Lo que arrastra la noche [libre]

La vida de un hechicero en la sociedad de aquella época no era nada sencilla, más bien al contrario. En pos de poder nivelar sus capacidades con las de los seres sobrenaturales, los hechiceros tenían que ser precavidos y tener vastos conocimientos de la magia, sin embargo, por muchos hechizos que llegaran a elaborar, siempre podía ocurrir algo que pusiera a prueba los límites de su propio entendimiento, consiguiendo por tanto que el brujo en cuestión acabara muerto o malherido. No bastaba con tener la respuesta, había que tener los medios para elaborarla y acotarla de tal manera que no se pudiera volver contra su dueño. Muchos brujos morían, por hacer uso de un hechizo que superaba los límites de su propio cuerpo o por intentar sobreexplotar su especialidad en una situación de riesgo, lo que solía acabar en desastre en la mayor parte de las ocasiones. Eden era conocedor de estos peligros mejor que nadie, él mismo había pisado en numerosas ocasiones los límites de su cuerpo, buscando la delgada línea que separaba el dominio de un hechizo de la muerte. Por ello, y más a sus 80 años, debía de estar muy seguro para llevar a cabo un nuevo conjuro, lo cual era un tanto frustrante puesto que saber las consecuencias reales de un hechizo antes de utilizarlo era más una quimera que algo al alcance del entendimiento mortal.

Aquella suave noche de primavera, y tras unos días de asentamiento en la que fuera su ciudad natal, el brujo estaba tumbado en la mullida cama de su hotel estudiando los apuntes que había reunido sobre el hechizo de control temporal en el que había estado trabajando durante no menos de 20 años. Eden había llegado a un punto muerto, había revisado el hechizo muchas veces y aunque en teoría parecía listo, sabía que faltaba algo, tenía la sensación de que emplearlo en aquel estado solo podría llevarle a la destrucción, y aún así no podía evitar la tentación de utilizarlo para demostrarse así mismo que era capaz de superar uno de los límites mortales, sin duda una de sus muchas obsesiones. Finalmente, y tras dos horas de reflexión, decidió quitarse las gafas graduadas de sus ojos y descansar un rato. Pese a que en muchos sentidos se acercaba más al terreno sobrenatural que al humano, había cosas que eran infranqueables, y la perdida de vista era una de ellas, por ello en lugar de autoaplicarse un hechizo para subsanar este tipo de defectos, si podía usar medios convencionales, al menos cuando no tenía que mantener las apariencias, lo hacía.

El brujo llegó a la conclusión de que necesitaba tomar el aire, por lo que se enfundó una camiseta negra, se cerró el cinturón que ajustaba sus vaqueros azules, y tras atarse sus botas de punta redonda, salió de la habitación, no sin antes guardar sus libros de hechizos en el escritorio con el que estaba dotada la estancia. Aquel hotel no era nada del otro mundo, pero tenía lo único imprescindible para el brujo; tranquilidad, algo curioso teniendo en cuenta que estaba en los barrios bajos. Una vez hubo puesto sus pies en la calle, el brujo respiró profundamente y comenzó a caminar sin rumbo, buscando refrescar su conciencia. La noche era agradable, y sin duda el brujo agradeció la leve brisa que le imbuía; no podía ser de otra manera, siendo el viento su elemento. Las calles no estaban demasiado frecuentadas, sin embargo, cada vez que se cruzaba con algún demonio, vampiro o ser susceptible de entrañar algún peligro, el brujo se ponía alerta y se preparaba para estructurar sus ideas de tal manera que le permitieran acceder con facilidad a uno de sus hechizos.

El hechicero se detuvo tras doblar la esquina de la calle, una escena le llamó poderosamente la atención. En la otra acera, una joven parecía estar ajena a que a sus espaldas, con un caminar sigiloso a la par que sinuoso, un vampiro se aproximaba de manera amenazante. El brujo lo distinguió al instante puesto que cuando se encontraba cerca de un ser vivo, podía escuchar el latido de su corazón con una claridad meridiana, lo que no ocurría con aquel depredador. Sin embargo el de la chica si latía, y sin duda aquella situación no parecía ni buscada ni premeditada, al menos, por ella. El chupasangre fue recortando distancias poco a poco, y Eden dudó un momento sobre si debía actuar o dejar que el destino siguiera su curso. Se tomó un momento, tenía muy claro que no era ningún héroe, pero no podía mirar hacia otro lado. El hechicero se concentró, y manipulando la brisa nocturna, la redirigió y la doto de mayor intensidad, para terminar concentrádola en un punto concreto, justo detrás del vampiro. Eden realizó la operación moviendo sus manos cual concertista dirigiendo una orquesta, y cuando estuvo preparado, hizo saltar disparado el cúmulo ventoso hacia la rodilla izquierda del chupasangre, el cual cayó con estrépito al suelo. La joven se percató del ruido, y el brujo sonrió levemente y se mantuvo a la expectativa, en pos de saber si aquella chica no solo destacaba por su belleza sino si también era capaz de hacer frente a aquel depredador nocturno.

Eden no pudo reprimir un aplauso nacido de lo más profundo de su ser ante la visión de como la joven se había decidido ante su agresor. El brujo había detectado magia en ella, y no se había equivocado al presuponer que se podría defender por sí misma como finalmente había ocurrido. El brujo cruzó la acera y se acercó hasta la posición de la atractiva joven, de lujurioso cabello cobrizo y cristalinos ojos verdes. Había escogido una manera original de terminar con aquel chupasangre, empleando algún tipo de magia tóxica en la que se había apoyado para apuñalarlo. El hechicero trató de no asustarla, dirigiéndose a ella desde una distancia prudencial.

-Sin duda una demostración de poder sublime, siempre es alentador ver a jóvenes con gran talento para la magia...-Espetó Eden, algo excitado por la situación.

Inmediatamente, en la mente del brujo se despertaron unos recuerdos que creía sepultados por sus ejercicios de meditación matutinos. Hacía ya mucho tiempo que esas mismas palabras, o al menos similares, se las habían dirigido a él en la academia Bluetenthal. Su maestro, Richard, siempre había incentivado su talento cuando, con respecto al resto de jóvenes brujos, siempre había tenido muchos problemas para desarrollar sus capacidades. Durante más de 10 años fue su figura paterna, su mejor amigo y su reflejo de cara al futuro, por ello verlo morir fue un golpe muy duro para la frágil mentalidad del brujo. Eden regresó a la realidad, la cual le emplazaba en aquella oscura calle junto a una bruja que debía estar sorprendida tanto por su intervención tanto por el ataque del vampiro.

-Permíteme que me presente, mi nombre es Eden Reiddick, y como tú soy un brujo. Desconozco que es lo que busca una señorita de tus características a estas horas de la noche en un lugar como este, pero no es lo más recomendable, ni siquiera para mi lo es-El brujo se mostró cercano y se expresó con un tono afable, intentando no asustar a la joven.

Perdona por la tardanza, se me había pasado este hilo.

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Cada una se sus palabras, sin importar el contenido ni el significado de las mismas, rezumaban candidez y delicadeza, lo cual era una novedad para un Eden que desde que había vuelto a la ciudad se había encargado de toparse con los seres más abominables y peligrosos de la misma. El brujo esbozó una leve sonrisa y ladeó levemente la cabeza hacía la derecha.

-Probablemente para mi tampoco sea un recorrido recomendable, sin embargo si ha servido para apoyar a una chica tan dulce como tú, sin duda ha valido la pena.

Su gesto lleno de vitalidad y cargado de sencillez retrotraía al brujo a una época que consideraba demasiado lejana, pero que de alguna manera y pese al infranqueable paso del tiempo, seguía teniendo presente. En ella, él aún era un soñador que quería limpiar el mundo, pensamiento que había delirado hacia una búsqueda irrefrenable por llevar a cabo una purga destructiva; como cambiaban las cosas.

-No sé si lo tomarás como una burda indiscreción, pero me gustaría acompañarte hacia un lugar seguro. Lamentablemente ese vampiro no es el único que sin duda verá en ti un caramelo que saborear y me gustaría evitar que tal tropelía pudiera llevarse a cabo.

No era un héroe ni quería serlo, sin embargo no podía ignorar a aquella joven, que pese a que se había defendido bien, desprendía una fragilidad que Eden se sentía en la obligación de proteger.