Si Chiama Libertá [Alexandre]

Aquella tarde de otoño todo parecía diferente. Las calles estaban desiertas, las personas habían huído a salvaguardarse de la guerra, las que quedaban yacían en el suelo, sin vida. El sonido de las espadas apuñalando y rebanando aunado a varios gritos y lamentos hacían de aquella matanza todo un espectáculo. Y es que luego del destierro de uno de los príncipes celestiales y más temido arcángel, el guerrero incansable Uriel, ya teníamos medio camino andado. Observé mi reflejo en una vidriera mientras caminaba y pude verme bañado en sangre, ese líquido rojizo por el que tenía una perversa y extraña obsesión. Ya había perdido la cuenta de a cuántos humanos y alados venía derrotando. Si bien no era de los más poderosos, sí de los mejores estrategas, y aunque no gobernaba para nada el ejército sino que era uno más, sabía ver por mí mismo, y con eso bastaba. Había planeado ese momento tantas veces... Lo había pensado y analizado de todas las formas posibles. Sin embargo jamás había tenido en cuenta el factor de la traición de Uriel. Eso sí me había tomado por sorpresa. La noticia se esparció rápidamente y muchos buscaban al anteriormente arcángel para cobrar venganza. Yo, en realidad, no estaba demasiado interesado en el tema. Cuando era más joven y recién comenzaba mi servicio celestial, Uriel había significado un modelo a seguir. Era frío, calculador, implacable, fuerte, casi invencible. Secretamente, aún le guardaba algo de admiración. Siendo sincero, jamás había pasado siquiera por mi mente la idea de que traicionaría a Dios, ahora todo era posible. Absolutamente todo. Por fin había llegado nuestro momento, y nadie podría detenernos. Los ataques cesaron un par de días mientras reuníamos más aliados y la gran mayoría se dedicaba a intentar dar con el paradero de Uriel. Por aquel entonces, yo no tenía demasiado por hacer. Reponerme de algunos daños que me habían ocasionado los alados, y prepararme para el siguiente round.
Marché a un bar de LA, buscando en él un sitio tranquilo para pensar y beber. Ya allí, me senté en la mesa más apartada y mientras esperaba mi whisky en las rocas, encendí un cigarro. Ninguno de los que estaba allí era humano, yo lo sabía. Ellos estaban demasiado asustados como para siquiera asomar las cabezas. Demasiado asustados o demasiado muertos, una de dos.

Me encontraba en Los Ángeles, nuevamente en un bar. No podía beber el rojo líquido en mi copa, aunque disfrutaba del sabor del vino tinto. Me encontraba en el rincón más oscuro, meditando, pensando en los últimos acontecimientos.

Había llegado a la ciudad en busca de algo, tal vez gente, tal vez motivación. El hospital St. Albert funcionaba bien sin mi presencia y no necesitaba estar siempre presente para que las cosas estuvieran en orden y por eso me había ausentado otra vez, dejando a cargo a algunos humanos de confianza. ¿Cómo había llegado a depositar mi confianza en esa especie? Seguramente había sido obra de Cassandra, mi amada difunta esposa. Ella era mi última motivación.

Suspiré y levanté la vista de mi copa, mirando a mi alrededor. Había todo tipo de criaturas, menos humanos. Recordé con un deje de tristeza, la niña que había encontrado durante la puesta de sol. Era masoquista y lo reconocía, apenas despertaba y sin importar los escasos rayos del sol, yo salía, quemaba mis manos y mi rostro para recordar que seguía vivo en cierta forma. Fue entonces que la hallé, moribunda, pequeña, preguntando por su hermano, confundiéndome con él. Le di una muerte rápida, estaba enferma y había sido muchas veces mordida, violada, atacada, a pesar de sus escasos aparentes 10 años.

¿Qué pasaba con el mundo? ¿Con las criaturas a mi alrededor?

Una sutil sonrisa irónica apareció en mi rostro y relamí mis labios. ¿Podría encontrar la inocencia viva otra vez? Lo dudaba. Yo sólo me volvía un cronista más en este mundo nuevo, un espectador silencioso.

Luego de algunos minutos, se dignó por fin a regresar la camarera, con mi bebida. Había tardado lo suficiente como para perder la propina.
-Tardaste.-Le reproché en tono seco.
-Disculpa. Tengo varias mesas que atender.-se excusó.
Permanecí varios segundos viéndola a los ojos fijamente, con expresión de pocos amigos. Pude notar cómo se estremecía de pronto su pequeño y frágil corazón. Amaba esa sensación. Cuando los demás te temen. Hice una pequeña sonrisita de lado y la fui ampliando lentamente. Una sonrisa bastante macabra.
-Entiendo.-Respondí en tono suave y casi en susurros.-Tal vez deberías aprender a darte más prisa... O cambiar de empleo, una de dos.-Volví a sonreír y comencé a beber mi whisky. La chica permaneció unos segundos viéndome, luego se dio media vuelta y se marchó despacio. Mientras caminaba, la observé: tenía un bonito trasero.

Poco a poco mi copa se fue vaciando, hasta que no quedó nada del rojo licor humano que tanto me agradaba. Llamé a la camarera, una neófita que llevó prácticamente temblando y con los ojos húmedos, parecía emanar miedo con cada gesto. ¿Qué haría alguien así, tan frágil, al borde de ser inútil, trabajando en un local como aquel?

-Tráeme una copa de sangre, por favor -le pedí, mirándola fija, profundamente, a aquellos ojos nerviosos que parecían al borde del llanto. Sin embargo, no le dije nada, ignoré completamente aquella situación y le dediqué una sutil sonrisa coqueta, provocando que sus mejillas se encendieran.

Mientras se alejaba, me pregunté qué edad tendría. ¿Unos 20 de humanos? ¿Algunos meses como vampiro? Mientras ella y su coqueto contoneo de caderas se perdían entre las mesas, me eché hacia atrás y saqué un cigarrillo. Al buscar el encendedor, sin embargo, no lo encontré, ¿lo había perdido? Pensé en crear una chispa de fuego con mi mente, pero... qué molestia, más aún con tanta criatura a mi alrededor. Preferí ser más práctico y levantarme a preguntarle al más cercano, un tipo joven, un... ¿caído? A juzgar por su esencia...

-Disculpa, ¿traes fuego? -Le pregunté, enseñándole el cigarrillo y de paso, ofreciéndole de mi cajetilla.

OFF: lamento muchísimo la eterna espera. La vagancia está atacando fuerte a mi user Ah! Y, por cierto ¿cómo te ha ido en esas vacaciones? (chusma yo >.< )

La rockola comenzó a tocar un tema animado.

Presentía que sería una noche larga y verdaderamente interesante. De hecho, ver el mundo en llamas ya era de por sí lo suficiente entretenido. Y saber que llevaba gran culpa en ello, eso sí que no tenía precio. Esbocé una amplia sonrisa, totalmente sumido en mis pensamientos, cuando un hombre caucásico, cabellos oscuros y lacios, se acercó y me dirigió la palabra.
-¿Fuego?-Pregunté, mientras procesaba la información.-Sí, claro.-Revisé velozmente mi ropa y extraje el encendedor metálico que aquel extraño hombre me había obsequiado hacía meses en algún sitio perdido de Europa. Extendí mi brazo, encendiendo su cigarro y tomando uno de su cajetilla. En realidad, tenía ganas de entablar una conversación con alguien, así es que aproveché la ocasión para invitar al caballero a tomar asiento con un gesto de la cabeza, indicando a mi lado.-¿Te sientas?-Pregunté cortésmente, algo distraído.

Spoiler:

-Gracias -dije una vez hubo encendido mi cigarrillo, para luego levantar una ceja sorprendido ante su invitación, la cual no esperaba-. Claro. Soy Alex -me presenté bastante informalmente, tomando asiento junto a aquel ángel desconocido y dando una profunda calada a mi cigarrillo, una mala costumbre humana que no podía dejar de lado.

Luego me dediqué a, fugazmente, observar a mi compañero de mes. Piel clara, ojos azules con leves tonos de verde, cabello rubio y bien arreglado. Pero su aura era lo que más llamaba mi atención, aquella nubosidad oscura, la maldad que lograba percibir muy sutilmente, como la que tanto me atraía en los humanos que caían víctimas de mi sed...

-Así que eres un caído, ¿no? -Comenté, desviando mi mirada y atención hacia mi cigarrillo, del cual salía un hilo de humo-. Debe ser interesante...

Spoiler:

Noté la sorpresa del hombre que se presentaba cortésmente como Alex frente a mi invitación, la cual de todas formas aceptó. Era un vampiro, no fue demasiado complicado darme cuenta, por la energía que su aura emanaba.
-Orgullosamente caído, sí.-Asentí a su pregunta con una sonrisa.-No es tan grandioso como muchos suelen suponer, pero no me quejo. No nací donde debía haberlo hecho y cuando me di cuenta, simplemente decidí trazar mi propio camino. ¿Y qué hay de usted?-Fumé una pitada de mi cigarro y dejé escapar el humo de entre mis labios lentamente.-La existencia de un vampiro sí que parece todo un espectáculo...-Concluí alzando el entrecejo con una sonrisa.

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-Un propio camino... -sonreí de lado de forma algo sombría; me causaba curiosidad el tema de los ángeles caídos que buscaban salir de la dependencia del que fuera que reinaba allí arriba. El libre albedrío... Una bendición o una maldición, depende del punto de vista del que se mire-. Pues me remonto a los tiempos sencillos en que se quemaba gente en la hoguera por gusto y la Dama de Hierro era la cruel amante de las eternidades de los humanos -comenté, viendo a la chica acercarse y observándome con alarma... o más bien, a mi acompañante.

-Pues la "vida" suele ser monótona, pero tiene sus momentos agradables -respondí, observando al caído con libido en la mirada. La chica depositó sobre la mesa su copa de sangre y procedió a huir del lugar a toda velocidad, pero la detuve con rapidez tomándola de la muñeca, quería jugar un poco con aquella sangre fresca que su cuerpo ofrecía-. Ven, quédate con nosotros. Dudo que a mi acompañante le moleste tu tierna compañía -la invité, observando al ángel con gesto de interrogación, mientras la sentaba sobre mis piernas-. ¿Qué opina de estas piernas?

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-Eso creí...-Dije a su segundo parlamento. Se me hacía complicado el pensar en "vivir" centenares de años y no aburrirte de lo de siempre.-Bueno, de todos modos estamos en un mundo completamente inestable. Ya nada es permanente, ni aquí ni en ningún sitio, así es que hay mucho que ver, supongo. Además de los estragos de la guerra. Cosas a las que estoy acostumbrado, debo decir. No es que me molesten, tampoco. Simplemente llama mi atención caminar por las calles y que todos estén muertos, o peor, agonizando.-Me encogí de hombros. No era como que me apiadara de ellos, ni siquiera me afectaba verlos retorcerse como un ave al que le están arrancando las alas. Esa idea me hizo sonreír de forma algo sombría. Escuché con curiosidad sus siguientes palabras. Jamás había oído de algo similar. No sabía demasiado del pasado, nadie me hablaba al respecto y si bien no afectaba el mundo actual, sí llamaba mi atención el saber que antes de todo el descontrol y destrucción, el mundo era un lugar pacífico en el que los humanos no sabían de la existencia de las demás criaturas pensantes y que salían con sus críos a pasear por el parque. Casi se me hacía imposible imaginarlo. Me limité a asentir con la cabeza y no decir nada, no hacían falta las palabras. No las había, de todos modos. Me encogí de hombros cuando decidió que la camarera se quedara con nosotros. Me fastidiaba bastante su torpeza, pero era guapa y además podría divertirme con ella.-Son bonitas.-Dije con tono neutral, aún sin mirarle el rostro a ninguno de mis acompañantes. Mi vista, por el contrario, se perdía entre las mesas del bar, analizando la situación y a cada uno de los allí presentes.