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Desfase [Ira]
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Desfase [Ira]
Al trote de Brann, mi corcel desde tiempos inmemorables, llegué a Savonlinna, Finlandia. No es que ir a caballo fuese mi única opción para desplazarme, pero era mi favorita pese a disponer de una Harley, un corche descapotable de gran cilindrada y por supuesto, mis alas, sin contar con la teletransportación, don que poseía y que pocas veces usaba, pues adoraba el cabalgar sobre aquél animal, sintiendo la brisa enredándose en mis cabellos rubios, golpear a veces con fiereza mi rostro de marcadas facciones varoniles, obstaculizando la marcha que Brann se empeñaba en seguir pese a las tormentas o el frío invernal.
¿Y qué se me había perdido en Finlandia? Nada más y nada menos que mi hermano favorito, mi compañero de aventuras y desventuras, mi cómplice, mi mejor aliado, Ira. Oh, sí… ambos éramos como uña y carne desde que le encontré varios siglos después de mi nacimiento, hacia ya de eso demasiados milenios.
Torcí una sonrisa con cierto deje burlona, pícara, divertida y alegre, bajando del lomo de Brann cuando atisbé en el horizonte el fabuloso castillo del que se había adueñado Ira, aunque no era su residencia oficial. Mientras caminaba por las calles de aquél islote, la gente me admiraba, sus mentes se llenaban de intranquilidad, de odio, de venganza, de mal humor, como un torbellino de emociones negativas que les empujaran a tomar cualquier objeto a su abasto para lanzárselo a su compañero. Y yo reía infantilmente, mientras respiraba aquella tensión que al fin y al cabo, era mi alimento, por lo que vivía y por lo que me desvivía. No obstante, una niña pequeña osó acercarse a mí y tomarme de la túnica granate que vestía en aquella ocasión, pues no vi necesario llevar encima la pesada armadura de siempre, era sólo una visita casual, ¿quién me iba a decir que terminaría de aquél modo? Já… ni yo soy tan ingenuo.
Como decía, la niña me hizo detener y voltear a mirarla con el ceño fruncido y los labios curvados en forma de mueca. Sus ojos grandes, claros y cristalinos perdieron de repente su centello vivo mientras su mano soltaba la tela que lucía y su cabeza asintió a una orden mental que le di. Di media vuelta y me perdí entre el gentío que gritaba alborotada en aquél mercado de frutas y verduras… hasta que, de pronto y tras un sonoro silencio, alguien gritó desgarradoramente. Sin molestarme en averiguar qué había sucedido, supe que la pequeña había sucumbido a mi hipnosis, colgándose de la rama de un árbol. Humanos… resoplé divertido antes de cruzar la fortaleza que rodeaba el castillo de Ira.
Liberé las riendas a Brann y tras algunas caricias sobre su pelaje carmesí, caminé hasta la puerta de madera y hierros que salvaguardaban la propiedad privada de mi amigo. Teatralmente, aporreé la puerta con mis nudillos, escondiendo una carcajada cuando al fin ésta se abrió entre el sonido de los pesados engranajes. ¿Desde cuando pedía permiso para entrar en la residencia de alguien? Bueno, Ira era Ira, nos entendíamos bien y las bromas privadas eran el pan de nuestro día a día.
Cuando mis ojos le identificaron, una amplia sonrisa cruzó mi rostro y mis brazos, pronto le rodearon en un cálido abrazo, de esos que nunca doy a nadie.
¿Y qué se me había perdido en Finlandia? Nada más y nada menos que mi hermano favorito, mi compañero de aventuras y desventuras, mi cómplice, mi mejor aliado, Ira. Oh, sí… ambos éramos como uña y carne desde que le encontré varios siglos después de mi nacimiento, hacia ya de eso demasiados milenios.
Torcí una sonrisa con cierto deje burlona, pícara, divertida y alegre, bajando del lomo de Brann cuando atisbé en el horizonte el fabuloso castillo del que se había adueñado Ira, aunque no era su residencia oficial. Mientras caminaba por las calles de aquél islote, la gente me admiraba, sus mentes se llenaban de intranquilidad, de odio, de venganza, de mal humor, como un torbellino de emociones negativas que les empujaran a tomar cualquier objeto a su abasto para lanzárselo a su compañero. Y yo reía infantilmente, mientras respiraba aquella tensión que al fin y al cabo, era mi alimento, por lo que vivía y por lo que me desvivía. No obstante, una niña pequeña osó acercarse a mí y tomarme de la túnica granate que vestía en aquella ocasión, pues no vi necesario llevar encima la pesada armadura de siempre, era sólo una visita casual, ¿quién me iba a decir que terminaría de aquél modo? Já… ni yo soy tan ingenuo.
Como decía, la niña me hizo detener y voltear a mirarla con el ceño fruncido y los labios curvados en forma de mueca. Sus ojos grandes, claros y cristalinos perdieron de repente su centello vivo mientras su mano soltaba la tela que lucía y su cabeza asintió a una orden mental que le di. Di media vuelta y me perdí entre el gentío que gritaba alborotada en aquél mercado de frutas y verduras… hasta que, de pronto y tras un sonoro silencio, alguien gritó desgarradoramente. Sin molestarme en averiguar qué había sucedido, supe que la pequeña había sucumbido a mi hipnosis, colgándose de la rama de un árbol. Humanos… resoplé divertido antes de cruzar la fortaleza que rodeaba el castillo de Ira.
Liberé las riendas a Brann y tras algunas caricias sobre su pelaje carmesí, caminé hasta la puerta de madera y hierros que salvaguardaban la propiedad privada de mi amigo. Teatralmente, aporreé la puerta con mis nudillos, escondiendo una carcajada cuando al fin ésta se abrió entre el sonido de los pesados engranajes. ¿Desde cuando pedía permiso para entrar en la residencia de alguien? Bueno, Ira era Ira, nos entendíamos bien y las bromas privadas eran el pan de nuestro día a día.
Cuando mis ojos le identificaron, una amplia sonrisa cruzó mi rostro y mis brazos, pronto le rodearon en un cálido abrazo, de esos que nunca doy a nadie.
- Castillo:
Invitado- Invitado
Re: Desfase [Ira]
Un humano cualquiera diría algo así como “ah, qué paz y tranquilidad”, pero esas palabras no existían para mí, de modo que respolé sonoramente un “qué aburrimiento” y seguí intentando formar el cubo de Rubik que tenía entre las manos. El trasto aquél era entretenido, era irritante, y eso me encantaba. El día era frío y de vez en cuando un golpe de aire se estrellaba contra los ventanales, recordándome que me encontraba casi en el techo del mundo. El mundo terrenal, claro.
“¡Mierda, no consigo encajar la última roja!”. Una delicia.
Tumbado boca arriba y atravesado en mi sillón favorito dejé que pasaran las horas. Ese día no tenía ganas de hacer nada, todo era aburrido y no había criados cerca a los que exasperar. Bueno, algunos sí, pero quería que esos me sirvieran la cena y no quería arriesgarme. Ese trasto seguía pegando tumbos en mis dedos y cada vez me ponía más tenso, pero eso no tenía nada que ver con el cubo. Yo notaba algo, algo cercano y que conocía demasiado bien. ¿Sería posible después de tanto tiempo?
Pegué un salto de olimpiada y me acerqué a una ventana grande. Desde allí pude avistar cómo una llama andante se acercaba al castillo, y esa llama sólo podía ser una cosa: el pony de mi mejor amigo. No sé cómo no me rompí la crisma de lo rápido que bajé las escaleras y tomé las curvas de la misma, pero, francamente, no me importaba. Si me hacía daño me dolería, ergo me enfurecería. ¿Ves? No hay bien que por mal no venga.
Conocía a Týr. Y sabía perfectamente que podía esperarme cualquier cosa de él, desde una hostia con la palma abierta hasta el más cálido de los abrazos. Aprendí muchas cosas de él durante nuestros viajes y trasiegos. Juntos habíamos vivido y presenciado innumerables muertes, humillaciones, desastres, traiciones y demás. Yo siempre había metido el dedo en la yaga todo lo que había podido y más, pero simplemente porque para eso había nacido. Cuando lo conocía él todo cambió. Él me enseñó a disfrutar de la guerra y mis poderes, me enseñó a valorar lo que eran la victoria y el triunfo. Y eso era algo que siempre le agradecería, aunque, por supuesto, nunca se lo diría. En definitiva, que allá donde fuéramos, siempre terminaríamos encontrándonos.
Me planté en medio del recibidor esperando que mi preciosa puerta saltara por los aires, pero en lugar de eso me llevé una sorpresa cuando llamó educadamente dando unos golpecitos. -¿Será posible? -mascullé con un gesto de sorpresa y caminando hacia la puerta. Aunque, francamente, como ya he dicho antes, me esperaba cualquier cosa, así que no sabía muy bien de qué me sorprendía. Cuando mi mano se cerró en torno al pomo, sentía una descarga. No una descarga eléctrica, sino una descarga de poder que nos conectaba, una conexión entre los dos. Sonreí abiertamente y tiré, topándome de frente con sus ojos esmeralda y su cara de pícaro. Me alebraba tanto de verlo que mandé a la mierda el protocolo de saludo y directamente lo abracé. -¡Týr! ¡Cabronazo! ¡A mis brazos, hermano! -dije entre carcajadas. -Ya era hora de que vinieras a verme, joder, el hastío me mataba por dentro. Pasa, pasa. -lo invité a entrar, y antes de cerrar la puerta saludé a Brann. -Hola, Ponyta, me alegro de verte. -Y cerré antes de que me escupiera un volcán.
La verdad es que no recordaba si Týr había estado alguna vez en ese castillo en concreto, ya que yo solía meterme donde me daba la gana. Pero es posible que en alguna borrachera... ni zorra. En medio del recibidor volví a abrazarlo una vez más, de verdad que me alegraba muchísimo de tenerlo a mi lado. Le pasé un brazo por el hombro y me lo llevé a la cocina. -Estarás cansado, ven y tomamos algo. -ofrecí. -Y ya me estás contado qué has hecho todo este tiempo, tronco, deléitame una vez más.
Mi nevera era igual que el bolsillo de Doraemon (amaba esos dibujos, por cierto, me ponían de llos nervios): tenía de todo, y nunca sabías qué podía salir de ella. -Sírvete, sabes que estás en tu casa. Pásame una birra, ya de paso. -apunté.
Me senté en un taburete y esperé a que me la lanzara mientras su figura se movía por ahí. Cómo había echado de menos su presencia y su soberbia. Sí... cuánto lo había echado de menos.
“¡Mierda, no consigo encajar la última roja!”. Una delicia.
Tumbado boca arriba y atravesado en mi sillón favorito dejé que pasaran las horas. Ese día no tenía ganas de hacer nada, todo era aburrido y no había criados cerca a los que exasperar. Bueno, algunos sí, pero quería que esos me sirvieran la cena y no quería arriesgarme. Ese trasto seguía pegando tumbos en mis dedos y cada vez me ponía más tenso, pero eso no tenía nada que ver con el cubo. Yo notaba algo, algo cercano y que conocía demasiado bien. ¿Sería posible después de tanto tiempo?
- Spoiler:
Pegué un salto de olimpiada y me acerqué a una ventana grande. Desde allí pude avistar cómo una llama andante se acercaba al castillo, y esa llama sólo podía ser una cosa: el pony de mi mejor amigo. No sé cómo no me rompí la crisma de lo rápido que bajé las escaleras y tomé las curvas de la misma, pero, francamente, no me importaba. Si me hacía daño me dolería, ergo me enfurecería. ¿Ves? No hay bien que por mal no venga.
Conocía a Týr. Y sabía perfectamente que podía esperarme cualquier cosa de él, desde una hostia con la palma abierta hasta el más cálido de los abrazos. Aprendí muchas cosas de él durante nuestros viajes y trasiegos. Juntos habíamos vivido y presenciado innumerables muertes, humillaciones, desastres, traiciones y demás. Yo siempre había metido el dedo en la yaga todo lo que había podido y más, pero simplemente porque para eso había nacido. Cuando lo conocía él todo cambió. Él me enseñó a disfrutar de la guerra y mis poderes, me enseñó a valorar lo que eran la victoria y el triunfo. Y eso era algo que siempre le agradecería, aunque, por supuesto, nunca se lo diría. En definitiva, que allá donde fuéramos, siempre terminaríamos encontrándonos.
Me planté en medio del recibidor esperando que mi preciosa puerta saltara por los aires, pero en lugar de eso me llevé una sorpresa cuando llamó educadamente dando unos golpecitos. -¿Será posible? -mascullé con un gesto de sorpresa y caminando hacia la puerta. Aunque, francamente, como ya he dicho antes, me esperaba cualquier cosa, así que no sabía muy bien de qué me sorprendía. Cuando mi mano se cerró en torno al pomo, sentía una descarga. No una descarga eléctrica, sino una descarga de poder que nos conectaba, una conexión entre los dos. Sonreí abiertamente y tiré, topándome de frente con sus ojos esmeralda y su cara de pícaro. Me alebraba tanto de verlo que mandé a la mierda el protocolo de saludo y directamente lo abracé. -¡Týr! ¡Cabronazo! ¡A mis brazos, hermano! -dije entre carcajadas. -Ya era hora de que vinieras a verme, joder, el hastío me mataba por dentro. Pasa, pasa. -lo invité a entrar, y antes de cerrar la puerta saludé a Brann. -Hola, Ponyta, me alegro de verte. -Y cerré antes de que me escupiera un volcán.
La verdad es que no recordaba si Týr había estado alguna vez en ese castillo en concreto, ya que yo solía meterme donde me daba la gana. Pero es posible que en alguna borrachera... ni zorra. En medio del recibidor volví a abrazarlo una vez más, de verdad que me alegraba muchísimo de tenerlo a mi lado. Le pasé un brazo por el hombro y me lo llevé a la cocina. -Estarás cansado, ven y tomamos algo. -ofrecí. -Y ya me estás contado qué has hecho todo este tiempo, tronco, deléitame una vez más.
Mi nevera era igual que el bolsillo de Doraemon (amaba esos dibujos, por cierto, me ponían de llos nervios): tenía de todo, y nunca sabías qué podía salir de ella. -Sírvete, sabes que estás en tu casa. Pásame una birra, ya de paso. -apunté.
Me senté en un taburete y esperé a que me la lanzara mientras su figura se movía por ahí. Cómo había echado de menos su presencia y su soberbia. Sí... cuánto lo había echado de menos.
Invitado- Invitado
Re: Desfase [Ira]
La nevera estaba a rebosar de cervezas, por todos sus cajones y estantes. Solté una carcajada y tomé un par de ellas, descorchándolas con mis dientes y lanzando los tapones contra él, quién, como si fuese un ninja, esquivó y dejó que se incrustaran en la pared situada tras su figura.
- Como ves, he seguido ejercitándome.- le guiñé el ojo y me acerqué a mi compañero mientras estiraba mi mano derecha con la birra que me había pedido para él, sentándome luego en la encimera con las piernas colgando mientras me deleitaba con el primer trago.- Oh, hermano, espero que estés ocupado ahora… odiaría arrastrarte de esta pocilga sin tener que batallar antes contra ti.- bromeé, bebiendo de nuevo y relamiéndome cuando la espuma escapaba de mi boca y se deslizaba hacia mi mentón, goteando hasta manchar mi ropaje.- Tengo entendido que esta noche son las Fiestas de esta aldea y me preguntaba si me invitarías a bailar.- llevé una mano hacia mi cabello en un gesto provocativo si hubiese sido una mujer e intentara cortejar a Ira, era una de las tantas bromas privadas que teníamos desde tiempos inmemorables.
Tras la ventana, escuché un resoplido de Brann, aun molesto por la forma en la que le llama Ira. Era el corcel más orgulloso que jamás había conocido. Solté una carcajada y volví a mirar a Ira, escrutando su semblante a la espera de alguno de sus comentarios ingeniosos, mientras, sumido en el silencio momentáneo, inspeccioné la cocina y el recibidor, pues aun podía verlo desde la encimera en la que me hallaba sentado gracias a que la puerta permanecía abierta.
- Bonito castillo veraniego, tío. ¿A quién se lo robaste?- reí meneando la cabeza.- Debe estar lleno de polillas y murciélagos…- comenté en un susurro casi para mí mismo, sin borrar aquella sonrisa divertida mientras jugaba con la botella de cristal que almacenaba el alcohol, que se veía ya terminando sus existencias.- ¿Y qué hay de ti?- volteé mi rostro hacia mi compinche y recosté mi espalda contra la nevera, subiendo los pies para posarlos sobre el mármol de la encimera y apoyaba mis codos sobre mis rodillas.
Estaba seguro que mi actitud no le molestaría, ambos éramos iguales en esos aspectos. Por eso, entre otras razones, nos llevábamos tan bien.
- Como ves, he seguido ejercitándome.- le guiñé el ojo y me acerqué a mi compañero mientras estiraba mi mano derecha con la birra que me había pedido para él, sentándome luego en la encimera con las piernas colgando mientras me deleitaba con el primer trago.- Oh, hermano, espero que estés ocupado ahora… odiaría arrastrarte de esta pocilga sin tener que batallar antes contra ti.- bromeé, bebiendo de nuevo y relamiéndome cuando la espuma escapaba de mi boca y se deslizaba hacia mi mentón, goteando hasta manchar mi ropaje.- Tengo entendido que esta noche son las Fiestas de esta aldea y me preguntaba si me invitarías a bailar.- llevé una mano hacia mi cabello en un gesto provocativo si hubiese sido una mujer e intentara cortejar a Ira, era una de las tantas bromas privadas que teníamos desde tiempos inmemorables.
Tras la ventana, escuché un resoplido de Brann, aun molesto por la forma en la que le llama Ira. Era el corcel más orgulloso que jamás había conocido. Solté una carcajada y volví a mirar a Ira, escrutando su semblante a la espera de alguno de sus comentarios ingeniosos, mientras, sumido en el silencio momentáneo, inspeccioné la cocina y el recibidor, pues aun podía verlo desde la encimera en la que me hallaba sentado gracias a que la puerta permanecía abierta.
- Bonito castillo veraniego, tío. ¿A quién se lo robaste?- reí meneando la cabeza.- Debe estar lleno de polillas y murciélagos…- comenté en un susurro casi para mí mismo, sin borrar aquella sonrisa divertida mientras jugaba con la botella de cristal que almacenaba el alcohol, que se veía ya terminando sus existencias.- ¿Y qué hay de ti?- volteé mi rostro hacia mi compinche y recosté mi espalda contra la nevera, subiendo los pies para posarlos sobre el mármol de la encimera y apoyaba mis codos sobre mis rodillas.
Estaba seguro que mi actitud no le molestaría, ambos éramos iguales en esos aspectos. Por eso, entre otras razones, nos llevábamos tan bien.
Invitado- Invitado
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