Viaje a Finlandia

No he acabado de desenredar mi cabello cuando escucho un golpe seco contra la pared. Me detengo a medio camino de una trenza descuidada y me asomo a la ventana, pues los pasos se han alejado y no están en el corredor en un tiempo muy corto, y es ahí cuando lo veo.
Dearg sostiene al fulano con una mano del cuello y lo estampa contra un árbol. El tipo no tiene chance de musitar palabra, de gemir, de emitir sonido, cuando Dearg se posa sobre su cuello y se queda ahí un momento.

Me quedo estática junto a la ventana. 

Quiero preguntarle si es así siempre, si lo sobrecoge una necesidad incontrolable que busca saciar por todos los medios, si siente hambre cuando pasan meses sin comer, si se enoja por ello, si no hay alternativas.

Quiero preguntarle si me haría lo mismo.

Pronto, Dearg acaba con el fulano, y éste cae inerte al suelo frío. Dearg rápidamente lo arrastra hacia el fondo del bosquecillo y regresa al lindero del motel, sacudiéndose las manos. 

Verlo alimentarse ha sido menos violento de lo que creí podría ser. No siento remordimiento de aquel muchacho que debe yacer cubierto por tierra y hojas en medio del bosque, no siento ansiedad por sacar a las chicas de la otra habitación y ponerlas "a salvo". 

Sé que Dearg necesita ésto.

Los balazos me hacen saltar de la cama y salir al pasillo, y la escena podría bien salir de uno de esos libros que conservo en Londres. 
Dearg me mira desde el suelo con una expresión de miedo que jamás me hubiera podido imaginar, y los dos tipos me voltean a ver de inmediato. El del revólver apunta hacia mi y rápidamente saco mi Sig. Ya me he acostumbrado a no dormir sin ella. 

Sé bien lo que tengo que hacer, aunque estoy fuera de práctica. Con la mano libre, la impongo frente a ellos y sin cerrar los ojos, me concentro en una sola palabra: dormir.
Me toma algo de trabajo y la resistencia del recepcionista no ayuda mucho, el saber que está bajo un encantamiento nunca es una sensación agradable. Despacio siento su presencia ceder, y me siento satisfecha cuando veo su cuerpo desplomarse en el suelo.

Con los hombres inconscientes en el suelo, me apuro y veo a Dearg en el suelo, hay una mancha de sangre en su pecho y me apuro para tratar de sacar la bala. Pero un recuerdo llega a mi mente.

La bala detiene la sangre, la bala detiene la sangre.


"Dearg, Dearg por los dioses, dime que hago", digo mientras rompo mi camisón y hago presión en la herida, tratando seriamente de no romper en llanto allí mismo.

Dearg no se siente cálido al tacto mientras lo guío hacia la llorosa muchacha. Ella nos mira con temor y agita su cabeza repetidamente. Dejo a Dearg recargado sobre la cama, donde yace además el cuerpo sin vida de la otra muchacha, y me aproximo a la que sigue con vida suavemente.

"Ven, acércate", le digo en la voz más suave que tengo, tratando de convencerla de acercarse a mi. Como bruja me siento oxidada, pero pronto logro persuadirla. Su respiración se calma un poco y sus pupilas se dilatan suavemente. La sostengo entre mis brazos y acaricio su cabello despacio, hasta que logro calmarla. No está consciente, en cualquier caso. 
Pretendo que pase por esto sin sufrir.

"¿Dearg, puedes venir?", le pregunto volteando a verlo. "Ya puedes continuar", digo, pero no suelto a la chica.

La escena es tan extraña que siento estar viéndola desde otro lugar. Los movimientos de Dearg son ligeros, delicados, y sobre todo, contundentes. Pronto el cuerpo entre mis brazos pierde su temperatura y Dearg se separa de ella.
No sé si está bien, satisfecho, no lo sé, porque se apura a levantarse y se mete en el cuartillo del baño.

Mi cara está manchada de sangre al igual que mi camisón, y exhalo. 
No me siento mal. Ya no siento más ganas de llorar. 

El lugar es un completo desastre y sé que debo hacer algo para limpiar, dejar las cosas medianamente en orden. Me cuesta un poco pero recuerdo un encantamiento doméstico que mi abuela me enseñó alguna vez cuando pequeña. Pronto, el gastado tapete de la habitación tiene ese particular color gris de nuevo, las puertas están inmaculadas y las camas hechas. 
Lidiar con los cuerpos es algo más complicado, pero luego de varios intentos, logro dejarlos en la misma habitación, sobre las camas. 

La llave de la ducha sigue abierta pero no voy a tocar a la puerta. Salgo hacia mi habitación y recojo mis pertenencias, y me doy una ducha rápida para ponerme lo mismo que traía en la tarde.

"Maldición!", pienso, mientras el recepcionista cae inerte al suelo. No lo vi, no me percaté de su ausencia al limpiar. Fui descuidada.

Dearg respira agitadamente pero en su rostro hay una expresión satisfecha. Seguramente éste tipo fue el que le disparó anteriormente, por lo que no siento ningún tipo de remordimiento por verle tirado en el suelo, inmóvil. 

Rodeo el cuerpo y levanto mi mochila del suelo, saco mi Sig y la ajusto entre el cintillo de mis pantalones. 

"Creo que es momento de marcharnos", le digo, pero mi voz sale algo seca, cortante.

Nos detenemos en un pequeño poblado. Reconozco el rápido alemán que hablan y las discusiones cotidianas que tienen los habitantes. El aire huele a pan caliente y mi estómago hace un ruido que me incomoda profundamente. 

"Dearg, paremos acá por favor", le digo, señalando una pequeña panadería. El asiente y estaciona la motocicleta junto al andén. 

Bajamos, Dearg me deja caminar delante suyo. Lo siento tenso, agobiado, preocupado. Por lo de anoche, obviamente.
Me sorprende sentirlo así. 
Al conocerlo creí que era alguien sin escrúpulos. Si, hay un potencial en él, oculto y dormido, pero su fachada es fuerte, y es lo que transmite. 

La dueña pronto viene y nos saluda en un alemán algo más despacio, y toma nuestra orden. Dearg niega suave con la cabeza y yo pido una taza de chocolate caliente y pan.
Cuando ella se va, volteo a verlo a él, que sigue en silencio.

"Es por lo de anoche, ¿verdad? no debí interferir", le digo, algo avergonzada.

 

"La soledad realmente no me sienta", le digo con algo parecido a una sonrisa.
En ese momento, la mesera trae mi orden y nos deja solos. El día pinta bien, por lo menos no llueve, y la comida es apetitosa y calma mi sensación de vacío. 
Nos quedamos en silencio por varios minutos, Dearg mira a través de la ventana y no me determina, mientras me acabo el chocolate y el pan. 

"No tengo intención de dejarte a medio camino, pero si crees que es lo mejor...", le digo sin terminar, mirándole fijamente.

Exhalo, sorprendida de haber contenido la respiración, y le sonrío genuinamente, como no había hecho en mucho tiempo.
La verdad, la verdad es, que no quiero dejarlo. Nunca sentí un vínculo tan fuerte en tan corto tiempo con un perfecto extraño. Uno como él, que tiene un pasado pesado, uno que lo arrastra.
Pero sigo convencida de ver en él algo de bondad.

Algo de luz.

Extiendo una mano hacia él y espero a que ponga la suya sobre la mía, y mi sonrisa no se borra.

"Pues es un alivio. Habría sido muy incómodo tratar de subirme a tu motocicleta sin tu permiso!", digo en tono burlón.

"Si señor", le respondo con una sonrisa y me quedo viéndole un momentito, hasta que me voltea a ver algo exasperado y no puedo evitar reírme.
"Me imagino que has dejado muchos corazones rotos a lo largo del camino, ¿verdad?", le pregunto a pesar de saber la respuesta.
No hay duda de que Dearg es atractivo. Sus ojos grandes y largas pestañas, la sonrisita indisciplinada, su cabello largo y rojo. Es obvio que debe haber tenido miles de admiradores de todo tipo en su vida.

Lo que no sé es si le ha correspondido a alguno.

Siento que me sonrojo hasta la punta del pelo y tengo que voltear a ver a otro lado menos a su rostro.
Tengo ochentaytantos años ya, y sinceramente, en un momento perdí la cuenta de todas las personas con las que pude estar.

No importa mucho si ya están muertos.

Pero Dearg me mira de arriba a abajo casi que apreciativamente a pesar de traer el cabello sucio por no lavarlo en casi una semana, de traer ojeras profundas y un suéter anticuado y grande.

"Pues. Si, un par de personas pero por lo general siempre soy yo la que termina con el corazón roto", le contesto y le ofrezco una sonrisa tímida. Suena algo triste pero luego de décadas de lo mismo, uno aprende a saber cual es la verdad.

"Andando entonces", digo y lo sigo fuera de la cafetería. 

Afuera, el clima ha cambiado y el sol se asoma entre las nubes. El cielo se insinúa azul tras ellas y me estiro mientras caminamos hacia la motocicleta. 
Siento que comienza a calentar por lo que antes de subirme al vehículo, me quito el saco y lo amarro a mi mochila. Me pongo el cabello en una coleta alta, parecido a como Dearg hace, y me subo detrás suyo, sujetándole un poco más firme que en ocasiones anteriores.

"Dearg, una vez allí, ¿vas a dejarme ayudarte con lo que quieres encontrar?", le pregunto en un tono de voz suave, casi protector.

Me limito a asentir y le doy un ligero apretón alrededor de su cintura. No estoy segura de si siente el gesto pero a mi me apacigua tremendamente. 
Dearg arranca la moto y pronto veo árboles a cada lado de la carretera y nada de gente. Podría acostumbrarme a esto, a pasar días, semanas enteras sin un lugar fijo donde quedarme.
En un momento cierro los ojos y algo muy particular sucede.

Me veo en una habitación decorada con terciopelo y satín rojos, suntuosa del piso al techo. Traigo un vestido de gala azul turquesa y el cabello en ondas sobre mi cabeza. Hay un hombre allí, de traje, hermoso como nunca había visto antes y me besa con fuerza. Puedo mirarme en un espejo y me toma algo de tiempo en esa breve fracción de segundo que dura la visión en darme cuenta que esa mujer no soy yo. Tiene un lunar cerca a la comisura de la boca. 

Esa mujer es Angelique.

Siento dar tumbos y tumbos y luego nos detenemos.
Dearg está lleno de tierra y la motocicleta se está deteniendo a un lado de la carretera y por un momento me siento confundida.
Por un momento no sé dónde estoy, hasta que siento sus dedos fríos por mi mejilla mientras me aparta el cabello.

"Lo siento, no-ésto no pasa seguido", le digo y mi voz sale temblorosa. Han pasado años desde la última visión que tuve con Angelique, y muchas veces eran visiones que ella me regalaba. Eran cosas que me dejaba ver.
Nunca hemos podido simplemente hurgar en la mente de la otra, y esa es una situación en la que la distancia no interesa.

"Es mi hermana. Me dejó verla. Me tomó un momento darme cuenta que no era yo...", le digo y se me escapa una risa que siento lastimera.
Claro que no era yo, por favor. A Angelique es a quien siempre buscan.