Hombres de negocios

La noche se despertaba con sus luces de neón parpadeando, las ambulancias sonando en cualquier rincón de la ciudad y gritos de guerra callados con gemidos de placer. La ciudad se rendía ante la superioridad de la oscuridad y la decadencia más lujosa. El mundo estaba cayendo poco a poco en mis manos y deseaba que no se escapara esta vez, podía ser una presa escurridiza pero yo tenía talento para que no se marchara. No iba a cometer los errores de décadas atrás, ahora tenía algo más valioso que la experiencia. Varios demonios de la perdición estaban colaborando conmigo, pactos que les provocaba plena satisfacción y que me ayudaba a ser más poderoso inclusive que Lucifer.

Había tenido ciertos contactos con proveedores y distribuidores de sangre, pero todos me parecían demasiado estúpidos. Mucha de la sangre de mi local la tenía que conseguir por mis propios medios y eso retrasaba mi diversión. Por lo tanto decidí investigar más sobre algunos empresarios. Buscaba gente que tuviera agallas y el corazón congelado. Odiaba los sentimentalismos, eso nos hacía débiles y no merecían la pena.

Salí de la cama de mi lujosa habitación, la cual estaba decorada con frescos de dioses de culturas perdidas en el tiempo y la memoria. Las mujeres que se hallaban en mi cama estaban exhaustas y yo cansado de ellas. Detestaba que se quedaran a mi alrededor esperando ser las elegidas, la mujer que me hiciera caer en lo más patético que había inventado Dios. El amor era malgastar tiempo, energía y dinero.

Fui hacia el cuarto de aseo y estuve hundido en las cálidas aguas de mi bañera durante más de media hora, disfrutaba de un buen puro y una copa del mejor whisky. Mis labios sabían a vicio y sordidez, los mismos que se arquearon en una sonrisa de satisfacción al ver el mensaje que llegaba a mi móvil, el cual hice aparecer en mi mano. Habían confirmado la cita en uno de mis más lujosos locales uno de los distribuidores del cual sólo había escuchado alabanzas.

-Perfecto.

Salí de la bañera secándome con rapidez para hacer parecer sobre mi cuerpo un traje caro, de esos que jamás puede siquiera imaginar un muerto de hambre. Mis gemelos de diamantes contrastaban con la camisa negra, así como con la chaqueta y resto de prendas. Mis ojos verdes enmarcados en aquel rostro cincelado en dura carne y rasgos masculinos brillaban algo impacientes. Deseaba llegar a tiempo a la cita para poder confirmar mis breves esperanzas en mejorar mi negocio, lo único que me importaba a parte de mi bienestar.

Tomé una de mis limusinas abandonando mi seguro escondrijo. Durante el trayecto bebía un poco de champaña y leía los periódicos de la jornada. Aún se hacían en papel buscando llegar a personas que prácticamente no tenían ni para alimentarse. Sólo leía basura, políticos corruptos con almas tan negras como la mía que ni siquiera sabían cubrir sus errores. La ciudad se perdía rápidamente tras los tintados cristales de mi vehículo.

Cuando finalmente llegué a mi local lo hice con mi pose fría. Mis ojos se dejaban seducir por la inmundicia que allí se ofrecía. Cientos de humanos de alto nivel adquisitivo en caros sofá de piel, bailando en una pista de baile con el mejor sonido de la ciudad y luciendo ropas que incitaban al pecado. Muchos ya estaban drogados completamente perdidos, algunos llevaban allí desde la noche anterior sin siquiera poder dar cuenta del tiempo que habían perdido.

Tomé mi lugar en la mejor mesa, la cual estaba en un punto algo sombrío y con un whisky puesto frente a mi habitual asiento. Mis dedos jugaron con el cristal del vaso antes de llevarlo a mi boca. Meditaba sobre los acuerdos a los cuales podíamos llegar, las cosas que podía ofrecerle y en las cuales podía tener cierto interés.

Saboreaba aquel whisky que calentaba mi garganta y dejaba un sabor perfecto en la punta de mi lengua. Me sentía hundido en el lujo, la música alta de rock de antaño que te inducía a un mundo distinto a este tan sintético y estúpido, mientras frente a mí se paseaban los seres más estúpidos y extraños. Movía mi mano para jugar con los cubitos de hielo que se bañaban en el alcohol, enfriando así el placentero líquido de mi copa.

Siegfried Skarsgard hacía su aparición justo la hora acordada, mientras yo tomaba un nuevo trago. Sabía que su figura no era todo lo que mostraba, tenía sus secretos que no me interesaban y que de momento no intentaría desvelar. Mis ojos se fundieron en su elegante traje y en su forma cautelosa de caminar en mi antro de perversión. Deseaba entablar con él una reunión de negocios importante.

Poseía locales en toda América, así como en ciudades importantes del maltrecho mundo que aún nos quedaba. Dominaba el negocio del lujo y la decadencia, por ello necesitaba mejores contactos que los habituales. Quería un distribuidor que me ofreciera una buena oferta que no pudiera rechazar, además de seriedad y puntualidad a la hora de la entrega. Yo deseaba de lo bueno lo mejor.

-Buenas noches señor Skarsgard.

Dije cuando noté que llegaba a mi mesa por indicación de uno de mis camareros. Era un chico rubio de aspecto de ángel, pero su alma estaba tan corrupta como la mía. Un demonio menor que llevaba parte de la organización del local y que era para mí mejor que un perro faldero. Me incorporé extendiendo mi brazo para ofrecerle mi mano derecha en un apretón amistoso, como si fuéramos dos empresarios comunes y corrientes.

-Es un placer tenerlo en mi local, espero que podamos llegar a un acuerdo beneficioso para ambos.

Mis ojos verdes tomaron contacto con los suyos azules. Era un hombre frío y me agradaban las personas que prácticamente carecían de sentimientos y escrúpulos. Lo importante en este mundo era el poder y tener la suficiente ambición para ampliar fronteras.

La música se hizo más oscura a medida que él hablaba. Las notas del teclado se mezclaban con la batería y las guitarras, mientras yo simplemente le observaba y escuchaba con sigilo. Parecía no querer perder el tiempo, pues el tiempo siempre era valioso para todos nosotros y en especial para personajes como ambos. Me acomodé en mi cómodo asiento mientras llevaba nuevamente la copa a mis labios, un vaso cargado de whisky con un sabor que me hacía recordar a lo mejor de esta corrupta vida.

Mis ojos brillaron cuando noté su ansia de poder, tal vez buscaba algo más que el vacío dinero como todos pedían. Yo podía ofrecerle algo más, un trato suculento que le haría quizás tentar y aceptar mi propuesta. Sonreí durante una fracción de segundo abandonado mi vaso sobre la mesa. Acomodé uno de mis gemelos y le miré hundiendo mis ojos en él, intentando averiguar sus pretensiones con sólo contemplarlo.

-Desea mayor poder, tal vez más allá de este mundo ¿es así?

Pregunté aún paladeando el sabor del whisky en mis labios. Me sentía satisfecho de haber dado con un igual, los tratos de este modo eran mucho más placenteros y no sólo simple juego de niños.

-Mis condiciones son fáciles de acatar. Quiero la mejor mercancía de sangre y si puedes ofrecerme otras sustancias como cocaína, o cualquier droga sintética, bienvenida sea. El precio no importa, no es algo que me cueste ofrecer. Pero yo le daría mayor poder en este país, le abriría las puertas a otro mundo donde también podría ejercer sus influencias. Puedo darle aquello que me pida, soy un demonio no hay nada imposible para mí señor Skarsgard.

Mi camarero apareció nuevamente ofreciéndole un trago. Era una hermosa copa de bohemia con pequeños grabados en la base, eran diminutas llamas infernales, dentro de ella encontraba sangre de vampiro milenario y demonio. Era una copa especial, prácticamente no la ofrecía a nadie que no fuera cercano a mis negocios. Era mi regalo de buena fe para que comprendiera cual era la mercancía que yo poseía y aquella que yo deseaba obtener. Quería lo mejor, no me importaba como. Deseaba someter al mundo entero en mis oscuros juegos, daba igual qué raza era la más podrida. Los infiernos se harían presentes en la Tierra y la Tierra sería mía y no para Lucifer. Era mi gran ambición.

Las mujeres bailaban tras nosotros de forma tentadora, igual que los hombres que las acompañaban. Todos estaban influenciados por la lujuria y los miedos dejar de ser jóvenes lejos de mi local. Estaban ebrios, drogados y llenos de deseo. Las paredes estaban decoradas de forma sobria pero elegante, una elegancia que iba en cada detalle. Cuidaba todo lo que estaba a mi alcance, por eso también me reunía con tipos como él para conseguir mi mayor y única meta.

Sus palabras eran directas, no como la palabrería habitual pero pasó por alto cierta parte de las mías. Dejé que hablara y expusiera su forma de ver el negocio, lo hice jugando con uno de los botones de mi chaqueta. Unos botones perfectos para una tela tan delicada y elegante. Mis manos eran enormes como mi presencia, la música era decadente pero terminó siendo más lenta y sensual. Deseaba que viera mi local, parte de mi poder y no mi despacho propio de un sibarita. Quería mostrarle el lugar de moda, el antro de lujo que podían hacer pecar hasta a los mismos ángeles.

-Señor, olvida mis palabras. He dicho que soy un demonio, no un demonio cualquiera precisamente. Soy el presidente de los infiernos, por lo tanto no hay nada que no pueda conseguir u ofrecerle. Aquello que desee se lo concederé a usted y a su jefe.

Fueron mis palabras serias con un aire de poder oscuro bastante atrayente, ya que había usado un tono de voz que provocaba que todos me prestaran atención pese a no usar mi don y mis malas artes. Era la voz de un hombre bastante dado a los negocios.

-Tengo el mismo tiempo que Dios en este universo, soy el lado oscuro de la vida. ¿Sabe desde cuando hago negocios? Estoy acostumbrado tipos como usted, a llegar a buenos acuerdos. Si le tanteo es porque no quiero a un cualquiera en mis negocios.

Escogía lo mejor, tal vez lo más podrido, para que tomaran pacto conmigo y me dieran ciertos beneficios. Era un ser ególatra y frío, pero sobretodo inteligente. Tenía un olfato desarrollado para los negocios, era un líder nato y mi físico imponía. Quería a seres como yo a mi lado, no importaba si eran vampiros o demonios si estos eran fuertes y sabían manejarse en las sombras.

Mi gran ambición era dominar la Tierra, crear en ella un nuevo infierno y poseerla como poseía a todas las furcias y fulanas que jugueteaban con los ejecutivos que aquí venían a descansar, olvidar y perderse en las llamas purificadoras del caos y del dolor. Lucifer era mi jefe, el jefe de mi organización, pero sólo estaba aliado con él por un pacto que podía romper en cuanto sintiera que no me interesaba en lo más mínimo, y él lo sabía. Yo le ayudaba a él y él a mí, lo mismo quería hacer con mi próximo distribuidor.

-No me hace falta asesinos a sueldos, soy el poseedor de cientos de hordas infernales en la Tierra. Mis hijos son mis mejores guerreros.

Tenía una prole inmensa, la oscuridad se cernía sobre todo aquel que los conocía, y el poder que rezumaban mis ojos era aplastante. Clavé mis ojos en él esperando que me diera una respuesta satisfactoria, podía darle cualquier cosa sin importarme. Lo único que deseaba era mayor poder y caos.

Hablaba de mis hordas como si sólo fueran simples cachorros hambrientos deseando lanzarse al cuello de cualquiera sin pensarlo, como si fueran monos amaestrados o perros de presa. Mis hombres eran las hordas demoníacas más impresionantes, aquellas que incluso Lucifer deseaba poseer y no podía. Yo había hecho un hermoso pacto con el primer arcángel que cayó de los cielos hasta las guaridas infernales, allí donde pidió ser el amo y señor de todo lo que veía. El pacto fue fácil, yo le daría cierta presencia en la Tierra y él colaboraría para un sistema organizativo fuerte. Mis hombres eran más que una legión de perros de caza.

-No comprende.

Comenté tomando el vaso de whisky para llevarlo a mis labios, tomando un nuevo trago mientras escuchaba con detalle su diálogo sobre sus grandes intereses. Parecía un hombre poco dispuesto a dejar sobre la mesa sus cartas, esperaba que otros las lanzara y entonces jugar o levantarse de la mesa. Tanteé el terreno mientras saboreaba aquel manjar, un whisky fuerte con un cuerpo que me embelesaba por así describirlo.

Aquel vampiro me miraba con ojos fríos como el hilo. Tenía un talante duro de negociador. Mientras le contemplaba dejaba el vaso sobre la mesa y mis manos sobre el sofá acariciándolo, sintiendo lo perfectamente curtida que estaba.

-Le ofrezco mejores contactos de los que posee, presencia en el infierno si así lo desea. Podré hacer que conozca a demonios más destacados que yo entre el azufre y las llamas. ¿Puede asegurarse el no morir? Usted y su jefe son vulnerables, más que nosotros, y podría hacer que le abrieran puertas que permanecerían por siempre cerradas por muy buen negociador que sea. Estoy seguro que el dinero, las joyas, los buenos lujos y todo lo que me rodea lo conoce y disfruta. Por ello le estoy hablando de disponer de información, contactos y salvoconductos que no podría tener siendo lo que es.

Mi voz sonaba por encima de aquella melodía lenta, erótica y algo salvaje que hacía que las mujeres prácticamente se sacaran la ropa. Los hombres disfrutaban también de esos momentos en los cuales sucumbían unos con otros o con las damas que les acompañaban. La droga era la mejor tarjeta entre unos y otros, así como sus joyas y su ropa cara. Mi antro no era más que un portal al infierno.

Quería algo que yo podía ofrecerle, contactos que sabían donde se movía Belial y llegar hasta a él. Podía darle mi apoyo en sus acciones si lo necesitaba, así como sacarlo de un escollo si acababa metido en él. Podía plantearle aquello, pero sería demasiadas palabras que contextualizar. Preferí llevar mi whisky a mis labios y saborearlo mientras buscaba las escasas palabras sobre nuestro acuerdo.

-Puedo darte contactos cercanos a Belial, tan cercanos que puedas terminar conociéndole. Después haz lo que te plazca, pero si acabas hundido de mierda hasta las orejas tal vez puedas comprobar que mis hordas no son simples muchachos entrenados para matar sin piedad, son más listos y entrenados de lo que crees.

Me acomodé mejor en aquel hermoso rincón, el cual prohibía prácticamente a la mayoría el verme con facilidad, tan sólo mi mano tomando mi copa y llevándola a mis detestables labios para algunos, encantador de serpientes para otros y para muchas mujeres la boca de su amante. Ensanché una cordial y mortífera sonrisa antes de proseguir con mis palabras.

-A cambio quiero lo mejor de lo mejor, la mejor y más poderosa sangre embotellada en exclusiva para mí.

Le daría salvoconductos que le llevarían a conocer demonios poderosos, hombres de negocios en la Tierra. Pronto podría conocer en persona a Belial. Introduciéndole en mi círculo de confianza tendría las puertas abiertas del infierno y de cualquier lugar de la Tierra, por recóndito e inaccesible que fuera. Poseería todo lo que un vampiro como él desea cuando se trata de capturar a alguien, o algo.

-¿Mucho mejor así?

Sabía que deseaba burlarse de mis modos, pero simplemente opté por callarme todos y cada uno de sus estúpidos sarcasmos. No deseaba tomarme con seriedad, no era mi problema sino el suyo. Mis ojos se quedaron fijos en su carpeta, no en él. Si no le agradaba el ocio nocturno que poseía no era mi problema, era adaptado a todo tipo de seres, cada uno era diferente y en la diferencia está el valor de las cosas.

-Belial no me agrada, es simple. Las calles son suyas, los locales son míos y él no domina sobre los seres que deambulan sin sentido por esta ciudad sin ley ni orden. Seamos sinceros, jamás supo ser firme en sus tratos ni con las personas que tenía bajo su mando. Un error muy común.

Tomé un trago de aquel manjar, de ese whisky que me quemaba y rejuvenecía los instintos. Hice aparecer en mi mano un cigarrillo, llevándolo a mis labios dándole una profunda calada mientras mis ojos regresaban a los suyos. Le miraba con frialdad, aunque chisporroteaba en ellos el veneno más ardiente. Era una serpiente en cierto modo.

-Acepto su trato, no sin antes recordar, a usted y su supuesto socio, que detesto que no se cumplan mis expectativas.

En ocasiones me daba la ligera impresión que aquel socio, o líder, no era más que una tapadera. Pero allá cada quien con sus estúpidas triquiñuelas. No se puede engañar a un demonio, somos demasiado sabios por culpa de ser seres con millones de años a nuestras espaldas.

No me interesaban demasiado las calles, prefería más los locales que podía levantar en ellas. Fuera de mis locales no valían mis presas, estos eran portales hacia las mismísimas llamas del infierno. Le contemplaba leyendo en su mirada el futuro que le deparaba.

Era un demonio poderoso, un ser con elegancia y buen gusto, que a pesar de estar en un entorno como en el que me hallaba tenía locales mucho mejores. Si bien, esta noche pasaba revista al club de tres estrellas que había colocado en una de las avenidas más céntricas. La noche transcurría tranquila, mis poderes me pedían ser ligeramente cruel con mi nuevo socio.

Me entretenía ofreciéndole a los hombres dones que quizás llegaban a terminar aterrándoles, como el don de conversar con los animales o conocer misterios tan insondables como el centro del mundo que nos sustentaba. Era francamente divertido ver sus expresiones de dolor, gozo o simplemente desesperación.

-Debería tener cuidado con los jóvenes de cabellos dorados, puede que le hagan regresar a sentimientos débiles y baratos.

Leer el futuro, como el pasado, era fácil incluso en una mente que estaba vallada con altos muros. Yo miraba la esencia, me dejaba llevar por la luz y las sombras que en esta se encontraban. Podía sentir tan cerca los años que se avecinaban como el whisky que en esos momentos saboreaba.

-No se asuste, no es una amenaza sino un consejo. El futuro puede ser tentador a veces, o bastante miserable. Sea como sea, espero que nuestros planes no se trunquen por meras trivialidades como es el amor, un sentimiento grotesco e inútil.

Una sonrisa fría, franca y burlona surgió en mi rostro. Si conocía la demonología tan bien como sus negocios sabía quién era yo, qué era yo y cuales eran mis grandes dones. El dedo corazón de mi mano derecha jugaba sobre el borde del frágil cristal. Mis ojos verdes se fundían en los suyos en duelo del que me sabía victorioso. Esperaba la respuesta a mis palabras, ardía de deseos de ver como su mente procesaba la información que procesaba.

-No olvide que veo el futuro y este puede ser cambiado. Si bien, no es así el pasado, ese nos persigue como a usted actualmente.

-Simplemente me preocupa que los sentimentalismos baratos influyan en nuestro acuerdo.

Comenté tomando la carpeta que me mostraba. Allí había varios folios donde se podía rellenar las direcciones de los locales donde deseaba mi mercancía. Dejaría la dirección de los más exclusivos, aquellos donde mi clientela era la más selecta y cuidada. No era como este local, aunque venían personajes de moda no era lo mismo. Mis grandes locales de lujo eran para verdaderos amantes del pecado, la vanidad y soberbia así como de la intimidad. Ellos pensaban que todo lo que hicieran entre los muros de mis antros no tendrían consecuencia fuera, pero sí la tenían. Cada acto infame en mi mundo repercutía en los infiernos que se abrían a sus pasos.

Hice aparecer una estilográfica con cráneos plateados, los cuales tenían expresión de horror o sorpresa, como si la muerte les hubiera agarrado en plena desesperación o simplemente en el momento más inoportuno. La tinta color burdeos imitaba la sangre dejando pequeños regueros de horror en cada dirección y nombre de los locales. Mi aspecto se volvió aún más serio, mis ojos tenían betas color verde cacería provocando que tuvieran un aspecto más siniestro.

-Desearía tener un documento escrito de nuestro acuerdo, sobre todo lo que hemos dialogado esta noche, donde usted imprimiera su firma. Es sólo por mero trámite, ya estoy acostumbrado a mis contratos con otros proveedores.

Chasqueé los dedos y entre ellos aparecieron aquellos folios, en los cuales se redactaba todo lo dicho en la mesa. Un acuerdo limpio y sin letra pequeña. Firmé en todas sus hojas y le pasé la estilográfica para que él también lo hiciera.

-Algo me dice que no es sólo un secundario en los negocios, señor Stargard.

Fue mi sencilla respuesta antes de sonreír de forma fría y cínica, sabía que no era únicamente un número dos. Había algo en su apariencia, así como en su aura que lo delataba. Por mucho que cerrara su mente su alma quedaba activa, podía ser sentida, aunque fuera un mero murmullo en la oscuridad, y mis habilidades iban más allá que las de un astrólogo barato con un turbante en la cabeza.

-Además, ¿podría cerciorarme que es suya la firma? Podría incluso falsificarla, así que prefiero que sea usted mismo quien firme estos documentos sin olvidar algo fundamental.

Mi tono de voz era sutil y grueso, como el siseo de una serpiente en medio del manglar. Podía sentirme en sus pabellones auditivos sisear a pesar de haber cerrado mis labios, usaba a los animales y sus virtudes para comunicarme con los seres inferiores. Aquel vampiro, pese a su impresionante aspecto y sus virtudes, no era más que un ser inferior comparado conmigo.

En mis contratos con distribuidores, sobretodo seres como él, tenía mucho cuidado y especial interés en sentir su sangre corriendo por mis venas. Sabía que si pactábamos sellándolo con un pequeño tajo en su palma, la cual se rozaría contra la mía al estrecharse. Era un pacto de caballeros más allá de un contrato.

-Si no le importa, deberá cortar su mano y sellarla con la mía como sello de garantía.

Dije aquello sacando de mi impecable chaqueta una navaja, la cual quedó frente a ambos. Era de oro blanco con inscripciones en lenguas muertas. Poseía aquel arma desde hacía varios miles de años. Amaba su belleza, así como lo filosa que podía llegar a ser.

-Usted primero.

-¿Qué sería de nosotros los demonios si no tuviéramos nostalgia por la estupidez humana y sus tratos?

Con aquella rubrica me apuntaba un tanto asegurándome que todo se llevaría como conforme habíamos hablado, guardaría una copia de este preciado documento, la otra se la podía llevar él si quería. Observé con ansias su sangre brotar de su mano, cortándose impunemente, mientras me comentaba con cierto cinismo que me tocaba.

Tomé la navaja aproximándola a mi mano, cortándola de forma profunda antes de estrechar la suya. Mi sangre le abrasaría, sentiría como las llamas del infierno lo envolvían, mientras mis ojos se clavaban en los suyos y mis labios esbozaban una fría sonrisa. Apreté su mano fundiendo nuestra carne mientras se cicatrizaba, alejándola justo cuando dejaron ambas de gotear como un grifo mal cerrado.

-Ah, se me olvidaba. Aunque le parezcan decadentes, de mal gusto, o quizás excesivos mis locales son suyos si quiere obrar acuerdo en ellos. Así como también mis hoteles, mi zona de apartamentos de lujo o mi club social para caballeros.

Eran lugares mucho más exquisitos, aunque llenos de títeres sin cabeza. Me movía entre los hombres con la elegancia de un felino, el veneno de una víbora y el hambre de poder que podría ser comparada con el apetito de un lobo.