Nuevamente perdido...

Zadkiel no era alguien que podía estar quieto y en el mismo lugar durante mucho tiempo. A pesar de que estaba reponiendo fuerzas de un recién viaje impulsado por su deber, le disgustaba el ocio en un mundo donde los problemas seguían fluyendo a cada segundo que pasara. Pero tampoco era tan inconsciente para actuar tantas veces por impulso o al menos en una situación como esa. Sabía que debía relajarse, tranquilizarse y quizás sólo unos cuantos días más adelante, volver a actuar.

Así fue como terminó en el museo del vaticano, caminando para ver las numerosas obras que la ciudad albergaba. Sabía que no era un lugar muy concurrido, pero era extraño ver tan solitario un museo de esa magnitud. ¿O era él quién estaba empezando a suponer cosas que no debía? Quien sabe. El caso es que más que ver las pinturas extrañas que adornaban gloriosamente cada pared, estaba más entretenido en caminar, quemando así las energías que tenía de sobra. ¡Argh, como le irritaba estar sin hacer nada! Aquello lo solía poner inquieto y disgustado consigo mismo.

Bufó de mal humor, pasando sus blancas manos por el corto de su cabello claro, deteniéndose ante una enorme pintura que no estaba mirando en realidad, hasta que se le ocurrió mirar alrededor, paseando sus ojos por la estancia.

Mierda. Se había perdido por no ver hacía donde caminaba y sólo seguir sus pasos a ver hasta dónde lo llevaban. Resopló más fuerte y el eco del lugar le devolvió aquella exhalación.

―Vamos Zadkiel… sólo es caminar derecho hasta que encuentres la salida ―se reprendió con infantilidad y enojo.

Estaba solo. Bueno, eso era lo que había creído en realidad mientras maldecía su mundo interno, pero una voz masculina le hizo mirar más allá de sus irritantes pensamientos, levantando su rostro para dirigirlo hacía la voz y hacer que el dueño de ésta entrara dentro de su rango de visión al cual no tardó demasiado en encontrarlo.

Levantó ambas cejas con un poco de sorpresa, aunque no sabía exactamente por qué razón era por la cuál lo había hecho: si por ese “no sé qué” que poseía el otro y que de cierta manera lo sumergía en una breve melancolía o porque lo hubiera confundido con el guía del museo. ¡Si ni siquiera estaba viendo las pinturas! Oh… a lo mejor era por eso que lo llego a confundir.

Zadkiel no hizo más que encogerse de hombros y guardar las manos en los bolsillos laterales de su pantalón negro, sin dejar de mover la planta de su pie, muestra continua de su gran impaciencia consigo mismo.

―He, sí, claro… ―dijo alto, demasiado alto como para respetar las reglas de los museos que pedían hablar en murmullos―. Uhm… ―miró hacía el frente dirigiendo su mirar hacía la única pintura que podía señalar. Pintura que por cierto, no le halló sentido alguno pues sólo era una imagen irónicamente de un ángel deteniendo una batalla―. Ésa es una pintura… y la hacen los humanos cuando pretenden interpretar un hecho que no alcanzan a comprender y entonces… ―gruñó repentinamente― ¡Y entonces envuelves a las pinturas con sentimientos raros y nunca entenderé por qué dicen que impregnan su alma y su sentir en ellas, si sólo yo veo un montón de trazos chuecos en los que pretenden representar una escena que hace años creían que era una fantasía!

Inesperadamente frustrado consigo mismo y olvidando por unos instantes la presencia del otro, sacó una mano de su pantalón y la pasó irritado por su cabello dorado.

―¿Por qué se supone que esto es una obra de arte? ―ladeó el rostro para ver de soslayo al que se había vuelto su acompañante―. No soy guía… ―aclaró, como si no fuera obvio el asunto ya.

¿Qué se supone que hay que decir cuando no se te ocurre algo inteligente para decir? Normalmente, se puede hablar horas y horas de cualquier tontería. También se puede divagar sin sentido sobre cómo sería el final apocalíptico y verdadero del mundo, en una de esas conversaciones donde cualquier cosa que mencionas difícil de entender suena a que eres profundo. ¡Pero ahora no había nada de eso! No sabía cómo responder a aquella pregunta. No es que ocultara su esencia de arcángel o creyera que nadie la merecía saber… sólo era, incómodo en cierto grado. Zadkiel se rascó la nuca torpemente, negando sin decir palabras y mirando al cuadro.

―El alma… ―comentó después de un rato. ¡Bingo! Ahí está el por qué de su conflicto con aquellas obras de arte. Zadkiel carecía completamente de sensibilidad ante ella. Aun cuando fueran parte de sus dones, le era difícil comprender muchas cosas humanas. ―Es sólo que no entiendo cómo pueden reflejar su alma si ni siquiera la conocen y mucho menos comprenden.

Caminó hacia el otro, con una sonrisa extraña en sus labios, como si estos no estuvieran acostumbrados a hacerlo, aunque el arcangel se encontraba hasta cierto punto animado por el sonrojo a causa de la confusión que seguramente ambos había provocado.

―Somos idiotas los dos… ―dijo con un tono de voz un poco más amable, dado que él nunca aclaró desde un inicio la confusión―. Más que visitante, soy…

Quedó callado en ese punto. ¿Qué carajos estaba haciendo ahí? ¡Ah, sí! ¡Perdiendo el tiempo de una manera más interesante! Bah, no importaba demasiado sus cuestionables razones para estar ahí, ¿verdad?

―Llamame Zad… ―dijo confianzudo, aunque no solía serlo. Aunque no lo dijera en voz alta, le agradaba ese chico. Si uno lo veía rápidamente, quizás su apariencia era fuerte, pero eso no le impedía ser amable―, pero Nyx, te advierto que si quieres caminar conmigo en este lugar, debo recordarte que, como acabas de ver, no soy el mejor acompañante para el silencio. No puedo quedarme callado y cuando algo no lo entiendo o me desagrada, lo externo.

Miró unos segundos hacía el techo, pensando que parecía más la parodia de un arcángel que uno verdadero. ¡Pero ni qué hacerle! Camino sin más hacía otra pintura que a cada segundo que más miraba, más inentendible le parecía.

―Me perdí aquí… así que prometo acompañarte si tú me conduces a la salida ―lo miró con una sonrisa pequeña pero sincera en sus labios―. ¿Tenemos un trato, Nyx?

Aún si las pinturas no se fueran a quejar de su escandaloso ser, Zadkiel no dejaba de mirar con desconfianza aquellas obras que por sí mismas parecían tener vida propia, lo cual no dejaba de ser ciertamente escalofriante ante sus ojos claros. De alguna manera parecía que en cualquier segundo una de ellas te atacaría con fuerza, hundiendo sus manos llenas de garras en el cuello, a punto de rebanártelo…

¡Bueno! No tan drástico, pero el punto es que daban escalofríos. Quizás también esa era la razón por la que Zadkiel no era un arcángel que apreciara demasiado los museos. Le parecían demasiado fríos como para que alguien pueda sentirse a gusto en él.

“Siempre creando cosas que sólo hacen daño…”

Se decidió a ignorarse a sí mismo por algunos segundos para escuchar y prestar atención al otro, que leía en voz alta y daba su interpretación de la obra, la cual no dejaba de ser interesante, pero en cierta forma le parecía que sólo alguien demasiado perceptivo podría darse cuenta de tales significados… o es que tenía la mente distorsionada.

―Yo creo que hay otra cosas más crueles que sólo los dioses… ―musitó y se rascó la nuca como un gesto descuidado y aprendido hace miles de años. Suspiró pensando en que no tenía por qué ocultarle la razón que estaba trayéndolo en ese lugar de un lado a otro―. En realidad sólo estoy perdiendo el tiempo ―arrugó su nariz―, en general no me gustan los museos, las obras de este tipo. No me gusta un lugar que puede ser quemado tan fácilmente. Sólo que entré para hacerme idiota porque tenía que descansar, pero descansar es muy irritante… ¡En fin, mi pésimo sentido de la orientación me dejó aquí! Ni siquiera estaba entre mis planes perderme ―admitió.

Zadkiel escuchó claramente la voz de Nyx y se acercó curioso al hombre tallado en piedra que el otro miraba. Observó a su alrededor y sonriendo, confirmó que nada más estaban ellos dos, así que saltó la línea de seguridad que le impedía el paso para acercarse a la figura y sin tener respeto alguno por la forma de expresar ese arte, toco el material con el que estaba hecho.

―Quizás sean recuerdos… ―dijo suavemente deslizando su dedo por la forma de la figura que tocaba sin interés alguno―. A veces uno tiene esa extraña sensación en su pecho, como una espina que te pica molestamente para que no la ignores. Me gusta llamarlos recuerdos, me gusta esa palabra. Es una que te dice que hubo algo importante en tu pasado… algo que no debes olvidar…

―¿Quién sabe? Mis hermanos solían decirme que lo que más nos imaginamos es lo que más cercano está a la realidad.

Giró a ver al chico y a su nueva propuesta. Aquello era divertido, por lo que levantó una ceja y salió del rango de la obra de arte para acercarse y detenerse a un lado de Nyx, pensando un instante en sus palabras, que en realidad no tenía porqué pensar. ¡A la mierda! Seguro que entre Nyx y él podían hacer algo más interesante. Si bien Zadkiel no se le ocurría nada qué hacer (razón por la cual había terminado en el museo), sabía que Nyx seguramente tendría más imaginación que la suya y él… bueno, Zad era naturalmente impulsivo y sabía que gritaría ante algo nuevo. Después de todo, experimentar no era algo que se podía hacer todos los días, ¿verdad?

―Si tengo dinero, lo que no sé si tengo es paladar... ―lo miró, y expresó sin más―: La verdad es que no tengo ni idea de a qué sabe el chocolate, jamás en mi existencia lo he probado.

En cuando terminó de decir esa oración, comenzó a caminar sin dirección, dándose cuenta de ello pocos segundos después, por lo que giró para buscar algo avergonzado el rostro de Nyx, rascándose la oreja para ocultar su pena ridícula.

―¿Dónde dijiste que estaba la salida?

―¿Eh? ―exclamó confundido. Durante su milenaria existencia, Zadkiel había sido llamado de muchas maneras. Loco, extravagante, demente, idiota, aunque el más común de ellos era Vesta… pero por primera vez en demasiado tiempo, más del que se había esforzado por recordar, le habían llamado hereje. No es que aquella mención le ofendiera, más bien le terminaba causando gracia en realidad, aunque no tuvo demasiado tiempo para reclamar aquello cuando repentinamente entendió el porqué de aquella expresión que hasta ese momento Zadkiel pudo comprender, la estaba empleando de un modo cómico, sobre todo por la forma en la que lo miraba y agarraba.

―De mi padre, ¿de dónde más quieres que salga? ―exclamó lentamente, encontrando esta respuesta de lo más lógica por supuesto. O al menos para él lo era. A lo mejor Nyx se lo imaginaba en forma de espermatozoide, eso, o a menos de que Zadkiel hubiese salido de un caballito de mar para que un macho lo pudiera concebir, cosa reverendamente ilógica por cierto. El caso era que ese chico parecía tener algo, ¿Química, tal vez? ¡quien sabe! A veces sólo simpatizabas de alguna manera con una persona simplemente porque sí. Nyx parecía ser el tipo de chicos que se llevaban bien con todo el mundo, como con el guardia de seguridad del que se despidió, el cual Zadkiel ni siquiera había visto.

―No entiendo… ¿por qué me chuparía los dedos por un helado? ―preguntó, deseando saber aquella rara costumbre― ¿Qué esas cosas no se comen con algo más que los dedos? ¿Te dan el helado en la mano y en esta se embarra el chocolate?

Zadkiel tenía muchas imágenes del mundo humano. Pero le costaba entenderlas y saber qué significaban del todo. Los humanos eran algo demasiado complejo para un ángel tan simple como él.

Ahora que lo pensaba, Zadkiel bien podría tener un problema mental de comprensión: tal vez por ello le era tan difícil a los demás comprenderlo, porque su falta de conocimiento de charlas humanas medianamente decentes. Le era sorprendente que Nyx se halla envalentonado para estar con él más tiempo y aún más: ¡Para invitarle un helado! O quizás tenía la paciencia de santo.

―¡Ah! ―exclamó con sorpresa cuando logró comprenderlo―. Sabe rico. Es aquello que te alimenta y que tiene un buen sabor de esos que hacen sonreír como si hubieran encontrado algo fantástico ―concluyó y después mentalmente lo agregó a su diccionario mental de expresiones complejas. Lo increíble de esto era que aún no sabía manejar todas a pesar del tiempo. O más sorprendente que la complejidad de las personas nunca de los nunca se acabara.

―¿De dónde soy? ―repitió, como si realmente dudara de su lugar de origen. Por simple inercia, Zadkiel levantó el rostro para ver el cielo, dando incoscientemente su respuesta. Luego se acordó que la mayoría a los que les decía que era un ángel lo quedaban mirando como si fuera un estúpido, y aunque no creía a Nyx capaz de hacerle ello, temió asustarlo de alguna manera―. Soy de todos lados.

Anduvo caminando detrás de Nyx, deteniéndose sólo cuando él lo hacía y desvió su rostro inexpresivo hacía el mostrador, abriendo un poco más los ojos al ver ese montón de colores y aquellos que tenían más colores encima, las cosas que los promocionaban y la complicada forma en la que ponía una bolita de helado sobre un cono. Estaba tan perdido en ello, que apenas y miró al otro cuando lo rodeó con sus brazos, ladeando la cabeza como si realmente tuviera un conflicto mortal entre él y la elección del helado.

―Quiero de chocolate y menta, por favor… ―dijo, aceptando dejar de torturarse y tomar lo que le recomendó Nyx. No tenía ni la más mínima idea de en lo que se estaba metiendo ¡Pero bueno! Tampoco es que fuera a comer un queso envenenado, ¿verdad?

Miró con atención lo que hacía Nyx, cómo buscaba el dinero, mientras Zadkiel continuaba quieto. En ese sentido, parecía un bebé recién descubriendo el mundo. Sus pupilas no parecían perder detalle de cómo interactuaba el mundo, nervioso y ansioso por su ridícula experiencia nueva.

Sólo cuando la muchacha le ofreció su helado con una sonrisa en lso labios, Zad no sabía ni qué hacer. La miró unos segundos con el brazo estirado y decidió que ése debía ser el suyo así que lo tomó en manos, sintiendo el frío ligero y apenas perceptible cuando lo tomó en mano. Agradeció y estuvo estudiando el helado por unos largos segundos, mientras Nyx lo guiaba hacía otro lado.

―¿Por qué tienen nombres tan complicados y tan largos? Nadie tiene los nombres así de complicados… ―exclamó, mirando como una gotita del helado caía y tocaba su mano, deslizándose por ésta. Miró a Nyx, preguntándole con la mirada qué era lo que seguía a continuación. ¿Acaso caminar más? ¿sentarse? ¿Probar el helado? ¿Esto llevaba si quiera orden?

―Una orden completa de comida… debe ser una tortura… ―acotó lentamente.

Tal y como le indicó Nyx, Zadkiel terminó sentándose a su lado, lamiendo el helado. Aquel dulce y refrescante sabor le sorprendió sin duda. Era algo extraño y nuevo sin duda ese sabor y se preguntó de donde carajos había salido y cómo le daban su retorcida forma. Sí, eran raros y mientras lamía, miraba fijamente aquel descubrimiento. El chocolate sabía rico, y era una nueva sensación en un paladar tan amargo como el de este arcángel.

―Demasiadas complicaciones… ―murmuró, apenas apartado la vista del helado, por el que ya se delineaban las formas de su rosada lengua. Aquello lo tenía embobado realmente, aunque bueno es que era sólo un helado, sin demasiadas cosas de por medio. Estaba tan absorto en su helado, que no se percató que el otro estaba mirándolo fijamente, tanto así que sólo cuando lo escuchó hablar y comprendió sus palabras, desprendió la vista y la lengua del helado para parpadear y mirarlo.

―Soy un extraterrestre… ―intentó bromear, aunque eso de bromas no le salía demasiado bien. No estaba en su naturaleza mentir porque era muy directo y honesto, por eso no podía llevar una mentira demasiado lejos, lo suficiente para que alguien le creyera que es un extraterrestre. Después de unos segundos, donde ni él mismo podría creer la estupidez que dijo, suspiró realmente y se dedicó a confesarse, como pecador ante el cura.

―Soy un arcángel… ―dijo lamiendo su helado, llegando al cono para morderlo―. Mi nombre completo es Zadkiel.

Aunque por la forma en lo que decía, un chico con apariencia apenas adulta, más ensimismado en el helado que en decir que era un guerrero celestial, parecía en él más creíble que fuese un extraterrestre que un guerrero de Dios.

Aunque sabía que el otro había mencionando aquello de ser ángel en broma, Zadkiel no pudo dejar de analizar la situación mentalmente, como si aquella oración en particular le atrajera de sobremanera, como si por sólo un instante sintiera que le estaban diciendo la verdad, sin que el otro supiera que la decía.

―Si, un arcángel ―confirmó una vez más, mordiendo la galleta y el helado que estaba en sus últimos alientos, antes de terminar su existencia en el estómago del arcángel que había disfrutado más de lo que había pensando el sabor del chocolate. Gruñó cuando se dio cuenta de que el otro pensaba tocarlo con un dedo y realmente estuvo a punto de explotar y mostrar su voluble carácter cuando sintió un toque eléctrico que recorrió su cuerpo. Aquello le hizo dar un pequeño salto de sorpresa en su asiento. ¿Qué había sido eso? Anteriormente había sido tocado por humanos y jamás aquello había ocurrido: pero no sólo era eso, también sentía un extraño calor familiar, propio de otro de su misma especie que venía directamente desde Nyx.

―¿Qué batalla? ―preguntó pues no estaba poniendo atención a las palabras del otro ya que estaba demasiado entretenido en descifrar aquel extraño palpitar que le decía molestamente que había pasado algo por alto. Cuando comprendió de qué hablaban, sólo se limitó a decir: ―La guerra siempre ha existido, eso no tiene nada que ver con más especies poblando la tierra.

Miró fijamente a Nyx hasta que una voz atravesó su mente. Parpadeó, al inició pensó que se trataba de él ya imaginando un montón de cosas, pero algo le dijo que no. Esa voz se le hizo conocida, como la de alguien a quien había conocido hace mucho tiempo, ese tipo de lazos que nunca desaparecen aunque pasen millones de años.

―¿Raziel? ―preguntó en voz alta, a causa de su falta de sentido de tacto. Recordaba a su hermano, aquel arcángel con el que sentía curiosamente la misma extraña sensación que con Nyx. ¡Sería idiota de no haberse dado cuenta antes! ¿De verdad era Raziel? Agitó la cabeza y miró a Nyx y su dolor de migrañas. ―¿Las has tenido desde siempre? ―preguntó mirándolo, adquiriendo un porte serio que parecía cambiar por completo su persona―. ¿Nyx, esas migrañas te han pasado en momentos extraños como estos? ―Sí, definitivamente se catalogaba de extraño.

―Raziel es uno de mis hermanos, sólo eso… ―contestó porque imaginó que no tenía por qué mentir con respecto a ese asunto. Lo siguió mirando, pero de un momento a otro suavizó el seriedad de su mirada, y sólo optó por desviar unos segundos su mirada hacia alrededor, percibiendo y tomando nota de quiénes se encontraban a su alrededor, pensando que quizás no era el sitio más conveniente para hacer cosas que seguramente debían mantenerse a salvo, empezando por Nyx.

―Oh, coma… ―repitió sin más, decidiendo que por una vez en su existencia, debería ser paciente, sólo un poco, lo suficiente para crear un vinculo y no acabar dándole otro trauma a Nyx. Trató de romperse la cabeza de cómo abordar el tema decentemente, pero no tenía ni la más mínima idea. Zadkiel era más bien directo y en su repertorio no entraba la delicadeza y la discreción, pero bueno, al menos creyó que intentando algo, quizás las cosas funcionarían.

Miró la servilleta, y después se unos segundos comprendió lo que ocurría, se rió bajo mientras se limpiaba las manos y la boca, haciendo bolita la servilleta y dejándola a un lado de la mesa.

―¿Tuviste un accidente para caer en estado de coma o fue otro tipo de cosa? ―preguntó, esperando que el otro le respondiera, aunque si no lo hacía, bueno, quizás intentaría contactar mentalmente la voz que sabia era de Raziel.

Se encogió de hombros y repentinamente soltó:

―Gracias por el helado y enseñarme a qué sabe el chocolate. ¿Ahora me dejarías mostrarte algo a ti de mi parte?

Zadkiel permaneció de pie, preguntándose cómo había ido a acabar en una situación tan curiosa. Siempre, de alguna manera le había divertido los caminos extraños donde se metía y acaba conociendo a muchas personas y seres y de alguna u otra manera lograba cumplir su misión. Ahora… ¿a dónde lo llevaría? No tenía ni idea. Lo había dicho más por el impulso momentáneo que en sí por tener un plan bien calculado. Y sabía que sólo tenía unos minutos para planear una estrategia B en lo que Nyx regresaba. Sin embargo, cuando el otro volvió sabía que sólo le quedaba hacer una cosa, una pequeña y simple maravillosa cosa: improvisar.

―Eh… salgamos de aquí primero ―dijo caminando torpemente, tratando de vitar personas, cosas y lugares con los cuáles chocar mientras buscaba algo que hacer, hasta que lo más sencillo y fácil se le ocurrió en su mente tranquila. Caminó con las manos en los bolsillos, llevando y conduciendo a Nyx hacía un callejón oscuro, lo suficientemente oculto para que no vieran lo que pensaba hacer. Se venía la rascando la cabeza, pensando qué decir o que hacer para sacarse aquel rompecabezas de su cabeza, cuando sin más soltó:

―Dijiste que solías soñar con que volabas, ¿verdad? Yo también lo he hecho… sólo que yo tengo alas ―siguió caminando deteniéndose en la entrada del callejón―. Te mostraré que volar no es cosa sólo de sueños… ―Zadkiel sonrió breve y aprovechando la soledad que había ahí, extendió sus dos alas brillantes y plateadas, mismas de un guerrero y caminó dentro del callejón, dejando que sólo la luz de sus alas condujeran el sendero que había ante él. Mientras más se adentraba más oscuro estaba, pero sus alas parecían un pequeño faro que indicaba donde estaba. Desde dentro, gritó sin más―. ¡Puedes venir y yo prometo que haré que veas lo que significa volar o puedes quedarte y ahí y decirme que esto no te interesa para nada!

―Claro que es enserio… ―murmuró, dándose la vuelta para ver el rostro de Nyx. Aquella luz que emitían sus alas era lo suficientemente fuerte como para envolver a ambos, así que se le quedó mirando a los ojos. Sin decir nada más, y sin tener conciencia del espacio individual de las personas, levantó sus manos y sujetó a Nyx por la cintura con ambas, atrayéndolo hacía su cuerpo de una manera intensa, más no brusca, sencillamente porque así de fiera era su personalidad. Le sonrió brevemente agitando sus alas, y éstas comenzaron a moverse, creando una fresca brisa que dejó caer unas cuantas plumas brillantes que al tocar el suelo desparecieron instantáneamente.

Zadkiel no pudo evitar sonreír más amplio cuando sus pies despegaron del suelo, después de todo, amaba volar, era de unas las cosas que disfrutaba, así que simplemente se divirtió cuando alzo vuelo, sujetando a Nyx entre sus brazos.

―Sujétate bien ―advirtió después de unos segundos, cuando definitivamente ya se había separado del suelo―. Y… espero que te guste esto.

Sus alas emitieron un sonido extraño cuando envolvió a ambos cuerpos entre ellas, formando así un capullo que se desvaneció, reapareciendo a metros encima de la ciudad. Se había movido a esa velocidad, porque Zadkiel no quería que lo vieran despegar alguien de esa manera, así que gruñó un poco bajo cuando finalmente estaban en el cielo volando por encima de los edificios que ahora parecían pequeños, admirando un paisaje extraño.

―¿Qué tal?

¡Estaba completamente loco! Sí, era un chico bastante loco, que no tenía una pizca de cordura al llegar a pedirle algo de semejante magnitud… ¡¿Cómo se le ocurría pedirle algo así a la mente inocente de Zadkiel, que jamás hubiera pensado en semejante actuación de soltarlo de sus brazos?! Bueno, en realidad sí lo habría pensado y por supuesto, después del primer melodrama cargado de sarcasmo, una sonrisa se dibujó en los labios del arcángel. ¡Por eso precisamente le caía tan bien Nyx, por aventurero!

Zadkiel, quien a su manera era bastante impulsivo se sintió repentinamente más cercano de aquel otro muchacho, y soltó una risa baja por su idea, por el brillo de emoción palpitando en su mirada. ¡Vaya que era aventurero! Le agradaba bastante que no le tuviera miedo a las alturas, sentía que los demás, aquellos que sí le temían a ello, se perdían de algo maravilloso de la vida. Afortunadamente, Nyx no era así y supuso de inmediato que aquel deseo también, quizás de alguna forma, partía del fondo de Raziel.

―Entonces grita hasta que te quedes ronco, Nyx… ―le dijo lentamente, extendiendo su sonrisa mientras lentamente aflojaba su agarre. Comenzó lento, dedo por dedo de la mano derecha a quitarla del cuerpo de Nyx, de modo que en tan solo unos instantes ya sólo lo tenía sosteniendo con una sola mano. Se acercó a su boca lentamente, aunque claramente no con la intención de besarlo, sino de susurrarle unas palabras, haciendo que su tibio aliento chocara en los labios del otro, mientras lo miraba a los ojos―. Es hora de volar…

Apenas susurró esas palabras cuando su mano soltó a Nyx. Sintió el cuerpo del otro desvanecerse rápidamente, cual si fuera agua y aún manteniendo el vuelo, observó como el otro caía. Estiró lo más posible sus alas, dejando que muchas plumas cayeran, plumas que parecían seguir a Nyx en aquella alocada caída y después de apenas tres segundos, Zadkiel comenzó a descender, presuroso de alcanzar a Nyx y atraparlo en su caída.