseos y al camino que nos había trazado a ambos. Lo acepté tal como acepté su ofrecimiento.
-¿Puedo preguntarte qué hacías en Londres?
Deseé cambiar de tema, no quería sentirme cohibido ni molestarlo con mis respuestas. Simplemente necesitaba confesar mis emociones, lo sucedido, a alguien más que a Miguel, pues este sólo me miró violentamente y dijo que era un estúpido. Aunque él había cambiado, en las últimas noches habíamos hablado largo y tendido provocando que yo me sintiera bendecido por su presencia. Olivia había deseado poder llegar a tener la concesión de padre para amar, que él pusiera en su camino un hombre bueno que la hiciera sentir aún más completa.
-Lamento si mi curiosidad te molesta, pero no todos estamos en Londres para desahogar nuestra alma durante algunas horas.
No podía concebir ese preciado regalo de padre como un castigo. Él me había deseado mostrar el mundo con otros ojos, abriéndome una posibilidad para sentir el amor hundiéndose en mi pecho. Recordaba la libertad de sentía cuando decidimos engendrar a nuestro hijo, la torpeza de mis manos y sus ojos llenos de dulzura. Nos tomamos en matrimonio por un ritual aceptado por Dios, él como testigo junto a la naturaleza, una de sus creaciones más hermosas, jurando amor eterno y fidelidad. Aún soy fiel a ella, fiel a su recuerdo pues jamás la olvidaré. Sin embargo, era aún más fiel a mi creador, a sus deseos y al camino que nos había trazado a ambos. Lo acepté tal como acepté su ofrecimiento.
-¿Puedo preguntarte qué hacías en Londres?
Deseé cambiar de tema, no quería sentirme cohibido ni molestarlo con mis respuestas. Simplemente necesitaba confesar mis emociones, lo sucedido, a alguien más que a Miguel, pues este sólo me miró violentamente y dijo que era un estúpido. Aunque él había cambiado, en las últimas noches habíamos hablado largo y tendido provocando que yo me sintiera bendecido por su presencia. Olivia había deseado poder llegar a tener la concesión de padre para amar, que él pusiera en su camino un hombre bueno que la hiciera sentir aún más completa.
-Lamento si mi curiosidad te molesta, pero no todos estamos en Londres para desahogar nuestra alma durante algunas horas.
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Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
Comprendí mejor su enseñanza, o más bien el desahogo que mostraba su alma, cuando dijo aquellas palabras tan sinceras sobre Padre, su enamorada y sus sentimientos tan sinceros. Parecía hablar con el corazón en la mano, como si su alma danzara en su lengua y me mostrara su reflejo más cristalino. Era puro y dulce, como cada uno de mis hermanos, pero también había conseguido proezas que ni siquiera yo lograría ensoñar jamás. Sus ojos me hablaban de guerras que yo únicamente conocí por terceros, pero él las había librado luchando cara a cara con el castigo, la crueldad y las heridas más dolorosas.
Si bien, la conversación cambió de tercio y me demostró, que pese a su alto rango era como yo. La curiosidad brilló en sus ojos y se posó en su labios, mostrándome en una sencilla frase el deseo de saber de mí, dejando a un lado a él y a todo aquello que podía mostrarme hasta fascinarme. Si bien, yo era frío y aunque conocía las sensaciones no las experimentaba.
-Calmaba a un viejo amigo.
Mis palabras fueron sinceras, pues él me había ofrecido su casa y cariño. Quería al hombre que me había tratado como a un hermano pequeño, o quizás como un hijo. Yo le ayudaba a expresar sus emociones y calmar de esa forma su alma, hasta dejar que la calma le rodeara como si mis pequeños brazos, para él, fueran la soga de la felicidad y esta no le oprimiera, sino que le liberara.
-Conozco a un escritor que me muestra todas emociones, sentimientos y momentos que no podemos vivir. Lo hace en sus libros, con sus poemas desgarradores y tenaces. Se pregunta mil cuestiones y las resuelve, lo hace por sí mismo. Sin embargo, evito que se exceda y caiga en un bucle de dolor, miseria y mentiras. No deseo que los demonios susurren en su oído.
Mi voz para él tierna y suave, era en realidad gruesa y cascada por el paso de los siglos. Mis ojos se fundieron una vez más en su cálida mirada esperando que me permitiera abrazarlo, provocando así en él una paz que desde su nacimiento no había sentido.
Si bien, la conversación cambió de tercio y me demostró, que pese a su alto rango era como yo. La curiosidad brilló en sus ojos y se posó en su labios, mostrándome en una sencilla frase el deseo de saber de mí, dejando a un lado a él y a todo aquello que podía mostrarme hasta fascinarme. Si bien, yo era frío y aunque conocía las sensaciones no las experimentaba.
-Calmaba a un viejo amigo.
Mis palabras fueron sinceras, pues él me había ofrecido su casa y cariño. Quería al hombre que me había tratado como a un hermano pequeño, o quizás como un hijo. Yo le ayudaba a expresar sus emociones y calmar de esa forma su alma, hasta dejar que la calma le rodeara como si mis pequeños brazos, para él, fueran la soga de la felicidad y esta no le oprimiera, sino que le liberara.
-Conozco a un escritor que me muestra todas emociones, sentimientos y momentos que no podemos vivir. Lo hace en sus libros, con sus poemas desgarradores y tenaces. Se pregunta mil cuestiones y las resuelve, lo hace por sí mismo. Sin embargo, evito que se exceda y caiga en un bucle de dolor, miseria y mentiras. No deseo que los demonios susurren en su oído.
Mi voz para él tierna y suave, era en realidad gruesa y cascada por el paso de los siglos. Mis ojos se fundieron una vez más en su cálida mirada esperando que me permitiera abrazarlo, provocando así en él una paz que desde su nacimiento no había sentido.
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Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
Cada uno de mis hermanos, incluido yo mismo, teníamos distintas guerras que afrontar, aunque no fuera con el filo de nuestras espadas. Era mucho mejor luchar contra la oscuridad con palabras llenas de luz, abrazos sinceros a media noche hundiéndonos en el sufrimiento de nuestros protegidos, besar las mejillas de los nacidos de mujeres bendecidas por la fe y vigilar sus pasos, desde el primero hasta el último, así como conversar con aquellos que caminan en ambos mundos haciéndoles comprender lo equivocados y perdidos que pueden llegar a estar.
-¿Colaboras con ellos en darles luz? ¿No es así?
Hablaba más para mí que para él, un leve murmullo antes de aproximarme la taza de café a mis labios. Mis ojos se cerraron manteniendo esa sensación de sobrecogedor y mutuo entendimiento. Siempre que me hallaba como un hermano, siempre sin excepción, el mundo se empequeñecía y la calidez fluía entre nosotros mientras dialogábamos.
-Hace unas noches arropé a varios niños enfermos en un orfanato, los curé de pulmonía y los arropé como lo haría un padre. Después busqué a hombres y mujeres de buen corazón, dejé varios folletos sobre aquellas dulces criaturas y algunos han sido adoptados. He curado el corazón de hombres que sollozaban sobre la lápida de su amada, de mujeres destruidas por un amor convulso, mejorado las relaciones de un padre y sus hijos, curado la ceguera a un recién nacido o simplemente sanado las heridas a valientes guerreros. Soy como tú en ese sentido, me involucro y acabo forjando amistad.
Recordé los ojos de aquel bebé, una tierna niña de tan sólo unos días con unos enormes ojos dorados. Su piel clara le daba una apariencia de porcelana. Su boca era diminuta y risueña, sin embargo había venido al mundo sin ver la luz. Dios había dispuesto grandes planes para ella, por ello me permitió sanarla y ofrecerle los colores más hermosos, el de unas amapolas, acariciando su pequeña nariz mientras su madre descansaba de los dolores del parto. Fue mi última colaboración, una niña que fue entregada en custodia a un ángel que conocía bien, un hermoso y armonioso muchacho de apariencia de no más de doce años y fuertes principios.
-¿Colaboras con ellos en darles luz? ¿No es así?
Hablaba más para mí que para él, un leve murmullo antes de aproximarme la taza de café a mis labios. Mis ojos se cerraron manteniendo esa sensación de sobrecogedor y mutuo entendimiento. Siempre que me hallaba como un hermano, siempre sin excepción, el mundo se empequeñecía y la calidez fluía entre nosotros mientras dialogábamos.
-Hace unas noches arropé a varios niños enfermos en un orfanato, los curé de pulmonía y los arropé como lo haría un padre. Después busqué a hombres y mujeres de buen corazón, dejé varios folletos sobre aquellas dulces criaturas y algunos han sido adoptados. He curado el corazón de hombres que sollozaban sobre la lápida de su amada, de mujeres destruidas por un amor convulso, mejorado las relaciones de un padre y sus hijos, curado la ceguera a un recién nacido o simplemente sanado las heridas a valientes guerreros. Soy como tú en ese sentido, me involucro y acabo forjando amistad.
Recordé los ojos de aquel bebé, una tierna niña de tan sólo unos días con unos enormes ojos dorados. Su piel clara le daba una apariencia de porcelana. Su boca era diminuta y risueña, sin embargo había venido al mundo sin ver la luz. Dios había dispuesto grandes planes para ella, por ello me permitió sanarla y ofrecerle los colores más hermosos, el de unas amapolas, acariciando su pequeña nariz mientras su madre descansaba de los dolores del parto. Fue mi última colaboración, una niña que fue entregada en custodia a un ángel que conocía bien, un hermoso y armonioso muchacho de apariencia de no más de doce años y fuertes principios.
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Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
La amistad con los seres humanos siempre nos había traído terribles consecuencias, sin embargo uno debía saber cual era su deber y no traspasar de aquello que se podía hacer. La humanidad nos provocaba a todos un curioso sentimiento y deseos de inspeccionarlos con detalle, darles nuestro apoyo como hermanos que éramos y bailar junto a ellos mientras los tiempos cambiaban. Sonreí con sus palabras, lo hice con la inocencia infinita de un niño y la sabiduría que me había dado el paso de los años.
-Los seres humanos son formidables, estoy completamente fascinado con ellos desde que supe que los cuidaría. Sería el ángel que les daría fuerza y taimaría sus deseos, de esa forma la razón brota. Vigilo a los artistas, doy consuelo a sus almas destrozadas, y provoco que logren promover la filosofía en sus letras.
Contemplé sus ojos llenos de inocencia, aún mayor inocencia que en los míos, y con una luz que provenía venir de su interior, sin embargo no era únicamente promovida por Padre. Sus labios parecían estar marcados con la verdad y la belleza, honrados más bien. Él había conocido el amor del hombre y podía quizás explicarse esos matices en su rostro, esa luz que tal vez se hallaba en los buenos sentimientos que alguien le había mostrado y tuve miedo de su caída. Cuando un ángel comienza a tener luz propia, cuando ese amor le consume, termina el amor de Dios siendo un pequeño punto de referencia y sus caminos se pierden.
-Intenta ser sensato, no te dejes guiar por impulsos. Busca en ti la razón.
Jamás me vi en una de estas, tener que ofrecerle mi consejo a un arcángel y menos al arcángel favorito de muchos médicos antiguos, aquel al cual se le rezaba por la mejora de los enfermos y por los sentimientos más hermosos nacidos en el pecho del hombre.
-Los seres humanos son formidables, estoy completamente fascinado con ellos desde que supe que los cuidaría. Sería el ángel que les daría fuerza y taimaría sus deseos, de esa forma la razón brota. Vigilo a los artistas, doy consuelo a sus almas destrozadas, y provoco que logren promover la filosofía en sus letras.
Contemplé sus ojos llenos de inocencia, aún mayor inocencia que en los míos, y con una luz que provenía venir de su interior, sin embargo no era únicamente promovida por Padre. Sus labios parecían estar marcados con la verdad y la belleza, honrados más bien. Él había conocido el amor del hombre y podía quizás explicarse esos matices en su rostro, esa luz que tal vez se hallaba en los buenos sentimientos que alguien le había mostrado y tuve miedo de su caída. Cuando un ángel comienza a tener luz propia, cuando ese amor le consume, termina el amor de Dios siendo un pequeño punto de referencia y sus caminos se pierden.
-Intenta ser sensato, no te dejes guiar por impulsos. Busca en ti la razón.
Jamás me vi en una de estas, tener que ofrecerle mi consejo a un arcángel y menos al arcángel favorito de muchos médicos antiguos, aquel al cual se le rezaba por la mejora de los enfermos y por los sentimientos más hermosos nacidos en el pecho del hombre.
P.D: Lamento lo de tus alas
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Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
Los impulsos eran mi guía. Los rezos que venían a mi mente provocaban que actuara. Me movía por amor a los demás, no me importaba si yo terminaba destrozado. Sabía bien qué era sentirse roto, como si no tuviera vida, y tan destrozado que mi alma prácticamente no podía levantarse del suelo. Sin embargo, todo merecía la pena al saber que un inocente había sido salvado, que mis energías se habían gastado en hacer que alguien sonriera, viviera unos días más sobre la Tierra o compartiera la palabra de Dios.
-Lo sé, lo recuerdo bien.
Sonreí antes de tomar sus pequeñas manos entre las mías. Deseaba ser padre, sin embargo guardaba esos deseos para mí sin compartirlo con otros seres. Temía que alguien se burlara de ese amor que sentía cuando veía un niño, así como el dolor que me quemaba cuando sabía que no podía cuidarlo aceptando el hecho que ellos tenían familias o, en el peor de los casos, algún centro donde regresar.
-Tienes una apariencia que me provoca ternura, unos deseos inmensos de estrecharte entre mis brazos y protegerte. Sé que no eres lo que aparentas, sin embargo no puedo dejar de contemplarte como tal.
Esbocé una sonrisa buscando mi billetera, saqué varios billetes doblándolos bajo el servilletero. Tomé mi café y me levanté disponiéndome a partir, pidiéndole que me tomara de la mano y nos marcháramos. No podía seguir a su lado, pues cada vez me dolía más el saber que jamás podría conocer el rostro de mi hijo. Porque una vez que estás a punto de ser padre, que sabes que tendrás esa gloriosa criatura bendecida por el amor, entiendes el milagro de la vida mucho mejor que contemplarlo mientras Dios hacía germinar el mundo.
-Marchémonos, no puedo continuar contigo pero tampoco puedo dejarte aquí.
-Lo sé, lo recuerdo bien.
Sonreí antes de tomar sus pequeñas manos entre las mías. Deseaba ser padre, sin embargo guardaba esos deseos para mí sin compartirlo con otros seres. Temía que alguien se burlara de ese amor que sentía cuando veía un niño, así como el dolor que me quemaba cuando sabía que no podía cuidarlo aceptando el hecho que ellos tenían familias o, en el peor de los casos, algún centro donde regresar.
-Tienes una apariencia que me provoca ternura, unos deseos inmensos de estrecharte entre mis brazos y protegerte. Sé que no eres lo que aparentas, sin embargo no puedo dejar de contemplarte como tal.
Esbocé una sonrisa buscando mi billetera, saqué varios billetes doblándolos bajo el servilletero. Tomé mi café y me levanté disponiéndome a partir, pidiéndole que me tomara de la mano y nos marcháramos. No podía seguir a su lado, pues cada vez me dolía más el saber que jamás podría conocer el rostro de mi hijo. Porque una vez que estás a punto de ser padre, que sabes que tendrás esa gloriosa criatura bendecida por el amor, entiendes el milagro de la vida mucho mejor que contemplarlo mientras Dios hacía germinar el mundo.
-Marchémonos, no puedo continuar contigo pero tampoco puedo dejarte aquí.
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Re: Conversaciones de ángeles en Londres - Privado para Rafael
-Es algo que he sentido en ti, percibo ciertos deseos que deberías omitir. Ser padre no está en nosotros, como no lo está hundirse demasiado en la necesidad de ser como ellos. Son seres frágiles a los cuales cuidar, son nuestros hermanos más propensos a las desgracias.
No deseaba dañarle, pues sabía que incluso con mi tono infantil aquellas palabras le causarían estragos. Tomé mi taza de cacao y la llevé a mis labios contemplándolo. Podía notar en él cierta necesidad de cuidar a los niños, de ser un padre, y él sólo debía ser un ángel misericordioso que rogara a Dios la sanación de sus almas, sus cuerpos y sus sonrisas. La magia de los niños era intensa, una magia debida a su pureza, pero no por ello debíamos soñar con tener hijos. Nuestro destino era otro bien distinto.
Bajé de aquel asiento, el cual era demasiado alto para mi escasa altura, mis ojos brillaron y mis labios ensancharon una sonrisa. Me abracé a él esperando que aceptara mi regalo. La dureza de mis palabras las contrarestaba con mis acciones.
-Siempre te llevaré en mis oraciones.
Rafael era el pilar de la humanidad, el arcángel que no sólo tomaba la espada sino que imponía sus manos sobre los cuerpos heridos, hundía sus dedos en las almas desgarradas y dejaba palabras de consuelo frente a la tumba de un hombre cuya vida había sido dolorosa, pero no por ello había perdido belleza. Un arcángel con la belleza y el poder que otorga su cargo. Uno de los más admirados y amados por Dios. No me causaba envidia, sino profundo placer el haber conocido a alguien tan puro, honrado y lleno de justicia. Se notaba en su mirada el deseo de ayudar a los humanos más allá de sus posibilidades, una entrega que no era inusual en nosotros.
No deseaba dañarle, pues sabía que incluso con mi tono infantil aquellas palabras le causarían estragos. Tomé mi taza de cacao y la llevé a mis labios contemplándolo. Podía notar en él cierta necesidad de cuidar a los niños, de ser un padre, y él sólo debía ser un ángel misericordioso que rogara a Dios la sanación de sus almas, sus cuerpos y sus sonrisas. La magia de los niños era intensa, una magia debida a su pureza, pero no por ello debíamos soñar con tener hijos. Nuestro destino era otro bien distinto.
Bajé de aquel asiento, el cual era demasiado alto para mi escasa altura, mis ojos brillaron y mis labios ensancharon una sonrisa. Me abracé a él esperando que aceptara mi regalo. La dureza de mis palabras las contrarestaba con mis acciones.
-Siempre te llevaré en mis oraciones.
Rafael era el pilar de la humanidad, el arcángel que no sólo tomaba la espada sino que imponía sus manos sobre los cuerpos heridos, hundía sus dedos en las almas desgarradas y dejaba palabras de consuelo frente a la tumba de un hombre cuya vida había sido dolorosa, pero no por ello había perdido belleza. Un arcángel con la belleza y el poder que otorga su cargo. Uno de los más admirados y amados por Dios. No me causaba envidia, sino profundo placer el haber conocido a alguien tan puro, honrado y lleno de justicia. Se notaba en su mirada el deseo de ayudar a los humanos más allá de sus posibilidades, una entrega que no era inusual en nosotros.
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