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La Danza de los Espejos (priv)
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La Danza de los Espejos (priv)
¿Cómo ocultar una hoja? la respuesta siempre era sencilla, dentro de un bosque. Cuando el subterfugio, las apariencias, las mentiras y los disfraces no funcionan, solo queda un asalto directo. La orden de la Talamasca por fin se había decidido, enviarían a un emisario a investigar al mismo Caim o en su defecto lograr un acuerdo que beneficiara a la orden, una especie de pacto de no agresión. Lamentablemente, David, tenía sus propias ideas, cuando le encomendaron viajar de nuevo hasta la ciudad de los Ángeles, la orden directa entró en coflicto con sus propias creencias y sus propios fines. ¿Pactar con un demonio? algo absurdo, los demonios siempre pedían más de lo que uno podría jamás pagar por toda la eternidad, era demasiado caro lo que vendía,te hipotecaban su propia alma.
Entonces, ¿por qué había regresado a aquella ciudad de nuevo? en la primera ocasión conoció a Amaury y éste ya nombró al demonio, no fue un encuentro grato pero pudo solventarlo y obterne el cuarto libro. Ahora bien, a pesar de que Amaury poseía una biblioteca fastuosa y llena de secretos, no poseía el quinto volumen pero sabía de otro que quizás pudiera tener algo en su propia mansión o en una de sus casas. David no tenía pistas, no conocía el paradero del siguiente libro pero pudiera ser que estuviera en manos de aquel demonio. Pero no podía entrar a la fuerza, era algo totalmente impensable, tenía que pasar deparcibido, colarse como un átomo en una corriente de aire.
La oportunidad llegó cuando supo que Caim organizaba una de sus grandes fiestas de sociedad, al demonio le divertía, eran fiestas que comenzaban siendo elegantes pero a medida que transcurría la noche se tornaba más obcesa y salvaje, alguno decían que hasta depravadas. David escuchó muchos rumores acerca de ellas, sabía que también mucho de los invitados eran sobrenaturales, lo ideal para mezclarse con ellos. La orden le consiguó una de las entradas y David se hospedó en un viejo hotel que se mantenía en pie en el centro de la ciudad.
Para aquella ocasión eligió un cojunto de terciopelo rojo oscuro, que hacia resaltar sus ojos y su piel dorada, la chaqueta hasta medio muslo, una camisa de seda negra debajo con un solo botó abierto, los pantalones a juego y los zapatos de punta cuadrada. Se miró al espejo, apreciando su imagen, hacia demasiado que no se vestía de gala y menos para una fiesta aunque solo fuera una como aquella. Colocó sus cabellos lo mejor que pudo y luego bajó para subir a un coche de alquiler que lo llevó hacia la mansión donde se celebraba la fiesta, ésta se encontraba en una de las colinas.
Era enorme, con grandes cristaleras y toda iluminada, cuando David bajó del coche a la entrada, sus brillantes zapatos pisaron la alfombra roja y se desplazó por ella, a su lado, otras criaturas, notaba sus efluvios sobranaturales, hombres y mujeres hermosos pero voraces, su fragancia era demoniaca y repulsiva. David puso sus defensas mentales en alto, bloqueando la entrada de cualquier intrusión. Se detuvo cuando un enorme portero le pidió la invitación y David se la entregó. Comenzaba el juego.
Entonces, ¿por qué había regresado a aquella ciudad de nuevo? en la primera ocasión conoció a Amaury y éste ya nombró al demonio, no fue un encuentro grato pero pudo solventarlo y obterne el cuarto libro. Ahora bien, a pesar de que Amaury poseía una biblioteca fastuosa y llena de secretos, no poseía el quinto volumen pero sabía de otro que quizás pudiera tener algo en su propia mansión o en una de sus casas. David no tenía pistas, no conocía el paradero del siguiente libro pero pudiera ser que estuviera en manos de aquel demonio. Pero no podía entrar a la fuerza, era algo totalmente impensable, tenía que pasar deparcibido, colarse como un átomo en una corriente de aire.
La oportunidad llegó cuando supo que Caim organizaba una de sus grandes fiestas de sociedad, al demonio le divertía, eran fiestas que comenzaban siendo elegantes pero a medida que transcurría la noche se tornaba más obcesa y salvaje, alguno decían que hasta depravadas. David escuchó muchos rumores acerca de ellas, sabía que también mucho de los invitados eran sobrenaturales, lo ideal para mezclarse con ellos. La orden le consiguó una de las entradas y David se hospedó en un viejo hotel que se mantenía en pie en el centro de la ciudad.
Para aquella ocasión eligió un cojunto de terciopelo rojo oscuro, que hacia resaltar sus ojos y su piel dorada, la chaqueta hasta medio muslo, una camisa de seda negra debajo con un solo botó abierto, los pantalones a juego y los zapatos de punta cuadrada. Se miró al espejo, apreciando su imagen, hacia demasiado que no se vestía de gala y menos para una fiesta aunque solo fuera una como aquella. Colocó sus cabellos lo mejor que pudo y luego bajó para subir a un coche de alquiler que lo llevó hacia la mansión donde se celebraba la fiesta, ésta se encontraba en una de las colinas.
Era enorme, con grandes cristaleras y toda iluminada, cuando David bajó del coche a la entrada, sus brillantes zapatos pisaron la alfombra roja y se desplazó por ella, a su lado, otras criaturas, notaba sus efluvios sobranaturales, hombres y mujeres hermosos pero voraces, su fragancia era demoniaca y repulsiva. David puso sus defensas mentales en alto, bloqueando la entrada de cualquier intrusión. Se detuvo cuando un enorme portero le pidió la invitación y David se la entregó. Comenzaba el juego.
David Talbot- Cantidad de envíos : 394
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Puede que Trafalgar Square
Re: La Danza de los Espejos (priv)
Mis negocios cada vez tenían más poder y presencia, sus amplias y gruesas raíces se expandían por toda la ciudad. Los edificios de lujo, perversión y grotescas actuaciones desenfrenadas, proliferaban igual que los antros llenos de rock, alcohol y fiestas atronadoras. Era un imperio que lo bañaba la noche, las tinieblas más ardientes. Vórtices al infierno, puertas al lecho de los indeseables y ventanas donde te arrancaban el alma a tiras. Europa ya me conocía como un ser acaudalado, tan poderoso como el mismo Lucifer.
No era secreto qué era y quién era. Si estaba en el bando del arcángel caído no era por convicción, sino porque me convenía. Él me dio contactos nuevos con retorcidas personas de este y otro mundo, así como él aceptaba que siempre había estado, incluso antes de su creación, y eso me hacía ser un hombre de preso. Era uno de los setenta y cuatro demonios más cruentos, el líder de las hordas mejor adiestradas y más grotescas en sus actos. Mi figura imponía respeto y pavor.
Naamah, Lujuria, Agramón y Northman eran colaboradores en mis negocios más turbios. Naamah y Lujuria me provenían de chicas el local, así como de hombres deseosos de conocer a las más exuberantes y encantadores mujeres. Si bien, no sólo de mujeres vive el demonio, y mucho menos sus consumidores. Distribuía todo tipo de droga, no importaba su precio pero sí su calidad. Northman me ofreció un trato suculento por sangre de vampiro, de la mejor clase, para aquellos que se adentraban en los efectos desquiciados que provocaba. Agramón simplemente atraía a los clientes y luego los atemorizaba, provocaba que nadie deseara irse de mi local y perdieran su vida bailando para mi. No eran los únicos, tampoco serían los últimos.
Todos serían mis títeres mientras pudiera mover sus hilos. Vería como danzaban frente a mí deseando más de mis lujosos servicios. Estrafalarias jóvenes se maquillaban, perfumaban y vestían con su mejor ropa para conocer en mis locales a hombres salvajes en la noche, comunes empresarios bajo la luz diurna. Mujeres que estaban solas, desperdiciadas y abandonadas por culpa de un infeliz matrimonio reían de manera risueña en brazos de un joven demonio, alguno de mis numerosos vástagos, mientras le susurraba todo lo que ella anhelaba oír. Mi clientela era gente selecta en muchos de mis locales, tan sólo en ciertos antros se permitía entrar a otros de la clase más baja.
Había decidido organizar varias reuniones de sociedad, actos donde la lujuria atraparía a cualquiera de los presentes hasta que se sumergieran entre las sábanas de la oscuridad, la perversión más perfecta y el lujo más sofisticado. Eran fechas de Carnaval, aún, y por ende había creado ese juego ilusorio de una fiesta de máscaras en mis hoteles más destacados. En el Imperial los hombres más fuertes económicamente, con el mayor peso político, se adentraban en los pasillos y salones de aquel colorido hotel. Era un acto en el cual se debía acreditar con una invitación previa de semanas atrás.
Nada más desfilaban mis invitados por la puerta del triunfo, así se llamaba a la entrada principal del local, se adornaba la cabeza de los hombres coronas de laurel, como a los más poderosos y belicosos guerreros cuando llegaban para ser aclamados a Roma, y de lirios a las mujeres, como si fueran ninfas forestales deseando ser cautivadas por los más osados. Se requería las mejores prendas, aunque fueran después arrancadas u olvidadas, mientras que el servicio vestían con túnicas blancas con bordados en oro y plata.
El contraste sofisticado, así como la decoración, con aquellos hombres vestidos de oscuro con copas de champaña en la mano, esperando el inicio del espectáculo, era interesante. Las mujeres tomaban asiento en los divanes, mientras algunos caballeros intentaban tener el primer escarceo. La música sonaba de forma atrayente, sinfonías hechas por mis hijos, parte de mis hordas, para promover los actos más nefastos en mis apreciados clientes.
Me encontraba sentado en una de los reservados, sobre mis piernas una de mis criaturas besando mi gruesa piel. Sus dorados y lacios cabellos caían hasta su cintura, rozaban mi chaqueta y también mi mentón. Una de mis manos acariciaban sus suaves y bien formados muslos. Parecía un ángel siendo corrompido por mi poder, pero ella ya había nacida corrupta y tan envenenada como lo era yo, su padre. Era como una mascota para mí, como lo eran todas las furcias y damiselas en apuros que acudían a mí. Me incliné para lamer sus labios cuando percibí que había un intruso entre aquella oleada de estúpidos.
-Desaparece.
Ella obedeció levantándose de mis piernas, permitiendo de este modo que nada me distrajera. Mis ojos buscaban al individuo que parecía haber entrado en mi local, era una sensación distinta a la común en mis antros. No era de la ciudad, era alguien nuevo y con cierto poder. Comencé a preguntarme qué deseaba de mí.
No era secreto qué era y quién era. Si estaba en el bando del arcángel caído no era por convicción, sino porque me convenía. Él me dio contactos nuevos con retorcidas personas de este y otro mundo, así como él aceptaba que siempre había estado, incluso antes de su creación, y eso me hacía ser un hombre de preso. Era uno de los setenta y cuatro demonios más cruentos, el líder de las hordas mejor adiestradas y más grotescas en sus actos. Mi figura imponía respeto y pavor.
Naamah, Lujuria, Agramón y Northman eran colaboradores en mis negocios más turbios. Naamah y Lujuria me provenían de chicas el local, así como de hombres deseosos de conocer a las más exuberantes y encantadores mujeres. Si bien, no sólo de mujeres vive el demonio, y mucho menos sus consumidores. Distribuía todo tipo de droga, no importaba su precio pero sí su calidad. Northman me ofreció un trato suculento por sangre de vampiro, de la mejor clase, para aquellos que se adentraban en los efectos desquiciados que provocaba. Agramón simplemente atraía a los clientes y luego los atemorizaba, provocaba que nadie deseara irse de mi local y perdieran su vida bailando para mi. No eran los únicos, tampoco serían los últimos.
Todos serían mis títeres mientras pudiera mover sus hilos. Vería como danzaban frente a mí deseando más de mis lujosos servicios. Estrafalarias jóvenes se maquillaban, perfumaban y vestían con su mejor ropa para conocer en mis locales a hombres salvajes en la noche, comunes empresarios bajo la luz diurna. Mujeres que estaban solas, desperdiciadas y abandonadas por culpa de un infeliz matrimonio reían de manera risueña en brazos de un joven demonio, alguno de mis numerosos vástagos, mientras le susurraba todo lo que ella anhelaba oír. Mi clientela era gente selecta en muchos de mis locales, tan sólo en ciertos antros se permitía entrar a otros de la clase más baja.
Había decidido organizar varias reuniones de sociedad, actos donde la lujuria atraparía a cualquiera de los presentes hasta que se sumergieran entre las sábanas de la oscuridad, la perversión más perfecta y el lujo más sofisticado. Eran fechas de Carnaval, aún, y por ende había creado ese juego ilusorio de una fiesta de máscaras en mis hoteles más destacados. En el Imperial los hombres más fuertes económicamente, con el mayor peso político, se adentraban en los pasillos y salones de aquel colorido hotel. Era un acto en el cual se debía acreditar con una invitación previa de semanas atrás.
Nada más desfilaban mis invitados por la puerta del triunfo, así se llamaba a la entrada principal del local, se adornaba la cabeza de los hombres coronas de laurel, como a los más poderosos y belicosos guerreros cuando llegaban para ser aclamados a Roma, y de lirios a las mujeres, como si fueran ninfas forestales deseando ser cautivadas por los más osados. Se requería las mejores prendas, aunque fueran después arrancadas u olvidadas, mientras que el servicio vestían con túnicas blancas con bordados en oro y plata.
El contraste sofisticado, así como la decoración, con aquellos hombres vestidos de oscuro con copas de champaña en la mano, esperando el inicio del espectáculo, era interesante. Las mujeres tomaban asiento en los divanes, mientras algunos caballeros intentaban tener el primer escarceo. La música sonaba de forma atrayente, sinfonías hechas por mis hijos, parte de mis hordas, para promover los actos más nefastos en mis apreciados clientes.
Me encontraba sentado en una de los reservados, sobre mis piernas una de mis criaturas besando mi gruesa piel. Sus dorados y lacios cabellos caían hasta su cintura, rozaban mi chaqueta y también mi mentón. Una de mis manos acariciaban sus suaves y bien formados muslos. Parecía un ángel siendo corrompido por mi poder, pero ella ya había nacida corrupta y tan envenenada como lo era yo, su padre. Era como una mascota para mí, como lo eran todas las furcias y damiselas en apuros que acudían a mí. Me incliné para lamer sus labios cuando percibí que había un intruso entre aquella oleada de estúpidos.
-Desaparece.
Ella obedeció levantándose de mis piernas, permitiendo de este modo que nada me distrajera. Mis ojos buscaban al individuo que parecía haber entrado en mi local, era una sensación distinta a la común en mis antros. No era de la ciudad, era alguien nuevo y con cierto poder. Comencé a preguntarme qué deseaba de mí.
Invitado- Invitado
Re: La Danza de los Espejos (priv)
Antes de penetrar en aquel brillante enorme y tallado que era en aquella mansión, David miró al cielo, las estrellas nunca se veían en aquella ciudad y era un fenómeno que tenía a la Talamasca totalmente desconcertada, las nubes se acumulaban de una tonalidad naranja sobre toda la metrópolis y de noche era cuando sucedían lo más terrible, corrientes de fuego como serpientes las surcaban, era como si uno esos dragones de la mitología china estuviera volando o quizás no fuera un drágon sino un demonio. Siempre hacía calor y David se percataba que aquello se iba pareciendo mas y mas al infierno, se estaban acomando en aquella dimensión y haciéndola parecia a lo que era su hogar por naturaleza. Y ahora, bloqueaban a las mismas estrellas.
David avanzó por la alfombra roja, despacio, moviéndose con aquella fluidez propia de los vampiros, innata desde su nacimiento a la oscuridad. Esperando que los efluvios de todas aquellas criaturas cubrieran los suyos propios. David no se consideraba ningún santo, tenía pecados en su cuenta, algunos más grandes que otros, también sabía que no era un alma cándida e inocente, al contrario que otros había vivido la segunda guerra mundial, conocía las miserías del ser humano, su bajezas y su grandeza, de la misma forma que conocía la de los vampiros. Pero como sabía, no era capaz de intuir que manaba de él, igual que uno no conoce su propio aroma, solo esperaba ser camuflado.
Caminó por el pasillo, descendiendo unas escaleras, a ambos lados de la misma, fuentes de agua pero iluminadas con luces rojas de tal forma que parecían sangre la que manaba, David supo apreciar su escalofriante ambientación, el sonido del agua se confundían con las voces que subían y bajaban de tonalidad, todo tipo de voces, desde roncas y aserradas hasta femininas y seductoras, por encima de todo ello, la música, una música estruendosa, provocadora que incitaba a bailar, beber y tener sexo salvajemente, en realidad a soltar el lado más oscuro de todo ellos.
Antes de entrar en la zona principal, algo captó la atención del vampiro, se desvió por un pequeño pasillo y se detuvo en el umbral de una habitación completamente llena de espejos, hasta el techo estaba jalonado de ellos. Pero lo más extraordinario era lo que estaba en el centro del mismo, un enorme lienzo dispuesto sobre un caballete circular de tal forma que se reflajaba en todos los espejos y lo que estaba allí representado era el infierno de Dante. Éste tenía reflejos infinitos en todos los espejos, de tal forma que la misma habitación era como una entrada al mismo Averno, lleno de almas torturadas y demonios que las devoraan. David dio un paso atrás, notando por primera un extraño frío que lo recorría, aquella habitacion...dio otro paso y se giró, recorriendo el pasillo de vuelta.
La zona principal era un caos de cuerpos que se contoneaban, bajo las luces rojas, blancas y azules. David se quedo justo a la entrada, sus ojos vampiricos de nuevo relantizaban todo, veia los cuerpos sudorosos, ondeando, las gotas de sudor salpicando el aire, los labios entreabiertos dejando escapar una respiración caliente. David entró y aquella marea lo engulló, su cuerpo se tornó rígido, sintiendo las vibraciones de la música. Hasta que sintió unas manos en su cuello, a su espalda, no se movió todavía hasta que se fue girando despacio y se encontró con el rostro de una hermosa mujer a la que habían arrancado los ojos, tenía los parpados cosidos. David posó los dorados ojos en los costurones de las cuencas, ella lo tocaba, bajando sus dedos para soltar un boton mas de la camisa y mostrara mas pecho. Luego le sonrió, cruzando sus brazos en torno a su cuello, su rostro se tornaba de pesadilla bajo aquellas luces pero David alzo los brazon y le rodeó la cintura, se comenzó a mover con ella, al ritmo de la música, sabiendo que debía ser uno más.
David avanzó por la alfombra roja, despacio, moviéndose con aquella fluidez propia de los vampiros, innata desde su nacimiento a la oscuridad. Esperando que los efluvios de todas aquellas criaturas cubrieran los suyos propios. David no se consideraba ningún santo, tenía pecados en su cuenta, algunos más grandes que otros, también sabía que no era un alma cándida e inocente, al contrario que otros había vivido la segunda guerra mundial, conocía las miserías del ser humano, su bajezas y su grandeza, de la misma forma que conocía la de los vampiros. Pero como sabía, no era capaz de intuir que manaba de él, igual que uno no conoce su propio aroma, solo esperaba ser camuflado.
Caminó por el pasillo, descendiendo unas escaleras, a ambos lados de la misma, fuentes de agua pero iluminadas con luces rojas de tal forma que parecían sangre la que manaba, David supo apreciar su escalofriante ambientación, el sonido del agua se confundían con las voces que subían y bajaban de tonalidad, todo tipo de voces, desde roncas y aserradas hasta femininas y seductoras, por encima de todo ello, la música, una música estruendosa, provocadora que incitaba a bailar, beber y tener sexo salvajemente, en realidad a soltar el lado más oscuro de todo ellos.
Antes de entrar en la zona principal, algo captó la atención del vampiro, se desvió por un pequeño pasillo y se detuvo en el umbral de una habitación completamente llena de espejos, hasta el techo estaba jalonado de ellos. Pero lo más extraordinario era lo que estaba en el centro del mismo, un enorme lienzo dispuesto sobre un caballete circular de tal forma que se reflajaba en todos los espejos y lo que estaba allí representado era el infierno de Dante. Éste tenía reflejos infinitos en todos los espejos, de tal forma que la misma habitación era como una entrada al mismo Averno, lleno de almas torturadas y demonios que las devoraan. David dio un paso atrás, notando por primera un extraño frío que lo recorría, aquella habitacion...dio otro paso y se giró, recorriendo el pasillo de vuelta.
La zona principal era un caos de cuerpos que se contoneaban, bajo las luces rojas, blancas y azules. David se quedo justo a la entrada, sus ojos vampiricos de nuevo relantizaban todo, veia los cuerpos sudorosos, ondeando, las gotas de sudor salpicando el aire, los labios entreabiertos dejando escapar una respiración caliente. David entró y aquella marea lo engulló, su cuerpo se tornó rígido, sintiendo las vibraciones de la música. Hasta que sintió unas manos en su cuello, a su espalda, no se movió todavía hasta que se fue girando despacio y se encontró con el rostro de una hermosa mujer a la que habían arrancado los ojos, tenía los parpados cosidos. David posó los dorados ojos en los costurones de las cuencas, ella lo tocaba, bajando sus dedos para soltar un boton mas de la camisa y mostrara mas pecho. Luego le sonrió, cruzando sus brazos en torno a su cuello, su rostro se tornaba de pesadilla bajo aquellas luces pero David alzo los brazon y le rodeó la cintura, se comenzó a mover con ella, al ritmo de la música, sabiendo que debía ser uno más.
David Talbot- Cantidad de envíos : 394
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Localización : Puede que Trafalgar Square
Re: La Danza de los Espejos (priv)
Contemplaba al nuevo invitado, alguien que yo no había elegido entre la amplia lista que se me ofreció por parte de mis trabajadores. Estos había elegido a los más habituales, prestigiosos, poderosos y elegantes hombres de la ciudad. Él me transmitía otras sensaciones muy distintas, su aura era nueva a mis ojos y aquello se volvió ciertamente emocionante. Hacía días que no conseguía una nueva presa, alguien al cual seducir con mis tratos y hacerle caer en mi trampa. Reí bajo chasqueando mis dedos para que una de mis hijas se aproximara con sigilo.
Había sacado sus ojos verdes, como los míos, porque poseía un don parecido al mío. Sin embargo, su rostro era el de una hermosa muñeca de porcelana, sus cabellos parecían mares de seda colocados graciosamente sobre su frente y sus labios eran tan tentadores como su busto y el resto de sus curvas. Una muñeca ciega, pero viva y dispuesta a complacer a cualquier hombre.
-¿Sientes su presencia?
Mi voz sonó sobre la música para ella, mientras acariciaba sus manos cálidas y suaves comparadas con las mías algo frías y de piel gruesa. Se estremeció al percibirlo, sonrió de forma macabra y relajó su rostro mostrándose como flor tentadora frente a cualquiera, fuera hombre o mujer. Era el narciso de las sombras, la oscuridad vestida con un dulce aroma.
-No dejes que se marche, tampoco que descubra demasiado. Tráelo.
Mis ordenes eran claras, tan precisas como nítidas, para que sus acciones no se demoraran más de lo requerido. Era un hombre con suma paciencia, un demonio con estilo debe saber esperar a su víctima. Me coloqué los gemelos con elegancia mientras observaba como uno de mis camareros venían hacia mí, caminaba con diligencia llevando en su charola un vaso de whisky, mi favorito.
Su aspecto era delicado, como el de un ángel, sus bucles dorados caían sobre sus hombros perfectamente peinados. Sus cabellos rozaban sus mejillas levemente sonrojadas, como si hubiera estado coqueteando con alguna de las damas que se ofrecían en mis locales. Su aspecto delgado y frágil creaba un halo de compasión hacia él, pero en realidad era uno de mis demonios predilectos por su saber hacer.
Tomé la copa haciendo tintinear la pareja de cubitos de hielo que parecían bailar al son de la música, una música rock con toques sensuales como pasionales. Invitaban a todos a dejarse llevar, olvidando su orgullo y el respeto a sus buenas costumbres. Algunas mujeres se abrían como flores, en los reservados cercanos a mi mesa, dejaban que los hombres, así como otras mujeres, les regalaran gemidos y jadeos sordos bajo las notas de los solos de alguna guitarra. Mis labios se posaban en el caro cristal mientras saboreaba su contenido, un whisky fuerte con una graduación alta y una elaboración artesanal. Mis ojos se fijaban en él y ella, el invitado desconocido y una de mis vástagos.
Noté como pronto jalaba de él hacia el rincón donde me encontraba, sus labios rozaban sus mejillas y sus manos jugaban bajo su vientre, cerca del broche de su pantalón. Ella no necesitaba sus ojos, podía ver con el resto de los sentidos, incluso podía percibir el pestañeo incrédulo de aquel imbécil. Yo estaba esperándole para saber qué deseaba, si había venido usando una invitación tal vez era falsa, o quizás había sido cambiada por algún favor hacia su portador, y eso significaba que poseía cierto interés en mi y mis negocios.
Había sacado sus ojos verdes, como los míos, porque poseía un don parecido al mío. Sin embargo, su rostro era el de una hermosa muñeca de porcelana, sus cabellos parecían mares de seda colocados graciosamente sobre su frente y sus labios eran tan tentadores como su busto y el resto de sus curvas. Una muñeca ciega, pero viva y dispuesta a complacer a cualquier hombre.
-¿Sientes su presencia?
Mi voz sonó sobre la música para ella, mientras acariciaba sus manos cálidas y suaves comparadas con las mías algo frías y de piel gruesa. Se estremeció al percibirlo, sonrió de forma macabra y relajó su rostro mostrándose como flor tentadora frente a cualquiera, fuera hombre o mujer. Era el narciso de las sombras, la oscuridad vestida con un dulce aroma.
-No dejes que se marche, tampoco que descubra demasiado. Tráelo.
Mis ordenes eran claras, tan precisas como nítidas, para que sus acciones no se demoraran más de lo requerido. Era un hombre con suma paciencia, un demonio con estilo debe saber esperar a su víctima. Me coloqué los gemelos con elegancia mientras observaba como uno de mis camareros venían hacia mí, caminaba con diligencia llevando en su charola un vaso de whisky, mi favorito.
Su aspecto era delicado, como el de un ángel, sus bucles dorados caían sobre sus hombros perfectamente peinados. Sus cabellos rozaban sus mejillas levemente sonrojadas, como si hubiera estado coqueteando con alguna de las damas que se ofrecían en mis locales. Su aspecto delgado y frágil creaba un halo de compasión hacia él, pero en realidad era uno de mis demonios predilectos por su saber hacer.
Tomé la copa haciendo tintinear la pareja de cubitos de hielo que parecían bailar al son de la música, una música rock con toques sensuales como pasionales. Invitaban a todos a dejarse llevar, olvidando su orgullo y el respeto a sus buenas costumbres. Algunas mujeres se abrían como flores, en los reservados cercanos a mi mesa, dejaban que los hombres, así como otras mujeres, les regalaran gemidos y jadeos sordos bajo las notas de los solos de alguna guitarra. Mis labios se posaban en el caro cristal mientras saboreaba su contenido, un whisky fuerte con una graduación alta y una elaboración artesanal. Mis ojos se fijaban en él y ella, el invitado desconocido y una de mis vástagos.
Noté como pronto jalaba de él hacia el rincón donde me encontraba, sus labios rozaban sus mejillas y sus manos jugaban bajo su vientre, cerca del broche de su pantalón. Ella no necesitaba sus ojos, podía ver con el resto de los sentidos, incluso podía percibir el pestañeo incrédulo de aquel imbécil. Yo estaba esperándole para saber qué deseaba, si había venido usando una invitación tal vez era falsa, o quizás había sido cambiada por algún favor hacia su portador, y eso significaba que poseía cierto interés en mi y mis negocios.
Invitado- Invitado
Re: La Danza de los Espejos (priv)
David nunca se consideró un hombre guapo, es decir, en sus mejores tiempos en todo caso tenía de si mismo el concepto de buen inglés y un caballero, apasionado y a veces inconsciente, amante de tanto de hombres como de mujeres pero sin ser promiscuo. Cuando era directo de la Talamasca y Lestat propuso aventuras de cama cuando vistió carne mortal, él se vió del todo incapaz, era ya un hombre muy maduro y bien conservado para su edad como alguna vez afirmó pero no lo bastante para relacionarse con una belleza semejante o despojarse de la ropa sin sentirse una reliquia.
Cuando se hizo vampiro dentro de aquel cuerpo, esa concepción no cambió, al contrario que otros de sus congéneres no usaba la seducción ni la belleza como armas, no era su estilo. Cuando mataba, ni siquiera la presa sabía nada de él, iba, la agarraba y bebía de su sangre lo cual provocaba una profunda satisfacción en su presa, David solía hacer que llegaran al orgasmo antes de arrebarales la vida. Puede que como afirmara Armand fuera más perverso por ello.
Pero en aquel lugar todo estaba llevado a los extremos más horripilantes, la belleza más sublime era violada con algo abominable, había sensualidad pero al tiempo una profunda perversión. La saturación de las energía era tal que era mareante, asfixiante junto con los cientos de aroma que impregnaban aquel santurio moderno del mal, rodeando los sensibles sentidos del vampiro. Aquella mujer que lo tocaba, David simplememte le siguió el juego, dejándose llevar aunque aquellos dedos sobre su cuerpo se sintieran como las extrañas patas de una araña, la cogió por las muñecas cuando ella quiso tocar su entrepierna pero la detuvo, ella rió y haló de él hacia uno de los reservados.
¿Dónde estaba el oráculo de aquel antro de lujuria, locura, música y maravilla? David supo la respuesta cuando su cuerpo fue poco menos que lanzando entre unos cojines de raso rojo y brillante con bordados dorados. El aura lo golpeó como un bofetón y alzó los largos dedos de brillantes uñas para tocarse la nariz y evitar que una gota de sangre fuera derramada. Despacio se fue acomodando mientras aquella criatura ciega se arrastraba por el suelo a cuatro patas hacia las piernas de su amo.
Irguió su espalda y sus ojos dorados se posaron en el rostro del hombre del cual tanto había escuchado hablar y del que tan poco sabían en realidad, era un demonio y no cualquier demonio, de allí que hubiera considera una locura toda aquella misión, muchos de sus jóvenes compañeros de la orden lo consideraban una aventura ver y estar en presencia de alguien así, David opinaba que estaba más cerca del suicidio.
Su rostro bronceado, aureo no dejó entrever nada, solo aquella formalidad inglesa, tan británica que les permitía estar imperturbable aunque estuviera desnudo en mitad de una tormenta de hielo en la cima de una montaña. David cruzó sus largas piernas y su cuerpo pareció que relajaba pero su mente no, ahora más que nunca estaba alerta, observándolo, ciertamente las fotos no le hacían justicia a aquel hombre.
-Señor Caim, esperaba verlo esta noche pero no tan pronto quizás-sus orbes se posaron en la mujer ciega, lo había conducido hasta allí.
Cuando se hizo vampiro dentro de aquel cuerpo, esa concepción no cambió, al contrario que otros de sus congéneres no usaba la seducción ni la belleza como armas, no era su estilo. Cuando mataba, ni siquiera la presa sabía nada de él, iba, la agarraba y bebía de su sangre lo cual provocaba una profunda satisfacción en su presa, David solía hacer que llegaran al orgasmo antes de arrebarales la vida. Puede que como afirmara Armand fuera más perverso por ello.
Pero en aquel lugar todo estaba llevado a los extremos más horripilantes, la belleza más sublime era violada con algo abominable, había sensualidad pero al tiempo una profunda perversión. La saturación de las energía era tal que era mareante, asfixiante junto con los cientos de aroma que impregnaban aquel santurio moderno del mal, rodeando los sensibles sentidos del vampiro. Aquella mujer que lo tocaba, David simplememte le siguió el juego, dejándose llevar aunque aquellos dedos sobre su cuerpo se sintieran como las extrañas patas de una araña, la cogió por las muñecas cuando ella quiso tocar su entrepierna pero la detuvo, ella rió y haló de él hacia uno de los reservados.
¿Dónde estaba el oráculo de aquel antro de lujuria, locura, música y maravilla? David supo la respuesta cuando su cuerpo fue poco menos que lanzando entre unos cojines de raso rojo y brillante con bordados dorados. El aura lo golpeó como un bofetón y alzó los largos dedos de brillantes uñas para tocarse la nariz y evitar que una gota de sangre fuera derramada. Despacio se fue acomodando mientras aquella criatura ciega se arrastraba por el suelo a cuatro patas hacia las piernas de su amo.
Irguió su espalda y sus ojos dorados se posaron en el rostro del hombre del cual tanto había escuchado hablar y del que tan poco sabían en realidad, era un demonio y no cualquier demonio, de allí que hubiera considera una locura toda aquella misión, muchos de sus jóvenes compañeros de la orden lo consideraban una aventura ver y estar en presencia de alguien así, David opinaba que estaba más cerca del suicidio.
Su rostro bronceado, aureo no dejó entrever nada, solo aquella formalidad inglesa, tan británica que les permitía estar imperturbable aunque estuviera desnudo en mitad de una tormenta de hielo en la cima de una montaña. David cruzó sus largas piernas y su cuerpo pareció que relajaba pero su mente no, ahora más que nunca estaba alerta, observándolo, ciertamente las fotos no le hacían justicia a aquel hombre.
-Señor Caim, esperaba verlo esta noche pero no tan pronto quizás-sus orbes se posaron en la mujer ciega, lo había conducido hasta allí.
David Talbot- Cantidad de envíos : 394
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Re: La Danza de los Espejos (priv)
El individuo que había entrado en mi santuario, pues eso eran mis locales santuarios y portales oscuros hacia los infiernos, era un simple vampiro que aún no había probado las ansias de ser un krusnik. Descendían todos junto a mí en una espiral de pasión y deseo, no sólo físico sino mental. Alcanzaban el paraíso, el éxtasis más tentador, hasta caer en los fuegos fatuos de los cementerios del averno. Un mundo colorista, vivo y lleno de sueños que poseían un lado macabro. Danzaban todos esperando la muerte y su máscara, como en el cuento de Poe.
Aquel individuo tenía la piel de un color bronceado, pese a ser un vampiro, y ojos color melaza. No parecía lo que aparentaba, no era lo que mostraba. Su elegancia no era la de un hombre nacido en tierras del lejano oriente, parecía un occidental perdido en un templo salvaje y lleno de carismáticos seres llenos de cofres repletos de piedras preciadas. Piedras que él podía desear y no eran simplemente mis muchachas, ni siquiera los más hermosos ángeles descendidos que trabajaban para mí. Se notaba a leguas que era un ser frígido e inapetente, que seguía el juego a mi pequeña criatura con tal de caer frente a mí.
-No se haga el sorpresivo, usted mismo ha entrado en la boca del lobo para verle los colmillos.
Mi hija había quedado sobre mis rodillas, cual pantera que espera que la acaricien por haber tomado una presa entre sus garras. Había traído ante mí a un ratón, el cual podría ser aplastado con mi dedo meñique. Mis manos se enredaban en sus cabellos dorados, mientras sus manos acariciaban mis costados tentando mi fuerte y amplio torso.
-¿Que negocio le trae a mi local?
No me gustaban los rodeos, algo directo era la mejor carta de presentación que se podía poseer en la vida. Mis ojos verdes jugaban a contemplarlo como si fuera un insecto, aunque describía para mi mente sus rasgos para así no olvidarme de lo estúpido que podían ser algunos vampiros. Siegfried había caído en mi trampa, se lo ofrecería a mi hermano Belial en bandeja de oro y diamantes, pero este ¿qué podía desear? ¿dañar a un demonio de las altas esferas o a todos? Las tretas de los vampiros siempre eran fáciles de captar.
Aquel individuo tenía la piel de un color bronceado, pese a ser un vampiro, y ojos color melaza. No parecía lo que aparentaba, no era lo que mostraba. Su elegancia no era la de un hombre nacido en tierras del lejano oriente, parecía un occidental perdido en un templo salvaje y lleno de carismáticos seres llenos de cofres repletos de piedras preciadas. Piedras que él podía desear y no eran simplemente mis muchachas, ni siquiera los más hermosos ángeles descendidos que trabajaban para mí. Se notaba a leguas que era un ser frígido e inapetente, que seguía el juego a mi pequeña criatura con tal de caer frente a mí.
-No se haga el sorpresivo, usted mismo ha entrado en la boca del lobo para verle los colmillos.
Mi hija había quedado sobre mis rodillas, cual pantera que espera que la acaricien por haber tomado una presa entre sus garras. Había traído ante mí a un ratón, el cual podría ser aplastado con mi dedo meñique. Mis manos se enredaban en sus cabellos dorados, mientras sus manos acariciaban mis costados tentando mi fuerte y amplio torso.
-¿Que negocio le trae a mi local?
No me gustaban los rodeos, algo directo era la mejor carta de presentación que se podía poseer en la vida. Mis ojos verdes jugaban a contemplarlo como si fuera un insecto, aunque describía para mi mente sus rasgos para así no olvidarme de lo estúpido que podían ser algunos vampiros. Siegfried había caído en mi trampa, se lo ofrecería a mi hermano Belial en bandeja de oro y diamantes, pero este ¿qué podía desear? ¿dañar a un demonio de las altas esferas o a todos? Las tretas de los vampiros siempre eran fáciles de captar.
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Re: La Danza de los Espejos (priv)
¿Has cubierto alguna vez un mueble podrido con pintura dorada? todo el mundo lo había hecho alguna vez, tomar alguna cosa y hacer que pareciera otra aunque por dentro estuviera llena de porquería, igual que una prostituta de tetas caídas o rostro cubierto de marcas de un atroz acné juvenil se pringa la cara con base de maquillaje hasta parecer una máscara o usa un corsé para subir el pecho cerca de la barbilla. Pues la misma impresión estaba recibiendo David de aquel lugar, era todo apariencia, todo pintura dorada,purpurina, espejos y mentiras. Debajo de aquella capa de opulencia, solo esba el vicio, la vulgaridad, lo obsceno y lo excesivo. Lo mismo de siempre, los demonios usaban las mismas tretas de hacía siglos, eran incapaces de cambiar, incapaces de evoluciones, tan primitivos como un dinosaurio pero igualmente peligrosos.
Nada de lo que se movía, se vendía o se exhibía en aquel lugar podría tentarlo, no eran de su gusto, David era mucho más exquisito, para tentarlo tenía que ser algo totalmente diferente no mera carne expuesta que todo el mundo tocaba o chupaba, no la pintura dorada que se iba con el roce para descubrir algo muy diferente bajo ella. David sabía que nada de lo que allí se ofrecía era real, ni siquiera el deseo, era un deseo vendido a bajo coste y que todo el mundo obtenían, unos cuerpos o unos mentes sin curiosidad, sin ambición y sin personalidad. Y Caim se regodeaba en ello, tiraba de los hilos y se complacia en su reino porque al final todos bailaban al son de su música.
Ladeó apenas el rostro sus dorados ojos se posaron en aquella criatura que no había producido nada en él porque era simplemente una muñeca sin más vida que la que alimentaba su apetito por satisfacer a su amo. El vampiro entrelazó sus largos dedos donde brillaron sus uñas.
-Negocios de la Talamasca.-entonó con suavidad, lo bueno de ser vampiro era que su voz se proyectaba con aquella cualidad sobrenatural, David no necesitaba alzar la voz para hacerse escuchar, el timbre británico resono en cada sílaba a pesar del alto volumen que hacía vibrar las paredes de cristal del local.-Mi orden quiere llegar a un acuerdo con usted.-era los órdenes, en ese aspecto no tenia que ocultar nada aunque la meta personal de David era bien distinta.-Un pacto de no agresión a los miembros que se instalen en los Ángeles-querían observadores allí pero no todos eran vampiros tan poderosos como David ni sabían defenderse solos.
Nada de lo que se movía, se vendía o se exhibía en aquel lugar podría tentarlo, no eran de su gusto, David era mucho más exquisito, para tentarlo tenía que ser algo totalmente diferente no mera carne expuesta que todo el mundo tocaba o chupaba, no la pintura dorada que se iba con el roce para descubrir algo muy diferente bajo ella. David sabía que nada de lo que allí se ofrecía era real, ni siquiera el deseo, era un deseo vendido a bajo coste y que todo el mundo obtenían, unos cuerpos o unos mentes sin curiosidad, sin ambición y sin personalidad. Y Caim se regodeaba en ello, tiraba de los hilos y se complacia en su reino porque al final todos bailaban al son de su música.
Ladeó apenas el rostro sus dorados ojos se posaron en aquella criatura que no había producido nada en él porque era simplemente una muñeca sin más vida que la que alimentaba su apetito por satisfacer a su amo. El vampiro entrelazó sus largos dedos donde brillaron sus uñas.
-Negocios de la Talamasca.-entonó con suavidad, lo bueno de ser vampiro era que su voz se proyectaba con aquella cualidad sobrenatural, David no necesitaba alzar la voz para hacerse escuchar, el timbre británico resono en cada sílaba a pesar del alto volumen que hacía vibrar las paredes de cristal del local.-Mi orden quiere llegar a un acuerdo con usted.-era los órdenes, en ese aspecto no tenia que ocultar nada aunque la meta personal de David era bien distinta.-Un pacto de no agresión a los miembros que se instalen en los Ángeles-querían observadores allí pero no todos eran vampiros tan poderosos como David ni sabían defenderse solos.
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Re: La Danza de los Espejos (priv)
Su aspecto distinguido no era más que el envoltorio de un alma perdida en un mundo conflictivo, deseaba arreglar todo a su modo y eso le traería problemas. Contemplaba su aura deteniéndome en echos puntuales tan obvios que acabé aburriéndome. Podía leer el futuro, ver con claridad los pasos que darían. Pude escuchar las palabras de su boca antes que surgieran de sus labios, pues lo había comprobado con sólo echar un vistazo. No me gustaban los motivos ocultos, aunque él tenía otros además de aquel acuerdo. Buscaba un libro, no podía permitir que alcanzara a tenerlo.
Había llegado a mi local, a uno de mis antros de perversión y libertinaje, para pedirme un trato. Yo no era líder de mi organización, simplemente seguía a Lucifer porque me agradaba el común acuerdo que habíamos alcanzado con facilidad. Fue un pacto. Yo conseguía ciertos asuntos y él me daba mis beneficios.
-Sin ánimo de ofender, pero no me dan miedo los vampiros. Además, parte de mi clientela lo es. Sólo mire, se divierten con mis hijas y dejan que la sangre más oscura recorra sus venas.
Me incliné hacia mi hija rozando sus labios, besándola mientras le enviaba una orden rápida. Deseaba que doblara las medidas de seguridad del local, no deseaba nuevos infiltrados como él. Sus labios eran deseables, muy juveniles para la edad real que poseía. Era una de mis mejores obras, pero no sentía amor hacia ella y por ello no lloraría si algún día quedaba destruida.
-Usted desea un libro, lo ansía. Adquiere la sabiduría a través de estos ejemplares, y sólo con un único motivo. Quiere aniquilarnos, sin embargo no sabe si aquello que está escrito es real o sólo le enviará a peores lugares que a su creador. David, no me crea estúpido por vivir en palacios dorados. Soy el presidente de los infiernos, toda una celebridad entre los míos, y mis trucos aunque parecen viejos no lo son. Mi poder va más allá de estos pactos insulsos que usted me propone, veo el futuro y puedo otorgar ciertos poderes.
Recosté mi ancha espalda sobre el asiento donde me hallaba. Amaba la comodidad de aquel sofá, podía sentir en él las vibraciones de la música mandando mensajes subliminales. Me relajé esperando su pronta respuesta, esperaba que él comprendiera que un hombre como yo no iba a perder el tiempo con rodeos.
-¿Qué obtendré a cambio si no destrozo a toda tu organización? Mis hordas son chicos inquietos.
Murmuré aquello con mi gruesa voz indicándole que deseaba saber más del trato, únicamente por aburrimiento y quizás por cierta curiosidad. Sabía qué cosas podía ofrecerme, pero no cuales estaba por arriesgar. Dejaba el futuro a un lado, los poderes de mis verdes ojos se apagaron sólo para llevarme ese deleite de respuesta sorpresiva.
Había llegado a mi local, a uno de mis antros de perversión y libertinaje, para pedirme un trato. Yo no era líder de mi organización, simplemente seguía a Lucifer porque me agradaba el común acuerdo que habíamos alcanzado con facilidad. Fue un pacto. Yo conseguía ciertos asuntos y él me daba mis beneficios.
-Sin ánimo de ofender, pero no me dan miedo los vampiros. Además, parte de mi clientela lo es. Sólo mire, se divierten con mis hijas y dejan que la sangre más oscura recorra sus venas.
Me incliné hacia mi hija rozando sus labios, besándola mientras le enviaba una orden rápida. Deseaba que doblara las medidas de seguridad del local, no deseaba nuevos infiltrados como él. Sus labios eran deseables, muy juveniles para la edad real que poseía. Era una de mis mejores obras, pero no sentía amor hacia ella y por ello no lloraría si algún día quedaba destruida.
-Usted desea un libro, lo ansía. Adquiere la sabiduría a través de estos ejemplares, y sólo con un único motivo. Quiere aniquilarnos, sin embargo no sabe si aquello que está escrito es real o sólo le enviará a peores lugares que a su creador. David, no me crea estúpido por vivir en palacios dorados. Soy el presidente de los infiernos, toda una celebridad entre los míos, y mis trucos aunque parecen viejos no lo son. Mi poder va más allá de estos pactos insulsos que usted me propone, veo el futuro y puedo otorgar ciertos poderes.
Recosté mi ancha espalda sobre el asiento donde me hallaba. Amaba la comodidad de aquel sofá, podía sentir en él las vibraciones de la música mandando mensajes subliminales. Me relajé esperando su pronta respuesta, esperaba que él comprendiera que un hombre como yo no iba a perder el tiempo con rodeos.
-¿Qué obtendré a cambio si no destrozo a toda tu organización? Mis hordas son chicos inquietos.
Murmuré aquello con mi gruesa voz indicándole que deseaba saber más del trato, únicamente por aburrimiento y quizás por cierta curiosidad. Sabía qué cosas podía ofrecerme, pero no cuales estaba por arriesgar. Dejaba el futuro a un lado, los poderes de mis verdes ojos se apagaron sólo para llevarme ese deleite de respuesta sorpresiva.
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Re: La Danza de los Espejos (priv)
El rostro de David no dejó traslucir nada sobre aquellas palabras, bien era cierto que nadie sabía exactamente que podría acontecer si se invocaba con aquellos siete libros, en realidad lo que ellos conocía como "mal" no podría ser destruído hasta el mismo día del Juicio Final, David no se engañaba en esta aspecto pero cada vez le costaba pensar que tal día llegara, su falta absoluta de fe en Dios y en sus servidores con el paso de los años lo había impulsado a ello, no era una duda reciente, ya cuando era director de la Orden se lo expuso a Lestat en una larga conversación sobre la naturaleza de Dios. ¿Pero si era así? ¿por qué existían algo tan prosaíco como demonios con formas humanas que dirigían grandes empresas? De nuevo sintió latir las sienes con aquel agudo dolor, presióno una con la punta de la afilada uña, tratando de paliarlo.
Inspiró depacio, sus ojos dorados se estrechando cuando escuchó aquella pregunta, los sabía, se los había dicho a los superiores de la orden que era absurdo llegar a ningún tipo de pacto con un demonio, el precio era demasiado alto, era un suicidio puro y duro. Pero ellos no le escucharon, creía que podrían estar en una posición de igualdad para tener tratos por lo menos hasta evaluar toda la situación de lo Angeles pero lo cierto es que aquello escapaba a su control y varios de sus agentes fueron asesinados. ¿Acaso creían que David podría darle un vuelco a la situación?
Ladeó el rostro y sus orbes se posaron en la pista, sí, allí estaba sus congéneres, algunos de ellos que ni siquiera conocía de nada, David solo tenía contacto con pocos vampiros, aquellos eran de otra generación, entregados a sus vicios y sus defectos. Estaba al corriente del tráfico con sangre de vampiro pero no era algo en lo que quisiera involucrarse directamente, después de todo se suponía que un inmortal podía cuidarse perfectamente solo, era una de las reglas no escritas entre los vampiros; nunca crear a otro ser que no fuera capaz de ser autosuficiente. Él no se había reproducido y quizás en estos mismos momentos lamentara no haber dejado su propio legado o puede que no.
Volvió los ojos hacia el demonio, sus verdes ojos le recordó al tigre de sus sueños, ese que siempre acechaba entre la vegetación de aquella selva olvidada de la India.
-La orden no es el vaticano, destruyendo solo una casa no nos destruirías a todo, sire.-su voz era profunda, manando de su ancho pecho-¿qué precío deseas que paguemos?-sus cejas apenas se unieron, frunciendo el ceño-¿Deseas más poder? ¿más influencias fuera de esta ciudad? ¿deseas traficar con algo? ¿ o es quizás conocimientos lo que anhelas?.-conocimientos, la joya de una corona pero a un ser antiguo aquello no le importaba.-No me pidas las alas de un ángel puesto que no conozco a ninguno-jamás se había cruzado con un celestial y dudaba de su existencia aunque Armand afirmara lo contrario.
Inspiró depacio, sus ojos dorados se estrechando cuando escuchó aquella pregunta, los sabía, se los había dicho a los superiores de la orden que era absurdo llegar a ningún tipo de pacto con un demonio, el precio era demasiado alto, era un suicidio puro y duro. Pero ellos no le escucharon, creía que podrían estar en una posición de igualdad para tener tratos por lo menos hasta evaluar toda la situación de lo Angeles pero lo cierto es que aquello escapaba a su control y varios de sus agentes fueron asesinados. ¿Acaso creían que David podría darle un vuelco a la situación?
Ladeó el rostro y sus orbes se posaron en la pista, sí, allí estaba sus congéneres, algunos de ellos que ni siquiera conocía de nada, David solo tenía contacto con pocos vampiros, aquellos eran de otra generación, entregados a sus vicios y sus defectos. Estaba al corriente del tráfico con sangre de vampiro pero no era algo en lo que quisiera involucrarse directamente, después de todo se suponía que un inmortal podía cuidarse perfectamente solo, era una de las reglas no escritas entre los vampiros; nunca crear a otro ser que no fuera capaz de ser autosuficiente. Él no se había reproducido y quizás en estos mismos momentos lamentara no haber dejado su propio legado o puede que no.
Volvió los ojos hacia el demonio, sus verdes ojos le recordó al tigre de sus sueños, ese que siempre acechaba entre la vegetación de aquella selva olvidada de la India.
-La orden no es el vaticano, destruyendo solo una casa no nos destruirías a todo, sire.-su voz era profunda, manando de su ancho pecho-¿qué precío deseas que paguemos?-sus cejas apenas se unieron, frunciendo el ceño-¿Deseas más poder? ¿más influencias fuera de esta ciudad? ¿deseas traficar con algo? ¿ o es quizás conocimientos lo que anhelas?.-conocimientos, la joya de una corona pero a un ser antiguo aquello no le importaba.-No me pidas las alas de un ángel puesto que no conozco a ninguno-jamás se había cruzado con un celestial y dudaba de su existencia aunque Armand afirmara lo contrario.
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Re: La Danza de los Espejos (priv)
Aquel estúpido vampiro creía que podía concederme poder, privilegios por privilegio. Pensaba quizás que deseaba tener el conocimiento que ellos poseían, el cual era mínimo comparado con el que yo tenía en mi poder. Las alas de los ángeles no me interesaban, me parecían trofeos para principiantes. Me gustaba acercarme a los seres puros, hacer que oyeran mi voz y que se hundieran en el placer de los infiernos.
-¿Para qué quiero las alas de un ángel si poseo el cuerpo de uno?
Mi cuerpo había sido cincelado por Dios, creado milimétricamente por sus dedos y sus ensoñaciones. Me creó, o mejor dicho creó el envoltorio que mostraba, como uno de sus más poderosos guerreros, un ser firme y fuerte para contener a los demonios. Pensaba que sería firme en su deber, que jamás retrocedería, y sin embargo cayó en mis redes. Envié su alma a los infiernos y me quedé con su cuerpo. Aún recordaba sus gritos de dolor por la caída, así como la extraña sensación de deseo cuando la carne me cubrió.
-¿Sabías que cuando Dios surgió también lo hice yo? ¿Qué conocimiento voy a poseer que no tenga ya? Yo os di el poder a muchos de vosotros, el poder de conversar con los animales y de poseer las premoniciones más asombrosas. ¿Cómo osas pensar que tus miseros y apolillados libros me importan?
Había visto el surgir de los ángeles, el universo, los seres humanos evolucionando alentados por los ángeles y cualquier misionero poco espabilado que tuviera Dios. Vi como las civilizaciones se mataban unas a otras, reí jocosamente siendo un guerrero tribal o simplemente aparecí como la encarnación de un sádico. Siempre había estado presente, inclusive cuando clavaron la daga a Jesús en su costado. No había hecho histórico al cual yo no hubiera asistido. Aún podía respirar el aroma a óleo de las pinturas que habían besado la pared del Vaticano, el aroma de orines de los campos de concentración, la sangre derramada en los atentados de las bandas organizadas de Europa, el miedo atroz en los rostros de los primeros asistentes al cine, el placer del Molino Rojo recorriendo por mi vientre hasta mi miembro, el sonido de los árboles al caer en el Amazonas.
-Sin embargo, me gustaría que nos devolvieras los libros que tanto atesoras. No son tuyos, son de mi líder y supongo que no querrás impacientar a demonios poderosos y arcángeles caídos.
Me incliné hacia delante mirándole a los ojos, clavándome en ellos como dos espadas. Leía en ellos el miedo, veía el futuro no muy prometedor y también los estúpidos sueños que lograría alcanzar, sin embargo se esfumarían muchos entre sus dedos. Uno de esos sueños eran los libros, los cuales me devolvería para ofrecérselo a Lucifer como regalo. Me llevaba bien con él, pues no era mi líder por así decirlo sino un buen aliado en mis negocios y con el cual colaboraba. Un regalo a un viejo amigo, eso sería.
-Los libros a cambio de no incendiar esta misma noche tu amada orden, haciendo chillar a todos los que allí están como ratas a punto de caer ahogadas dentro del río. Así, que por favor, estoy siendo muy amable y espero el mismo gesto amable por tu parte. Ah, y no sólo ellos sufrirían también ese vampiro amigo tuyo que tanto cree en ángeles.
Por supuesto Armand no estaba en mi lista de enemigos, ni siquiera le tocaría un pelo de su rojiza caballera. Belial sentía especial predilección por aquella criatura, puesto que era cercano a su familia. Sin embargo, la orden la quemaría como Varg Qisling Larssøn Vikernes quemó las iglesias noruegas en su día.
-¿Para qué quiero las alas de un ángel si poseo el cuerpo de uno?
Mi cuerpo había sido cincelado por Dios, creado milimétricamente por sus dedos y sus ensoñaciones. Me creó, o mejor dicho creó el envoltorio que mostraba, como uno de sus más poderosos guerreros, un ser firme y fuerte para contener a los demonios. Pensaba que sería firme en su deber, que jamás retrocedería, y sin embargo cayó en mis redes. Envié su alma a los infiernos y me quedé con su cuerpo. Aún recordaba sus gritos de dolor por la caída, así como la extraña sensación de deseo cuando la carne me cubrió.
-¿Sabías que cuando Dios surgió también lo hice yo? ¿Qué conocimiento voy a poseer que no tenga ya? Yo os di el poder a muchos de vosotros, el poder de conversar con los animales y de poseer las premoniciones más asombrosas. ¿Cómo osas pensar que tus miseros y apolillados libros me importan?
Había visto el surgir de los ángeles, el universo, los seres humanos evolucionando alentados por los ángeles y cualquier misionero poco espabilado que tuviera Dios. Vi como las civilizaciones se mataban unas a otras, reí jocosamente siendo un guerrero tribal o simplemente aparecí como la encarnación de un sádico. Siempre había estado presente, inclusive cuando clavaron la daga a Jesús en su costado. No había hecho histórico al cual yo no hubiera asistido. Aún podía respirar el aroma a óleo de las pinturas que habían besado la pared del Vaticano, el aroma de orines de los campos de concentración, la sangre derramada en los atentados de las bandas organizadas de Europa, el miedo atroz en los rostros de los primeros asistentes al cine, el placer del Molino Rojo recorriendo por mi vientre hasta mi miembro, el sonido de los árboles al caer en el Amazonas.
-Sin embargo, me gustaría que nos devolvieras los libros que tanto atesoras. No son tuyos, son de mi líder y supongo que no querrás impacientar a demonios poderosos y arcángeles caídos.
Me incliné hacia delante mirándole a los ojos, clavándome en ellos como dos espadas. Leía en ellos el miedo, veía el futuro no muy prometedor y también los estúpidos sueños que lograría alcanzar, sin embargo se esfumarían muchos entre sus dedos. Uno de esos sueños eran los libros, los cuales me devolvería para ofrecérselo a Lucifer como regalo. Me llevaba bien con él, pues no era mi líder por así decirlo sino un buen aliado en mis negocios y con el cual colaboraba. Un regalo a un viejo amigo, eso sería.
-Los libros a cambio de no incendiar esta misma noche tu amada orden, haciendo chillar a todos los que allí están como ratas a punto de caer ahogadas dentro del río. Así, que por favor, estoy siendo muy amable y espero el mismo gesto amable por tu parte. Ah, y no sólo ellos sufrirían también ese vampiro amigo tuyo que tanto cree en ángeles.
Por supuesto Armand no estaba en mi lista de enemigos, ni siquiera le tocaría un pelo de su rojiza caballera. Belial sentía especial predilección por aquella criatura, puesto que era cercano a su familia. Sin embargo, la orden la quemaría como Varg Qisling Larssøn Vikernes quemó las iglesias noruegas en su día.
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Re: La Danza de los Espejos (priv)
Era curioso como a los demonios le escantaba llenarse la boca de palabras, tantas que a veces eran demasiado petulantes o simplemente repetitivas, desde amenazas hasta alabanzas que cantaban sobre si mismos. Y uno no dejaba de apreciar cierta maestría porque siendo lo que fue, una criatura llena de gloria, nacida de la mano de Dios, ahora se había convertido en un vulgar traficante y corrputor. Toda su majestuosidad, toda su grandeza, lo que fue y ahora no era. Un muñeco roto, una figura empañada, una boca pegada a una cara que se alababa a si mismo sin descanso, un ego que se alimentaba de su propia carne como la serpiente que se muerde la cola. Ah...sí, David hubiera dado lo que fuera por haberlo conocido antes de ser lo que era ahora, estaba seguro que entonces tendría miles cosas que contar, secretos maravillosos y no solo hablar de muerte y putas.
La mirada del vampiro cambió, lentamente, se inclinó hacia delante, sus ojos ahora eran completamente dorados, sin pupila. Dentro de la cabeza de David se escuchaba una puerta abriéndose, una mano de bronceados dedos la empujaba, era esa otra mitad que se fue desarrollando durante aquellos dos siglos y que le ayudaba a sobrevivir, la mitad vampira, la sangre del Don oscuro. Un hilo se rompió con un chasquido tan fuerte que le atravesó el cráneo.
Se inclinó lenta, deliberadamente hacia delante-NO.-vocalizó de forma perfecta-No te daré nada, no tendrás nada.-su voz esta glacial-adelante, destruye la orden.-su sonrisa fue ácida-tengo ganas de ver si lo logras, los sueños no pueden ser asesinados, ni siquiera por ti, sire. Si ese es el destino de la orden, así sea, pero dudo que puedas, es como pelear contra la niebla, suelta a tus chicos, a tus hordas babeantes, adelante.-se puso en pie-Por cierto, los libros están a buen recaudo y no todos en el mismo lugar.-alzó la muñeca y miró la hora-Por cierto, si sabes ver que haré supongo que ya sabes que he hecho antes de venir, ¿no?-esperó su respuesta.
Hubo una enorme explosión fuera del lugar, cerca de unos de los negocios de Caim-vaya, eso ha estado cerca, ¿no crees? Tú también eres ahora vulnerable, cuanto más poseas, más blancos le das a tu enemigos, creer lo contrario me hace pensar que no has leído el Arte de la Guerra, te lo recomiendo. Sobre todo el apartado sobre lineas de abastecimiento del enemigo.-habia locura en sus ojos, auténtica locura y David estaba como ido-Me voy, le diré a la orden que no quieres negociar y que vas a destruirlos, ya les había avisado que pasaría esto. Buenas noches-se giró y se abiró paso entre los danzarines del local para ir hasta la salida.
La mirada del vampiro cambió, lentamente, se inclinó hacia delante, sus ojos ahora eran completamente dorados, sin pupila. Dentro de la cabeza de David se escuchaba una puerta abriéndose, una mano de bronceados dedos la empujaba, era esa otra mitad que se fue desarrollando durante aquellos dos siglos y que le ayudaba a sobrevivir, la mitad vampira, la sangre del Don oscuro. Un hilo se rompió con un chasquido tan fuerte que le atravesó el cráneo.
Se inclinó lenta, deliberadamente hacia delante-NO.-vocalizó de forma perfecta-No te daré nada, no tendrás nada.-su voz esta glacial-adelante, destruye la orden.-su sonrisa fue ácida-tengo ganas de ver si lo logras, los sueños no pueden ser asesinados, ni siquiera por ti, sire. Si ese es el destino de la orden, así sea, pero dudo que puedas, es como pelear contra la niebla, suelta a tus chicos, a tus hordas babeantes, adelante.-se puso en pie-Por cierto, los libros están a buen recaudo y no todos en el mismo lugar.-alzó la muñeca y miró la hora-Por cierto, si sabes ver que haré supongo que ya sabes que he hecho antes de venir, ¿no?-esperó su respuesta.
Hubo una enorme explosión fuera del lugar, cerca de unos de los negocios de Caim-vaya, eso ha estado cerca, ¿no crees? Tú también eres ahora vulnerable, cuanto más poseas, más blancos le das a tu enemigos, creer lo contrario me hace pensar que no has leído el Arte de la Guerra, te lo recomiendo. Sobre todo el apartado sobre lineas de abastecimiento del enemigo.-habia locura en sus ojos, auténtica locura y David estaba como ido-Me voy, le diré a la orden que no quieres negociar y que vas a destruirlos, ya les había avisado que pasaría esto. Buenas noches-se giró y se abiró paso entre los danzarines del local para ir hasta la salida.
David Talbot- Cantidad de envíos : 394
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Re: La Danza de los Espejos (priv)
Quedé frío observando todas sus tretas, escuchando sus palabras vacías que hablaba de sueños. El hombre comenzó a soñar porque nosotros los demonios les ofrecimos cosas que ni Dios mismo podía darles. Yo poseía el conocimiento de los animales, su lenguaje y cada código moral que estos usaban. Sabía que destrozaría un local cercano al mío, pero son tan estúpidos estos muchachos que creyó que me afectaría aquello. No me importaba si quemaba todo un local con mis hijos dentro, pues cada uno que cayera volvería tomando otro cuerpo. Éramos oscuridad, eramos la brea de los infiernos, y caminábamos entre los hombres desde antes de ver como ese amasijo de carne podrida y sentimientos banales se creyeran los reyes del universo.
Aquello que realmente me molestó fue su cobardía, su estupidez paupérrima y sobre todo sus pasos egocéntricos llenos de banalidad. Ni siquiera prestaba atención, creaba negocios en cuestión de horas, los transformaba con mi poder y los creaba a gusto de aquellos que me rodeaba. Sabía donde estaban sus libros, tan sólo quería ver como susurraba piedad, pero sólo hizo otro acto más cobarde huir. Gracias al canto de los pájaros, los gatos callejeros y todo aquel animal que lo observaba yo sabía donde escondía los libros.
Me personé frente a él con mi espada en la mano, pero sin embargo no se la enterré y sólo mordí su cuello comiendo su carne. Ese sabor metálico era excitante, igual que la podrida carne dura que lo recubría. Parte de su columna vertebral se vio a través del enorme agujero que le había dejado. Los presentes ni se habían inmutado por la explosión y menos por aquello, seguían sucumbidos en el encanto de la noche.
Alcé su cuerpo tomándolo de la camisa haciéndole caer sobre las baldosas del local, provocando que estas se cortaran y atravesaran su cuerpo. Mi espada entonces habló, corté su cuello provocando que ardiera debido a que era como ácido corrosivo para ingenuos vampiros como él. Mi boca llena de sangre aún masticaba aquella sangre que le escupí a los ojos, mientras uno de mis pies aplastaban sus costillas.
-Tengo tus libros, a buen recaudo en el infierno. Deseaba ver como pedías piedad, pero no lo has hecho. Seguro que me tachas de egocéntrico, que no se nada del mundo, pero yo fui quien creó esos libros y quien hizo que todos ustedes entendieran los animales, la naturaleza. Creerás que sólo se de furcias, pero te equivocas.
Dejé otra marca con mi espada y en rostro, dejándole así una cicatriz prácticamente permanente. Una hermosa C que lo marcaba como mi puta particular. Mis ojos se hundían en ellos jugando con su mente, hundiéndolo en mi poder persuasivo. Nadie, ni siquiera los ángeles caídos más poderosos, podía resistirse. Sólo los demonios, mis hermanos, y Lucifer, junto a Angie, eran capaces de mirarme sin caer.
-Ahora ve, te gustará ver tu sede en llamas.
P.D: Antes de comentar todo esto en tu post sobre que Caim sólo sabe de furcias deberías documentarte, Caim otorgó al ser humano innumerables poderes. Nació junto a Dios, al mismo tiempo, y sabe todo lo que tú sabes e incluso más.
Aquello que realmente me molestó fue su cobardía, su estupidez paupérrima y sobre todo sus pasos egocéntricos llenos de banalidad. Ni siquiera prestaba atención, creaba negocios en cuestión de horas, los transformaba con mi poder y los creaba a gusto de aquellos que me rodeaba. Sabía donde estaban sus libros, tan sólo quería ver como susurraba piedad, pero sólo hizo otro acto más cobarde huir. Gracias al canto de los pájaros, los gatos callejeros y todo aquel animal que lo observaba yo sabía donde escondía los libros.
Me personé frente a él con mi espada en la mano, pero sin embargo no se la enterré y sólo mordí su cuello comiendo su carne. Ese sabor metálico era excitante, igual que la podrida carne dura que lo recubría. Parte de su columna vertebral se vio a través del enorme agujero que le había dejado. Los presentes ni se habían inmutado por la explosión y menos por aquello, seguían sucumbidos en el encanto de la noche.
Alcé su cuerpo tomándolo de la camisa haciéndole caer sobre las baldosas del local, provocando que estas se cortaran y atravesaran su cuerpo. Mi espada entonces habló, corté su cuello provocando que ardiera debido a que era como ácido corrosivo para ingenuos vampiros como él. Mi boca llena de sangre aún masticaba aquella sangre que le escupí a los ojos, mientras uno de mis pies aplastaban sus costillas.
-Tengo tus libros, a buen recaudo en el infierno. Deseaba ver como pedías piedad, pero no lo has hecho. Seguro que me tachas de egocéntrico, que no se nada del mundo, pero yo fui quien creó esos libros y quien hizo que todos ustedes entendieran los animales, la naturaleza. Creerás que sólo se de furcias, pero te equivocas.
Dejé otra marca con mi espada y en rostro, dejándole así una cicatriz prácticamente permanente. Una hermosa C que lo marcaba como mi puta particular. Mis ojos se hundían en ellos jugando con su mente, hundiéndolo en mi poder persuasivo. Nadie, ni siquiera los ángeles caídos más poderosos, podía resistirse. Sólo los demonios, mis hermanos, y Lucifer, junto a Angie, eran capaces de mirarme sin caer.
-Ahora ve, te gustará ver tu sede en llamas.
P.D: Antes de comentar todo esto en tu post sobre que Caim sólo sabe de furcias deberías documentarte, Caim otorgó al ser humano innumerables poderes. Nació junto a Dios, al mismo tiempo, y sabe todo lo que tú sabes e incluso más.
Invitado- Invitado
Re: La Danza de los Espejos (priv)
(Aclaro, David siente una profunda admiración por lo que fue Caim, no alcanza ni siquiera a imaginar lo grande que debio ser, lo hermoso, lo terrible y poderoso. Alguien que pudiera cambiar el curso del sol con un dedo o ver otro lado del universo. Todo eso lo llena de un sentimiendo casi de veneración pero si va con ese sentimiento en el alma. Caim lo aplastaría. Ahora Caim es el señor de la corrupcion, paso de ser un creador y dador de dones a lo que es ahora, para David eso es terrible. Ahora ver que trafica con todo y tiene burdeles..todo lo lleva a cierta desesperación. Si un ser que fue tan grande ahora es el enemigo, que esperanza cabe albergar? Se tiene que llenar el corazón con odio porque si expresara otra cosa, estaría perdido y ve solo ese lado de él. Se entiende mejor? Mi madre he escrito medio post XD)
El dolor lo embargó, haciendo que la sangre salpicara en todas direcciones cuando los dientes se clavaron su cuello, en su carne, atravesando incluso la dura patina sobrenatural, aquella que hacía sentir su cuerpo como si fuera marmol, resquebrajando la aurea epidermis, sus pupilas de dilataron enormemente dentro de sus dorados orbes e incluso en aquel trance , en aquel trance de sentir que le desgarraban hasta exponer sus blancas vértebras, incluso ahí...las gotas de sangre se le antojaron hermosas, sublimes, suspendidas en el aire como rubíes, destellando, su propia sangre, perdidas en ese lapsus de tiempo y luego cayendo al suelo o entre los rostros de otros que alli danzaban que se relamieron, sangre de vampiro en estado puro.
Una de sus manos salió disparada y agarró los cabellos de Caim con aquellos dedos capaces de doblar el acero, enterrandose hasta la raiz, cuando el demonio lo alzó por el cuello de la camisa para estamparlo contra el suelo, David le arrancó varios mechones de cuajo, la raiz sangrante fue visible, otro bello espectáculo. El vampiro no soltó los cabellos cuando lo estampó contra el suelo, resquebrajando los azulejos. A aquella altura, David tenia parcialmente la mente dividida, una estaba estaba centrada en controlar las oleadas de dolor y la otra..la otra analizaba fríamente y reía, había previsto aquello hasta cierto punto pero no contó con que Caim se movería tan rápido.
Sus ojos se posaron e aquella espeda, en el filo de la misma, observando su hoja, incluso por unos instantes vio sus orbes reflejada en ella y luego otra oleada de dolor en su cuello y cerca de su rostro, marcándolo. La espalda de David se arqueó cuando hizo aquello, apenas un ligero siseo salió entre sus labios sensuales ahora pintados de carmin, no podía gritar porque había seccionado las cuerdas vocales, al menos durante unos minutos. Se le quedó mirando, al autor de los preciados libros, solo unos largos instantes antes que se separara de él. David permaneció quieto, esperando que al menos parte de las venas desgarradas se sellaran aunque lo que hizo fue arrancarse parte de la cara chaqueta, un sacrilegio que hubiera espantado al mismo Lestat, y otro el trozo para presionar el cuello.
Poco a poco se fue poniendo en pie, tambaleante, jadeando, sus ojos dorados turbios pero con todo, con cierta majestad, no saldría de alli a cuatro patas ni mucho menos. Cada una jugaba sus cartas a su manera, Caim tenía todos los ases pero David estaba dispuesto a hacer algo de trampa, prefería jugar con las cartas del tarot. Se giró para salir del local, antes de llegar a la salida, su chófer se acercó y le rodeó la cintura para llevarlo hacia el coche.
-¿Señor?-susurró.
David solo movió la cabeza-está hecho.-fue lo que se limitó a decir antes de recostar la cabeza contra el respaldo del asiento trasero, notando el terrible dolor que se extendía desde su cuello al resto de su cuerpo, se sentía mareado mientras el vehiculo arrancaba. Sonó una llamada del celular y el chófer la tomó, era un mensaje a todos los agentes de la orden.
-La casa madre está ardiendo-le comunicó al debilitado vampiro, David se limitó a cerrar los ojos y guardar silencio, un largo silencio que duraría hasta el amanecer.
El dolor lo embargó, haciendo que la sangre salpicara en todas direcciones cuando los dientes se clavaron su cuello, en su carne, atravesando incluso la dura patina sobrenatural, aquella que hacía sentir su cuerpo como si fuera marmol, resquebrajando la aurea epidermis, sus pupilas de dilataron enormemente dentro de sus dorados orbes e incluso en aquel trance , en aquel trance de sentir que le desgarraban hasta exponer sus blancas vértebras, incluso ahí...las gotas de sangre se le antojaron hermosas, sublimes, suspendidas en el aire como rubíes, destellando, su propia sangre, perdidas en ese lapsus de tiempo y luego cayendo al suelo o entre los rostros de otros que alli danzaban que se relamieron, sangre de vampiro en estado puro.
Una de sus manos salió disparada y agarró los cabellos de Caim con aquellos dedos capaces de doblar el acero, enterrandose hasta la raiz, cuando el demonio lo alzó por el cuello de la camisa para estamparlo contra el suelo, David le arrancó varios mechones de cuajo, la raiz sangrante fue visible, otro bello espectáculo. El vampiro no soltó los cabellos cuando lo estampó contra el suelo, resquebrajando los azulejos. A aquella altura, David tenia parcialmente la mente dividida, una estaba estaba centrada en controlar las oleadas de dolor y la otra..la otra analizaba fríamente y reía, había previsto aquello hasta cierto punto pero no contó con que Caim se movería tan rápido.
Sus ojos se posaron e aquella espeda, en el filo de la misma, observando su hoja, incluso por unos instantes vio sus orbes reflejada en ella y luego otra oleada de dolor en su cuello y cerca de su rostro, marcándolo. La espalda de David se arqueó cuando hizo aquello, apenas un ligero siseo salió entre sus labios sensuales ahora pintados de carmin, no podía gritar porque había seccionado las cuerdas vocales, al menos durante unos minutos. Se le quedó mirando, al autor de los preciados libros, solo unos largos instantes antes que se separara de él. David permaneció quieto, esperando que al menos parte de las venas desgarradas se sellaran aunque lo que hizo fue arrancarse parte de la cara chaqueta, un sacrilegio que hubiera espantado al mismo Lestat, y otro el trozo para presionar el cuello.
Poco a poco se fue poniendo en pie, tambaleante, jadeando, sus ojos dorados turbios pero con todo, con cierta majestad, no saldría de alli a cuatro patas ni mucho menos. Cada una jugaba sus cartas a su manera, Caim tenía todos los ases pero David estaba dispuesto a hacer algo de trampa, prefería jugar con las cartas del tarot. Se giró para salir del local, antes de llegar a la salida, su chófer se acercó y le rodeó la cintura para llevarlo hacia el coche.
-¿Señor?-susurró.
David solo movió la cabeza-está hecho.-fue lo que se limitó a decir antes de recostar la cabeza contra el respaldo del asiento trasero, notando el terrible dolor que se extendía desde su cuello al resto de su cuerpo, se sentía mareado mientras el vehiculo arrancaba. Sonó una llamada del celular y el chófer la tomó, era un mensaje a todos los agentes de la orden.
-La casa madre está ardiendo-le comunicó al debilitado vampiro, David se limitó a cerrar los ojos y guardar silencio, un largo silencio que duraría hasta el amanecer.
David Talbot- Cantidad de envíos : 394
Fecha de inscripción : 14/02/2012
Localización : Puede que Trafalgar Square
Re: La Danza de los Espejos (priv)
(Jamás he dejado de dar dones, tan sólo he dejado de ofrecerlos tontamente. Mis agradables negocios provocan oscuridad, de la cual me alimento yo y todas las criaturas infernales. Creo que con esto cerramos.)
Ni siquiera sentí dolor cuando parte de mi cuero cabelludo quedó entre sus dedos, manchando mi cuello y salpicando mi caro vestuario. Si vestía de aquella forma, menos natural y más acorde a los tiempos, era por comodidad y porque aquella tela sentaba bien a mi piel áspera y gruesa. Mis cabellos volvieron a ser los de antes en pocos minutos mientras dejaba que aquella rata se fuera huyendo por las calles infernales de Los Ángeles.
Mi voz sonaba en la siguiente canción, bajo la melodía inicial, recitando los versos que había compuesto para ellos. Deseaba la energía oscura que emanaban sus cuerpos intoxicados. Pocos eran los que no se veían envueltos en aquellas palabras, las cuales les obligaba a desear los infiernos y adorarme como un auténtico Dios.
Aquellos libros habían sido escritos por mí, o más bien dictados, para los hombres a los cuales terminé detestando. Su pasión y devoción por un Dios gris, el cual no tenía agallas de mostrarle el camino, se me hizo enfermizo. En el primer libro podía leerse los versículos prohibidos sobre Lucifer, su caída y la belleza que aún conservaba, así como todo el poder que desató al igualarse a su propio padre. El segundo libro trataba sobre los demonios que siempre habíamos vagado por la Tierra, la diferencia con los ángeles caídos y el rango de cada uno de estos así como una descripción detallada de los pecados. El tercer libro versaba sobre los pactos a los cuales estábamos dispuestos a realizar, el precio por ellos y nuestras armas. El cuarto libro, el cual era una copia y que pronto tendría como original debido a un infiltrado durante unos días en la corte de La Bestia, era simplemente las oraciones de invocación a los distintos demonios regentes del infierno. El quinto era mi historia personal, el cual no había caído en manos de nadie jamás. Eran mis pensamientos, así como el de muchos de los míos, sobre los distintos enemigos y sus razas. Poseía secretos de gran valor, pues si sabían su debilidad ellos podrían fortalecerse.
-Insectos.
Mi voz gruesa y oscura penetró en el pasillo cercano a los baños, allí me observaría largo rato intentando leer mi futuro, así como el de aquellos que me rodeaba. Era el oráculo de gran parte del infierno, así como el protector de grandes hechiceros que pertenecían a nuestra orden. Los protegía ofreciéndoles mis conocimientos, los cuales usaban a nuestro favor como intermediarios hacia otros demonios inferiores. Mis negocios no eran únicamente aquello que relucía ante los estúpidos y comunes ojos mortales, pues los vampiros sí podían morir y yo no. Era pura energía negra, un material denso como el petróleo, que se había colado en el cuerpo de uno de los primeros ángeles custodios de las puertas del cielo, las cuales pasaron a manos de San Pedro. Una abominación, inclusive para mí, pues no había nada más patético que un hombre común guardando un gran secreto. Talamasca no era sino eso, una gran abominación.
-El hombre no debe ambicionar para sí aquellos secretos que le fueron regalados, no debieron agenciarse ese privilegio sino expandirlos. Por eso me provocáis náuseas, todos vosotros.
Farfullaba aquellas palabras cuando sentí a varias de mis hijas, descendientes todas de grandes demonios que habían pactado conmigo. Mis hordas a cambio de descendencia leal a mi servicio. Sus manos me hicieron olvidar por completo mi molestia, provocando pronto que me encendiera y las complaciera. Aquella noche de nuevo volvería a ser padre en el vientre de dos hermosas mujeres, mayor descendencia para mis hordas y mis leales súbditos.
Ni siquiera sentí dolor cuando parte de mi cuero cabelludo quedó entre sus dedos, manchando mi cuello y salpicando mi caro vestuario. Si vestía de aquella forma, menos natural y más acorde a los tiempos, era por comodidad y porque aquella tela sentaba bien a mi piel áspera y gruesa. Mis cabellos volvieron a ser los de antes en pocos minutos mientras dejaba que aquella rata se fuera huyendo por las calles infernales de Los Ángeles.
Mi voz sonaba en la siguiente canción, bajo la melodía inicial, recitando los versos que había compuesto para ellos. Deseaba la energía oscura que emanaban sus cuerpos intoxicados. Pocos eran los que no se veían envueltos en aquellas palabras, las cuales les obligaba a desear los infiernos y adorarme como un auténtico Dios.
Aquellos libros habían sido escritos por mí, o más bien dictados, para los hombres a los cuales terminé detestando. Su pasión y devoción por un Dios gris, el cual no tenía agallas de mostrarle el camino, se me hizo enfermizo. En el primer libro podía leerse los versículos prohibidos sobre Lucifer, su caída y la belleza que aún conservaba, así como todo el poder que desató al igualarse a su propio padre. El segundo libro trataba sobre los demonios que siempre habíamos vagado por la Tierra, la diferencia con los ángeles caídos y el rango de cada uno de estos así como una descripción detallada de los pecados. El tercer libro versaba sobre los pactos a los cuales estábamos dispuestos a realizar, el precio por ellos y nuestras armas. El cuarto libro, el cual era una copia y que pronto tendría como original debido a un infiltrado durante unos días en la corte de La Bestia, era simplemente las oraciones de invocación a los distintos demonios regentes del infierno. El quinto era mi historia personal, el cual no había caído en manos de nadie jamás. Eran mis pensamientos, así como el de muchos de los míos, sobre los distintos enemigos y sus razas. Poseía secretos de gran valor, pues si sabían su debilidad ellos podrían fortalecerse.
-Insectos.
Mi voz gruesa y oscura penetró en el pasillo cercano a los baños, allí me observaría largo rato intentando leer mi futuro, así como el de aquellos que me rodeaba. Era el oráculo de gran parte del infierno, así como el protector de grandes hechiceros que pertenecían a nuestra orden. Los protegía ofreciéndoles mis conocimientos, los cuales usaban a nuestro favor como intermediarios hacia otros demonios inferiores. Mis negocios no eran únicamente aquello que relucía ante los estúpidos y comunes ojos mortales, pues los vampiros sí podían morir y yo no. Era pura energía negra, un material denso como el petróleo, que se había colado en el cuerpo de uno de los primeros ángeles custodios de las puertas del cielo, las cuales pasaron a manos de San Pedro. Una abominación, inclusive para mí, pues no había nada más patético que un hombre común guardando un gran secreto. Talamasca no era sino eso, una gran abominación.
-El hombre no debe ambicionar para sí aquellos secretos que le fueron regalados, no debieron agenciarse ese privilegio sino expandirlos. Por eso me provocáis náuseas, todos vosotros.
Farfullaba aquellas palabras cuando sentí a varias de mis hijas, descendientes todas de grandes demonios que habían pactado conmigo. Mis hordas a cambio de descendencia leal a mi servicio. Sus manos me hicieron olvidar por completo mi molestia, provocando pronto que me encendiera y las complaciera. Aquella noche de nuevo volvería a ser padre en el vientre de dos hermosas mujeres, mayor descendencia para mis hordas y mis leales súbditos.
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