La Dance Du Vampire

Llevaba no poco tiempo residiendo en Los Ángeles, en uno de los hoteles más elegantes de la zona. Junto a él, sus nuevos músicos, chicos jóvenes del mismo origen oriental que Kanade, esta vez todos humanos. Trabajar con vampiros a veces podía ser complicado, más que nada por tabas de horario, permisos y alimentación. Y no sólo eso, sino el perderlos más frecuentemente de lo que perdía a humanos debido a la guerra, impedía su trabajo y su concentración.

Aquella invitación le había llegado la noche anterior y aunque no le había sorprendido el hecho en sí mismo, sí que le había sorprendido el tipo de evento que sería. Un baile de máscaras, como en las épocas antiguas, como a él tanto le agradaban, ¡maravilloso!

Vistiendo uno de sus trajes favoritos, de tonos rojos y dorados haciendo resaltar sus largos rizos dorados, y eligiendo una máscara del mismo color, decorada con detalles en oro, apareció frente al famoso Teatro de Los Ángeles. Sus enormes terraplenes le hacían ver aún más alto de lo que ya era, y su presencia elegante pronto llamó la atención de varios invitados más. En sus labios una seductora sonrisa apareció y sus ojos, sin aquellas lentillas, resaltaban más que nunca su frío tono azulado gracias a las luces.

-The Prince is here... -comentó en voz baja, para sí mismo, entrando en el gran salón con paso elegante y grácil, propio de su persona. Su máscara cubría la mitad de su rostro y su sonrisa elegante y complacida llenaba casi por completo la otra mitad. En sus ojos, podía descubrirse el encanto, la emoción bien disimulada de estar en aquel lugar tan bellamente decorado. El anfitrión seguramente era una persona de gustos muy sofisticados con quienes probablemente se llevaría bastante bien, pensaba.

Apariencia:

Se sintió llenar de regocijo ante todas aquellas miradas y sonrisas, algunas más disimuladas que otras. Sentir que todos le admiraban, que todos le veían y que muchos le reconocían, era su mayor placer. Pronto y nada más adentrarse en la multitud de bailarines, un camarero, elegantemente ataviado y de modales exquisitos, se acercó a él ofreciéndole una copa de un espeso líquido rojo. ¿Vino o sangre? No estaba muy seguro, pero de todas formas, cogió con gesto elegante la copa y la llevó a sus labios, probándola apenas, notando el sabor más bien salado. Era sangre.

"Búscame". Desvió su atención de la copa que sostenía al escuchar aquel susurro, probablemente de un vampiro interesado. Ya tenía cierta experiencia con cosas como esas, y por ello, a pesar de la sorpresa inicial, no tuvo miedo ni confusión alguna. Con su mirada buscó entre la gente cercana que le rodeaba, entre quienes se le acercaban pidiéndole bailar o solamente una fotografía, sin encontrar al dueño de aquella voz. La mayoría de la gente que le rodeaba era humana, o al menos, en apariencia lo era.

"Kanade...estoy aqui". Sus ojos se desviaron otra vez, pero esta vez ya sabía hacia dónde ir. Se excusó de cualquier invitación momentáneamente y se encaminó hacia donde creía, se hallaba el vampiro que le llamaba, caminando de forma tranquila, a paso lento, sin dificultades entre los bailarines y los grupos de conocidos que conversaban y que ante su presencia se abrían paso, admirando de paso sus ropas, su porte elegante, su cabello; algunos con envidia, otros con deseo, unos más con admiración. Era más que consciente del efecto que su presencia causaba en el resto.

Terminó de pie frente a la pared de la sala, con sus ojos fijos en una pintura en particular: un ángel pelirrojo. Al desviar su mirada hacia su izquierda, logró divisar una pequeña figura, algo apartada, similar a la de la pintura y pudo adivinar, casi por instinto, casi por fortuna: el vampiro que le llamaba. Sin embargo, esperó allí, vuelta su atención hacia la pintura, esperando que aquel vampiro se acercara. En su mano aún descansaba la copa, llena, de sangre, la cual nuevamente llevó a sus labios, solamente degustándola.

Notó de reojo cómo el vampiro en apariencia mucho más joven que él, se acercaba a paso lento, calmo, pero no se movió ni un ápice de su posición. Mientras aguardaba, sus azules ojos examinaban la pintura con cierto deje de admiración y crítica, le recordaba haber visto una pintura bastante similar en Roma, en uno de los Museos Vaticanos. Por ello, no pudo evitar un ligero sobresalto al oír la voz del vampiro, tan cerca.

-Así es -asintió, ahora mirándole con una leve sonrisa, observando a través de la máscara dorada sus facciones infantiles, frescas y delicadas. Ciertamente se parecía mucho al ángel de la pintura-. ¿Es usted el anfitrión de tan espléndido baile? He de decir que todo me parece... magnífico -dijo, tras buscar una palabra lo suficientemente grande que abarcara toda la belleza que le rodeaba.

Su mirada se desvió hacia la copa que sostenía delicadamente cuando su acompañante lo mencionó y su sonrisa dejó entrever sus blancos dientes- En realidad no me molesta beberla, aunque si quiere puedo cedérsela para probar el vino -comentó, mientras el otro llamaba a un camarero cercano y tomaba una nueva copa, esta vez, de vino.

La recibió con gesto elegante y le tendió la propia, intercambiándolas, y mirando intensamente y directo a los ojos del pelirrojo mientras llevaba la copa a los labios, dejándola descansar en éstos unos segundos, como si aspirara su aroma, antes de, finalmente, probarla. Aquel sabor conocido, entre dulce y amargo, le hizo cerrar los ojos suavemente, casi con gesto teatral aunque él no fuera consciente de ello. Se sentía agradable aunque no pudiera distinguir su sabor.

-Efectivamente, monsieur -dijo, con perfecto acento francés, sonriendo de lado mientras volvía a mirarle-, es este uno de los vinos más sabrosos que he probado. Tiene usted un gusto exquisito -comentó, con palabras sinceras, esbozando una sonrisa seductora que llenaba de encanto su juvenil rostro.

Imitó el gesto del vampiro y dejó su copa casi llena sobre la mesita, escuchando sus palabras e imaginándose al amigo de éste y aquella sonrisa, ¿como la suya? Sonrió al imaginarlo, pensándose único y sintiendo su ego crecer ante diversos pensamientos. Regresó a la realidad cuando su acompañante se presentó, y pudo notar cómo aquellos mechones de cabello rojo caía por su rostro.

Tentaban a ser tocados y apartados, pero Kanade no lo hizo, sólo se quedó observando aquella sonrisa mientras correspondía de forma coqueta y seductora. Estiró su mano enguantada por fina seda negra, notando incluso a través de ésta la frialdad de los dedos del vampiro, e hizo una elegante reverencia, propia de muchos siglos atrás.

-Es todo un placer, monsieur Armand -dijo con voz suave y coqueta, encaminándose junto a él hacia el centro de la pista de baile, siendo rodeados inmediatamente por decenas de cuerpos bailantes que gozaban de la exquisita música-. Aunque ciertamente mi nombre ya lo sabe, supongo que leyéndolo de mi mente -comentó, refiriéndose a aquel llamado anterior.

Con gesto grácil y elegante se colocó frente a él, sin soltar aquella fría y pequeña mano, y, sonriendo levemente, observándolo todo el tiempo a los ojos fijamente, pasó su otra mano por su cintura, con confianza, sin llegar a ser descarado-. Je sui Yuji Kanade, pero puede llamarme simplemente Kanade. Aunque informalmente se me conoce como Prince -se presentó, sonriendo de lado, permitiendo que algunos de sus largos y dorados rizos cayera sobre su rostro y máscara.

Spoiler:

Danzaba junto al vampiro con paso grácil, sin la dificultad que se dejaba ver en la mayoría de los bailantes que no dominaban de todo aquel tipo de baile. Sin embargo, Kanade solía practicarlo, bailar de aquellas formas en el escenario, dar giros hábiles sin enredarse con su capa ni con su elegante atuendo.

Sonrió con coquetería al escuchar sus palabras y su nombre, no, su apodo, salir de aquellos labios. Se escuchaba diferente de todas las veces que lo había oído, le hacía sentir imponente, importante. Su mirada se suavizó al sentir luego su pequeño cuerpo acercarse al propio, y no evitó ni quiso contener el ligero estremecimiento de su cuerpo ante el susurro de Armand en su oído.

Cuando éste se separó nuevamente, la mirada de Kanade era profunda, y su sonrisa, más misteriosa que antes. Tras un nuevo giro y escuchando sus palabras, sintiendo sus caricias, se detuvo, al mismo tiempo que la música, sin romper el encanto de aquel casual encuentro. La música volvió a comenzar, mientras el rubio japonés mirada a los ojos al vampiro.

-Mmm... si no me equivoco, es el Valse Sentimentale, de Tchaikovsjy -comentó, aún sin responder a sus preguntas. Sonrió de lado y nuevamente empezó a moverse al ritmo de la nueva música, con suavidad y maestría, pegándose un poco más al pequeño cuerpo de su acompañante-. De hecho, soy músico -contestó finalmente, sin quitar aquella misteriosa sonrisa de su rostro-. Ciertamente un chevalier errant. Mi estilo es más bien el metal sinfónico. ¿Lo ha oído alguna vez? -Preguntó, alzando una ceja por inercia. Una de sus principales características era su rostro, siempre vivo, siempre reflejando sus emociones con sus gestos.

Spoiler:

Sonrió satisfecho al ver la sorpresa reflejarse en aquel pálido e infantil rostro, no esperaba que un vampiro supiera de su música y le agradaba sorprender a sus interlocutores. Sin embargo, la sorpresa pronto fue compartida al ver cómo su acompañante parecía adquirir tamaño, y al ver sutilmente hacia abajo... le vio flotar. Nunca había visto a un vampiro hacer aquello, sería que sus compañeros de banda solían ser neófitos más apasionados por la música, los excesos y la diversión desenfrenada que por otras cosas como los bailes, la pintura o el arte en sí.

-No sólo el arte emana de mis labios y dedos, mon cher -respondió, abriendo un poco los ojos ante su petición, apretando un poco más su pequeño cuerpo, firmemente aunque también con cierta delicadeza, como si fuera un humano al cual podía lastimar. Al sentir cómo sus pies dejaban el suelo, su sonrisa se ensanchó inconscientemente, era una sensación extraña pero agradable, única. Seguían dando vueltas y él, con rápida confianza, siguió realizando sus pasos de baile, elegante, orgulloso, sintiendo sobre ellos cientos de miradas, disfrutando el ser el centro de atención.

-Así es, la voz es mi virtud -susurró para él, disfrutando de su frío abrazo, que más que molestarle, le agradaba, así como aquellos susurros que dejaba en su oreja, que parecían excesivamente íntimos para dos hombres que recién comenzaban a conocerse. Pero pronto, la sensación de peligro afloró en su pecho y mente junto a aquella petición-. ¿Una demostración sólo para usted? Puesto que es el anfitrión de este baile... tendría que pensarlo -dijo con cierto tono arrogante que no pudo evitar, notando cómo se acercaban al segundo piso.

Una vez allí, suavemente sus pies volvieron a tocar el suelo. El contacto con el vampiro también se suavizó y como él, le liberó con delicada suavidad de aquel abrazo tan aparentemente íntimo y sólo sus manos quedaron unidas por un suave toque. Le escuchó preguntar tan directamente el motivo de su presencia, que no pudo evitar sonreír de lado, de forma ladina.

- ¿En verdad lo desea saber, monsieur Armand? -Preguntó de forma misteriosa, desviando su mirada de su persona y observando alrededor, para luego volver a fijar sus ojos sobre los ajenos-. ¿O sólo desea la respuesta formal, la superficial? -Le sonrió coquetamente; sin embargo, estaba alerta. Una vez lejos del público, sus sentidos tendían a alertarse si se hallaba en compañía de vampiros, más que nada, porque también apreciaba su propia vida. Más que miedo instintivo era el sentido de supervivencia humano, lo que le había mantenido vivo hasta ahora-. Tal vez deberíamos regresar al baile, después de tal espectáculo, nuestros... fans deben estar esperando nuestro regreso.

-Miedo jamás, mon ami. Alerta tal vez -comentó con palabras suaves a las ajenas, percatándose de cómo le manipulaba aunque sin hacer nada al respecto. Sus suaves palabras eran como el terciopelo. Asintió con la cabeza ante todo lo que decía y le observó alejarse con ojos soñadores, realmente no quería bajar aún, aunque tenía sus dudas.

Se quedó allí un poco más de tiempo, observando a los bailarines danzar con mayor gracia de la que se podría apreciar desde abajo, mientras meditaba si seguirle o no. De todas formas, consideraba incorrecto dejarle allí y bajar, por o cual, y nuevamente siendo guiado por aquel suave llamado en su mente, caminó tras el en apariencia joven Armand, aunque siempre midiendo sus pasos, el que estos fuesen lentos. Y es que no podía evitar el hacerse de rogar, el sentir cómo era deseada su presencia.

Entró con calma en la biblioteca y se detuvo en la entrada de la misma, observando a su alrededor los estantes, las ventanas, las elegantes decoraciones que delataban siglos de antigüedad. Realmente parecía irrumpir en otro mundo, en otra época, y no como en la falsa ilusión de abajo en el salón de baile, sino de una forma discreta, agradable y jamás forzada. Su vista continuó recorriendo el lugar hasta que se posó en el vampiro, quien daba más la impresión de ser un ángel caído sacado de las antiguas pinturas renacentistas de querubines -como las obras de Botticelli.

-Prefiero disfrutar de su compañía -comentó, acercándose al vampiro con pasos lentos, medidos, siendo el único sonido el resonar de sus altos tacones y terraplenes-. Y hacer la demostración que le debo -tras decir aquello y desviar la vista, pudo ver, a lo lejos, un elegante piano de cola como hacía mucho no veía. ¿Qué haría allí, en la gran y elegante biblioteca? ¿Cómo es que había podido sobrevivir tanto, si el propio que él poseía, había tenido que mandarlo a construir?

-Me halaga el que no vea usted maldad alguna en mi mirada -comentó con voz suave y sedosa, acercándose hacia el imponente instrumento y pasando sus dedos por éste, quitando el polvo que en sus blancas teclas de marfil se amontonaba-. ¿Le gustaría que tocase el piano para usted, monsieur Armand, exquisito ángel de Botticelli, si me permite el atrevimiento?

Observó los gestos del vampiro con aire romántico, aunque le llamó un poco la atención el que no reparase en el polvo que cubría aquel elegante y bello instrumento musical y simplemente se sentara sobre éste. Él sin embargo, no podía hacer lo mismo, por lo cual sacó su negro pañuelo de seda y limpió con cuidado el taburete que se hallaba en iguales condiciones que el piano, para a continuación tomar asiento y observar el rostro descubierto de Armand.

-Es usted hermoso -comentó con fascinación, deleitándose con la visión de aquel perfecto rostro blanco, increíblemente sobrenatural. Lejos de espantarle por su extrema palidez, Kanade se sintió irremediablemente atraído por él-. Parece un verdadero ángel -concluyó con palabras sinceras.

Nunca antes había estado en presencia de un vampiro tan antiguo, de uno real. Los que solía frecuentar eran criaturas jóvenes, seres totalmente estéticos y consumistas que se divertían viviendo del exceso y el derroche. En cambio el ser que tenía al frente era la viva imagen de la antigüedad, de la época clásica en donde lo más importante era mantener el romanticismo de una época decadente dentro de su propia riqueza. Aquel era el ser que Kanade añoraba conocer.

Tras aquella petición, el joven cantante decidió imitar el gesto de su acompañante y también se quitó la exquisita máscara, dejando su delicado rostro al descubierto. Ahora sus ojos se destacaban mucho más sobre su blanca piel, sobre los cuales destacaban sus finas cejas. Un abundante mechón de cabello cubría parte de su ojo izquierdo, dándole un aire más humano, más casual y más hermoso.

Sin responder con palabras, pero sí con acciones, el chico cerró los ojos y empezó a tocar una de sus propias canciones, la cual acompañó con su voz en un suave canto. Una canción que él consideraba, era perfecta para aquella ocasión, tanto por la melodía como por el lento compás y la letra en sí misma. Sus dedos enguantados parecían acariciar con la pasión de un amante cada tecla, y al volver a abrir los ojos pudo notar cómo el polvo se había adherido a la tela negra, pero no importaba, no con tal de poder tocar un auténtico piano de cola, de hacer figurativamente el amor con él.

Canción

-Para mí ha sido un placer complacerle, mi querido ángel -dijo haciendo una ligera reverencia con la cabeza al viejo estilo japonés-. Y me halaga que sea usted el primero en escuchar este tema que compuse hace escasas semanas -comentó, viéndole bajar y apartándose un poco para que el vampiro pudiera tomar asiento. Ambos cabían perfectamente en aquel taburete.

Sus ojos siguieron el movimiento oscilante de los dedos de Armand y sonrió, asintiendo con la cabeza y evitando pronunciar palabra alguna que arruinara aquella melodía. Con el mismo estilo que utilizó en su anterior tema, sus dedos se deslizaron sobre las teclas con suavidad, acariciándolas, presionándolas con la delicadeza de un amante, notando cómo aquella melodía conocida sufría ligeros cambios aunque siempre manteniendo su esencia. Había momentos llenos de pasión seguidos de una calma momentánea, para luego dar paso al inevitable clímax que, emocionantemente perfecto, con notas tan precisas y hermosas lograban que el corazón de Kanade palpitara con exquisita rapidez.

Y luego una vez más, hasta que el inevitable final llegó con notas sublimes. Los dedos de Armand interpretaban los sonidos más maravillosos que Kanade haya escuchado nunca; se sentía capaz de palpar con los dedos el melancólico romanticismo de Chopin mezclado con el oscuro misterio del vampiro que estaba a su lado. Oh, con aquellas notas, en aquel perfecto momento musical, sentía que podía morir y todo estaría bien.

Una vez terminaron, el joven nipón continuó tocando algunas notas melodiosas al azar, hasta finalmente posar su mano derecha sobre la fría de su compañero, para luego mirarle directamente a los ojos con gesto coqueto y seductor-. Realmente es usted un ángel, pues me ha conducido al cielo y me ha permitido vislumbrar la ideal imagen del paraíso, sublime, melancólica e increíblemente sobrenatural. Ahora veo su reflejo en vuestros ojos -dijo con voz suave y romántica, esbozando una sonrisa misteriosa, sutil, acariciando levemente su mano en un íntimo gesto-, Podría tocar para usted eternamente... o el equivalente al resto de mi vida.

Sus ojos siguieron los movimientos de aquellos blancos y fríos dedos mientras quitaban su guante y luego guiaban su mano hacia su suave y tersa mejilla. El tacto era duro, parecía que rozara una fría y lisa piedra, pero para nada le era una sensación desagradable. Le parecía contemplar, más que a un peligroso vampiro, a un felino incomprendido y solitario, lo cual le enternecía más de lo que podía -y se permitía- demostrar.

-Siempre que el tiempo me lo permitiera -respondió sintiendo el delicado roce de sus labios, también fríos. Su mano aún seguía en la mejilla del vampiro y con su dedo pulgar acarició en pequeños círculos su piel, mientras su otra mano se posaba sobre sus cabellos descubriendo la suavidad de éstos- Y siempre que usted lo desee...

Tras decir aquello depositó un leve beso sobre sus labios, para luego alzar el rostro y besar su frente suavemente. Se separó despacio de él y sus manos volvieron a las teclas, a realizar suaves sonidos para él, una melodía que en lo personal era su preferida, la que más le caracterizaba siempre y en la cual ponía toda su pasión. Había cerrado los ojos y sus labios se encontraban ligeramente entreabiertos. El cúmulo de emociones y sentimientos diversos que acudían a él con aquella melodía había provocado que sus mejillas se ruborizaran lo suficiente como para destacar aquel sonrosado sobre su propia palidez.

-Pour vous, mon amie -susurró en voz baja, mezclando las palabras con los sonidos para que éstos no desentonaran ni se vieran interrumpidos. Oh, tocar aquel piano era un placer exquisito, pero más exquisito aún había sido el tener sobre sus labios los ajenos y poder sentir su sabor y tacto en los propios.

Satie

Spoiler:

Abrió los ojos sorprendidos al sentir aquel tacto gélido en sus manos y sonrió observándole, recorriendo su pequeña figura con la vista para terminar posando ésta sobre sus ojos castaños. Levantó sus manos y atrapó la pequeña de él entre las suyas, llevándola ceremoniosamente hasta sus labios para besar su dorso sin despegar la vista de los ojos del vampiro.

-¿Desea comprobarlo por usted mismo? -Ofreció con una sonrisa torcida,y los ojos brillantes, preguntándose a qué sabría su boca, cómo se escucharían sus suspiros extasiados. Fue entonces que no pudo aguantar más la tentación y, liberando aquella fría y pequeña mano, acarició su mejilla para luego atraerle suavemente hacia él y poder besar sus labios.

La mano que acariciaba aquella fría y suave mejilla la posó en su estrecha cintura y le atrajo hacia su propio cuerpo con suavidad, mientras la mano que quedaba libre recorría lentamente su costado derecho y se detenía sobre su muslo, apretándolo ligeramente. Su lengua tanteaba sus labios, pidiendo permiso a éstos para poder entrar y recorrer su boca. Sus movimientos eran cuidadosos y lentos, siempre sutiles y delicados. Esperaba su aprobación, algún indicio que le permitiera continuar e ir más allá o, por el contrario, que le hiciera retroceder.

Aquel sabor, el de su boca... jamás había sentido un sabor así, no sabía si era dulce o salado, o una mezcla de ambos. Sus sentidos se vieron nublados por los momentos que duró aquel beso, pero no era una sensación desagradable, sino nueva, que le causaba curiosidad, que deseaba volver a experimentar. Para Kanade aquel beso duró demasiado poco, pero no se quejó, no pronunció sonido alguno cuando Armand se separó de sus labios y se acomodó en su regazo.

En aquella posición, podía sentir la frialdad de todo su cuerpo. Y no sólo eso, sino que al pelirrojo directa, completamente. Esbozó una sonrisa torcida propia de él y sus ojos brillaron encantados ante el contacto: aquel no era su primera experiencia cercana con un vampiro, y sinceramente esperaba que no fuera el último. Sin embargo, también sabía lo que significaba jugar con el peligro, sobretodo con neófitos inestables.

-Oh, mon amie... -susurró, acariciando una de sus mejillas y aun sujetándole por la cintura, estrechándole contra él con gesto firme aunque siempre delicado-. ¿No consideras aquello demasiado íntimo? Apenas nos conocemos -negó con la cabeza su petición, rozando sus labios con los ajenos mientras hablaba-. Dejemos algo para la segunda cita -tras decir esto, le guiñó el ojo coquetamente, para a continuación inclinarse sobre él y volver a besarle; esta vez, con intensidad, no de la forma suave y delicada de antes, sino con la pasión de un amante entregado.