Casualidades de la no-vida (LIBRE)

Me encontraba rondando nuevamente aquel hospital, observando con cierta curiosidad a todas las criaturas que allí se encontraban, protegiéndose de la guerra. Sabía que pertenecía a algún vampiro, pero nunca nadie le había visto y tampoco me importaba mucho conocerle, aunque claro, tampoco me negaría a un encuentro.

Sin muchos ánimos había caminado hasta la salida, sentándome en uno de los escalones de la entrada, observando el escaso tránsito de gente que entraba y salía del refugio, pensando en mi anterior encuentro con Lestat. Tras un suspiro, preferí dejar de lado todo aquel pensamiento que con él tuviese que ver y me dediqué a observar a dos cachorros de licántropos que jugueteaban en la escalera, algo alejados de mi posición.

Junto a ellos, pasaban tranquilamente algunos humanos, ignorándolos, pensando tal vez en cosas más triviales o quien sabe, prefería no irrumpir en las mentes ajenas tanto por respeto como por comodidad. Tras unos minutos, una presencia angelical se acercó a los niños y los llevó dentro, y tras verificar la hora, pude ser consciente de lo tarde que era.

Acababa de levantarme cuando sentí una presencia vampírica, lejana, familiar. Fruncí el ceño, observando hacia la avenida, apoyando la espalda en uno de los pilares del hospital mientras escudriñaba en las sombras. Mentiría si dijese que reconocía al vampiro o vampira que rondaba, pero el hecho de que se me hacía extrañamente familiar era innegable. Sin embargo, me quedé allí, aguardando, cual guardián que protegía el edificio que se encontraba a mis espaldas.

A medida que se acercaba pude reconocer de quién se trataba y una gota de amargura se estableció en mi pecho. Sin embargo, cuando ella se detuvo frente a mí y el edificio, y pude oír sus palabras, no pude evitar sonreír con cierta gracia y sí, algo de burla, gestos que Belial me había pegado. Y es que sus palabras me hicieron gracia, más que nada por aquel tono de reproche que sabía, me lo tenía más que merecido.

-Qué cálidas palabras para un reencuentro -comenté sin verla, sonriendo con cierta gracia que sus palabras enfadadas me provocaba-. Supongo que el rubio debe de andar por ahí, aunque sinceramente me da igual lo que haga o deje de hacer –tras decir esto, levanté la vista viéndola, sin poder creerme que estuviese aún enojada porque me hubiese marchado de su lado. ¿Cuánto tiempo ya habría pasado?

Me alejé de la columna y caminé un poco hacia ella, hasta detenerme a escasos metros de distancia. La observé fijamente, con rapidez, notando que en verdad no había cambiado en estos últimos años. En el fondo, no había dejado de ser aquella frágil humana que logró convencerme de que la convirtiera.

-¿Cómo has estado, mi querida Kyra?

Spoiler:

La observé mientras me hablaba, su ceño fruncido, su mirada furibunda y sus ojos, tan resentidos, tan hermosos y de exquisito color. Pocas veces vi unos ojos tan bellos, lejos más hermosos que los míos-. ¿Tanto te molesta la presencia de Lestat? -Le pregunté de forma despreocupada, sin que en realidad me importase la respuesta. Últimamente muy pocas cosas me importaban, y el saber eso también me dolía en cierto punto.

-Así que era cierto, habías caído sumida en el sueño... -comenté, ignorando tanto su pregunta como su sonrisa sarcástica-. ¿Te ha sido muy difícil este nuevo despertar? Me sorprende que aún no te aburras de lo que esta eternidad significa.

Asentí a su primera frase, dándole la razón-. Sí, también yo considero que es un problema. Por eso ya no tengo ninguna relación sentimental con él, ni busco tenerla. Creo que he cambiado un poco a como me conociste -mi mirada se oscureció como ella nunca antes había visto, de forma perturbadora. No había cambiado sólo un poco... percibía la oscuridad a mi alrededor y lo peor era no poder hacer nada, y no querer intentarlo tampoco.

Noté un vago sonrojo en sus mejillas, el cual me hizo sonreír de lado, sin quitar la oscuridad de mi mirada. La escuché y desvié la vista, recordando, evocando, las sensaciones en mi antiguo despertar, algo similar.

-Ya veo, no debió ser fácil para una criatura tan joven como tu -comenté, volviendo a mirarla y acercándome a ella, estrechándola en un cálido abrazo.

Me separé por completo de ella cuando me apartó, guardando mis manos en los bolsillos de mi chaqueta negra-. Lo siento, no pude evitarlo. Ha pasado bastante tiempo desde que te vi por última vez -"y llegué a pensar que jamás lo haría de nuevo", dije para mis adentros, evocando esos casi doscientos años que pasé junto a Belial.

- ¿Aura negra? -Repetí, sonriendo de lado y ladeando ligeramente el rostro, haciéndome el desentendido. Aquellas experiencias prefería reservármelas, ni al mismo Lestat le había contado sobre ellas, no por negarlas ni por ocultarlas, sino por reservármelas e intentar aprender de aquel error, intentar no volver a caer en aquellos suicidas pensamientos que me habían llevado directo al infierno-. No sé de qué me hablas, Kyra. Puede ser el paso del tiempo sobre mis ojos cansados, tal vez.

-También se debe a que normalmente no miento, ni es algo que me agrade hacer salvo por necesidad -comenté, observándola de arriba a abajo, para luego alejarme hacia las escaleras del hospital y subir por ellas, deteniéndome en el rellano de la escalera, volteando a verla-. Sabes que lo hago por tu bien.

-Morí -respondí con voz fría e insensible, como su no me importara realmente. Y así era, me encontraba tan insensibilizado respecto al tema que ya no me dolía-. ¿Me acompañas adentro? Busquemos un lugar más cálido donde conversar. Conozco bien este lugar, a veces descanso aquí.

Por dentro el hospital era muy diferente de lo que cualquiera se esperase. Había sido restaurado y convertido en un acilo para todos aquellos que estuviesen en contra de la guerra, para los heridos y los débiles, así como para los huérfanos. En el lobby había una enorme e imponente chimenea en la que crepitaba un cálido fuego, mientras niños humanos y cachorros de otras especies estaban sentados a su alrededor.

Sin embargo, de inmediato abrí una puerta cercana por la cual atravesamos a la zona de las oficinas, en donde algunas parejas conversaban en privado. Una vez dentro de una, me giré a verla de forma fría por lo que había dicho, palabras a las cuales yo no había respondido.

-Nunca pidas ir allí, ni por diversión ni por curiosidad. Tal vez creas que es algo gracioso, pero no es así, Kyra -le dije con voz innecesariamente fría, pero que no había sabido controlar. Creo que nunca antes le había hablando tan ruda y fríamente como ahora-. Jamás vuelvas a mencionar frente a mí que quieres ir allí.

La observé fríamente, con el ceño ligeramente fruncido en una expresión severa que no cambió tras su disculpa sumisa. Luego, tras un profundo suspiro, solté todo el aire que inconscientemente había contenido y mi ceño se suavizó, así como el color de mis ojos volvió a ser el de siempre, aquel verde esmeralda que siempre llamaba la atención.

-Eso ya no importa. Somos inmortales, aunque de todas formas ya estamos muertos -fue mi simple respuesta, dándole la espalda en aquel pequeño aunque acogedor lugar, lo más privado que había además de las habitaciones.

-Sólo estoy aquí -respondí con voz cansada, sentándome sobre el escritorio frente a ella-. No quedan muchos lugares a los cuales ir con esta guerra, y no hay nada mejor que acudir a un lugar conocido cuando te sientes desorientado.

Suspiré pesado y le señalé una de las sillas de escritorio frente a mí, no me gustaba verla allí de pie en la entrada. Noté la forma en que me miraba, recelosa, como si temiera de mí. Muchas personas me miraban de la misma forma últimamente, hecho que por cierto no me ayudaba a sentirme mejor. Sonreí con amargura.

- ¿Me temes? -Le pregunté con voz suave, sin poder controlar mi tono cargado de amargura y resignación-. Me conoces, sabes que no te haría nunca daño. Yo te hice, y aunque no me creas, te amo, aunque no haya día en que me arrepienta de haberte hecho esto.

-¿Qué tan segura estás ahora de ello, cherie? -Le cuestioné, sintiendo sus finos y fríos labios rozándose con los míos. Mi mirada se ensombreció al cuestionarme yo mismo aquello, qué tan capaz era de hacer algo tal vez tan sólo guiado por el despecho. Suspiré pesado y dejé una suave caricia en su mejilla cuando se apartó.

Desvié la mirada ante su segundo comentario, hacia una pequeña y única ventana en aquella oficina. Por más que ella repitiera eso una y otra vez era consciente de que la culpa era en mayor parte mía, por haberle fallado a mis principios y a ella. Se supone que debería haber sido más fuerte que eso y nunca haberle brindado el don de la oscuridad.

-Yo también me alegro de que estés aquí -dije finalmente tras un corto silencio, volviendo a verla con ojos cansados, preguntándome ¿acaso ella no se sentiría igual de cansada?-. Y de que estés bien. Dime, ¿estás viajando sola?

-De momento, viajo solo. Vi a Lestat hace unas noches, pero -me encogí de hombros, ya no me importaba tanto como antes lo que hiciera y no tenía idea de en dónde estaba. Además, yo mismo me había alejado de él tan pronto como desperté a su lado-, me trae sin cuidado. Comienzo a valorar la soledad, aunque tampoco la busco demasiado.

Me levanté del escritorio y me acerqué a ella, colocándome a sus espaldas y depositando mis manos sobre sus finos hombros. Le sonreí ligeramente, como antaño-. De momento paso algunas noches aquí, y otras, en algún hotel barato. Tengo pensado seguir viajando, aunque aún no sé bien a dónde. Tal vez podrías acompañarme, claro, si quieres.